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UN INFIERNO BONITO

“PEDRO NAVAJA”.

POR: EL GATO SECO

En el viejo barrio de El Arbolito, cerca de la mina “El Cuixi” existía un auténtico pachuco, que la mayoría de las veces la hacía de padrote, vivía a costillas de alguna vieja, porque el trabajo era su enemigo. Siempre se le veía parado en la esquina, con un sombrero de ala caída, camisa almidonada, saco largo, de varios colores y unos pantalones guangos. 

En la solapa del saco usaba un clavel rojo y de un lado de su pantalón le colgaba una larga cadena. Usaba tirantes que le sostenían los pantalones, para que no se le cayeran. Sus zapatos, eran grandes, de dos colores, blanco y negro, muy limpios, y en la mano sostenía un cigarro, que se llevaba a la boca, haciendo fumarolas en forma de ruedas.

Muchos cuates del barrio le tenían miedo, porque cuando se enojaba, sacaba una filosa navaja y sin piedad los picaba, se lo llevaban a la cárcel, pero nadie sabía cómo conseguía su libertad. Vivía con la “Pocha”, una mujer de la vida alegre, que trabajaba de ponedora, en la Zona Roja. 

Pedro Navaja la padroteaba. Tenía fama de mujeriego, aunque la “Pocha” lo traía marcando el paso. A cualquier mujer que pasaba por donde estaba, le echaba un piropo:

  • ¡Adiós, chaparrita cuerpo de uva, a ver cuándo nos ponemos de acuerdo para que me suba!
  • ¡Súbase, pero en su madre! Y ande con cuidado, viejo pendejo, si no quiere que le diga a mi marido, es mejor que se calle el hocico.
  • ¡A su marido no le diga! A la que me quiero subir es a usted. Yo sé que le gusto, nada más que quiere darse la importancia, amarrándose su calzón. ¡A ver mamacita, deme un beso, para que sienta el calor de un hombre!

Se bajó de la banqueta y la agarró de la cintura. La señora Josefina, con mucho coraje, se zafó, dándole una cachetada que tronó como cuando matan a una mosca con un periódico. Le iba a soltar otra, pero le detuvo la mano, la jaló y le dio un beso, en la mera trompa. 

La señora se limpiaba la boca con el dorso de la mano, le hizo el brazo hacia atrás, mentándole la madre. Furiosa le gritó:

  • ¡Desgraciado! Pero eso no se va a quedar así.
  • ¡Claro que no amor! En la boca llevarás sabor a mí. Y un día me lo devolverás por tu voluntad.

La señora Josefina, llorando de coraje, se echó a correr, se tropezó y se fue de cabeza, dando una maroma, enseñó sus calzones. Pedro Navaja se metió a la cantina sin poder aguantar la risa de haber visto cómo cayó la señora, le dijo al cantinero:

  • Sírveme una cuba de murciélago, mi buen, es mi aperitivo, ya es hora de la papa.
  • ¡Son 25 pesos! Sirviendo y pagando.
  • ¡Uy, uy, güey! ¡Qué desconfiado! ¿Cuándo te he quedado a deber, pendejo? Te voy a dar para tus chicles, pinche mono cilindrero, da gracias a Dios, que en tu mugrosa cantina, entra un hombre de mi categoría.
  • ¡Ahora no te sirvo nada! Para mí eres un mendigo, y salte inmediatamente de mi cantina, porque me cae que te doy un garrotazo en la choya.

Diciendo y haciendo, el cantinero le aventó un garrotazo, que si no se agacha, le vuela la cabeza. Pedro Navaja se hizo a un lado,  lo agarro del pescuezo, poniéndole la navaja en el gañote y les dijo a los que estaban tomando:

  • Ustedes son testigos, que este güey me quiso madrugar, si no me agacho me pasa lo que al perico. Pero hasta aquí llegó.

Estaba a punto de clavarle la navaja, cuando entró a la cantina la “Pocha”.

– ¡Pedro! Déjalo, suéltalo.

Lo aventó al suelo, cayendo pesadamente, sonando su cabeza como bote viejo.

– ¡Te salvó la campana, cabrón! Pero para la otra, te desmadro.

El cantinero no se podía parar, y Pedro Navaja le dio de patadas, donde le cayeron. La “Pocha”, tuvo que entrar al quite. Lo sacó a empujones.

