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UN INFIERNO BONITO

“EL NACO”

Teófilo Hernández Pérez llegó a Pachuca a buscar fortuna, venía de una de las rancherías de por Atotonilco el Grande, pero no llegó solo, se trajo a su greñuda vieja y a un perro llamado “El Canelo”. Teófilo usaba sombrero grandote como de mariachi, camisa de manta, pantalón de mezclilla y huaraches de suela de llanta. A pesar de ser joven y grandote, caminaba como viejito, hablaba muy chistoso, por eso le decían: “El Naco”. Su vieja se llamaba Jacinta, era chaparra, usaba nagua larga, que le llegaba hasta el suelo, y como no se le veían las patas no se sabía si usaba zapatos o andaba como pata de perro. Era huraña con las vecinas, casi no hablaba con nadie, se pasaba de largo como mula. 

Les costó un poco de trabajo conseguir casa. En el barrio de El Arbolito los caseros pedían tres meses de renta adelantada, hasta que se acomodaron en el callejón Candelario Rivas, casi hasta el cerro. Teófilo se presentó al sindicato minero a pedir trabajo, como lo vieron fuerte, lo contrataron en la mina de San Juan. Le gustaba de a madres el pulque. Hizo migas con todos los de barrio; era muy trabajador. Pasaron los días, cuando llegaba a su casa súper borracho, lo primero que hacía era preguntar por su perro:

  • ¿Dónde anda mi “Canelo”?
  • Hace rato se fue con un chingo de perros que andan siguiendo a una perra.
  • Ah, cabrón, lo voy a buscar, porque como luego no les toca con la perra, se dan uno con otro, me lo vayan a volver mayate o le peguen el sida.

Teófilo se tardaba horas en encontrarlo, cuando lo hacía, se lo llevaba cargando a su casa, le daba consejos, porque era un perro de pueblo, eso ponía con los pelos de punta a doña Jacinta:

  • Ya deja a ese pinche perro. Lo que habías de hacer es bañarlo, que huele re feo.
  • ¡Cállate el hocico! Tú lo que debes hacer es cuidarlo y alimentarlo para que sea fuerte y sano, a mí se me hace que le das memelas calientes porque lo veo muy menso, pero el día que te caiga, me cae que te voy a dar en la madre.

Al pasar los días, Teófilo en la cantina no dejaba de hablar de su perro. Sus compañeros de parranda estaban convencidos que lo amaba más que a doña Jacinta. En una ocasión, al entrar a la vecindad, su perro “El Canelo” se estaba aventando una madriza con otro perro. “El Naco” quiso apartarlos y le dieron una mordida en la mano, que por poco le mochan los dedos. La señora Jacinta les aventó una cubeta de agua para que dejaran de pelear.

  • ¡En la madre! Mira cómo te dejaron tu mano. ¿Quién te mordió?
  • Fue mi “Canelo”, pero lo hizo sin querer.

La señora puso agua a calentar, le lavó la mano, le puso agua oxigenada, pero la sangre no le paraba.

  • ¡Híjole, viejo, tu mano! Se te puso como guante de beisbolista; tienes que ir a ver al doctor antes de que te la mochen y quedes como el Capitán Garfio.
  • Me siento con calentura.

Su vieja le puso el dorso de la mano en la frente:

  • Tienes fiebre, te estás poniendo como camarón.

Toda la noche se la pasó quejándose, no dejó dormir a doña Jacinta; por la mañana, muy temprano, lo levantó:

  • Vete a pedir tu papel a la mina, para que vayas al dispensario, yo no voy porque los pinches mineros son muy vaciladores.

“El Naco” se presentó al dispensario médico de la Compañía, y le dijo el doctor:

  • Te voy a dar incapacidad, pero tienes que ir al Centro de Salud para que te vea el médico. ¿Qué trapo tan sucio traes en la mano?
  • Es que mi vieja estaba desesperada, agarró lo que tenía enfrente para envolverla.
  • Creo que son sus calzones, siquiera los hubiera lavado. Bueno, vete y cuando te vea el médico me vienes a decir lo que te dijo. Aunque de seguro te tiene que inyectar contra la rabia y debes de llevar al animal.

Teófilo salió muy triste del Centro de Salud; por lo que le dijeron, llegó a su casa como queriendo chillar. Su vieja fue a alcanzarlo para darle ánimos. Estaba tan trompudo, que parecía puerco.

  • ¿Qué pasó, viejo?
  • El pinche doctor del dispensario, me mando al Centro de Salud, allá me inyectaron en el ombligo; quieren que lleve al “Canelo” al antirrábico para que revisen si no tiene rabia. Dicen mis cuates que allá le van a rajar la madre para abrirle la cabeza, pero si no lo llevo vienen a darle cran a domicilio.
  • ¡Cómo serás pendejo, viejo! Dices que lo quieres mucho, y lo echas de cabeza que te mordió.
  • ¿Qué querías que les dijera?
  • Que fuiste de cacería y te mordió un león.
  • Yo no regreso al Centro de Salud, voy a engañar al doctor del dispensario, que lo llevé y les enseñé el diploma del perro sano del mes, y tú me curas.
  • Ahí sí me la pones pelona; eres re chillón, apenas comienzo a echarte alcohol, gritas como si estuvieras pariendo chayotes.

