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Un Infierno Bonito

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL CHANCLOTAS”

Felipe Zamora Pérez vivía en el popular barrio de El Arbolito. Le decían “El Chanclotas” porque usaba zapatos dos o tres números más grandes para que no le lastimaran. Trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, como cochero.
Un día salió de la mina como a las cuatro de la tarde y, a paso lento, subía por la calle que da a su casa. Iba muy cansado por las madrizas que recibía en la veta. En el camino encontró a doña Concha, la mujer del zapatero, y le dijo:
    •    Córrale compadrito, ya se quemó su casa.

    •    No la chingue, comadrita.

    •    Tiene como dos horas.

Al “Chanclotas” parece que le pusieron un cohete en la cola, y llegó a su casa con la lengua de fuera, contemplando la triste escena. De su hogar sólo quedaban un montón de cenizas humeantes. Su angustiada vieja cargaba a un niño chiquito y junto a ella, otro pequeño de 6 años, así como un pinche perro que miraba tristemente lo que pasó.
– ¿Qué chingados pasó, vieja?
La señora jaló al niño grande de una oreja.
–  Este pendejo, quiso bajar la olla de los frijoles, se subió a una  silla, y se vino abajo con todo y estufa, quebrándose el depósito de petróleo, y ardió la casa.
    •    ¿Y tú qué andabas haciendo que no te diste cuenta?

    •    Yo bajé al barrio a comprar la sopa y cuando llegué ya se estaba quemando la casa. Lo bueno fue que este pinche muchacho se salió a tiempo, si no hubiera quedado como chicharrón.

    •    ¿No te ayudaron los vecinos a apagarla?

    •    ¿Quién quieres? Todos se hicieron pendejos. Fui corriendo a buscar al juez de barrio, pero el güey, con toda calma, me dijo que iba a llamar a los bomberos. Nada más daba vueltas, y no hacía nada el cabrón. Como a la hora llegaron los bomberos pero nada más donde empieza la calle, ahí pararon su pinche camión. Subieron hasta aquí, pero de pinches mirones. Dijeron que las mangueras no les alcanzaban porque estaban a 500 metros de la calle.

 – Pinches güeyes, de pérdida le hubieran echado una miada.
    •    Todo se perdió, viejo. Nos quedamos en la calle.

    •    Ya lo sé. ¿Ahora qué chingados vamos a hacer? No tenemos adónde ir.

    •    Dios nos va a ayudar.

    •     Sí pendeja, pídele una casa.

La vivienda del “Chanclotas” era una herencia de abuelos a padres y de padres a hijos. Estaba construida de madera de láminas de cartón, con piedras sobrepuestas. “El Chanclotas” tomó del brazo a su vieja, jalándola, pero ella se resistió.
    •    Vamos a ver al juez de barrio, a ver con qué mamadas nos sale. Tenía la obligación de echarnos la mano, al menos juntando vecinos con cubetas de agua.

    •    No te desanimo, viejo, pero te va a mandar redonditamente a la chingada. Mejor vamos a ver a tu jefa.

    •    ¿Qué le vamos a ver? Acuérdate que la vez pasada que estaba borracho, le rajé la madre a mi padrastro y ella me dijo que nunca más pisara su casa. Me quiso pegar al agarrarle las manos, se resbaló y se dio un calaverazo en el suelo, que se descalabró. Me dijo de groserías.

    •    Ya vez, te echó la maldición y ya te alcanzó llevándonos a nosotros que no tuvimos la culpa. Vamos a ver a mi suegra, ella nos puede ayudar dándonos un rincocito en su casa, mientras nosotros compramos una.

    •    ¿No entiendes que me repitió como mil veces que no me quería ver?

    •    Yo hablo con ella, le voy a decir que desde el día que le pegaste a don Cirilo te ha ido como en feria, que en la mina te cayó una piedra en la cholla y de repente te vuelves loco, por eso le pegaste a su señor.

    •    Ya mejor cállate, pendeja. Tú tienes la culpa.

    •    ¿La culpa de qué? Ya te dije lo que pasó. Bajé a comprar el mandado al barrio.

    •    Que te calles el hocico, o te lo callo de un madrazo.

    •    Cállate tú. Es mejor que ya no discutamos. Vamos a pensar qué hacer en lugar de pelear. ¿Dónde vamos a pasar la noche?, todo se quemó.

    •    Y éste chamaco ¿por qué está descalzo?

    •    Dejó sus zapatos adentro y también se achicharraron.

    •    Para acabarla de chingar. Vámonos, ¡sáquese pinche perro!

“El Chanchotas” le dio una patada al “Firulais”, que lo hizo volar por los aires.
    •    No le pegues al pobre perrito, siempre ha estado con nosotros, en las buenas y en las malas, además es el que cuida la casa.

Se bajaron cabizbajos, muy tristes, y al pasar por la cantina “La Veta de Santa Ana”, “El Chanclotas” le dijo:
    •    Espérame aquí, voy a tomarme un pulque para poner en orden mis ideas. A ustedes no les puedo traer un refresco porque con el susto se pueden volver panzones.

