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Un Infierno Bonito

“EL SANDUNGA”
Celso Hernández Juárez, conocido en el bajo mundo como “El Sandunga”, era un trabajador de la mina de San Juan. Como todos los del barrio de La Palma, estaba tan flaco que parecía radiografía. Tenía 18 años de edad, y con las madrizas que llevaba en la mina, parecía que tenía 50. Su novia era Luisa, “La Lombriz”, hija del “Bizco”, un borracho muy conocido en todas las cantinas; era muy celoso con su familia, se le paraban los pelos del espinazo cuando sus amigos hablaban o platicaban de alguno de ellos.

Una vez estaba chupando con Sandro, un albañil de media cuchara. Sabía que cuando hablaban de su hija, parece que le picaban la cola al cabrón, y le dijo:
–   ¡Ya supimos, nos acaba de llegar las noticia, que pronto vas a ser suegro! Tu hija se va a casar con el Celso. Con razón el pinche flaco anda muy contento.
“El Bizco” dejó la jarra de pulque en el mostrador, y echó mano a su fierro como queriendo pelear.
-¡Ni madre! No lo voy a permitir. Prefiero que mi hija se quede para vestir santos, que dársela a ese pinche güey.
-¿Por qué? No pierdes una hija, por el contrario, ganas un hijo.
– ¡Precisamente, no quiero que me pase lo que a ti! En tu casa viven todos tus yernos, comen en la misma batea. Un día que los agarres encabronados te van a echar a la calle. ¿A poco no?
– ¡Les estoy dando chance mientras se alivianan! Yo si soy cuate. Para eso son las hijas; que sean felices.
– ¡Lo que pasa es que eres muy pendejo!  Te agarran de puerquito. Nada más falta que tu vieja meta al sancho. Cuando vea que ese flaco del “Sandunga” tenga futuro, que la pueda mantener, entonces si no me importa que se lleve a mi hija; que se junten o se casen. El chiste es que no estén jodidos como nosotros.
– ¡Eso es lo que piensas! Pero “El Sandunga” le pone unas raspadas a tu hija en el callejón oscuro, que a lo mejor ya se…
-¡Cállate el pinche hocico, cabrón, y no hables a lo apendejo! Somos cuates, pero no te pases de listo porque te puedo partir la madre.
-A mí me la pelas, pendejo. No me apantallas. Si quieres darte en la madre, aviéntate, cabrón, pero deja el cuchillo. A mí me gusta rajarme la madre a mano limpia.
“El Bizco” y el Sandro se trenzaron como cangrejos, se agarraron de las greñas, retachando su cabeza contra la pared, tirando las sillas y volteando las mesas. Los que estaban adentro de la cantina se pararon hechos la chingada para que no les fuera a tocar un madrazo. Cayeron al suelo sin soltarse.
Sin dejar de tirar golpes, se dieron hasta debajo de la lengua. Ya estaban  muy sangrados, hasta que el cantinero se brincó el mostrador y los desapartó, dándole un garrotazo a cada cabrón en la cholla.
–    ¡Órale, pinches locos! Cálmense o los calmo. Vayan a pelearse allá fuera.
En  un descuido del cantinero, recibió un derechazo en la mandíbula, que cayó al suelo parando las patas. Como no se soltaban, tuvo que aventarles una cubeta de agua. Se levantaron sacudiéndose como perro.
Le dijo Sandro:
–     ¡Para otra vez nos vemos, “Bizco”!
–     No le saques, cabrón ¡Ahorita! Vamos allá afuera a desquitar mi coraje, pinche chismoso. Las palabras que dijiste de mi hija, te las va a comer una por una.
“El Bizco” le dio una cachetada a Sandro, que la saliva aventó. Sandro le contestó con un golpe en el hocico, y de nuevo se armó la bronca. Comenzaron a aventar campanazos a lo loco. Ya estaban  cansados de la pelea, pero ninguno se rajaba. El cantinero muy enojado, los sacó a empujones, arriesgando que lo madrearan.
–    ¡Sáquense, pinches peleoneros!
Los echó afuera y cerró la cantina. En la calle le siguieron. Estaban ensangrentados. “El Bizco” tenía el hocico como de puerco, y descalabrado. La sangre le escurrías hasta por las orejas. Una señora que le dio miedo cómo se golpeaban, pensando que se iban a matar, le fue avisar a la vieja de Sandro.
–    Señora Juanita, vaya a defender a su viejo, porque le están dando una madriza de pelos. Apúrese, antes de que lo mate el señor “Bizco”.
–     ¿Dónde está?
–       Afuera de la cantina “La Palma”. El cantinero los echó a la calle.
La señora Juana se quitó el delantal y se bajó hecha la chingada. Como el callejón está empedrado, se tropezó y se fue de hocico. Se paró y siguió corriendo hasta donde estaba el pleito. Como Sandro estaba perdiendo, la señora le entró tirando madrazos en contra del “Bizco”. Entre los dos lo tumbaron y le dieron  de patadas.
Como era una pelea a morir, no faltó quien le fuera avisar a Teresa “La Negra”, la vieja del “Bizco”.
–   Señora, le están dando en toda la madre a su viejo. De tanto madrazo ya le enderezaron  los ojos.
“La Negra” bajó como corredora profesional. Al llegar barriéndose, encontró a su viejo con los ojos hinchados y con la trompa de puerco. Estaba sentado en la banqueta. Ya se habían  ido los que lo madrearon.
–   ¿Qué te pasó viejo?
–   ¡Me madrearon Sandro y su vieja! Pero al ratón que me reponga los voy a buscar a su casa para ponerlos parejos. Esto no se va a quedar así.
–    Yo te acompaño, viejo. Sirve que nos aventamos una lucha en relevos a calzón quitado y sin réferi.