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Un Infierno Bonito

“EL PIPIOLO”

Por: El Gato Seco

Raúl “El Pipiolo”, era un jovencito que vivía con su jefa, doña Laura, mejor conocida como doña Macaria, y su hermana Rosa “La Patas de Hilo”, en una de las vecindades, muy viejas, en el callejón Simón Bolívar, en el barrio de El Porvenir. Tenía 17 años, trabajaba en la mina de San Juan Pachuca. Era novio de Julia “La Pecosa”, la hija del zapatero, un viejo borracho y bilioso que había jurado darle en la madre a quien se acercara a su hija; por eso se veían a escondidas. 

Como la gente del barrio rumoraba que espantaban en el callejón, al “Pipiolo” le daba mucho miedo subir solo cuando oscurecía, por eso se dormía temprano, como pollo. Lo que más se comentaba es que en la vecindad se aparecía el muerto y se llevaba a quien le hablara. Un día, a “El Pipiolo” le reclamaba uno de sus amigos:

  • ¡Pinche “Pipiolo”, te hiciste pendejo y no cooperaste para el enchilón que hicimos en la mina!
  • No tengo dinero, güey. Estoy juntando para casarme con mi novia, la quiero sacar de blanco. Si me la llevo, capaz que el zapatero me destripa. Ya me voy, porque son las 9 de la noche, y me da miedo entrar a la vecindad.
  • Espérate, yo te acompaño. Sirve de que platico con tu hermana.
  • ¡Mejor ve a platicar con tu madre!

Pasaron los días, y una vez, en el cine pasaban 3 películas de Pedro Infante. Al “Pipiolo” le gustaban mucho, fue a verlas al cine Alameda, que se encontraba en la calle de Guerrero, a 5 cuadras de donde vivía. Se picó y se quedó a verlas dos veces. Cuando salió, eran las 11 y media de la noche.

Por el barrio, las tiendas las cerraban a las 9 y por las calles, ya no había gente. “El Pipiolo” comenzó a tener miedo. Subió toda la calle de Bravo, mirando para todos lados. Llegó a la calle de Observatorio, donde estaba el callejón que parecía boca de lobo. 

Se subió a toda velocidad, sin voltear, hasta llegar a la vecindad. En la entrada había dos baños para todos los inquilinos; no tenían puerta, sólo un costal. Como le andaba de hacer de la chis, hizo a un lado el costal y comenzó a orinar mirando hacia los lados. De momento escuchó una voz:

  • ¡Ora, güey!

“El Pipiolo” corrió como loco para llegar a su casa, que estaba en el fondo de la vecindad. Abrió la puerta de un caballazo, se metió a la cama con todo y zapatos, espantando a su jefa y a su hermana, que prendieron la luz y fueron a ver qué le pasaba. Temblaba como perro. La señora le preguntó, destapándole la cara:

  • ¿Qué te pasa, hijo?
  • ¡Me habló el muerto! ¡Atranquen la puerta para que no entre y me lleve! 

Las mujeres se miraban, una a la otra, y les dio escalofrío.

  • ¡Ya, hijo, por Dios! Aquí no hay muertos.
  • ¡Escuche cómo ladran los perros; el viento sopla! Por Dios Santo, se lo juro que me habló el muerto. Estaba orinado en el baño cuando lo escuché!
  • ¡Ha de haber sido tu imaginación, de tanto que se dice! Duérmete. Descansa. Aquí te cuido el sueño. Voy a rezar para que la Virgen de Guadalupe aleje a las ánimas en pena que te espantaron.

En esos momentos, a pocos metros de distancia, un señor entraba a su casa y no dejaba de echar madres. Le dijo su señora:

  • ¡Ya ni la amuelas, Samuel! Con estos fríos, y te mojas la cabeza. Te puede hacer mal. Te voy a traer una toalla para que te seques.

El zapatero se le quedó mirando, furioso, y le dijo:

  • ¡No me moje la cabeza! Estaba haciendo del baño, me quedé dormido, y alguien de la vecindad me mio. ¡Pero ahorita saco mi charrasca y le voy a rajar la madre!

La señora se le puso enfrente:

  • De aquí no sales. No sabes quién fue. Mañana que estés en tu juicio lo buscas. Te vayan a desconocer los perros y te destrozan. Lo que debes hacer, es lavarte la cabeza, que tienes los pelos tiesos, y hueles feo.

