“EL CHARAL”
Trinidad Hernández Morales estaba muy flaco, tenía cuerpo de esqueleto de mosco y sus amigos le habían puesto “El Charal”.
Trabajaba como las mujeres malas, sólo de noche, porque era panadero. Entraba a trabajar a las 10 de la noche y salía a las 6 de la mañana. Todo el día era su descanso.
Los muchachos se iban a la escuela y los perros se salían a buscar comida. Todo era silencio y dormía a toda madre, con las puertas cerradas, muchas veces, a pesar de que ya estaba acostumbrada su vieja, como estaba oscuro se tropezaba con una silla, despertaba al charal y la ponía como pañal de recién nacido, y si le protestaba, le daba sus madrazos.
La mujer parecía bailarina, porque tenía que caminar de puntitas para no hacer ruido, y cuando los perros comenzaban a ladrar, los iba a callar y tenía que aventarse una bronca con los vecinos. Un día llegó don Juan a mediodía, muy borracho, sacó su radio al patio y en el solecito se puso a chupar. Llegó la señora Sofía y le dijo que por favor apagara su radio porque estaba durmiendo su señor.
• Mire Juanito, se lo pido por favor, que apague su radio o bájele, porque mi esposo si despierta, se encabrona y conmigo se desquita.
• Discúlpeme señora, pero estoy dentro de mi casa y puedo hacer lo que se me dé la gana. Traigo una pena muy grande, que no la mata el licor. Ayer, por reclamarme mi vieja que llegué tarde, le tuve que dar de madrazos y la corrí de la casa, y estas canciones que estoy escuchando me están cayendo a toda madre. No la corro, pero quiero estar solo.
La señora dio la media vuelta, entró con cuidado a la casa, sacó su bolsa del mandado, agarró a su hijo, le tapó la boca, lo agarró de la mano y salieron a la calle. La mujer iba a comprar su mandado.
Doña Sofía regresó a su casa, desesperada, como loca, se sentó en una silla, y no se aguantó. De momento soltó un grito que despertó al “Charal”, que se cayó de la cama. Soltaba unos lamentos, sollozos y llanto, subiendo y bajado el moco. La señora con el llanto, no podía hablar, y sólo le señalaba la puerta. “El Charal” se asomó y le dijo:
• ¿Qué te pasa, vieja? Con una chingada, sabemos que los precios en el mercado están para llorar, pero no es para tanto, tú tienes la culpa, hasta te tropezabas por ir a votar por el PRI, esos güeyes prometen pero no cumplen.
A su vieja Sofía, las lágrimas la ahogaban, no le podía contestar, solamente se cubría el rostro con las manos y chillaba a todo pulmón. Eso desesperó al “Charal”, que le dio un jalón de greñas.
• ¡Cállate, cállate! ¿Dime qué te pasa, o te rajo la madre por chillona? No me digas que ya se murió tu jefa.
La señora se sobaba la cabeza, se lo quedó mirando con tristeza, y con palabras cortantes, le dijo:
• ¡Es que se me perdió mi hijo! O a la mejor me lo robaron, es que hay mucha gente en el mercado.
“El Charal” se la quedó mirando, sacando los ojos, y le gritó:
• ¡Vieja babosa! ¿Cómo se te perdió?
• ¡Lo llevaba de la mano, cuando estaba escogiendo los jitomates, volteé y ya no estaba!
• ¿Lo buscaste?
• Por todos lados del mercado y sus alrededores, subí por los fierros viejos y no lo encontré, anduve preguntando, pero nadie me dio razón.
• ¡En la madre! ¿Qué vamos hacer? Le preguntaste a la policía.
• ¡Si! A los que siempre están a un lado de la iglesia de la Asunción, pero me dijo uno de ellos que están para cuidar el orden y no chamacos. Le dije que mi hijo se me había perdido, me regañó por descuidada, como estaba enojada le menté la madre y por poquito me lleva al bote, me jaló varias veces y se quedó con la manga de mi suéter en la mano y me vine corriendo.
• ¡Dame mi pantalón! Debería de pegarte con el cinturón por mensa. ¡Vamos a buscarlo!
• ¿Me pegas? ¡Ni que fueras mi padre!
• ¡Si fuera tu padre ya te hubiera retorcido el pescuezo por pendeja! No sé que has aprendido todo el tiempo que has vivido conmigo, me cae que me muero y no vas a saber pelar un tomate.
• ¡Ya cállate el pinche hocico, en vez de apoyarme me vienes zurrando!
Se bajaron por la calle Ocampo y todo el camino, el señor no dejó de regañarla. Ella iba llorando amargamente, que una de las gentes que pasaba por ahí le soltó la bronca.
• ¡No le pegue, pinche viejo cabrón!
• ¡A usted quién chingados la mete!
• ¡Pues ya déjela, porque ahorita voy por mi marido para que a usted le raje la madre!
La señora del “Charal” paró las habladas porque ya se estaba juntando la gente.
