Un Infierno Bonito

“EL BARRABÁS”
Lupe “El Chaparro” y Chencho “El Cebollas”, iban subiendo por la calle de Galeana, en el barrio del Arbolito, al dar vuelta en el callejón de Peñuñuri, encontraron tirado a Pancho “El Barrabás”, estaba muy borracho.

    •    Mira Chencho, ese cabrón ya ni la chinga, lleva tres días de borracho, no ha ido a trabajar.

    •    Está orinado y zurrado, pobre cuate, vamos a levantarlo, con este frío le va a dar una pulmonía.

    •    ¡Ni le hables! Es muy necio, no se va a querer ir.

    •    Lo voy a levantar, le hablaré como agente de la policía.

Le dio una patada en las nalgas y lo levantó de las greñas, lo puso contra la pared, sin dejarse ver la cara.
    •    ¡Órale cabrón, párese y váyase a su casa!

    •    ¿Eh? 

    •    Cállese el hocico, o se lo reviento de un madrazo. ¡Váyase a su casa!

Al dar el paso, se cayó, dándose un calaverazo, nuevamente lo levantaron y lo pusieron en la pared, caminó recargándose en ella, diciendo palabras que no se le entendían, se le acabó la pared y se fue de hocico, quedando tirado. Pasaron las horas y por el frío, estaba enroscado como perro. Después despertó, ya se le había bajado la borrachera.
    •    ¡Ay, Dios! Hip, hip….

Se levantó y se fue a su casa, para su mala suerte, ahí estaba su mamá. La señora había ido a visitarlo, al ver cómo llegó, lo regañó:
    •    ¡Mira nada más cómo vienes! Pensé que habías guardado la imagen de tu padre, que murió de borracho, pero me equivoqué, eres igualito a él.

“El Barrabas” se recargó en la pared, abierto de patas para no caerse, balanceando la cabeza de un lado a otro.
    •    ¡Perdóneme, jefecita! ¡Ya no lo vuelvo a hacer!

La señora, al ver que estaba todo con los pelos parados, llenos de tierra, orinado y zurrado en los pantalones, le dijo:
    •    ¡Por mi parte, yo no te perdono! Teresa, por favor ponle agua a calentar para que se bañe.

    •    ¡Que se bañe con agua fría! Sirve de que se le acaba de bajar la borrachera.

    •    ¡Tienes razón, ayúdalo a desvestirse, apenas se puede parar!

    •    Lo voy a bañar con todo y ropa, porque huele muy feo.

Poco después, “El Barrabás” salió de su cuarto, ya bañado y cambiado con ropa limpia. Se acercó con su mamá y con mucho respeto, le besó la mano.
    •    ¡Perdóneme, mamacita, le juro que ya no lo vuelvo a hacer!

    •    ¡Cállate, chismoso! Me contó tu mujer que llevas días tomando sin llegar a tu casa.

    •    Mire, jefa, le juro que de hoy en adelante me voy a portar bien.

    •    Si quieres que te perdone y regrese al rancho, vas a ir a la iglesia y ante la virgen de San Juan de los Lagos, le pides perdón por la vida equivocada que llevas, juras por mi vida que vas a dejar de tomar.

    •    Está bien, pero antes que me sirvan de comer, tengo mucha hambre.

    •    ¡Qué comer ni que nada! Primero vas a donde te mandé y si en el camino encuentras a tus amigotes, te lo llevas, para que hagan lo mismo, mañana regreso a mi casa y quiero ver que cumplas con lo que te dije.

“El barrabas” hizo un gesto de disgusto y -de mala gana salió a cumplir la promesa de su madre, aunque era una misión imposible. En su camino pasó por la cantina “El Relámpago”, sin mirar para adentro para no caer en la tentación. Pero no faltó alguien que lo vio y salió a gritarle.
    •    “Barrabás”, “Barrabás”.

El que le gritaba era “El Rafles”, un compañero de parranda, que con la mano, lo llamaba.
    •    ¡Ven, carnal!

“El Barrabás” le hizo señas con los dedos que al rato regresaba, iba a seguir su camino cuando lo alcanzó.
    •    ¿Dónde vas tan de prisa?

    •    Voy a arreglar un asunto muy importante, que va a cambiar mi futuro, y no puedo retroceder porque es una orden de la mujer a quien amo y le debo la vida.