Pasaron los días, y a su casa llegó una trabajadora social del Centro de Salud y le dijo:

  • Es por su bien, señor, que lleve al perro que lo mordió, lo vamos a tener en observación en el antirrábico, si no tiene rabia, lo dejamos salir.
  • Le juro señorita, que mi perro se las olió de que lo iban agarrar y se fue de la casa, desde que me mordió, no ha regresado, lo busqué por todas partes y ni sus luces, para mí que se fue para el rancho.
  • Le aconsejo que mientras lo encuentra, no deje de inyectarse y que lo curen de su mano que se le está infectando.

“El Naco” bajó al barrio, se quedó sentado en la banqueta, muy pensativo sobre el futuro de su perro. Llegó uno de sus amigos, agarrándolo descuidado, lo tiró hacia atrás. “El Naco” soltó un grito muy fuerte:

  • ¡Ay, cabrón! No mames, güey, ya me lastimaste.
  • ¿Qué te pasó?
  • Me mordió mi perro. Se estaba dando en la madre con otro y por meterme, me agarró mi mano.
  • Deberías de ir a que te curen y llevar a tu perro para ver si no tiene rabia, si te la pegó, vas a morder a tu vieja.
  • A curación ya fui, también a que me inyectaran, pero mi perro no tiene rabia.
  • Le puede dar en cualquier momento, con este calor sudan mucho, luego andan con la lengua de fuera, toman agua encharcada, sucia y comen lo que encuentran, ¿a poco tu perro no es caquero?
  • ¡No, ni madres! Mi perro es provinciano, se avienta las tres comidas al día y toma agua de garrafón; luego nos vemos.

“El Naco” regresó a su casa, buscó al “Canelo” debajo de la cama, y le preguntó a su vieja:

  • ¿Dónde anda mi “Canelo”?
  • Hace un rato estaba en el patio, ¿no se lo habrán llevado los del Centro de Salud?
  • No la chingues, voy a buscarlo.
  • Son las 8 de la noche, ¿dónde lo vas a encontrar?

Teófilo no le hizo caso, recorrió parte del barrio buscándolo, por las calles Observatorio, Reforma; al subir al cerro encontró al “Cachuchas”:

  • ¿No has visto a mi perro?
  • Se fue con el velador, ya sabes cómo es ese güey, según para que no ande solo, porque le da miedo entrar a silbar al callejón, trae una perra amarrada con un lazo y un chingo de perros que la andan siguiendo pero no deja que se le encimen.
  • Voy a buscarlo al basurero.

“El Naco” le gritaba a todo pulmón:

  • ¡Canelo, Canelo!

Cerca de la medianoche, Teófilo llegó a su casa, le preguntó a su señora si no había llegado. Jacinta le dio la queja:

  • Yo no te quería decir nada pero tu pinche perro se ha vuelto muy parrandero, quería violar a la perra de don Clemente, por eso fue el pleito con el otro perro, que estaban en lo mismo cuando te mordió la mano, pero eres un consentidor.
  • Ya mejor vamos a dormir.

Al día siguiente, muy temprano, llegó “El Canelo”. No ladraba, solo se arqueaba como si tuviera atorado un hueso. La señora, conocedora, le dijo:

  • A tu perro le dieron hierba.
  • Sálvalo, vieja, tú sabes cómo hacerlo.

La señora fue a la cocina, sacó agua del maíz hirviendo, que se llama nejayote, en la mano se puso una moneda de las de antes, de 20 centavos, de cobre y le dijo:

  • Le abres el hocico con las dos manos, a ver si no te lastimas, mientras yo le echo el remedio, con este lazo le amarras el hocico, lo agarras de las patas traseras y le das de vueltas lo más rápido que puedas.

“El Naco” así lo hizo, lo agarró de las patas a su “Canelo”, le daba vueltas alrededor del cuarto; en una de tantas se le zafó el perro, se fue a estrellar al estómago de doña Jacinta, que le sacó el aire. Con la baba del animal, la señora se resbaló y cayó sentada sobre “el Canelo”, que lo destripó. Teófilo le gritó a su vieja:

  • ¡Pinche vieja, pendeja, ya lo mataste!

Se acercó junto al perro, lo levantó, se lo puso en las piernas y le gritaba en la oreja:

  • ¡Canelo, mi Canelito, ládrame por favor!

Pero todo era inútil. El can no lo escuchó, estaba muerto. “El Naco” lloró amargamente para olvidar su tragedia, que ni de la mordida se acordó. Regresaron a su pueblo, y nunca pudo olvidar a su “Canelo”.