Como el zapatero cuando estaba borracho, era muy necio y no entendía razones, estuvo alegando con su vieja; que se salía, que no se salía. Hasta que se quedó dormido. Era medianoche. El viento comenzó a soplar moviendo las copas de los árboles; los perros no dejaban de ladrar, como si atacaran a alguien. De momento, “El Pipiolo” soltó un grito muy fuerte, que hizo que se jefa se cayera de la cama; su hermana la fue a parar para sobarle la cabeza, y fueron a ver a Raúl, que estaba sentado a media cama, con la mirada perdida. El sudor le escurría por las orejas, y señalaba la puerta, poniendo nerviosas a su mamá y su hermana. Con los ojos salidos, y señalando con el dedo, les decía:

  • ¡Allá está, mírenlo! ¡Es el muerto!

La señora fue a tranquilizarlo, diciéndole palabras, a manera de que las entendiera:

  • ¡Ya, hijo! Debes encomendarte a Dios, pedirle de corazón que te devuelva la confianza que tenías antes, y aleje los pensamientos que tienes!

Nuevamente “el Pipiolo” volvió a gritar:

  • ¡Ayyy!

Su hermana Rosa, le dio un golpe en el hocico.

  • ¡Oye, baboso, me espantaste!

La señora le dio un jalón de greñas a su hija.

  • Déjalo en paz. Está asustado. Lo que debemos hacer es curarlo de espanto. Voy a la cocina por un huevo para limpiarlo, aunque vamos a necesitar otras cosas.
  • ¡Ay, mamá! Pasan de las doce de la noche. ¿Dónde va a conseguir lo que quieres?
  • ¡Acompáñame al patio! Vamos a cortar unas ramas de pirul para hacer un ramo; en lugar de clavel rojo le ponemos hojas de bugambilias. ¡Vamos!
  • ¡Vaya usted. Yo aquí la espero!

“El Pipiolo” no dejaba de gritar:

  • ¡Un muerto. Me habló un muerto!

La señora, con mucho cuidado y amor, rezando en silencio, limpió todo el cuerpo de su hijo con el huevo; luego lo quebró, lo echó en un vaso con agua, lo puso frente a la luz del foco.

  • Está todo revuelto, no tiene figura. Necesitamos limpiarlo lo más pronto posible. A lo mejor es cierto lo que cuenta la gente: que existe el muerto. ¡Acompáñame, vamos por las ramas del árbol de pirul!

Las dos mujeres, temblando de miedo, caminaron al patio de la vecindad, cortaron lo que querían y regresaron corriendo. La señora, con mucho cuidado, armó el ramo y le dijo a su hija:

  • ¡Necesitamos una rama de ruda! ¿Dónde la conseguiremos?
  • Yo vi que estaba prendida la luz en la casa de doña Pancha, la vieja del zapatero; pero a lo mejor está despierto y es muy grosero. Ni modo que le pidas la ruda.
  • ¡Tenemos que arriesgarnos, hija! !Acuérdate que va de por medio la vida de tu hermano!
  • Si usted dijo que el zapatero es muy pelado, es capaz de golpearnos y decir que nos confundió con los ladrones que se roban la ropa del tendedero, yo no voy.
  • No me dejes morir sola, hija. Vamos a ver qué pasa.

Doña Laura fue a ver que su hijo, “El Pipiolo”, estuviera durmiendo, y salieron a la casa del zapatero. Tocaron quedito; salió su señora poniéndose el dedo en la boca, haciéndoles señas de que se callaran. Las recibió en la puerta.

  • Panchita, buenas noches. Disculpe que la venimos a molestar a estas horas. Necesitamos unas ramitas de ruda, sabemos que usted tiene. Pensábamos que estaba durmiendo. Nos atrevimos a venir porque vimos la luz prendida.
  • Estaba a punto de hacerlo, pero me quedé dormida en una silla, junto a la puerta, porque Samuel quiere salir con su charrasca a buscar a quien lo orinó.
  • ¿Orinaron al señor?
  • ¡Hace como una hora! Se quedó dormido en el baño, y a alguien se le ocurrió ir. ¡Como estaba oscuro, yo creo que no lo vio y le echó la miada!

Las mujeres entendieron lo que había pasado. Le dijo la señora:

     – ¡Descanse, Panchita! Disculpe las molestias. Mañana nos cuenta.

     – ¿No se van a llevar la ruda?

     – ¡Ya no la necesitamos!

Las mujeres llegaron a su casa, carcajeándose. Al escucharlas, despertó “El Pipiolo”, gritando:

  • ¡El muerto!

Le dijo su mamá:

  • Muerto vas a quedar, cabrón, cuando te agarre el zapatero, porque lo orinaste; estaba durmiendo en el baño.
  • ¿Era el que me habló? No le vayan a decir a nadie que yo fui quien lo orinó.

Todo volvió a la normalidad. Y desde ese día, cada que “El Pipiolo” va al baño, antes de hacer el costal a un lado, pregunta:

  • ¿Hay alguien ahí?