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Un Infierno Bonito

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UNA HISTORIA QUE ALGUNOS NO CREEN

La mina a todos los mineros en alguna forma les da en la madre, aunque  muchos no lo creen y cuando se les cuenta, les dicen: “Pinocho, largo, chismoso” o les mientan la madre, acompañado de un “No mames”. 

Ustedes que han sido mis lectores y me conocen por medio de Radio Plaza Juárez, en mi programa o en el periódico donde he escrito sobre más de cien personajes, con la verdad en la mano, les voy a contar lo que me sucedió:
Hace varios años trabajaba en la mina de Paricutín, en el nivel 470, o sea cuatrocientos setenta metros. En esa mina hace mucho calor, apenas  un humano la aguanta, algunos trabajábamos con un calzón y una franela para limpiarnos el sudor. Mi trabajo era echando pala, empujando conchas; eso me hacía caminar kilómetros, la verdad son pocos los que duran, los demás renuncian.
Una vez que salí a la superficie, estaba lloviendo, les juro que mi cuerpo chillaba como plancha, entregué la herramienta y corrí a bañarme, me sentí bien con el agua caliente. Era un turno de noche, entraba a las 6 de la tarde y salía a la una de la mañana, al llegar a mi casa, les juro que con el frío que sentía, parecía perro chihuahueño. Un día me dijo mi vieja:
    •    ¿Qué te pasa viejo? Parece que vienes sacudiéndote las pulgas.

    •    ¡Tengo mucho frío!

    •    Te voy a hacer un té caliente para que te controles!

Por momentos se me quitó, me acosté y de nuevo comencé a temblar, mi señora me echó varias cobijas y al ver que seguía igual, fue a llamar a su mamá, que ella se las sabía de todas, todas, porque había tenido 12 hijos y todos trabajaban en distintas minas, en ese tiempo vivía en la calle de Ocampo, me puso la mano en la frente, saltó los ojos y me dijo:
    •    ¡Chíngale! tu “Gato” tiene fiebre alta, trae una cubeta de agua y vamos a ponerle unos lienzos de agua fría, a ver si no se nos pela.

Pasó el tiempo y había empeorado:
    •    Vamos a llamar a la Cruz Roja y que lo dejen en el Seguro, yo te acompaño porque te veo muy pendeja.

Llegamos a urgencias y  me revisó el médico, les comunicó que me a iba a quedar internado, me subieron al tercer piso, en la cama número 312 y el galeno le dijo a mi mujer y a mi suegra que sólo una de ellas se podía quedar conmigo, mi señora levantó la mano y a mi suegra le tocaron las golondrinas, llegaron las enfermeras y me encueraron, poniéndome ambiente húmedo, cambiándolo cada 15 minutos, luego trapos mojados en la frente y en el ombligo, pero ya era de madrugada y seguía igual, la fiebre no cedía.
Llegó el especialista, me preguntó que si trabajaba debajo de la mina, le dije que sí y me mandó con urgencia a que me tomaran una radiografía, la revisó y me dijo que lo que tenía era una fuerte neumonía, mandó a que me pusieran algunas inyecciones y distintos medicamentos. Le dijo a mi vieja que en cuanto tosiera, me pusiera un trapo y me limpiara las flemas, así lo hizo, miró que eran verdes y ordenó que me pusieran unos polvos e inyecciones y que no se separaran ni un momento de mi cama.
Mi señora comenzó a chillar como Magdalena y la sacaron por los gritos que daba, así pasé varios días, pero seguía igual, la verdad no aguantaba de estar tapado con sábanas, como si estuviera dentro de una tienda de campaña. Por unas hendiduras me daban pastilla y, jarabe, me inyectaban y demás cosas, que aquí no se deben contar.
Pasó una semana y otra, la fiebre no se me quitaba, mi suegra entró a la de a huevo a verme y habló con las enfermeras, les dijo que ella podía llevarme unas curanderas, la tomaron del brazo y se la llevaron a la calle y le dijeron que ya no regresara, que yo estaba en un sanatorio.
Esa tarde le dije a mi señora que me fuera a dar de baja en la compañía, para que le dieran un dinero y alcanzara para los gastos que tenían dos hijas en la Prepa y otro para salir de la secundaria.
Fue y la mandaron con cajas destempladas, diciéndole que para pagarme el retiro me faltaba 10 años, mi mujer enojada me dio de baja y le dieron 300 pesos.
Ya llevaba dos meses y seguía igual, me enseñó mi mujer una carta de Radio y Televisión, diciéndome que me presentara a cubrir la plaza que había solicitado al director Rodolfo Guever, ella le explico que me aguantaran otro tiempo porque estaba muy enfermo. A los pocos días llegó mi médico  y me dijo:
    •    ¡Ahí nos vemos! Me llevo el expediente porque mañana no amaneces, ya deje órdenes de que todos los que te vengan a verte los dejen pasar, adiós, fuiste un buen paciente.

