UN INFIERNO BONITO

“EL PATAS”

A Juan “El Patas”, lo habían corrido de la mina, no lo querían porque era muy faltista, buscó trabajo por muchos lados, pero no encontró, no le quedó más remedio que meterse de albañil. Vivía en la vecindad, casi hasta el cerro del barrio de “La Palma” 

Como a todos sus amigos les gustaba mucho el pulque, se unió a la cuadrilla y resultó que era todo un maestro en distinguir toda clase de pulque, el sabor y su efecto; si era fuerte, suave, dulce, curado o de cualquier fruta o hierba, como de alfalfa. 

Diario entraba a alguna pulquería  y salía agarrándose de la pared, hablando solo, mentandole la madre a quien pasaba, algunos se regresaban y le daban sus madrazos, otros un aventón, al final se quedaba tirado, muchas veces lo levantaban sus amigos y lo llevaban a su casa.

Pero los gendarmes, al ver que estaba durmiendo en la banqueta se lo llevaban a la barandilla, al otro día lo dejaban salir, siempre y cuando lavara muy bien los baños de las galeras. Era muy conocido en el barrio como borracho de profesión y decían que su madre lo parió en una cantina, por eso se la pasaba chupando hasta salir como araña panteonera. 

“El Patas” era un hombre chaparro, medio gordo, tenía unas pinches patas como de gringo, calzaba del número 32. 

Decía uno de sus hermanos, que cuando nació, no quería salir y lo jalaron de las patas, por eso le crecieron. Su señora se llamaba Inés, tenía un chingo de chavos, A Juan le valía madre si comían o no, él sacaba para el pulque, para la comida Dios diría. 

Un día salió de la cantina súper borracho, daba un paso para adelante y otros dos para atrás, haciendo equilibrio con las manos, para no caer, parecía que andaba agarrando pollos.

Con miles de trabajos subió por el callejón, se metió al excusado, y se quedó dormido. Doña Inés lo esperaba despierta, muy preocupada, porque había veces que se quedaba tirado en la calle o llegaba descalabrado, raspado o chipotudo por los madrazos que se daba contra la pared o de los mulazos que se daba al caer. 

La pobre señora lo esperaba sentada junto al brasero, pidiéndole a Dios que no lo fuera a aplastar un coche, cuando escuchaba ladrar a los perros, iba a ayudarle.

Ese día, pasaba de la medianoche, el aire soplaba tan duro que movía las láminas del techo, la señora se persignaba y decía: “¡Ave María Purísima!” Y con sus manos hacía la señal de la Cruz.

De momento entró “El Patas” corriendo, abriendo la puerta de un caballazo, que tumbó a su mujer, que  se levantó como resorte, muy espantada, vio a su viejo que estaba muy pálido, con los ojos desorbitados y llegó en su juicio a pesar de que apestaba a pura marranilla y le preguntó:

  • ¿Qué te pasó, Juan?
  • ¡Ay, vieja! Estaba haciendo del baño, de pronto vi a un hombre sin cabeza, que entró al otro baño de a lado.
  • ¡No mames, de tanto pulque que tomas, ves visiones!
  • ¡Verdad de Diosito Lindo! Hasta la borrachera se me bajó, mira mis brazos, están como la carne de gallina.

La señora lo miró y le dio escalofrío, Juan temblaba como gelatina, los labios los tenía secos como de chango y tartamudeaba al hablar.

  • Te lo juro por mi jefecita, que no te estoy diciendo mentiras. Me cae de madres, ¡vi a un hombre sin cabeza!

La señora, al ver que estaba en su juicio, la creyó.

  • ¡Madre Santa! Mañana te consigo un escapulario bendito, para que el alma que anda penando no se te acerque contigo, pero viéndolo bien, ¡Tú tienes la culpa, cabrón! Por llegar tarde!

“El Patas” no podía olvidar lo que vio, comenzó a temblar de pies a cabeza y con miedo se metió a la cama, con todo y zapatos. Los perros ladraron y se tapó la cara con las cobijas, le dijo su  vieja:

  • ¡No te espantes viejo!  Los perros ladran por el aire que hace, sopla fuerte y despega las láminas, acompáñame a ver.
  • ¡Ni madres!

Toda la noche no pudo dormir,  al otro día tenía los ojos de bruja colorados, se le fue el apetito y estaba muy nervioso.

