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Un Infierno Bonito

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EN EL PERSONAJE DE HOY:

“LA CHISMOSA”

Panchita era una señora chaparra, gorda, greñuda, le gustaba de a madre el chisme. Aunque también era muy trabajadora: desde que amanecía estaba en chinga loca, y no le paraba hasta que anochecía; se la pasaba trabajando como burro. Andaba siempre en actividad para mantener a sus 15 hijos, porque su viejo Mateo, era chalán de albañil y ganaba muy poco; su maistro era muy chupador, y trabajaba 3 veces por semana.
Panchita lo que tenía de hocicona, lo tenía de chambeadora; desde las 6 de la mañana llevaba sus botes de nixtamal al molino, y tenía que aventarse por lo menos 30 kilos de tortillas a mano para sacar para el chivo. Sus manos se le habían hecho planas, y cuando sus hijos la hacían enojar les daba de cachetadas, que ellos las recibían como raquetazos. Panchita era el periódico del barrio; todo lo que pasaba lo contaba con detalles, y veces le aumentaba para darle más emoción. Diario se le veía cargando  en el hombro una canasta grande, llena de tortillas, que las iba a vender al mercado por docena.
Mateo, cuando no trabajaba, se metía a la cantina,  parece que ahí le habían cortado el ombligo. Era muy amigo del cantinero “El Cabezotas”, y al escuchar las 2 de la tarde subía a su casa a comer, y por lo regular peleaba con su vieja. Mateo, a pesar de tener cara de menso, tenía genio; pero doña Pancha le había comprado una lámpara para que lo echara, porque cuando chocaban salían a madrazos. Doña Panchita era muy explosiva, y a sus hijos les aplicaba la ley de Herodes.
    •    Yo no quiero sopa, mamá.

    •    Ni yo.

    •    Ah que la que se cayó por miar. Se la tragan, porque se la tragan. No me voy a estar dando en la madre para hacerla, y ustedes que no la comen; aquí se la tienen que comer a huevo, y el que no quiera me lo chingo.

Mateo sacaba la cara por sus hijos, porque sabía que su vieja cuando les pegaba, los dejaba desmadrados.
    •    Si no quieren comer, no los obligues.

    •    Tú cállate el hocico, alcahuete cabrón. Por eso están jiotosos, flacos, amarillos como chale, por no tragar. Estamos jodidos pero con mi trabajo, no faltan los frijoles en esta casa. Y tú me tienes que dar una lana.

    •    Mañana te la doy, es sábado.

    •    Ve buscando otra chamba, porque el pinche maestro que tienes trabaja cuando quiere y lo que te paga apenas alcanza para el bofe del gato.

Cuando veían a Panchita enojada, nadie protestaba. Comían sin levantar la vista, y aquél que dejaba sobras en el plato, a puños se la metía por el hocico.
    •    Mañana te levantas temprano, Mateo, y me ayudas a llevar el bote de nixtamal al molino; me duele el cuadril de tanto cargarlo en el lomo. Cada que me estiro me truenan los huesos, y al caminar me pesan las nalgas.

    •    Será otro día, vieja, porque mañana me toca echar un colado, y me cae que vamos a estar iguanas ranas de tanto cargar el bote de mezcla.

La chismosa de Panchita, hacía muy buena pareja con doña Juana, la molinera, que también era investigadora de vidas privadas.
    •    Fíjese, Juanita, que a la Clementina ya le tronaron sus huesitos, ya no es señorita; por más que quiere caminar como yegua fina, las patas se le abren.

    •    No me diga. ¿Quién fue?

    •    El vago ese que tiene cara de padrote, que le dicen “El Piluso”. Se ve que es muy calenturiento el cabrón, porque a todas las muchachas del barrio las encuera con la vista.

    •    ¿Cuándo fue, y cómo fue?

    •    La engañó a la pendeja, con falsas promesas de matrimonio. Ya conoce a los hombres, nomás tienen lo que quieren y huyen los cabrones.

    •    ¿Ya lo sabrá doña Santita?

    •    Quién sabe, pero al mal paso hay que darle Gerber.

    •    ¿Dónde fue, y a qué hora?

    •    Mañana le cuento. Ya me voy porque tengo que darle de almorzar a mi viejo, si no se hace güey y no va a trabajar.

    •    Ándele Panchita, pero ya me dejó picada, no deje de contarme todo lo que sabe.

Doña Juana se lo platicó a la tamalera, la tamalera a doña Julia, la de la tienda, doña Julia a Manuelita, Manuelita a doña Chepa; se hizo una cadena que llegó a los oídos de doña Santa, la mamá de Clementina, y muy enojada, al llegar a su casa, la jaló de las greñas.
    •    Ya nada más eso me faltaba, imbécil; pero ahorita te parto la madre por caliente. Con razón te tardas, si te vas al callejón oscuro, donde los cabrones besan y no sacan la mano.

