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UN INFIERNO BONITO

“EL HUEVOS”

A Samuel Rangel le decían “El Huevos”, porque el trabajo para él era el enemigo, era un verdadero desmadre; cuando no llegaba a su casa era porque estaba en la cárcel, su mamá y su mujer conseguían dinero para sacarlo, pedían prestado a sus parientes. Afortunadamente las faltas que cometía eran leves: orinarse en la calle, mentarle la madre a un policía o salirse de la cantina sin pagar, aunque seguido se lo llevaban por quedarse dormido en la banqueta. Su jefa cuando lo sacaban lo cajeteaba.

  • Ya ni la muelas hijo, no hay día de la semana en que no te metan a la cárcel,  los policías te van a dar calendario este fin de año. Lo malo es que nos haces parir chayotes por no tener dinero para sacarte, por favor sienta cabeza, deja de tomar, el hocico se te está haciendo como de oso hormiguero, tus hijos han nacidos todos mensos, tu señora de tanto chillar se le han hecho los ojos de cuyo, ya ni lágrimas le salen, nada más puja, está tan flaca que me da miedo que cuando hace aire, se la lleve.
  • ¡Ya jefa! No me eche tanto trueno. Le prometo trabajar como burro, pero cállese; mejor me hubiera dejado encerrado. Me hace el favor de sacarme y no deja de cajetearme.
  • ¡Malagradecido, cabrón! No creas que porque estás grandote te tengo miedo. Sígueme callando y te voy a poner en la madre. Mañana vas a ver a tu padrino para que te meta a trabajar en la mina.
  • ¿De minero? Ahí sí no le entro jefa. Prefiero morirme de hambre antes de que me caiga una pinche piedrota en la cabeza y me dé muerte de ratón.
  • ¡Es la única oportunidad que te queda! ¿Qué sabes hacer? Solamente embriagarte, güey.
  • No sé hacer nada, es verdad, pero no quiero morir como murió mi padre.
  • ¡Tu padre no murió en la mina! Un día estaba bien briago y se fue de madre en unos escalones; cayó de chirimoya y ahí quedó. Dejó 12 bocas que mantener, que por desgracia salieron igualitos a él.

“El Huevos” se paró muy enojado. Las palabras de su jefa le calaron hasta el alma, hiriéndole el amor propio.

  • ¡Yo le voy a demostrar a usted, que voy a progresar! Déme su bendición para que me vaya bien; ahorita mismo salgo a la Unión Americana.
  • ¿Y tú que dijiste, cabrón? Ya me voy y aquí dejo a mi familia, ¿no? Estás jodido. Ahora te chingas. Voy a estar al pendiente, que Dios me perdone, pero si te encuentro en una cantina me cae que te saco a punta de madrazos.
  • Es que mi padrino, cada que me ve, se hace el disimulado, hace como que no me conoce. ¿Cómo quieres que le diga que me dé trabajo en la mina?
  • ¡Yo le voy a decir! Lo voy a invitar a comer. Si me dice que sí, tienes que ir a fuerzas, que te lleve jalando con un lazo.
  • ¡Si no soy perro! Ya me voy a mi casa. Dame unos meses para pensarlo.
  • ¡Madres! Mañana tienes que ir a verlo.

“El Huevos” llegó a su casa de mal humor, y le dijo a su vieja:

  • ¡Mariana! Dame de comer y calla a ese pinche escuincle chillón.
  • ¿Qué te doy? Y ese pinche escuincle es tu hijo, que llora porque tiene hambre. Dame dinero para comprar leche y pan, y verás cómo deja de chillar.

“El Huevos” se salió muy enojado. Afuera de la cantina estaba su amigo “El morrales”:

  • ¿Qué te pasa, mi soplas? Échate un pulque.
  • ¡Nada más me voy a tomar un litro y me voy! Porque estoy muy encabronado y me puedo enfermar del estómago. 
  • ¿Qué te pasa?
  • ¡Mi jefa quiere mandarme a trabajar a la mina, pero yo no quiero!
  • ¡Aviéntate! Es la única forma en la que vives regular. No hay trabajo. Bueno, a mí qué me importa, ahí tú sabes lo que haces. Salud. 

Pasaron las horas, y “El Huevo”, medio borracho, se animó a ir a buscar a su padrino, Don Juan, que era contratista de la mina de El Cuixi.

  • ¡Padrino! Buenas noches. Me da mucho gusto saludarlo.
  • ¡Qué milagro que te dejas ver! Mi comadrita me dijo que te has dedicado a la bebida.
  • ¡Eso fue ayer! Le vengo a pedir, de todo corazón, que me dé chance de trabajar en la mina. Le juro que estoy listo para bajar al hoyo.
  • Para entrar a la mina tienes que comprar tu equipo de seguridad: sería una lámpara, gorra, zapatos de minero, respirador y cinturón. Los contratistas no te los dan.
  • ¿Cómo cuánto cuesta todo eso, padrino?
  • ¡Como 600 pesos!
  • ¡Me acaba usted de cortar las alas, padrino! No cuento con un centavo.
  • Entonces, ¿de dónde sacas para tomar?
  • ¡Ese vicio es muy socorrido! Ahí todos parecen genios: ven una botella y luego, luego, se aparecen.
  • Mira, Samuel, yo siempre te he querido ayudar. Te voy a prestar ese dinero para que compres tus cosas, y mañana te presentas conmigo a trabajar. Le dices a mi comadrita que te ponga bastantes tacos. Paso por tí a las 6 de la mañana.

“El Huevos” le besó la mano a su padrino. Se bajó a su casa, se metió a la cantina, y encontró a sus cuates.

  • ¿Qué pasó, mi soplas? ¿Qué te dijo tu padrino?
  • ¡Me va a meter de minero! Pero antes quiero invitarles una copa. ¡Cantinero! Dame una botella de Madero 5 equis, con muchos hielos y sus chescos.

Se terminaron la botella. “El Huevos” pidió otra. Bebieron hasta que le dijo el cantinero:

  • ¡Ya es hora de cerrar!
  • ¿Cuánto de debo?

Fueron cuatro botellas de a cien varos, más la propina, 450 pesos.

  • ¡Ten, quédate con el cambio!

“El Huevo” caminó agarrándose de la pared. Iba súper borracho; se le terminó de donde agarrarse y se fue de hocico. Ahí se quedó tirado. Pasaron los policías, primero lo bolsearon y como costal de papas, lo aventaron a la camioneta y se lo llevaron al bote. A las 6 de la mañana pasó su padrino. La señora le dijo que no había llegado a su casa. Y se fue echando madres. Mariana fue a avisarle a su suegra. La señora movió la cabeza, y le dijo:

  • ¡Ahí que se quede el cabrón! Para que se le quite. Pero al que le va a dar chorrillo es a mi compadrito, por los 600 pesos que le prestó.

Y ahí se quedó, 15 días encerrado, lavando los baños y cuando salió quiso llegar a su casa, pero al verlo, cerraron la puerta y no le dejaron entrar. Pero al “Huevos” le valió madres. Se fue otra vez a la cantina y cuando salió, lo mató un carro.