Se dio la vuelta y se fue, a mi señora con engaños le dije que se quedara en la casa, que ayudara a sus hijos en la tarea y nos veíamos, hasta pasado mañana, me dijo que sí y se despidió de mi muy cariñosa.
Me quedé muy triste, llegaron las enfermeras, me dijo una de ellas: “lo vamos a cambiar de cama   al rincón, al rato vienen unos señores, sea amable por favor, aquí le dejamos un timbre por si necesita algo, toque y se fueron. Poco después llegaron unos trabajadores, y taparon con lonas, me quedé pensando miles de cosas, de momento, por la puerta, se veía como comenzó a entrar agua, que lentamente iba subiendo, cuando vi que estaba rodeado como en una isla, me agarré con todas mis fuerzas del colchón, para no caer, entró una mujer de blanco con cabellos largos, pensé de que era una enfermera o doctora, y me dijo.
    •    ¡A ver cómo está tu corazón!

Metió la mano, la sentí muy fría, de pronto sentí que daba vueltas como remolino e iba yo hacia arriba, atravesé la azotea y veía muchas luces que se quedaban abajo, así pasaron los segundos y encontré un túnel, sentí como un pequeño viento, como si alguien me jalara y entré en al túnel, luego había mucha oscuridad, pero no sentía miedo, alcé mi cara y vi luz, pronto llegué al agujero de salida, era la cosa más hermosa, un cielo azul y  flores de distintos colores; cuando me iba a sentar, de momento me vine de cabeza y sentí cuando mi alma entró en mi cuerpo, volteé asustado y estaba ahí la mujer de blanco, que me dijo.
    •    ¡Vas estar bien, duérmete, descansa!

Con sus manos frías sentí cómo me cerró los ojos y me quedé dormido. No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché la voz del médico que me atendía, iba acompañado con otros dos médicos, al verme me miró con asombro. Y me preguntó:
    •    ¿Tú qué haces aquí?  ¿Quién vino a verte?

LLamó a una de las enfermeras y le preguntó:
    •    ¿Quién vino a ver a este señor?

    •    Nadie doctor, hemos estado cuidándolo como usted ordenó.

    •    ¡Llame a las jefa de enfermeras!

Llegó una mujer y le dijo.
    •    ¡Estoy a sus órdenes!

    •    Tráigame a todas las enfermeras que cubrieron el turno de la noche, ¿o ya se fueron?

    •    No, falta un cuarto para las 6 de la mañana.

Llegaron las enfermeras y les hizo la pregunta de quién me había visitado, le contestaron al mismo tiempo que nadie, les dijo que podían retirarse. Les ordenó a sus acompañantes:
    •    Vayan a la oficia y del consultorio tráigame el expediente de Félix Castillo Garcia

Regresó y se lo entregó en las manos, el doctor me dijo:
    •    A ver, siéntese en la orilla de la cama – me puso el estetoscopio- respire profundo, más, otra vez.

Se rascó la cabeza y dijo en voz alta:
    •    Ya no está enfermo, desapareció el E.P.O.C. ¡Así que no vino nadie…! 

Titubeando, le contesté:
    •    Bueno sí, una mujer de blanco, luego yo sentí que salía volando al cielo…

    •    ¡Está bien, hay cosas que no podemos resolver! Te vas a quedar el día de hoy y mañana te vas a tu casa, no tienes nada, sigue tu vida normal!

Al día siguiente llegó mi señora y quedó asombrada de que no tenía puesto el oxígeno, ni tampoco los sueros y me dijo:
    •    ¡No te quites las mangueras! Ya ves que dijo el doctor que estabas muy delicado.

Le platiqué todo lo que había pasado y echó una risa incrédula. Eso me molestó y le dije: “ vete por mi ropa ya nos vamos a la casa”. Descansé ese día y me presenté a la cabina de 98.1, me dijo el director que mi programa iba a comenzar a la una de la tarde, como de operador iba a estar Mario Tapia y que iba a durar una hora. Hice todo lo que yo sabía y como no tenía tema, les platiqué lo que me había pasado sin dejar ningún detalle.
Tuve muchas llamadas y en la puerta me estaban esperando dos médicos, me dijeron que ellos iban de la Universidad y habían escuchado lo que había platicado, que a las 3 de la tarde se iban a graduar 500 estudiantes de tanatología y que me invitaban a contar lo que sabía, en un principio puse trabas, pero me dijeron que era muy importante para las estudiantes de la universidad y para la humanidad. Di la plática y no escuché ni el chillido de una mosca, todas estaban muy atentas, dirigiéndome a los doctores, les pregunté:
    •    ¿Cuánto tiempo duré muerto?

    •    El tiempo que duró contando lo que le pasó.

    •    Yo fui muchos años minero vi un túnel y estaba oscuro.

    •    A eso le llamamos nosotros “El Túnel Negro”. Ahí se pierden las almas que andan penando, porque el alma nuestra pesa 25 gramos, el mismo ambiente los hace volar para un lado y otro. Por eso se pierden

Ya no quise preguntar, ellos me entregaron un cuadro de pata que tiene una mariposa que está naciendo. (Un capullo) Todos me aplaudieron, recibí felicitaciones y abrazos y desde entonces mi programa de Real de Minas, fue el favorito y más cuando me puse a escribir leyendas, algo parecidas a lo que me pasó. ¡Las cosas del más allá sí existen!