“EL OSO”
Miguel Pérez Martínez, conocido en el bajo mundo como “El Oso” se encontraba en la cantina “El Gran Golpe” jugando en la rayuela las jarras de pulque, cuando iba a tirar, de momento entró su suegra, que le gritó:
- ¡Miguel! vámonos para la casa, María está a punto de que se le salga el chamaco, da unos gritos, que parce que le están apretando el gañote!
- Cálmese, suegra, chinga. Ese tiro iba para un ocho, y me lo cebó. ¡Dígale a su hija que nada más termino y voy por ella!
- Yo no le digo nada, porque en este mismo minuto va a su casa, cabrón o me lo llevo a punta de madrazos.
La señora les dijo a los que estaban en la cantina:
- ¿Ustedes que me ven, pinches sonsacadores borrachos?
Luego le dijo a su yerno:
- ¿Qué esperas que no te encueras, pendejo?
A empujones se llevó al “Oso”, que llegó a su casa y le dijo a su señora:
- Dice tu madre que ya no tarda en salir el chamaco, vámonos.
Todo el camino la fue zurrando:
- Dile a tu madre que no se ande metiendo conmigo, un día se le va a aparecer el diablo encuerado en un callejón sin salida. ¡Qué ni le busque ruido al chicharrón!
- Ahora que la veas, díselo tú.
Al llegar, la metieron porque iba de emergencia. Miguel estaba en la Clínica Minera, esperando a que naciera su hijo. Se sentía muy nervioso, iba de un lado al otro, paseándose como león enjaulado. Le daba unas chupadas, cada rato, a su cigarro, esperaba que alguien del personal del sanatorio le dijera lo que había traído su vieja, que parecía coneja: con este era el hijo número 15. Se sentaba, se paraba y cada que salía y veía a una enfermera, le preguntaba:
- ¿Qué salió, señorita?
- ¡Todavía nada!
Pasaron las horas. Por sus patas, en el suelo había dejado un montón de colillas de cigarro y escupitinas por todos lados. Hasta donde estaba se escuchaban los gritos de su vieja, que parecía que estaba pariendo chayotes. Poco después salió el doctor y “El Oso” corrió a preguntarle:
- ¿Ya, doctor?
- ¡Acaba de nacer un niño! No sé por qué tienen tantos hijos. Le pido autorización para que ligue a su señora.
- ¡No! Ni madres. El único que liga con ella soy yo.
- Quiero decir que si le puedo amarrar las trompas.
- ¡No la chingue, doctor! Si le amarra la trompa luego con qué come, por una parte estaría bien, porque le gusta mucho el chisme.
- Lo que quiero decirle, señor, para que me entienda, es que le vamos a amarrar las trompas de falopio, para que ya no pueda tener hijos.
- ¡Ahí si no, doctor! Amárreselas a su vieja. A la mía déjela que siga produciendo.
- ¡Le pregunto porque tienen muchos hijos! Aparte de que es difícil mantenerlos, le puede dar un cáncer en la matriz.
- Pues si le da, ya es tarea de Dios. Y si tengo muchos hijos, a usted le vale madre.
El doctor no le contestó. Se fue muy disgustado, se metió a la sala de maternidad. Como venganza por retobado, dio la orden de que no lo dejaran entrar a ver a su vieja, hasta el otro día, a las cuatro de la tarde, que era hora de visita.
La enfermera, para darle en la madre al “Oso”, fue rápido a decirle:
- ¡Señor, no podrá ver a su esposa hasta mañana en la tarde!
- ¿Por qué?
- ¡El parto estuvo difícil! Al doctor le sudó la rabadilla.
- No se preocupe, aquí me espero.
- Váyase a su casa y descanse; su señora está bien atendida.
- Mejor me espero, luego cambian a los hijos, me vayan a dar conejo por liebre.
- Como quiera.
