“EL MOCO”
También le decían el chispas.
Afuera de la cantina de “La veta de Santa Ana” en el barrio de El Arbolito, Chencho “El Moco” se daba en la madre con “El Greñudo”, otro cuate muy peleonero. Había muchos mirones pero nadie intervenía. Se estaban dando una madriza de patín, trompón, caídas y levantadas, jalones de greñas, cabezazos, y todo se valía; era una pelea a morir. Cansados y ensangrentados, ninguno de los dos se rajaba; tampoco nadie se metía a separarlos, pues el que mete paz saca más.
En un descuido del “Moco”, “El Greñudo” le dio un descontón en el hocico, que la saliva aventó y quedó tirado con los brazos abiertos, mirando al cielo. Sus compañeros le aplaudieron, era el ganador. “El Moco” estaba fuera de combate; sin embargo, poco a poco, muy golpeado, “Moco” se enderezó, se puso sobre una rodilla y la otra en tierra, movía la cabeza para un lado y otro, con la mano se limpió la sangre, se levantó, echó mano a la cintura y sacó un filoso cuchillo, y le dijo:
– ¡Órale, güey, aviéntate!
“El Greñudo” no se rajó, se enfrentó dando vueltas como gallo de pelea, brincando como chapulín, por los tajazos que le aventaba; echaba la cola hacia afuera para que no le fuera a sacar las tripas. Todos los que estaban mirando la pelea quedaron callados, y sólo escuchaba el respirar y pujidos de los dos, de lo cansado de tanto brincar como gallos de pelea. Así estuvieron por un buen rato. “El Greñudo” se le aventó y al querer desarmarlo, “El Moco” se echó para atrás y con rapidez, casi nadie vio cuando le metió 4 cuchilladas, cayendo en un charco de sangre. Todos se quedaron de una pieza, mirando cómo quedó “El Greñudo” en posición fetal, agarrándose sus tripas para que no se le salieran, lanzando un grito de dolor. “El Moco” lo miró y le dijo:
– ¿Si quieres más me avisas?
Todavía le dio de patadas, que sonaron a bote viejo; uno de los mirones se animó y le dijo al “Moco”:
– ¡Ya está bueno, déjalo!
– Esto le pasa por quererse poner con los hombres.
Pasaron unos cuantos minutos y llegaron los ministeriales con la pistola en la mano, y a punta de madrazos se llevaron al “Moco” a la cárcel. Se les puso pendejo pero lo calmaron, dándole con la cacha de la pistola, en la cholla, y con el puño cerrado en el hocico, para que se callara, porque no dejaba de mentarles la madre, amenazando que se los iba a echar uno por uno.
Mientras, los socorristas de la Cruz Roja, en una camilla, metían a la ambulancia y se llevaban al “Greñudo” al Hospital General. Eran muchos los comentarios y se decía que “El Moco” le dio 3 y su fuerte, para que se educara. Uno de sus compañeros del “Moco” fue corriendo a su casa para avisarle a su vieja Cuca, que se lo habían llevado al tambo. Luego, luego, su vieja agarró su rebozo, y hecha la cochinilla, se bajó por el callejón, tropezándose y cayendo de hocico, llevándose de corbata a su chavito de tres años, que se descalabró y chilló muy fuerte. La señora le dio un cachetadón y un coco.
– ¡Cállese, pinche escuincle, que se llevaron a su padre a la cárcel!
Una de sus amigas le preguntó:
– ¿Dónde vas, Cuca?
– Voy a la Procuraduría General del Estado, porque dicen que se llevaron a Chencho al bote.
– ¿Por qué?
– De seguro se peleó el cabrón.
La señora estaba muy agitada, toda raspada, con una mano se tapaba para que no se le vieran las chichis; se le rompió la blusa del madrazo que se dio. Le dijo su amiga:
– Te voy a prestar un suéter, porque ni brasier traes, y se te salen las bolas.
– Es que me iba a meter a bañar cuando me avisaron, apenas me dio tiempo de ponerme los calzones y falda.
– ¿Quién te dijo, manita?
– Uno de sus amigos que venía bien borracho, no le entendí muy bien, pero parece que se echó a un cristiano.
– ¡No mames! ¿Y el niño por qué está sangrando?
– No se quiso quedar, a huevo ha de venir de cola; me atoré en una pinche piedra y me vine de cuernos. ¡Ya cállate cabrón!
