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UN INFIERNO BONITO

“EL SOCORRISTA”

A los alpinistas del Club Alpino “Comando Halcones”, nos invitaron a ser Socorristas de la Cruz Roja Delegación Pachuca, porque en aquellos tiempos había muchos accidentes: de caídos en las escaladas de rocas o varias familias extraviadas en los valles, caminos o en sus escalamientos. 

El director, el secretario, el jefe de enfermería y el chofer de la ambulancia y los socorristas de base de la institución, habíamos quedado que los alpinistas tenían que tomar un curso en la escuela de socorrismo, con el fin de tener los conocimientos en los levantamientos de accidentados.

Eso incluía desde sus signos vitales, fracturas, en las extremidades superiores e inferiores, curar heridas de primero a segundo grado, así como trasladar a un herido con fractura, en fin, desde un desmayo, hasta una lesión grave.

El jefe de socorrismo y su gente, recibieron conocimientos en escaladas y rapel, aprendieron a utilizar las cuerdas en los escalamientos, a conocer y recorrer caminos, a marcar lugares peligrosos a los paseantes, entre otras cosas.

Sin embargo, el entusiasmo de ayudar a algún lesionado nos hizo meternos a la escuela de socorrismo, apoyados por el rescate alpino de la Ciudad de México, tuvimos que cumplir turnos, eso de ver sangre, heridos, atropellados, quemados, caídos, apuñalados, destripados y demás, se nos hizo costumbre, igual ir colgados detrás de la ambulancia, correr a toda velocidad con la sirena abierta nos ponía la carne de gallina al principio, pero luego nos gustaba. La prematura decisión de meternos de socorristas nos hizo cometer muchos errores.

Una vez estábamos de servicio en el Valle de las Ventanas, del Chico, Hidalgo; allá nos iban a dejar por la mañana en la ambulancia y nos traían por la tarde, a veces traíamos a un lesionado, otras regresábamos sin novedad. 

Una vez que estábamos en servicio, se nos acercó una señora muy angustiada y nos preguntó:

  • ¿Ustedes son de la Cruz Roja?
  • Sí, señora. Para servirle, mi nombre es Félix Castillo García, soy el comandante de rescate, ¿qué se le ofrece?
  • ¡Mi hijo se perdió en el monte! Tengo mucho tiempo buscándolo.

Llegó otro señor muy angustiado, me enseñó unas credenciales.

  • ¡Soy embajador de Haití en México! Por favor busquen a mi hijo, se lo suplico.

Como comandante de rescate, saqué mi libreta y le pregunté mientras anotaba:

  • ¿Cuántos años tiene el niño?
  • ¡Seis!
  • ¿Cómo es?
  • Bajito de estatura, pelo quebrado, piel blanca, ojos azules y se llama Jonathan

Junté a la Patrulla de Rescate y les di instrucciones:

  • Tú, Miguel Ángel, te vas a la Estanzuela, lo buscas por la presa del Cedral y te regresas; tú Ernesto, sigue la carretera a Pueblo Nuevo, te metes al pueblo, preguntas por él y te regresas; tú, compadre “Kalimán”, te vas por el camino a Cerezo, llegas a la tumba burros y te regresas; tú, “Niño”, vete a Carboneras; tú, “Chino”, vete al Chico, dentro de una hora nos vemos en este lugar.

Yo me fui a dar una vuelta por las grandes peñas de las ventanas, detrás de la montaña Fistol, hasta llegar al valle del Churro, ahí estaban unos jóvenes echando una cascarita de fútbol, me llamó la atención ver un chavito sentado, estaba mugroso como carbonero y le pregunté:

  • ¿Cómo te llamas?
  • ¡Jonathan!

Lo tomé de la mano y en un riachuelo le dije que se lavara la cara, estando seguro de que era al que buscábamos, se los llevé a sus padres, que locos de alegría le dieron la bienvenida, me ofrecieron de comer, les dije que tenía que esperar a que regresaran los demás compañeros, que fueron a buscar al niño. 

Cuando llegaron, le entramos duro al pollo y la comida que llevaban, nos dieron unas botellas de vino, que les dimos en la madre en menos de lo que les podría contar.

Nos dieron un cheque de 5 mil pesos para la institución y el niño me regaló unos radios Walkie – talkies, con un alcance de 300 metros lineales. Como siempre había soñado que la ambulancia tuviera radio, me gusto mucho el regalo. Se despidieron de nosotros,  y después llegó la ambulancia y nos regresamos. 