    •    ¡Ah, chinga! No sabía que quisieras tanto a tu pinche vieja greñuda.

    •    ¡No es a mi vieja, güey! Es mi jefecita que vino del rancho a verme.

    •    ¡Vente, cabrón! Sólo te tomas una jarra y te vas a donde quieras.

    •    ¡No me tientes! La verdad no puedo hacerlo, esta vez te fallé.

“El Rafles” lo jaló de un brazo:
    •    Vamos, no te rajes, siempre has sido un gallo muy jugado.

Comenzó a jalarse, “El Rafles” le hizo manita de puerco.
    •    ¡Ay, suéltame!

Lo metió a la cantina y les dijo a sus compañeros:
    •    Aquí le traigo a este cabrón mandilón, que se quiere amarrar su calzón, vamos a darle una pamba loca, para que sepa que nosotros somos machines y ninguna vieja, sea quien sea, se debe meter en su vida social.

Le sirvieron su jarra de dos litros.
    •    ¡Órale, salud, hasta el fondo se conocen los amigos!

Olvidándose de las palabras de su jefa, volvió a tomar sin romper el ritmo de siempre, pero como iba en ayunas, le pegó con fuerza, que lo apendejó. Al poco tiempo le entró la melancolía, y comenzó a llorar haciendo pucheros como niño cagón, recargándose en el hombro del “Rafles”
    •    ¡No chilles, van a pensar a pensar que te estoy pegando!

    •    ¡Es que soy un malagradecido, un desgraciado, infeliz, un hijo de la chingada!

    •    Eso ya lo sabemos, pero ¿por qué lloras?

    •    Es que mi jefecita, la pobre siempre trabajó como burro haciendo tortillas, lavando y planchando ajeno, para darme de comer, mi padre fue un pinche borracho. Mi madre desde que yo era chavito me dio consejos, para que fuera un hombre de bien, de provecho, pero no entendí razones.

       Hoy llegó a la casa y al verme borracho, se encabronó, me dijo cosas que nunca oí, pero me llegaron al corazón. Ella me mandó a jurar ante los pies de la Virgen de San Juan de los lagos, que iba a dejar la borrachera, y me cae que, aunque sea lo último que haga en esta vida, lo voy a cumplir. También me dijo que, si encontrara a mis amigos que me los llevara.
“El Rafles” protestó:
    •    ¡Ay, sí está cabrón! ¿Yo qué le he hecho a tu jefa? ¿Por qué me quiere quitar los días de felicidad?

“El Rafles” lo tomó del brazo y lo encaminó a la puerta.
    •    Ve a donde te mandó tu jefecita, antes de que cierren la iglesia, porque últimamente los curas se duermen temprano, como pollos.

    •    ¿No me acompañas?

    •    ¡No! ¡Vete solo! ¡Con mucho cuidado! ¡No te vaya a dar en la madre un carro!

“El Barrabás” se metió a la iglesia de la Asunción, y como iba atarantado no encontraba el altar de la Virgen de San Juan de los Lagos. Se sentó en una banca y lloró arrepentido, luego el cuerpo le fue ganando y se acomodó acostado. Comenzó a roncar, llamando la atención de los feligreses porque parecía león, que rugía encabronado. Eso hizo que el padrecito interrumpiera el rosario que rezaba con las Hijas de María, llamó al sacristán y le preguntó:
    •    ¿Qué es ese rugido que se escucha?

    •    Es un borracho, que está durmiendo.

    •    Despiértalo y dile que se vaya a dormir a su casa.

    •    Ya le dije, pero me contestó con puras groserías y mentadas de madre.

El padre fue a la sacristía y llamó por teléfono. Poco después entraron varios policías, que lo sacaron cargando y se lo llevaron a la barandilla.
Ahí pasó la noche, al día siguiente como era una falta simple lo pusieron a lavar los baños y lo dejaron salir, pasó por la iglesia, tapándose la cara con las manos, él había roto sus relaciones católicas,  llegó a su casa, le dijeron que su mamá ya se había regresado para su casa, su suegra lo quiso regañar y le mentó la madre, la señora y su vieja le dieron una madriza y lo sacaron arrastrando de su casa, con el tiempo se volvió teporocho y quedó en un callejón, muerto de una cruda mal curada.

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