“EL SASTRE”
Don Camerino era el sastre del barrio, un señor chaparrito y moreno; tenía un tumor en la nalga derecha, por eso caminaba como cangrejo, de lado. Aquellos que lo conocían decían que no era tumor, sino el callo de la pistola, porque Camerino, fue agente judicial. Usaba una gorra de gachupín y pantalones ajustados.
La casa donde vivía estaba en la calle Observatorio, en el barrio de La Palma; como se encontraba frente de una cantina que se llamaba “El Relámpago”, tenía que soportar a los borrachos que se iban a orinar en su puerta. Luego los muchachos maldosos, le aventaban piedras al techo de lámina y se echaban a correr. Salía con un palo en la mano; al no encontrarlos, les mentaba la madre. Era muy conocido en el barrio, por cariño le decían don Came. Lo que sea de cada quien, era muy bueno para hacer tacuches; arreglaba toda clase de pantalones, chamarras, y cierres. Una vez lo fue a ver Carmelita, una mujer divorciada, muy guapa, chaparrita, y bien buena. A don Camerino le gustaba mucho. Cada que la veía abría el hocico, y se le caía la baba, pero al tenerla cerca se puso muy nervioso.
- Buenos días, señor Camerino, vengo a verlo para que me haga un trabajo, mañana domingo, mi hijo Jorgito va hacer su primera comunión y quiero que le haga un traje a su medida, como sé que usted los hace.
- Con mucho gusto, señora, pero pasen a mi casa, porque tengo que tomarle medidas al niño, le voy a hacer un tacuche que parezca muñeco de pastel.
- Muy amable, don Camerino.
La dejó que pasara primero y al ver cómo movía las nalgas, el pobre viejo cerraba los ojos y apretaba los labios, moviendo la cabeza de un lado para otro. Les acercó unas sillas para que se sentaran, sacó la cinta de medir, anotando la talla en una libreta, y le preguntó a la señora:
- ¿Cómo quiere que le haga el traje, sport o de etiqueta?
- El que usted crea que le quede mejor, pero antes, dígame cuánto me va a acostar.
- Depende de la tela, le voy a mostrar algunos casimires, hay de varios precios.
Don Camerino caminaba nervioso, y cada rato se tropezaba. Sacó las muestras de tela y se la puso en la mesa.
- Escójala, mire esta, es grano de pólvora, la tengo en varios colores, pero sale un poca carita porque es tela importada.
La señora se levantó y se pego junto a don Camerino, que aguantaba el resuello para no echárselo, y le dijo:
- Está es muy bonita, me gusta, se siente muy fina. ¿Cuánto vale?
- Le sale en dos mil pesos.
- ¡Caray! ¿No tendrá otra más baratita? Es mucho dinero, y no lo tengo. Con lo que gano apenas me alcanza para medio comer.
- No se preocupe, por tratarse de usted, se lo voy a dejar a la mitad. Ya tengo las medidas del niño y mañana temprano, a primera hora, puede venir por el traje. Escogió muy bien el color: el azul marino; para esos sacramentos religiosos, son lo ideal. Pero qué desatento he sido. Por la emoción de tenerla tan cerca, no les he ofrecido un refresco, pero ahorita se los traigo.
- Le agradezco mucho su atención, pero tengo prisa. Voy a ponerme de acuerdo con la madrina, a qué hora nos vamos a ver. Mejor, qué le parece si después de la primera comunión va a mi casa; allá no lo tómanos. Usted será mi invitado de honor. Mañana vengo a molestarlo temprano.
Carmelita le dio la mano a don Camerino para despedirse; él la tomó con mucho cariño, y la apretó con las dos, lanzando un profundo suspiro.
- ¡Hasta mañana, Carmelita!
Don Camerino se sintió el hombre más afortunado del mundo; fue a comprar lo necesario para hacer el trabajo. De paso, se metió a la cantina y compró una botella de ron. Estaba feliz, pues tuvo muy cerca al amor de su vida, al amor en silencio, al amor de sus amores. Además, sabía que era una buena oportunidad para quedar bien con la señora, haciéndole el mejor traje a su hijo Jorgito, que ya lo consideraba suyo. Toda la noche se la pasó trabajando, cortando y cosiendo, la que fuera la obra de arte, la que le abriera el camino a su felicidad, que tanto había deseado. La imagen de la señora Carmelita no se le quitaba de su mente. Entre trago y trago, se terminó la botella. Los efectos fueron terribles: le habían fallado las medidas. Cuando don Camerino se dio cuenta que la había regado, quiso remediar su error y la acabó de amolar. Se sentó. Las lágrimas le rodaron por las mejillas. Había amanecido y no tardaba en llegar Carmelita por el traje. Cuando tocaron la puerta, se paro rápido, parece que le picaron la cola. Cuando abrió, Carmelita le sonrió:
- Buenos días, señor Camerino, vengo corriendo por el traje, me agarró un poco la tarde. La misa es a las 7 de la mañana, y son seis y media, apenas me va a dar tiempo de vestir a mi hijo.
