Un Infierno Bonito

“EL CAMELLO”

A Juan “El Camello”, Dios le había dado un corazón tan grande que se le salió por atrás y por eso estaba jorobado, era muy amigable, trabajaba en la mina de San Juan, no salía de la cantina.

Para tomar, era universal, chupaba de todo, a nada le hacía gestos y menos cuando le invitaban.
Como el trabajo de la mina es muy duro, nada más trabajaba dos días a la semana, decía: “sacando para el pomo, para la comida Dios dirá”. Juanito era muy estimado entre todos los parranderos, era muy buena gente y compartía lo que tenía, utilizaba la ley del borracho, “Todos tomamos parejo o nadie toma” era bueno para las cruzadas. Un día, su vieja llorando lo fue a buscar a la cantina:
    •    ¡Juan, ven por favor!

    •    ¿Qué te pasa? ¿Por qué chillas? Ya te dije que me hierve el buche que me vengas a buscar, ¿qué van a decir mis cuates? 

    •    Es que el niño chiquito, está muy malo, tiene mucha fiebre, ya ni chilla el pobrecito, te vengo a decir que lo llevemos de volada al doctor o se nos muere.

    •    ¿Por qué no le dices a tu jefa, que le eche un vistazo? A veces con un remedio casero levanta a un muerto, además tu madre le hace a la brujería, dile, a ver si le atina.

    •    Lo veo muy malo, si no lo llevamos rápido, se nos va para Morelia.

    •    Bueno, está bien, voy a hacer el sacrificio de no chupar por hoy, deja avisarles a mi cuates y aventarme la del estribo.

“El Camello” se tomó un jarro de dos litros, sin despegárselo del hocico, se limpio con el dorso de la mano y le dijo a su vieja:
    •    Vámonos.

Llegaron a la Clínica Minera y el médico les dijo:
    •    El niño está muy delicado, tiene neumonía, se va a quedar internado, pero tienen que traerme estos medicamentos, también van a reponer el tanque de oxígeno que le acabo de poner.

Ya afuera de la clínica, “El Camello” exclamó:
    •    ¡Ay, en la madre, vieja! Se pasó de lanza el doctor, ¿de dónde vamos a sacar toda la medicina que pide? Ha de creer que somos diputados.

    •    ¡No lo sé! Ese es tu problema, sabes muy bien que en la clínica nada más dan la consulta y tú compras la medicina!

    •    Saca tus ahorros, vieja, luego te los repongo.

    •    No mames ¿Cuáles ahorros? Si con lo que me das, apenas me alcanza.

“El Camello” caminó como si atravesara el desierto, arrastraba las patas, se rascaba la cabeza, pero no encontraba ninguna solución. Caminó sin rumbo fijo y cuando se dio cuenta, estaba enfrente del Sindicato Minero, se metió y le preguntó a la secretaria:
    •    Señorita, ¿está el tesorero?

    •    ¡Sí! Pero está ocupado, ¿para qué lo quiere?

    •    Es un asunto confidencial, que no le puedo decir!

    •    Entonces tendrá que esperar a que se desocupe.

Al ver que se tardaba, se metió a huevo, el tesorero lo regañó y por poco lo saca a patadas:
    •    ¡No seas necio, compañero! Si la señorita te dice que estoy ocupado es porque lo estoy, ¿qué chingados quieres?

    •    ¡Necesito que me preste dinero, para comprar unas medicinas, mi hijo se está muriendo!

    •    ¡Eso va a estar cabrón! precisamente estoy haciendo cuentas y no tenemos dinero.