Como niños con juguete nuevo, veníamos hablando y jugando entre nosotros, como ya era tarde, llegando a mi casa de inmediato me puse a hacer claves para entendernos en el socorrismo, hay veces que teníamos que hablar sin que la gente entendiera. Por ejemplo 14, quiere decir muerto.  

Estas claves las inventé: 1.- Cruz Roja, 2.-  Estamos listos, 3.- Partimos de inmediato, 4.- Ambulancia, 5.- Herido, 6.- Carretera, 7.- Policía… Las practicamos a diario para saberlas sin titubeos, aunque había mamones que nos decían por el radio:

  • ¡Aquí, jaque mate al rey dos, cambio!

Llegó el día en que se festejaba la feria de San Francisco de Asís, afuera de la iglesia, junto al parque Hidalgo y sus alrededores; estábamos listos para probar los radios, nos sentamos junto al teléfono y no llegaba ninguna llamada de un accidentado. Así pasaron las horas y no había ningún lesionado.  

Hasta que, por la tarde, por fin recibimos una llamada, nos comunicaron que había un accidentado afuera de la iglesia de San Francisco. Rápido subimos a un socorrista a la azotea con todo y radio, a ver que frecuencia teníamos.

  • ¿A ver, cómo se escuchan?
  • 2-3-5-2-3-5, responde.
  • ¡No se oye nada!
  • Ya no perdimos el tiempo, salimos con la sirena abierta a toda velocidad, el chofer y dos de nosotros en la cabina. Hacíamos la lucha con los radios pero no escuchábamos ni madres.
  • ¡2-3-5!

Los pinches radios chillaban como grillos, parecían cibis de taxis.

Llegamos al lugar del accidente, frenado la ambulancia como si echáramos arrancones, había mucha gente, nos bajamos:

  • ¡Por favor! Háganse hacia atrás.

Sacamos un carro camilla que tenía ruedas y se hacía al tamaño que quisiéramos, amarramos al herido, le tomamos sus signos, lo subimos a la ambulancia, y lo radios habían valido madre. Como estábamos distraídos con los radios, nos subimos por la calle de Arista, atrás de la iglesia de San Francisco, una subida muy parada, el chofer manejaba como loco y el socorrista y yo, revisábamos los radios e intentábamos hablar. Por la subida la gente nos hacía señas, levantando las manos, nosotros pensábamos que nos agradecían el servicio y con la mano les dábamos las gracias. 

Cuando llegamos al hospital, al escuchar la sirena, ya nos esperaban los camilleros, enfermeras y médicos del hospital, me bajé y abrí la puerta de la ambulancia. ¡En la madre! ¡El herido se nos había salido! 

Regresamos de nuevo y lo encontramos estampado en una pared, con todo y camilla, la gente nos mentaba la madre, sin hacerles caso lo subimos pero ahora nos fuimos con él atrás, me dijo el socorrista.

  • ¡No te preocupes! Cuando llegamos la primera vez estaba inconsciente y ahora se queja. 

Llegamos a la Cruz Roja, junté los radios y con un martillo les di en la madre.

Desde esa vez, se me quitó la idea de ponerle radio a la ambulancia y me dediqué a estudiar enfermería en el Hospital General, luego me regalaron don becas para enfermería en la escuela de superación, en la Ciudad de México y con el tiempo, en las instalaciones de la Cruz Roja formé una escuela invitando a los jóvenes hombres y mujeres, para que aprendieran los primeros auxilios.

Dimos clases de primeros auxilios en los barrios más pobres, por los accidentes y enfermos que había en el barrio del Arbolito, La Palma, la Colonia Minera, la 11 de Julio, en Venta Prieta, etcétera.

A muchos de los alumnos les gustó y se quedaron a ayudar en el Hospital General, como servicio social y en muchas partes.

Después nos dedicamos a lo nuestro, escalar rocas montañosas y volcanes, por mi ejemplo, se hizo la escuela de enfermería en la Cruz Roja. Para mí y todos mis compañeros alpinistas y socorristas fue una gran satisfacción el haber pertenecido y representado a la Cruz Roja en desfiles y en todos los eventos que se realizaban. Y sobre todo darle atención a los enfermos y lesionados de corazón, cabeza y mano.