“El Oso” se sentó en una banca de cemento. Pasada la medianoche, el cansancio lo venció, y se acomodó a lo largo. Comenzó a roncar muy fuerte, que parecía león encabronado, no dejando dormir a las enfermeras que estaban de turno; una de ellas lo fue a despertar, lo movía muy fuerte. “El Oso” se levantó de un solo movimiento, poniéndose en guardia:
- ¡Qué! ¿Qué?
La enfermera se hizo para atrás, espantada, y le dijo:
- ¡Cálmese, señor! Por favor, le pido que se vaya a dormir a su casa, mañana viene a ver a su mujer y a su hijo.
- ¿A qué horas son?
- ¡Las dos de la mañana!
- ¡Ya le dije que me quedo! Vivo hasta El Arbolito y hace un chingo de frío; présteme una cobija.
- No tenemos.
- Entonces me la aviento así
Bostezando, se enroscó como perro y se quedó dormido, ante la mirada de la enfermera, que echaba chispas. Enojada, le dijo:
- ¡Váyase, le digo! En su casa va a estar más cómodo, aquí en el cemento le va a dar un calambre.
Pero la enfermera estaba hablando a lo pendejo, porque “El Oso” comenzó a roncar como olla de frijoles. Por la mañana lo despertaron, eran las 11, porque donde estaba acostado, se sentaban los que iban a consulta. Se salió de la clínica, fue al mercado de Barreteros a echarse una pancita, luego se metió a la cantina “Todos contentos”, ahí encontró al “Cucho” y a“El Memelas” y se puso a chupar con ellos, olvidándose de su vieja. Como a las seis de la tarde se acordó y les dijo a sus cámaras que regresaba. Al entrar a la clínica, tuvo problemas con la administradora:
- ¡Hey, señor! ¿Dónde va?
- Voy a ver a mi vieja y a mi chavito, que nació ayer.
- ¡No puede usted pasar! La hora de visita ya terminó, además viene usted en estado inconveniente.
- ¿Cómo que no me conviene? Es mi vieja, mi pareja.
- ¡Le digo que usted viene borracho!
- ¡Nada más un poquito! Si quiere le hago un cuatro.
“El Oso” se paraba con una pata, y se iba de lado. Se agarró de la pared para no caerse, le echó una sonrisa, y le dijo:
- ¡Me falló un poquito, señito! Pero ahorita le hago otro.
La administradora de la Clínica Minera, era la señora Mendoza, una persona muy gorda y enérgica. Se salió del mostrador, jaló al “Oso” del brazo:
- ¡Le estoy diciendo que usted viene borracho! Y aquí no puede entrar, váyase a su casa.
- ¡Órale, pinche vieja, no me jale, que no soy de la calle!
“El Oso” al sentir que la señora lo tenía agarrado de un brazo, se dio un jalón fuerte, que lo hizo caer de nalgas, quedándose la señora Mendoza con la manga de su chamarra en la mano. Trató de pararse rápido, pero por lo borracho se volvió a caer. Y le gritó:
- ¡Esto no se lo perdono! Mi chamarra es fina y me la tiene que pagar.
- ¡Váyase, señor! Usted está ocasionando un escándalo, acuérdese que está en un hospital.
- ¿Me va a pagar mi chamarra o no?
La señora Mendoza le aventó la manga de la chamarra y se encaminó a su oficina, directa al teléfono. “El Oso” la fue siguiendo.
- ¿Entonces qué pasó? ¿Me la va a pagar o no?
Entraron el velador y otros señores que hacían la limpieza, y lo agarraron de los brazos.
- ¡Suéltenme! Me cae que no respondo.
Lo cargaron y lo aventaron afuera de la clínica, y cerraron la puerta. “El Oso”, enojado, con piedras, rompió los vidrios, espantando a los pacientes, enfermos y a las enfermeras.
Llegó la policía y a macanazos se lo llevaron por causar daños en propiedad ajena. Como no pudo pagar los grandes vidrios de la Clínica Minera y dos parabrisas de coches, estuvo un año en la cárcel. Como su vieja no lo fue a visitar, estaba muy triste porque no conocía a su hijo.