  • Vamos, te lo estoy pidiendo por las buenas, o te saco a jalones de greñas. ¡Ya ni la re chingas! Te acabo de sacar del bote, y le buscas para que te vuelvan a meter.
  • Tú bien sabes vieja, que cuando me hacen encabronar no respeto clase ni religión; luego, luego saco mi navaja.
  • ¡Pues te la voy a meter yo! Vamos a que me acompañes a un bizne.

Mientras tanto en la casa de doña Josefina, las cosas se ponían color de hormiga, con palabras francas y claras, a punto de llorar, la señora rajaba leña con su marido. Le contó todo lo que pasó.

  • ¡Así es como te digo! El pinche viejo me cargó y me dio un beso en la boca. Pero al hacerlo también metió la mano.

“El Chayote” se paseaba como león enjaulado, en toda la pieza, se acercó a un cajón, y sacó un cuchillo. Le dijo a su señora:

  • ¿Qué vas a hacer, René? 
  • Nada más reclámale para que no lo vuelva hacer, ese güey se metió a la casa del diablo.
  • Deja ese cuchillo, no te comprometas.

Sin hacerle caso a su chaparra vieja, “El chayote” se clavó el cuchillo en la cintura, doña Josefina se le paró enfrente con los brazos abiertos:

  • ¡Por favor! No te manches las manos por chingaderas.
  • ¡Quítate de aquí, vieja! Que estoy más bravo que un león, no vaya a sacar el cuchillo y te deje como coladera.
  • ¡No seas payaso! Mañana en tu juicio, lo arreglas, ese güey es traicionero, si a su madre no respeta, ¿qué te puedes esperar? Además se te vaya a voltear el chirrión por el palito y te vas a lastimar solito.
  • ¡No la riegues, vieja, y quítate! ¡Ese mono sacó boleto! ¿Cómo es posible que te haya besado? Por su culpa te besó el diablo cuando te caíste, por eso traes el hocico hinchado. Pero este cuchillo le va a besar las tripas al güey, te juro que esta noche duerme con los diablos.

La señora, para detener a su viejo, quiso jalar el cuchillo y se cortó los dedos.

  • ¡Ay! Ya me cortaste.
  • ¡Tú tienes la culpa, por pendeja! Prepárame una maleta con lo más indispensable porque al matarlo me pinto para el otro lado, me voy a meter con los migrantes.

“El Chayote” bufando como toro loco, se metió a la cantina con el cuchillo en la mano, mirando para todos lados, y preguntando a gritos:

  • ¿Dónde anda ese desgraciado de “Pedro Navaja”? Doy una recompensa a quien me diga su paradero, y la doblo si me lo entregan vivo o muerto.

Uno de los que estaban en la cantina le dijo.

  • ¡No le hagas a la mamada! Sabes muy bien que está en su casa, ¿por qué lo vienes a buscar aquí?
  • ¡Es la finta para que le vayan a avisar que lo ando buscando y con el miedo se vaya de la ciudad!

El cantinero, que también estaba enojado con Pedro Navaja, le dijo al “Chayote”

  • ¡Vamos a hacer un plan para darle en la madre, yo también le traigo ganas! Ya investigué que Pedro Navaja lleva a su vieja a la zona, a las 10 de la noche y luego va por ella a las tres de la mañana. Lo espiamos y cuando salga de la vecindad, yo lo desmadro de un garrotazo y tú lo picas con el cuchillo, al fin que está oscuro.

Así como lo planearon, lo hicieron, vieron a Pedro Navaja cuando salió de su casa, y la dejó en la zona, su trabajo era ponerle Jorge al niño, ahora lo que les faltaba para su plan, dejarlo que entrara a su casa y ellos, irse a la cantina, sabían que iba por ella a las 3 de la mañana. 

Lo esperaron a que saliera y cuando vieron una sombra que salía del callejón, el cantinero le zumbó un garrotazo y “El Chayote” le dio de cuchilladas. Corrieron a sus casas, sin saber a quién habían madreado. 

Al otro día fueron por ellos los agentes ministeriales. Al que le habían dado en la madre fue al velador, que salía de la vecindad. “Pedro Navaja” ese día no fue por su vieja, le había ganado el sueño. Al cantinero y al “Chayote” se los llevaron al bote por pendejos.