“El Chanclotas” se metió a la cantina y los dejó afuera. La señora y sus hijos se acomodaron haciéndose bolita en la otra puerta de la cantina que estaba cerrada. Le dijo al cantinero:
    •    Sírveme  una cuba bien cargada, que estoy que echo chispas. Ya me cargó toda la chingada.

    •    ¿Te la sirvo de de parras?

    •    De lo que sea, pero muévete como anoche, cabrón.

Se tomó cuatro al hilo. Algunos de sus vecinos que estaban en la cantina, sabían lo que había pasado, y como no querían al juez de barrio, le comenzaron a echar lumbre al diablo.
    •    Supimos lo que te pasó carnal. Pinche juez, estaba muy contento. Le dijo a los bomberos que no tenía caso que subieran a apagar tu casa, que era una lacra para el barrio porque estabas en el cerro, te robabas el agua y la luz y nunca pagabas predio. Que él te lo había dicho que te salieras a rentar una vivienda donde tu familia estuviera segura porque tu hijo el grandecito no va a la escuela y al chiquito se lo ha querido chupar la bruja. Yo le estaba a platicando a mi compadre “El Chilaquil” que a lo mejor ese cuate fue el que quemó tu casa porque no quería que estuvieras viviendo de gorra.

“El Chanclotas” sacaba los ojos, bien encabronado, y le preguntó:
    •    ¿Eso dijo el güey?

    •    Si carnal, me cae. También lo escuché cuando le dijo a uno de los bomberos que la Presidencia Municipal ya había dado órdenes de que se destruyera tu casa porque no pagabas impuestos. Además le caías gordo.

“El Chanclotas” respiraba hondo, del coraje, y pegaba con el puño cerrado en el mostrador.
    •    Lo voy a madrear.

Le dijo al cantinero, señalándole el vaso con el dedo:
    •    ¿Vale mucho la chingadera que me estoy tomando?

    •    ¡No!

    •    Pus sírvele, cabrón. ¿Qué esperas?

Al pasar las horas, ya había oscurecido y hacía mucho frío. La señora se atrevió a meterse a la cantina.
    •    Ya vámonos, viejo, los niños tienen hambre y frío.

    •    Espérame otro ratón, vieja, todavía no me concentro bien. Llévales un chesco a los chavos y tú tómate un melón para que se te quite lo pendeja. Me cae que vales gorro.

    •    ¿Pero yo qué hubiera hecho en estos casos?

    •    Les hubieras jalado la pinche manguera a los bomberos y hubieras dirigido la maniobra. ¡Échenle agua por acá, ora por acá! Pero ya me imagino que nomás estabas mirando con el hocico abierto. El día que yo me muera no vas a saber ni pelar un chile.

La señora le iba a decir algo pero mejor se quedó callada y le hizo la mano para atrás. “El Chanclotas”, encabronado, bajó las manos, sacando el pecho, echando el paso hacia atrás, como futbolista cuando va a chutar, y le puso una patada en las nalgas, que su vieja salió abriendo y cerrando las persianas violentamente. Felipe puso los codos en el mostrador, cubriéndose el rostro con las manos, y con lo borracho que estaba ya quería chillar.
Otro de los borrachos le tocó la espalda.
    •    Ya Felipe, tranquilo. Lo que pasó, pasó. Vamos a decir salud.

Chocaron los vasos, y “El Chanclotas” se dirigió a la sinfonola y le echó un veinte para que tocara una canción: “Viva mi Desgracia”. Se tomó otras copas, y al poco rato el cantinero los echó para fuera porque ya iba a cerrar, pues ya eran más de las nueve de la noche y como no querían salirse, los echó a empujones. “El Chanclotas” le hizo señas a su vieja para que lo siguiera. Atrás de él iba cargando a su chavito y al más grande lo traía de la mano. La señora casi le gritó:
    •    ¿Adónde vamos, viejo?

    •    Usté sígame, cabrona, y no proteste.

Llegó a la casa de “El Cartucho”, que era el juez de barrio, y a patadas, tocó la puerta. Cuando salió el mediador a abrir, le preguntó:
    •    ¿Qué se te ofrece?

    •    Vengo con el fin de darte en toda la madre. Tú tuviste la culpa de que se quemara mi casa porque siempre andaban chingando que vivía de gorrita café, ¿y eso a ti qué te importaba?

    •    Te juro que yo le dije al comandante de los bomberos que se apuraran llevando extinguidores, pero me dijo que no llevaban porque pensaron que era una quemazón de hierbas en el cerro.

    •    Lo que pasa es que siempre me tuviste envidia, y hablas muchas cosas de mí. Nunca tuviste los suficientes pantalones para reclamarme que yo viví con  tu hermana pero la dejé porque andaba con el lechero, pero vengo a esto.

El juez de barrio recibió un madrazo, entre frente y oreja, que cayó pegándose en la cabeza con un escalón, quedando noqueado, sobre un charco de sangre, y “El Chanclotas” todavía le zumbó unos puntapiés.
Su vieja quiso agarrarlo para que ya no le pegara, cayéndose los dos encima del niño chiquito que llevaba en brazos, que hasta sonó como claxon. Llegó la policía y se llevó al “Chanclotas” al bote, donde estuvo varios años. Al salir ya no encontró a su señora ni a sus hijos. El pendejo se quedó sin casa y sin vieja por broncudo.