“EL FLACO”
Juan “El flaco” era un muchacho trabajador de la mina del Álamo, vivía en el callejón de Manuel Doblado, en el barrio de “La Palma” con su jefa doña “Chanita”, a su papá se lo había llevado un coche de corbata, cuando andaba bien chupado, porque era muy tomador.
Juan estaba tan flaco que parecía esqueleto de mosco, tenía 18 años de edad y aparentaba tener 50. Su novia era Luisa “La Lombriz” la hija del “Bizco”, un viejo borracho, muy conocido en las cantinas, se le paraban los pelos del espinazo cuando hablaban de su hija, Uno de sus compañeros de parranda le dijo:
– Ya supimos que vas a ser suegro, ¡qué guardadito te lo tenías, para no invitar a la boda!
– ¿Cuál boda, pendejo?
– No te hagas, ¡tu hija se va a casar con Juan!
– Ni madres, no lo voy a permitir, prefiero que mi hija se quede a vestir Santos que dársela a ese pinche flaco.
– ¿Por qué no? En lugar de perder una hija, ganas un hijo.
– No quiero que me pase lo que a tí, en tu casa viven todos tus yernos, comen en la misma batea, un día los vas agarrar encabronados y te van a echar a la calle, ni modo que digas que no.
– Les estoy dando chance, que se alivianen.
– Lo que pasa es que eres muy pendejo, te agarran de su puerquito, ya nada más falta que tu vieja meta a tu casa “al Sancho”. En cuanto vea con mis propios ojos que el flaco, tiene futuro, entonces si no me importa que se lleve a mi hija, que se casen; el chiste es que no estén jodidos como nosotros.
– Eso es lo que piensas, pero va a ser pronto, porque “El Sandunga” le pone unas raspadas en el callejón, a lo mejor ya le llegó…
– ¡Cállate el pinche hocico! No hables a lo pendejo, somos amigos, pero no te pases de listo, porque te puedo rajar la madre.
– ¡A mí no me apantallas, pendejo! Si quieres darte en la madre, ¿qué esperas, que no te encueras?
“El Bizco” y Sandro (su amigo) se trenzaron como cangrejos, retachando contra la pared, tirando las sillas y volteando las mesas, los que estaban dentro de la cantina se pararon hechos la chingada, no les fuera a tocar un madrazo, porque los aventaban como locos. Los dos peleoneros cayeron al suelo sin soltarse de las greñas. Al cantinero le cayeron gordo. Les gritaba que salieran a pelearse a la calle y como no le hicieron caso, se brincó el mostrador y a patadas los separó.
– Órale pinches borrachos, a pelearse allá afuera.
Como no le hacían caso, les aventó una cubeta de agua, se levantaron los dos sacudiéndose como perros. “El Bizco” le gritó:
– Para la otra vez nos vemos, me la vas a pelar, pinche bizcocho aguado.
– No dejes lo de mañana, lo que puedas hacer hoy; vamos allá fuera.
– Me gusta la idea, para que no andes de chismoso te vas a tragar palabra por palabra.
Le soltó una cachetada que hasta la saliva aventó, Sandro se la regresó y comenzaron otra vez los madrazos, el cantinero, enojado, los sacó a empujones.
– ¡Sáquense, pinches peleoneros!
Siguieron en la calle, estaban muy sangrados, era una pelea a morir, se estaban dando hasta por debajo de la lengua, le fueron avisar a la señora de Sandro, que llegó junto con sus yernos y varios familiares, y le echaron montón al “Bizco” que ya no sentía lo duro sino lo tupido, cayó al suelo y le dieron de patadas que sonaban como claxon, ya estaba enroscado; lo dejaron tirado en la calle, estaba como gusano cuando lo dejaron.
No faltó quien le fuera a avisar a su señora, Teresa “La Negra”, la vieja del “Bizco” que estaba lavando en la azotea.
– Señora, Negra. Ya le pusieron en la madre a su viejo, creo que lo mataron, porque ya no se mueve.
La Negra bajó como corredora profesional, al llegar, encontró a su señor, que se paraba con mucho trabajo y tenía los ojos como de rana, con la trompa de puerco.
– ¿Qué te pasó, viejo?
– Me echaron bola Sandro y sus yernos; también le entró su vieja. Esos güeyes desde este momento quedan apuntados en la lista negra.
