“EL CAPULINA”
A Jorge Pérez Hernández le decían “El Capulina”; era chaparro, gordo y al caminar paraba la cola, muy parecido al artista cómico, hasta en lo mamón. Trabajaba en la mina de “Paraíso”, estaba casado con Gloria “La Pelona”, la hija del “Diablo”, vivían en el callejón de Simón Bolívar, en el barrio de “La Palma”.
Como todos los mineros, era muy cabrón y parrandero, cuando salía de trabajar lo primero que hacía era meterse a la cantina y no salía hasta que estaba borracho, parece que su madre lo había parido ahí. A veces se le pasaban las cucharadas y se quedaba tirado; al verlo, los gendarmes se lo llevaban a la comandancia, directito al bote y no lo dejaban salir hasta el otro día, después de que hubiera lavado los excusados.
Otras veces la gente que lo conocía, le avisaba a su vieja, quien pasaba por su suegra Nachita y entre las dos, se lo llevaban de palomita a su casa. En los años que habían vivido juntos, tenían varios hijos, dos niñas y tres niños, negros y feos, que se parecían a su padre, hasta en lo pendejo.
Una vez que estaban comiendo, Gloria le dio la noticia de que estaba embarazada. “El Capulina” se levantó, la cargo dándole de vueltas, se le enredaron las patas y cayó encima de ella, sonando como claxon. La señora se levantó muy enojada y le dijo:
- ¡Baboso! Ten cuidado, hasta me sacaste el aire, pudiste haber matado a nuestro hijo.
- Perdóname vieja, pero no me pude controlar, desde hoy en adelante yo haré el quehacer, para que estés descansada. Voy a la cantina a brindar con mis amigos, a salud del que viene.
- No te tardes, recuerda que no puedo levantarme, y además mañana tienes que trabajar.
“El Capulina” se metió a la cantina “El Relámpago”, ahí encontró a sus cuates, les dio la noticia, iba a ser papá. Lo felicitaron, se aventaron unos pulques y unas cubas a salud del que venía en camino. Les decía a sus amigos:
- Me cae que tuve mucha suerte al encontrarme una vieja como la que tengo; esta feita, pero me ha salido muy buena para los chamacos. Hace 5 años me la robé y vamos por el sexto.
- A la que le deberías de darle gracias es a tu suegra, que te dio la mejor mula.
- A esa pinche vieja ni me la nombres, hace rato que pasé por su casa, me dijo: ¿Qué me ves pinche minero mendigo? Se me puso en guardia como si me fuera aventar un madrazo. Me iba a regresar para darme un callo con ella, pero no quiero hacer enojar a mi vieja, se le vaya a salir el chamaco.
- ¿Por qué no te quiere la señora? Cada que te ve, te mienta la madre. Un día que la agarres encabronada y te encuentre borracho, te puede hasta matar.
- Pinche vieja, le caigo como mentada de madre porque me robé a su hija; ella quería que la sacara de blanco y saliera del brazo del papá, ya que todas sus hijas le fallaron, y ella era la más chica. Lo iba a hacer, pero me cae que no pude juntar dinero para la boda, pero en estos momentos ya no me preguntes cosas tristes, vamos a seguir chupando antes de que el mundo se acabe.
Pasó el tiempo. Un día a la medianoche, la señora se comenzó a retorcer como gusano, a pujar como si estuviera estreñida. “El Capulina” se levantó, prendió la luz y le dijo muy cariñoso:
- No me digas que ya, vieja.
- Sí, tengo los dolores muy fuertes y siento que se me acalambran las pinches patas. Mientras preparo las cosas para que me lleves a la Clínica Minera, ve a la casa de mi mamá y le dejas a los niños encargados, le dices que mañana vas por ellos.
- No me orilles al peligro, mejor se los llevo a mi jefecita, esa vieja es capaz de ahorcarlos. La otra vez que pasé me vio y me aventó una piedra que, si no me agacho me pasa lo que al perico.
- Haz lo que vas a hacer, pero date prisa porque siento que el chamaco se me sale.
“El Capulina” parecía tlacuache, cargando a sus hijos, llegó a la casa de su mamá y le dijo:
- Jefa, le encargo a mis hijos, voy a llevar a mi señora a la clínica porque va a tener otro hijo.
- Ya deberías de parar hijo, el chiste no es hacerlos, si no mantenerlos y luego tú que no sientas cabeza, faltas mucho al trabajo y eres muy borracho, por eso tu suegra no te quiere ver ni en pintura.
- Ya jefa, deje de echar truenos, ahorita vengo.
Jorge y su vieja llegaron a la Clínica Minera; a la señora la metieron a la sala de maternidad, mientras “El Capulina” se paseaba como león enjaulado, hasta que le fueron a decir que había nacido un bebé, que podía pasar a verlo. Entró corriendo, dándole un beso en la frente a la señora y le dijo:
- Muchas gracias mujer, por haberme dado otro niño, a ver, déjame verlo.
