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Un Infierno Bonito

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Luís “El Calaca” era un niño muy vivaracho, cursaba el cuarto año de primaria en la escuela Justo Sierra con el profesor Pompeyo, su papá, al que conocían como “El Trompudo”, trabajaba en la mina de San Juan Pachuca, estaba casado con doña Rebeca “La Chaparra”. Toda la familia vivía en una de las vecindades del barrio de la Palma.

Un cinco de Enero, se escucharon muchos cohetes, “El Calaca” entró corriendo a su casa y le dijo a su mamá:
    •    ¡Jefa, jefa! Ya no tardan en pasar los Reyes Magos, ¿me da permiso de ir a verlos?

    •    ¡Muchacho pendejo, me espantaste! El que ya no tarda en venir es tu padre, luego quiere algo de tomar y no hay quien se lo vaya a traer.

    •    No tardo, mamá, quiero hablar con uno de los Reyes para que me traiga una cosa.

    •    Llévate a tus hermanos.

“El Calaca” le puso un suéter a su hermanita  “La Chata” quien tenía tres años de edad, le amarró los zapatos al “Enano” que tenía cinco y jalándolos de las manos salieron corriendo de la vecindad rumbo al centro de la ciudad, donde cada año los Reyes Magos desfilaban por las principales calles.
Entre apachurrones y pisotones, “El Calaca” y sus hermanitos se pasaron al frente de la fila formada por miles de niños que, acompañados de sus padres, esperaban ansiosos a los Reyes. De pronto, se escucharon los cohetes tronar en el cielo, se escuchaban los gritos de los niños emocionados. “El Calaca” les decía a sus hermanitos:
    •    Esos son los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar ¡Pídanles juguetes!

“La Chata” les gritaba:
    •    ¡Reyes Magos, ¿me traen una pelota y una muñeca?

Al mismo tiempo, su hermanito Pancho, les decía:
    •    A mí me traen una pistola de agua y un carrito.

Cuando pasaban los Reyes Magos, “El Calaca” cargó a sus hermanos y corrió a cortarles vuelta, para volverlos a ver. Así lo hizo varias veces, hasta que llegó a la Plaza Juárez. Ahí dejo a los niños en un lugar seguro y entre la gente se metió a saludar al rey negro, a quien le dijo:
    •    Quiero que me traigas una máscara como la del Santo, vivo allá arribita. Y le señaló con el dedo.

Entre la muchedumbre el Rey Mago, le dijo que sí y los Reyes se alejaron, perdiéndose en las calles. “El Calaca” fue por sus hermanitos.
    •    Vámonos, los Reyes ya nos vieron y nos van a traer lo que les pedimos.

Llegaron a su casa muy contentos.
    •    Ahora sí mamá, los Reyes Magos me van a traer una máscara como la del Santo y a mis hermanitos sus juguetes.

La señora lo miró con ternura y le dijo:
    •    Los Reyes Magos no vienen acá hijo. Reparten sus juguetes a los niños que viven en el centro y no alcanzan para los que viven en el cerro.

“El Calaca” sonriendo, le contestó:
    •    Hablé con uno de ellos y no creo que me fallen.

    •    Bueno, ya es hora de dormir. Tomen su café y acuéstense.

“El Calaca” devoró su pan con café y se fue acostar en medio de sus hermanitos. Era tan grande su ilusión, que muy rápido se trasladó al mundo de los sueños, donde se vio sentado en la primera fila de la Arena Afición para presenciar la lucha del Campeonato Mundial entre Santo el Enmascarado de Plata, contra el Cavernario Galindo. La arena estaba a reventar, “El Calaca” sufría al ver cómo golpeaban a su ídolo. Cada uno de los luchadores llevaba una caída ganada y les faltaba otra.
El público brincó de la emoción cuando el Santo  azotó al Cavernario en la lona, lo aventó de los cabellos, lo retachó en las cuerdas y le puso una zancadilla, con la cual lo tiró a medio ring. El Santo se subió a la tercera cuerda y se lanzó contra él en un tope, lo volteó y le aplicó la llave de a caballo. El Cavernario se dio por vencido y así el Santo había ganado el campeonato, gritos en coro se escuchaban: “¡Santo, Santo, Santo!”, “El Calaca” no dejaba de aplaudir, muy emocionado. De momento brincaba y se apretaba las manos, Santo, El Enmascarado de Plata se bajó del ring, se dirigió donde estaba “El Calaca” y le dio la mano, “El Calaca” gustoso, se la estrechó y le dijo:
    •    Santo, cuando sea grande voy a ser luchador como tú.

