UN INFIERNO BONITO

LA HISTORIA DE AMOR

Lo que les voy a contar es una historia muy triste, que al recordarla, a pesar de que tiene muchos años, todavía se me salen las de San Pedro. Vivía en el callejón de Manuel Doblado, en el barrio de “La Palma”, trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, siempre andaba acompañado de mis cuates, “El Gallo”, “El  Charro”, “El Carolina” y mi hermano “El Enano”; la pasábamos a toda madre, y, de vez en cuando, nos metíamos a la cantina “El Relámpago” o íbamos a chupar al “Paso del Norte”, que estaba en el barrio de “El Atorón”.

A mí me gustaba una chamaca que se llamaba María, era de una familia que presumía que era de la alta sociedad. Su hermana más grande se llamaba Isabel, quien tenía un changarrito en la calle de Observatorio. María estaba feita, flaca. Mis amigos y los del barrio le decían “La Patas de Hilo”. Estudiaba en una escuela particular.

Un día le solté los perros, diciéndole que me gustaba, que si quería ser mi novia; ella me dijo que sí. Pero a sus padres y a sus hermanos les caía como mentada de madre, porque no me bajaban de borracho y sobre todo, porque era minero.

María y yo nos veíamos a escondidas. Ellos vivían en la misma calle de donde estaba el changarrito, a 500 metros tenían su casa. Platicábamos y desde ahí veía quién salía de la tienda. Isabel era la que me pasaba todo al costo, de lo que sucedía en su casa.

Un domingo, como a las 6 de la mañana, cuando iba a cumplir con mi Servicio Militar, vi que estaba sola mi futura suegra, y pensé que era mi oportunidad, cantarle en el oído, que quería y pedirle pedía permiso de andar con su hija.

Al escuchar mis palabras, la señora María explotó diciéndome hasta quién puso el huevo. Por un pelito me suelta un madrazo; me puso como lazo de cochino:

  • ¡Cómo te atreves a hablarme de que quieres a mi hija, si eres un borracho, un pobre infeliz, de raza mendiga, un grosero, peleonero y minero; jamás te permitiré que te acerques a ella; así es que lárgate!

La señora me había dado un golpe bajo. Salí de la tienda con los brazos caídos, mirando al suelo, como si me pesaran las nalgas. Cuando le conté a mis amigos lo que había pasado, me aconsejaron que me la robara, para que la vieja se muriera de un coraje. Ella estudiaba por la tarde y la iba esperar a una tía, una señora quedada,  ya vieja, que ni las moscas se le paraban. Se había convertido en su Ángel de la Guarda: donde quiera que iba mi novia, la acompañaba. Ella tampoco me podía hablar y sólo con la mirada, nos veíamos soltando un suspiro.

Un día María, discretamente, al pasar donde yo lo viera, tiró un papel, cuando ella entró a la tienda. Rápido lo levanté y tenía escrito: 

-“No sabes cuánto te extraño, búscame, me dejan encerrada; por las tardes, en la casa, cuando se van a la tienda, es nuestra oportunidad de platicar”. 

Así me pasaba la tarde, a unos metros de la tienda, y cuando entraban los familiares, los contaba.  El papá,  que era un señor chismoso,  se le escapaba a la señora para ir a echarse sus cubas, y le contaba a su vieja que había estado con licenciados, maestros y gente del gobierno.

Llegué a su puerta y le toqué, escuche su voz, que mi corazón latió a madres, como queriéndose salir.

  • ¿Cómo estás, mi amor?
  • De salud, bien. Traigo la moral arrastrando, me urge verte, porque te amo, te quiero y sería una hermosa aventura si tú me llevaras. Estaríamos juntos para siempre, no me interesa mi familia. Pégate a la lámina y dame un beso.
  • Te traigo una carta para que sepas lo mucho que te quiero. Voy a buscar la forma, pero no de llevarte, ni robarte, quiero sacarte de blanco, y vivir sin problemas. ¡Ya me voy porque alguien de la tienda viene!
  • Nos escuchamos mañana, a la misma hora. ¡Te amo!

Así pasaron los días, las semanas y los meses. Ya no me gustaba nada, sólo escuchar sus dulces palabras, parecía que estábamos en el muro de Berlín. Un día, cuando investigué que no había nadie, llevé un cincel con martillo e hice un agujero en la puerta; al menos, por ahí podía verla.

Mis amigos me decían que ya dejara en paz a esa pinche vieja, que qué le veía. 

-“Toda su familia presume de que son de la alta, y me cae que no tienen para tragar. Míralos y verás que traen las mismas garras. A nosotros ya nos has cortado. Ya no vamos a echarnos la del amigo. Pareces velador, cuidando la casa.