Cuando el sastre le entregó el traje, la señora se puso furiosa:
- ¿Qué esto, don Camerino? El pantalón tiene una pierna más grande que la otra, y el saco está mocho de una lado. ¡Mire, le falta un pedazo!
Don Camerino, a punto de llorar, le dijo:
- Discúlpeme, Carmelita, le pido que sea yo quien le compre el traje a su hijo, la verdad es que…
- ¿A dónde va a encontrar una tienda abierta a estas horas?
Don Camerino miraba a la señora y bajaba la cabeza. Carmelita miró el traje y, no habiendo otro remedio, le dijo al sastre:
- Mire, señor, por favor, póngame atención, a lo mejor si le cose un pedazo de tela de este lado al pantalón, le puede quedar bien.
- Ya lo intente muchas veces, créame, he buscado la forma de remediar mi error, pero no hay remedio.
La señora, al acercarse al sastre, se dio cuenta que apestaba alcohol; es más, lo descubrió que todavía estaba borracho. Muy enojada, le dijo:
- Todo esto pasó por no dejar de beber; pero yo tengo la culpa por haber confiado en una persona irresponsable. Usted me había caído bien, pero me doy cuenta que es un viejo borracho.
Don Camerino, jugándose el todo por el todo, le dijo a la señora:
- Para que salga del problema, cuide que el niño siempre tenga todo el tiempo las manos dentro de las bolsas del pantalón, y que esté con una patita arriba del escalón y otra abajo, así no se notará tanto.
La señora explotó:
- Lo que pasa es que usted es un pinche viejo borracho y pendejo. Devuélvame el dinero que le adelanté y quédese con sus chingaderas.
Carmelita le aventó el traje en la cara. El hecho de que le hubiera dicho pendejo, le dolió mucho a don Camerino. Se dejó caer en un sillón y como un joven enamorado, no dejaba de llorar. Don Camerino no lo pensó más. Teniendo enfrente la cantina, se metió. Lo primero que pidió fue un tequila doble y luego una botella. Uno de los vecinos del barrio, extrañado al verlo tomando, y se le acercó:
- ¿Qué le pasa, don Came? Si usted nunca chupa.
- Siéntese, amigo, le voy a invitar una copa. Vengo a este lugar a levantar mi tristeza de mi alma. El alcohol me va a dar fuego para que mi cuerpo tenga el ánimo y pueda enfrentarme a la vida, para poder soportar la decepción que el destino me ofrece.
- ¿Se siente bien?
- Mejor que nunca. Estoy enamorado de una dama, desde hace mucho tiempo; ahora que tenía la oportunidad de quedar bien con ella. La emoción me embargó, hizo mis manos torpes y la regué.
Don Camerino golpeaba con los dos puños la mesa, luego abría las manos y le pegaba como si le diera de cachetadas. “El Pelón”, que lo acompañaba, se las agarró y le dijo:
- No se golpee, señor, se pude lastimar sus manos.
- No me importa, las tijeras cortaron a lo tonto y eché a perder mi trabajo.
- Qué raro, si usted es un chingonazo para eso de la rastreada.
- Hasta ayer lo fui. Eso me llena de tristeza, porque yo pertenezco a una familia de abolengo para hacer trajes. Mi abuelo se los hizo a Porfirio Díaz, mi padre a Madero, yo al presidente municipal. No es el momento de que me adorne, pero antes me decían el Tijera de Oro ¿Ahora sabe cómo me dicen?
- No señor.
- ¡Pendejo!
- ¿Qué pasó señor? ¿Así nos llevamos?
- Así me dicen a mí, no se lo estoy diciendo a usted.
Pasaron las horas. Don Camerino siguió emborrachándose. El dolor le partió el corazón. Los compañeros del barrio lo sacaron de la cantina y lo llevaron para su casa. Como don Camerino no estaba acostumbrado a tomar, se estaba muriendo de una cruda. Por inexperto, tomó agua y se le enredaron las tripas. Lo llevaron al hospital y de ahí no salió: quedó muerto. Todos los que conocimos a don Camerino, el sastre, lo recordamos con cariño.