Cuando lo destapó, se hizo para atrás muy sorprendido, al ver al niño güero, todos sus hijos son negros como pinacates. Para ver al niño, se volvió a limpiar los ojos y le dijo a su señora:
- ¡No mames! ¿Ahora que pasó?
- ¡De qué me hablas!
- No te hagas pendeja, este no es mi hijo, los míos están como el Zurullo. ¿Por qué este está güero? A mí se me hace que me diste maroma con el hijo de don Julio, el abonero, porque ese cabrón tiene la costumbre de que cuando va a cobrar se mete hasta adentro de las casas y no se sale hasta que le paguen.
- ¡No pienses mal! Créeme, ha de haber abueleado.
- No mames, yo conocí a tu abuelo, era prieto, a mí se me hace que…
- Dilo de una vez.
“El Capulina” se salió chillando de coraje, llegó a la casa de su mamá, que le preguntó:
- ¿Qué pasó con el niño? ¿ Se murió?
- Nada de eso, jefa.
- Lo dices tan desganado, a lo mejor en lugar del niño, querías otra niña.
“El Capulina” se quedó callado, en esos momentos hubiera querido una niña, pero de 15 años para consolarse.
- Te estoy hablando hijo, parece que te comieron la lengua los ratones, ya te conozco de otras veces, nace un hijo y te metes a la cantina, sales hasta el día siguiente. ¿Por qué no me contestas?
- Sí jefa, la estoy escuchando.
- A ver, dime, ¿cómo es el niño, se parece a sus hermanos?
- Mañana lo va usted a ver, se me hace que no es mi hijo, mi vieja me engañó, el niño, a pesar de estar pelón, tiene pelos rubios y es güero.
- No lo creo, sea de cada quién, tu mujer te ha aguantado pobreza, golpes, hambres y no sería capaz de meterse con otro hombre.
- Pues mañana vas a leer en el periódico que encontraron a una mujer en la Clínica Minera, toda descuartizada, porque engañaba a su marido; y a un recién nacido muerto, con el cuello retorcido.
- Ni Dios lo quiera, descansa y mañana te acompaño a ver qué es lo que sucedió.
En esos momentos, las enfermeras de la clínica discutían ante la jefa de enfermeras, porque sin querer habían confundido a los recién nacidos, por el descuido de no ponerles la pulsera de identificación y le dijo a una de las nuevas que acaba de entrar a trabajar ese mismo día:
- ¡Cómo que no te diste cuenta pendeja! Confundiste un niño negro, con un güero, el niño güero es de la cama número 26, la señora se llama Laura, el niño negro es de la cama número 36, la señora se llama Gloria, ahora tienes que arreglar tus pendejadas. Me cayó de extraño ver salir a un hombre echando mentadas y golpeando la pared, lloraba y gritaba que cuando regresara, iba a ahorcar a una vieja por traicionera.
- Lo que pasó es que como tienen cobijas iguales, los enredé y no me di cuenta, les voy a decir cómo estuvo la equivocación, hace rato llegó el papá del niño güero y al ver que su vieja tenía un niño negro, se armó un desmadre, la jaló de las greñas y la tumbó de la cama, lo mismo que el otro, salió como loco, hasta me atropelló con mi carrito de medicinas, me caí hacia atrás, parando las patas, al rato que regresen yo les explico que soy la culpable del cambio, que me hice bolas, porque aquí nacen de 6 a 8 niños diarios.
Por otro lado “El Capulina” no le calentaba ni el Sol, no pudo dormir porque según él, su vieja lo hacía güey.
Fue a la cantina para poner en orden sus ideas. Le preguntó a su compadre “El Pájaro”:
- Compadre, si mi comadre te engañara y tuviera un hijo que no es tuyo, ¿qué le harías?
- La quemaba con leña verde y le echaba al pinche escuincle de pilón, ¿Por qué me lo preguntas?
- De pura onda.
- Supe que mi comadrita se iba a aliviar. ¿Qué fue?
- Luego te cuento, ahorita voy arreglar un asunto con mi vieja.
Medio borracho, salió muy decidido a la Clínica Minera, con el fin de darle en la madre a su mujer y ahorcar al chavito, que le querían dar conejo por liebre; llegó a la cama donde estaba su señora y de un madrazo la hizo de lado, le estaba dando su chichi al niño, la agarró del pescuezo y para que se detuviera, la mujer le enseñó al niño. Estaba negro, feo, parecía un changuito.
“El Capulina” lo cargó, lo besó, la señora le contó lo que había pasado, lo había hecho una de las enfermeras, muy contentos se dieron un beso.
“El Capulina” era el hombre más feliz del mundo; al año siguiente volvió a empanzonar a su vieja, la llevó a la clínica, se paró en la puerta y no se movió hasta que le enseñaron a su hijo. No quiso volver a pasar otro mal rato.