– Mira cómo lo llevas, va descalabrado.
– Que se aguante; luego nos vemos, amiga, y te cuento el chisme.
Casi arrastrando al niño, continuó su loca carrera, y cuando llegó a la procuraduría nadie le daba razón adónde estaba su “Moco”, hasta que una de las secretarias le dijo:
– Pregunte en el Ministerio Público.
Toda nerviosa, le preguntó a un señor que se comía una torta:
– ¡Buenas tardes, señor! Perdone, se encuentra detenido Crescencio Hernández.
– Sí, aquí lo tenemos, pero no puede hablar con él, está incomunicado.
– ¿Pero por qué?
– Porque le dio de cuchilladas a un individuo, yo creo que se va a pasar mucho tiempo en la grande, porque se lo echó al plato.
– Déjeme hablar con él para ver si le traigo una cobija, va a pasar frío.
– No se preocupe, ya le dieron su calentada mis compañeros. No lo puede ver hasta que tenga 72 horas de encierro.
– No sea malito, por favor, déjeme verlo.
– Que no sea necia, no puede hablar con él.
La señora estuvo insistiendo mucho; su llanto y el del chamaco conmovieron al agente.
– Bueno, pásele un momento; no se tarde porque si no, no la van a dejar salir.
– La señora se espantó al ver a su “Moco” muy madreado, tantito por la chinga que le había dado “El Greñudo” y otra que le habían dado los ministeriales.
– ¡Ay! En la madre, ¿eres tú, Chencho?
– Soy yo, pendeja. Busca la manera de sacarme de aquí, antes de que me maten estos desgraciados.
– ¿Cómo le hago?
– Ve al Sindicato Minero y dile al Secretario General que estoy encerrado, que me eche la mano, también avísale a mi jefa y a mis carnales; busca a todos mis cámaras para que hagan una coperacha y me saquen pagando la multa.
La señora salió muy angustiada, jalando a su escuincle chillón, y en el sindicato le dijo el Secretario General:
– Está duro su caso, señora, nosotros no tenemos jurisdicción cuando de por medio está un moribundo, busque mejor a un licenciado.
La señora fue a avisarles a los familiares del “Moco”, quienes hicieron una junta y llegaron a una conclusión.
– ¡Hijole! Ya fuimos a ver a mi carnal, y dicen que no se puede hacer nada, hasta que el herido se salve.
– ¿Qué hacemos?
– Esperar hasta mañana.
La señora corrió a su casa, dejó al niño, le llevó unos tacos y una cobija a su marido, pero no pudo hablar con él.
Pasaron varios días, y no se sabía la situación del “Moco”, que estaba muy arrepentido de haber acuchillado al “Greñudo”. Nuevamente le aconsejaron que viera a un licenciado.
– ¿Pero de dónde voy a sacar para pagar a un licenciado? Esos cuates se parecen a las mujeres malas: solamente se mueven cuando tienen el cliente encima, y cobran re caro.
Buscó entonces a sus compañeros de parranda, pero le dieron la espalda. La señora se enojó y se dio cuenta que no tenía palancas para sacar a su viejo de la cárcel. Por otro lado, “El Moco”, después de rendir su declaración, más de 100 veces, fue pasado al CERESO, ya que “El Greñudo” había muerto. Así anduvo la señora, navegando con bandera de pendeja, de un lugar a otro, buscando la manera de cómo sacar al “Moco”. Un día se enteró de un chisme, y cuando lo fue a ver al penal, le preguntó:
– Dime la verdad, Chencho, ¿por qué te peleaste con El “Greñudo”?
– Fue un pleito de borrachos.
– No te pases de lanza conmigo porque me cae de madre que en lugar de ayudarte a salir te refundo en el bote. Ya supe que “El Greñudo” te encontró con su vieja cuando le estabas dando para sus tunas; te le echaste a correr y te alcanzó en la cantina, por eso fue el pelito, ¿sí o no? Y yo sufrí mucho, anduve como pinche candidato viendo caras, prometiéndoles muchas cosas, tocando puertas, poniendo mi cara de pendeja para sacarte de aquí. Pero para que se te quite lo cuzco, te vas mucho a ver a tu chingada madre; ¡ahí te quedas!
Y la señora ya no quiso sacar al “Moco”. Y se quedó encerrado. Le echaron 30 años de cárcel y apenas lleva 10. Nadie quiere sacar al “Moco”.