“El Camello”, muy triste, se lo volvió a repetir, que necesitaba una lana, el tesorero le señaló la puerta para que se saliera, encabronado le mentó la madre. Caminó rumbo a las cajas, que son las oficinas de la Compañía Real del Monte y Pachuca, al dar la vuelta por la calle de Matamoros, venía corriendo un señor, que chocó con él, le puso un caballazo que “El Camello” se fue de nalgas y cayó al suelo.
El sujeto, que también se había caído, se paró echo la chingada, mirando para todos lados, el policía que lo seguía también chocó con “El Camello” volviéndolo a tumbar, se enderezó atarantado, mientras los otros seguían su camino, cerca de él, estaba una bolsa de plástico, tenía una franela adentro, la levantó y se la echo en la bolsa de atrás de su pantalón, se agarró de la pared, para no caerse, estuvo un rato sobándose la cabeza, se echó la saliva en los raspones y se regresó a la Clínica Minera, para darle la mala noticia a su vieja, le contestó la señora:
    •    Pero eso a mí qué chingados me importa, a ver cómo le haces para conseguir el dinero, ¡nuestro hijo se nos muere! ¡Qué bueno que te acordaste de mí y me trajiste una torta!

    •    Es una bolsa que me encontré adentro trae una franela, que voy a utilizar para lavar coches.

    •    Yo pensaba que de jodido me traías un chesco, me cae que no he comido nada, las tripas me chillan, parece que me trague un pinche gato.

    •    Ten la bolsa, voy a ver a mi jefa, a ver si me aliviana, aunque está más jodida que yo.

    •    Búscale con los compadres, con tus hermanos, con tus amigos, el chiste es que tengas dinero.

    •    Ahorita vengo, no me tardo.

“El Camello” salió de nuevo a peregrinar a ver quién le prestaba dinero. Pero todos le decían:
    •    ¡Hijote carnal, me lo hubieras dicho ayer!

Mientras “El Camello” andaba en eso, la señora Chencha, abrió la bolsa sacó la franela y por poco se desmaya al ver que dentro de la franela había billetes de diferentes denominaciones.
    •    ¡Qué barbaridad, esto es mucho dinero!

La mujer, no quiso saber su procedencia, lo primero que hizo fue comprar la medicinas, pagó el oxígeno y le quedó mucho dinero, fue corriendo a la casa de su jefa que era su consejera y le dijo.
    •    Mire nada más que de dinero me entregó Juan, es más de medio millón de pesos, lo voy a buscar para decirle que ya no consiga nada.

    •    No seas pendeja, a lo mejor el baboso no sabe lo que te dio, dale en la madre, dile que conseguiste el dinero en el banco, ya ves que esos güeyes cobran lo doble, y que si no pagas lo meten al bote. 

Con ese dinero, pagas los meses de renta que deben, le compras ropa a tus hijos, que andan enseñando la cola y tú cómprate zapatos de los caros.
La señora lloraba, pero de gusto, su hijo se estaba recuperando y le daba gracias a Dios que resolvieron el problema, “El Camello” llegó con su batea de babas, al ver que su vieja lloraba, él se sentó junto a ella y comenzó a hacer pucheros, hasta que chilló tan fuerte que le fueron a decir las enfermeras que se callara el hocico.
La señora le contó que ya había conseguido el dinero, que no se preocupara, lo acarició y le dio un beso.
    •    ¡No te preocupes, ya conseguí el dinero! Pon más atención a mis palabras.

    •    ¿Quién te lo prestó?

    •    El señor López, el velador de la puerta de Loreto.

    •    Ese pinche viejo presta con el cuarenta por ciento mensual. ¿Cuanto le pediste?

    •    Mil pesos, para que estemos preparados por cualquier otra cosa. Tienes que trabajar como burro, para que pagues, ese dinero que están las letras a tu nombre.

    •    Sí vieja, así lo haré, gracias al señor que salvó a mi hijo, desde este momento voy a trabajar,  lo juro ante la Virgencita de Guadalupe, que no me meteré a la cantina, ni tomaré durante varios años.

Todo volvió a la normalidad, el niño se salvó, “El Camello” se volvió muy trabajador, sus hijos andan con zapatos y dejó de ser el borracho que conocimos.

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