    •    Por Dios, mamá. ¿Qué le pasa? ¿Qué no me tienes confianza? Dicen que al que desconfía es porque ya se lo hicieron.

    •    Cállate el hocico. Y ahora que venga tu padre le voy a contar lo que hiciste, para que te acabe de madrear.

    •    Mamá, por favor, explíqueme lo que pasa, no la entiendo.

    •    No te  hagas, que ya no eres señorita.

Clementina se puso muy colorada, y lloró más fuerte.
    •    Por Dios santo, mamacita, se lo juro que no es cierto. Pepe es mi novio pero me respeta, si usted gusta vamos a un médico para que le diga la verdad.

    •    Eso es lo que voy hacer, y si es cierto, aparte de darte en la madre, te voy a mandar hacer unos calzones de seguridad; y si es falso lo que andan diciendo, voy a investigar quién fue y le parto la madre y la meto al bote por chismosa.

Mientras tanto, salió Mateo de trabajar y se metió a la cantina. Los compañeros habían hecho un taco placero, y le dijo el cantinero:
    •    Ya tenemos todo listo para comer, te toca ir por las tortillas.

    •    No mames. Si voy por ellas me ve mi vieja y va a querer que le ayude con la canasta al mercado, y pesa mucho.

    •    Aguas. Ahí viene.

A Mateo apenas le dio tiempo de esconderse debajo del mostrador. Entró la señora y les preguntó:
– ¿No ha venido Mateo?
– No señora, no le hemos visto.
– Donde andará este cabrón; si lo ve dígale que lo vine a buscar, que vaya a la casa.
La señora Francisca se bajó como de costumbre a vender sus tortillas; apenas podía con su canasto. Ya se le había hecho una nalga más arriba que la otra. Como a los 5 minutos de haberse bajado, fueron a su casa doña Santa y don Clemente y toda su familia, a reclamarle que por qué andaba de chismosa de que a su hija se la habían echado. Tocaron, y salió uno de sus hijos.
    •    ¿No está doña Pancha?

    •    Se fue a vender las tortillas, llega como a las dos de la tarde.

Por otro lado, Mateo almorzaba a toda madre, con sus amigos en la cantina.
    •    Ah chingá, la salsa quedó muy picosa.

    •    Es que le eche muchos chiles muerdes.

    •    Te muerdo las orejas.

    •    Te las corto para que te queden parejas.

Mateo, muy quitado de la pena, se empinaba la jarra del pulque, cuando entró don Clemente como agua para pelar pollos.
    •    A ti te andaba buscando. Tu pinche vieja anda de chismosa de que mi hija ya no es señorita, y eso me lo tiene que hacer ver.

    •    ¿Pero a mí qué me dices? Díselo a ella, esa es su bronca, yo qué te puedo decir.

    •    Ya la fuimos a buscar a tu casa y no la encontramos. Pero tú tienes el remedio en las manos para que se le quite lo chismosa; cósele el hocico, porque si no lo tenemos que hacer nosotros.

Don Clemente se salió muy enojado, y le dijo el cantinero:
    •     Híjole, Mateo, yo me cae que no quisiera estar en sus chanclitas de tu vieja. Doña Santa está que se la lleva la chingada. Yo también supe ese chisme, me lo contó mi vieja.

Mateo se puso muy preocupado, pero luego de tanto pulque que tomó, se le olvidó; pero cuando llegó a su casa encontró a su vieja toda madreada, parece que la había atropellado un tráiler; estaba chimuela, golpeada y raspada de la cara, apenas si podía abrir los ojos.
    •    Eso te pasa por andar de hocicona. Cuida a tus hijas y deja el mundo que ruede. Con la madriza que te pusieron, a ver si vuelves a andar de chismosa.

    •    Pinches viejas. Me echaron bola. Me agarró toda la familia. Pero me la van a pagar. Yo supe que ya le habían dado para sus tunas a la Tina.

    •    Y a ti qué chingados te importa. Otra madriza de estas y te mandan con los pinches diablos.

Panchita se alivió de los madrazos que le dieron; estuvo en cama una semana, y tardó un mes para poder salir a la calle. Pero no cabe duda que era chismosa de profesión. Cuando fue al molino le dijo a doña Juana:
    •    Fíjese Juanita, que a Raquel ya le tronaron los huesos.

    •    No me diga, Panchita. ¿Cuándo fue?

    •    La semana pasada. Fíjese que al caminar para la cola como de pato.

Cuando lo supo Mateo, llegó a su casa y echó sus cosas de su mujer en un costal, y le dijo:
    •    Es mejor que ya busques un pollero para que te pase al otro lado, aprovecha que está descarrilada la Bestia, porque ya no tardan en venir a rajarte la madre por chismosa. Es toda la familia de Raquel, y son como 30 cabrones.