Por amor, no les hacía caso. Pero por compromiso, tenía que juntarme con ellos y ser el mismo de siempre. Dejé un tiempo de frecuentarla, y para olvidarla, me ponía unas borracheras de pelos. Cuando llegaban las pandillas de otros barrios, tenía que entrarle a los madrazos. Veces nada más salía revolcado, en otras, con los ojos morados y el hocico roto.

En mi casa, era la misma canción, con mi jefa y mi hermana, que me ponían como palo de perico.

Un día que estaba solo en la banqueta, pasó Isabel y rápido que me dice:

  • Ve a ver a mi hermana, ella sufre mucho porque no te escucha, y más que mi mamá le ha dicho que eres un borracho, un vago, y le echa en cara que así como eres, le pediste permiso de andar con ella; María, por las tardes, llora mucho.

Sus palabras hicieron que por mi terquedad, siguiera buscándola, aún sabiendo que le  jugaba al pendejo; como los noviecitos, por el agujero de su puerta, mandando recados o platicando por una rendija. La fui a buscar. Esa tarde ella lloró, y me dijo que había hecho su maleta. Se iba a escapar para que la llevara a donde quisiera, lejos muy lejos, porque su amor era mucho, y que nadie nos podía separar.

Sus lágrimas y las mías se juntaron a través de la puerta.

Pasó el tiempo, y estábamos iguanas ranas, en lo mismo. Lo nuestro era un amor en silencio, pero muy grande. Un día que platicaba con mi compadre “El Gallo”, llegó corriendo Isabel y me dijo:

  •  Flaco, un hombre se metió a la casa, nada más estamos María y yo; está en la habitación de mis padres, no sabemos a dónde fueron. Solo tú puedes ayudarnos. 

Lo que me dijo me entusiasmó  tanto que quise ser el héroe de la película.

  •  No te preocupes. Vente compadre, agarra una piedra que te quepa en la mano, y si lo ves salir, le pegas en la cabeza para que se controle; mientras voy a entrar a jugarme el cuero por mi amor.

Llegamos a la casa, y Chabela nos dijo: 

  • Pásenle, está en la primera recámara.
  • ¿Dónde está tu hermana?
  • La metí, la encerré en la cocina.

Les juro que me metí sin miedo, buscando a quién se metió a la casa. Ya me había dicho la hermana de mi novia que el que se metió quitó la luz y estaba oscuro. Poco a poco daba el paso con un palo en la mano. Vi la silueta con la luz de la luna, y sin darle tiempo de nada, le dí un golpe que sonó hueco, y cayó parando las patas en la cama.

Con un palo, le soné varios donde le cayeron. Llamé a mi compadre, que hizo lo que le dije, de soltar el piedrazo en la cabeza. Ya no se movía. Como estaba en la cama, tuve la idea de enredarlo con la cobija y salir a hablar por un teléfono público a la policía, pidiéndoles que llegaran lo más pronto posible. Estaba un ladrón dentro de la casa.

En menos de lo que canta un gallo, se lo llevaron, y les dijo Isabel que cuando llegaran sus familiares iban a poner su demanda. Llegó la señora María y me alcanzó. Isabel le había contado de mi valentía, y que las había salvado, quizá de una violación. La señora me dijo:

  • Perdóname si te ofendí y te negué la amistad de mi hija. Por mi cuenta estoy de acuerdo. Cuando llegue mi esposo, le voy a decir que te acepte.

Esa vez no pude dormir, por lo que había hecho. Estaba seguro que los señores me iban a decir, “si quieres te doy la mano de mi hija”. Me fui a trabajar a las 7 de la mañana. Salí a las 4, corrí para llegar a la casa de mi novia. Isabel me alcanzó unas cuadras más adelante, y me dijo:

  • ¡Al que golpeaste fue a mi papá! Se tomó unas copas, y como no llegaba, mi mamá lo fue a buscar. Él entró con su llave. Al meterse a su recámara movió algo del buró, tumbó la lámpara, se hizo un corto y por eso estaba oscuro. Ahorita está en el hospital, muy grave, y nos dijeron los médicos que los golpes que le dieron fueron brutales.

No supe qué decirle. Todo un castillo de sueños se vino abajo. No hable con nadie. Lloré. Había pedido al amor de mis amores por querer hacerla de héroe. Para no tener dificultades, nos cambiamos de casa; nos fuimos a vivir al barrio de El Arbolito. Y de mi amor no quise saber nada. Me enteré que se había casado, pero desde ese día, jamás la he visto.

¡MUCHAS FELICIDADES A LOS NOVIOS Y A LOS AMIGOS, HOY 14 DE FEBRERO!

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