– Yo te acompaño viejo, para hacerles lo mismo, sirve que nos aventamos una lucha en relevos, la vieja y yo; a calzón quitado, voy a mandar a uno de mis hijos, que les avisen a mis hermanos que vengan para que nos echen una mano.
Se llevaron de palomita al “Bizco” por más que abría los ojos, veía doble, cada rato le decía a su mujer que 12 fueron los que le partieron la madre, lo metieron cargando y lo acostaron en la cama dejándolo dormir un rato, la señora le dio los primeros auxilios y cuando despertó, preguntó por su hija.
– ¿Dónde está Luisa?
– La mande a traer el maíz.
– ¿Cómo está eso de que anda con ese muchacho flaco y descolorido?
– Es muy cierto, ella está en edad, le hacen falta unas acariciaditas.
– Pero ese güey me cae gordo.
– No mames, es un muchacho trabajador y sin vicios, el único defecto que tiene es su cuerpo de mosco. Pero eso a tí, ¿qué chingados te importa? Queriéndolo ella, lo demás vale madre.
– Cuando venga mi hija, le dices que quiero hablar con ella, no quiero que ande con ese pobre diablo.
– ¡Ah, chinga! ¿Qué eres de la alta? Si no tienes en qué caerte muerto, acuérdate que a mi jefa le caías como mentada de madre, cada que te encontraba te ponía en la madre por borracho, te perdonó cuando me robaste y todavía te tiene apuntado en su lista negra, porque le caes como patada de mula en el cuajo.
– Sí, lo recuerdo. Me hizo casar la pinche vieja a huevo y hasta la fecha no me quiere.
– No te vayas a embarrar de miel y salgamos como los pinches candidatos políticos que querían echar fuera al presidente López Obrador, ¡Cállate, porque ahí vine mi hija!
Pero el “Bizco”, siguió como perico no le hizo caso y le dijo a su hija:
– No quiero que en esta casa se hable de ese flaco, y tú no le dirijas la palabra.
– Pero papá, ¡cómo no le voy hablar, él es mi novio!
– Lo era, porque las cosas han cambiado y el día que lo vea, lo voy a desmadrar.
– Lo siento mucho, papá. Yo lo quiero y nos vamos a casar quieras o no, ya soy mayor de edad y no quiero quedarme como mi tía, que se quedó en el barrio, porque no la dejaste casar y ahora que está en el barrio, vieja y sola; le dicen la culpa, porque nadie se la quiere echar.
“El Bizco” le quiso pegar, pero entró en acción su señora:
– Calmantes montes, tú que le levantas la mano a mi hija y no quedas vivo.
“El Bizco” les mentó la madre a las dos y se bajó al barrio a buscar a Sandro, porque tenía una cuenta pendiente con él, al verlo, con el coraje que llevaba, se lo echó en un round, Sandro, al verse que tenía una fiera enfrente, sacó su cuchillo le aventó el tajazo al “Bizco”, que si no se agacha, le pasa lo que al perico, “El Bizco” brincaba como chapulín, tratando de desarmarlo en el momento que le aventó un certero cuchillazo a Juan; que quiso defender a su suegro y le tocó bailar con la más fea, porque lo atravesó de lado a lado.
Sandro, al ver que le había clavado el estoque, se echó a correr.
“El Bizco” llegó a su casa, y dio parte de lo que había sucedido y le dijo la señora:
– Lo hubieras ayudado cabrón, él te salvó el pellejo, vamos a verlo, ¡pobrecito! Si se muere me cae que te van a venir a jalar las pinches patas, por hojaldra, él fue quien pagó el pato, y para la otra cuenta bien los que te pegaron, dicen que fueron 5 y tú dices que 10.
– No me la pongas difícil vieja, me cae que si no se muere, le voy a pedir perdón, le voy a decir que se case con mi hija lo más pronto posible, yo me pongo parejo con la boda.
Al pasar los meses, “El Flaco” se recuperó totalmente, se hizo como juró “El Bizco”, se casaron haciendo una gran boda, y la chamaca se lo llevó a vivir a su casa, tuvieron 14 chavos y todo los domingos “El Bizco” se lleva a sus nietos a pasear al parque, los quiere mucho, tanto que les hace payasadas, para divertirlos.