El Santo le contestó:
    •    Para llegar a ser luchador, hay que estudiar mucho y ser obediente con tus padres.

    •    Estoy en la escuela, aunque mi papá no quiere que vaya. Hace rato pasaron los Reyes Magos y les pedí una máscara igualita a la tuya.

“El Calaca” se quedó de una sola pieza cuando el Santo se quito su mascara y se la dio.
    •    Úsala cuando seas grande

El Calaca metió la máscara debajo de su almohada y puso su cabeza sobre ella como cuidando el más preciado tesoro. Pero su sueño fue interrumpido por un fuerte jalón de greñas que lo hizo que se sentara a media cama, casi dormido buscaba debajo de su almohada la máscara que el Santo le había regalado, al no encontrarla, buscó entre sus hermanos quienes dormían plácidamente, les quitó las cobijas y se asomó debajo de la cama.
    •    ¡La máscara que me dio el Santo! ¡Yo la dejé aquí!

Su papá le dio un jalón de orejas y una patada, mientras se burlaba de verlo angustiado:
    •    ¡Pinche muchacho loco! ¡Qué máscara, ni que la chingada! Ve a traerme una cerveza.

“El Calaca”, todavía con la mirada buscaba el regalo que le había hecho el luchador.
Cuando el niño regresó con la cerveza, muy triste se acostó, poniendo en fila su zapato junto con los de sus hermanos. Pensó en no dormirse hasta que llegaran los Reyes Magos, pero el sueño lo venció, por la mañana se escucharon voces de niños contentos.
    •    ¡Los Reyes Magos me trajeron dulces y juguetes!

“El Calaca” despertó y buscó con la mirada su zapato, estaba igual que como lo había dejado antes de dormirse, los Reyes no le habían traído nada. Muy triste, fue a sentarse en el escalón de su puerta a ver  cómo jugaban los niños de la vecindad. Pero le cayó mal que algunos le fueran a presumir sus juguetes, decidido se metió a su casa y le preguntó a su mamá:
    •    ¿Por qué a nosotros no nos trajeron nada?

    •    Porque se portaron mal.

    •    Pero si al “Pollo” el hijo de doña Manuela, que es muy peleonero y  no va a la escuela, si le trajeron.

    •    ¡Entonces yo no sé por qué no les trajeron nada los Reyes! Y ahora vete, no me estés molestando.

Los ojos negros del “Calaca” se nublaron por las lágrimas y cada vez lloraba más fuerte. Para que los niños de la vecindad no se burlaran de él, “El Calaca” se salió a la calle.
Poco tiempo después, por ahí paso el profesor Pompeyo, quien al verlo triste le preguntó:
    •    ¿Qué te pasa Luis?

“El Calaca” entre sollozos le contó al profesor que no  le habían traído nada los Santos Reyes. El profesor, que lo conocía y sabía de sus ilusiones, le dijo:
    •    ¡Qué casualidad! Fíjate que los Reyes Magos se equivocaron y me llevaron este paquete a mi casa. Mira, trae tu nombre y tu dirección.

“El Calaca”  tomó el regalo y lo abrió de prisa.
    •    ¡Una mascara del Santo, Profe!

Sin agradecer el regalo, “El Calaca” se la puso y se metió a la vecindad. Muy contento echaba maromas y luchitas con los demás niños. Al pasar los años, Luis “El Calaca” trabajó en la Hacienda de Beneficio de Loreto, después en la mina de San Juan, su vocación por la lucha libre creció al igual que él mismo. Luchó en la Arena Relámpago, en el Centro Social Deportivo Pachuca y en la Arena Afición. Se hizo profesional y ha hecho pareja con el Hijo del Santo, Octagon, Máscara Sagrada, Atlantis y muchas otras estrellas de la lucha libre. En la actualidad, “El Calaca” lucha con el nombre de Solar y cada seis de enero regala juguetes a los niños que viven en los barrios altos, donde los Reyes Magos no llegan.
Este personaje de barrio va dedicado para todos los niños en ese día tan especial. Que a los niños nunca les quiten las ilusiones.