  • ¡Cómete este caldo de pollito! No has comido nada desde ayer.
  • ¡No tengo nada de hambre, te lo juro!
  • Voy a ver a tu mamá, le voy a contar lo que te pasó. A lo mejor ella sabe el remedio, a mí se me hace que estás espantado y te puedes morir.
  • ¡No la chingues!
  • Un día tu mamá me contó que a tu papá lo espantó un pinche muerto. Se puso como el gato seco, hasta que se murió.
  • ¿Cuándo te lo dijo?
  • Un día que estaba de buenas, porque la vieja de tu madre, es muy mula. ¿Te acuerdas el día que fuimos al bautizo del hijo del “Chirimoya”? Como  estaba peda, me contó varias cosas.
  • ¡Ujulé! A mí me había dicho que mi jefe se murió porque se puso una borrachera de tres días y tomó agua.
  • Te lo dijo para que dejaras de tomar, me cae que tienes el hocico como de chancla de tanto tomar pulque y marranilla. Todavía sigo pensando que a lo mejor lo que te paso fue el Delirium Tremens, que tiene todos los teporochos. Ahí tienes al Callejas, ve arañas, le da miedo y grita señalándolas, se mete debajo de la  cama porque dice que lo andan persiguiendo, por más que su vieja le pica con un palo, no sale hasta que se le pasa.
  • ¡Oh, chinga! Que te digo que vi al hombre sin cabeza, ¿qué no entiendes? O te hago entender a madrazos.
  • ¡No te chispes, cabrón! No se te puede decir nada porque luego, luego, respingas. Ahorita vengo voy a ver a tu jefa.
  • ¡Por ahí, si ves a mi maestro, le dices que no voy a trabajar por un tiempo, porque estoy malo.

Doña Inés llegó a la casa de su suegra, y en pocas palabras, le contó lo que le pasó a su hijo.
–   Así es como le cuento, suegra. Su hijo está más amarillo que un chale, no quiere comer, luego se queda mirando como pendejo, a un solo lado, le hablo y no me hace caso. A ratitos se queda dormido, brinca como chivo y despierta sudando.

  • Así como lo dices, mi hijo está espantado, hoy no puedo ir a curarlo, me cayó una chamba de ir a guisar en una pachanga, pero mañana temprano, ahí te caigo en tu casa, como abonero en quincena.
  • Y mientras, ¿qué le hago?
  • Ponle en la cama una cruz de cal, que se acueste sobre ella. Compra los espíritus de tomar y se los das como agua al tiempo, los espíritus de untar se los untas en todas las coyunturas del cuerpo. Debajo de su almohada ponle una imagen de la Santísima Trinidad. Y en voz alta rézale La Magnifica, por si es el diablo se lo quiere llevar.

Pasaron los días y “El Patas” empeoraba, a pesar de que su jefa, lunes, miércoles y viernes, lo iba a curar. Al mediodía lo sacaban al sol, cuando estaba cerrando los ojos como los pollos, la señora se echaba un trago de alcohol, se lo lanzaba con la boca, en la cara y le gritaba fuerte por su nombre, lo envolvía en una cobija y lo dejaba hasta que sudara. 

Pero eso valía madres, porque “El Patas” había enflacado mucho, se le veían las costillas como marimba, no hablaba, sólo pujaba y todos los esfuerzos fueron en vano. Un día se murió y estaban como el Lonje Moco, nadie sabe, nadie supo. En la vecindad nunca supieron porque se murió, pensaron que fue por borracho. Y nadie quitaba el dedo del renglón, porque lo conocían de pies a cabeza.

Una vez doña Inés estaba lavando y escuchó una plática entre dos vecinas, doña Santa y doña Julia.

  • Fíjese Julita, que ayer por la noche me dio diarrea y tuve que venir al baño, al entrar por la luz de la luna vi salir a un hombre sin cabeza del otro baño. ¡Ay, nanita! Por poco y doy el changazo. 

Grité de miedo desesperada, a todo pulmón, espanté a los pinches perros, que comenzaron a ladrar. El hombre sin cabeza se acercó a mí. Ya no me aguanté y me ganó. Se bajó el suéter y era “El Chicho”, el hijo de don Manuel, como está pelón y hace mucho frío, se había subido el suéter para que le cubriera la pelona. ¡Que sustote me dio!

Doña Inés, al escuchar, cerró los ojos, cubriéndose el rostro con las manos y casi a punto de chillar, dijo en voz alta:

  • ¡Pinché del “Chicho”, por su culpa se murió mi viejo!

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