• No me viene pegando, señora. ¡Lo que pasa es que perdí a mi niño!
• Usted dispense.
• Para otra vez, antes de meterse en lo que no le importa, primero investigue, vieja chimiscolera.
• ¡Ya Trini, deja las cosas en paz, y piensa cómo le vamos hacer para encontrarlo!
• Vamos a preguntarles a esos güeyes que son inspectores de mercados de la presidencia municipal, nada más se la pasan aplastados en el sol.
La señora se acercó a ellos y les preguntó:
• Perdonen jóvenes, ¿no han visto a un niño como de 4 años, muy bonito? Trae un pantalón corto y una cachucha de gachupín.
• ¡No señora! Hace rato pasó una vieja jalando a un escuincle mocoso que no quería caminar, daba unos gritotes que parecen que le estaban apachurrando el gañote. Le dio sus cocos para que se callara el hocico.
• ¿Cómo es la señora? ¿Y por dónde se fue?
• La señora es gorda, panzona, grandota, cacariza, lleva una bolsa de mandado, un vestido floreado y un suéter rojo. Se fue derecho, rumbo a la Hacienda de Loreto.
• ¿Hace mucho tiempo?
• Como 10 minutos. Si se apura la alcanza por el puente o a la entrada a la carretera del Real.
Al escuchar las palabras del señor, “El Charal” corrió como loco. Iba con la misión de rescatar a su hijo de la vieja roba chicos. A lo lejos vio a la señora. El corazón le latió a todo lo que daba, corriendo con la lengua de fuera, agarró al niño de un brazo y se lo arrebató a la señora, dándole un aventón que como estaba mal parada, se fue para atrás, cayendo al suelo levantando las patas, y le dijo “El Charal”:
• ¡Este niño es mío!
• La señora le alcanzó y le dio un golpe con la bolsa de mandado en la cara, que “El Charal” cayó de nalgas, pero no soltó al niño, que lloraba muy fuerte, y se dio cuenta que no era su hijo.
• ¡Perdóneme señora, me equivoque!
• ¡Se equivocó madres, güey! Usted es un robachicos y ahorita le vamos a rajar cuenta madre tiene, por quererse robar a mi nietecito.
• ¡No señora, no es así, déjeme explicarle!
• ¡A mí no me explique nada, cabrón! Dígaselo a la policía.
La señora como estaba grandota y gorda, lo agarró muy fuerte de las greñas, le dio la vuelta y le dobló la mano, haciéndole manita de puerco, le dio un golpe de conejo, y le decía de cosas, amenazándolo de que lo iba a llevar a la policía.
• ¡Ay! Señora, por favor, mi hijo se perdió, lo ando buscando. Me dijeron que usted lo llevaba y por eso se lo quité. La vengo siguiendo desde el mercado.
• ¿Qué dijo? Esta vieja ya me creyó. ¡Ni madres! Usted quiso robarse a mi hijo y lo voy a madrear.
La señora se metió los dedos en la boca, y del barrio de Españita bajaron señoras y señores, muchachos y señoritas.
Se juntaron varios vecinos y preguntaron qué pasaba.
• ¡Este cabrón es un robachicos! Se iba a llevar a mi nietecito, me lo quitó de las manos y corrió; pero se la peló, porque lo agarré a tiempo.
La gente comenzó a murmurar, y comenzó a decir la mujer:
• Hace una semana se robaron al niño de doña Julia, y éste ha de ver sido, y vamos a darle un escarmiento nosotros, porque si lo llevamos a la policía, lo dejan salir con una lana. Les propongo que mejor vamos ahorcarlo. Espérenme aquí, voy a mi casa por un lazo del tendedero y lo colgamos en aquel árbol.
El pobre “Charal” se había orinado de miedo. Vio a la gente muy decidida, cada que hablaba le daban una cachetada y de madrazos donde le cayeran. Llorando, les suplicó:
• ¡Por favor, déjenme decirles, soy inocente, verdad de Diosito lindo!
• ¡Cállese el hocico, o lo aventamos al río!
Una señora llegó y le dio una patada en los bajos, que lo hizo revolcar, mientras la otra no lo soltaba de las greñas. Le levantaba la cara y les preguntaba:
– ¿Cómo lo ven?
• Tiene cara de ladrón de niños.
• ¡Les digo, hay que ahorcarlo para que sienta lo que las madres sienten cuando se roban a sus hijos!
“Charal” sacaba los ojos como ratón, espantado, a punto estaba de que se le salieran las lágrimas, cando llegó uno de los señores, echó la cuerda en el árbol, le estaba haciendo la gasa para meter su cabeza, y lo salvó la campana, pues por ahí pasó una patrulla de la policía.
• ¿Qué pasa aquí?
• ¡Detuvimos a este ladrón de niños!
• ¡Retírense, por favor, y déjenlo, nosotros nos hacemos cargo!
Las personas que estaban rodeándolo, no lo dejaban que lo subieran a la patrulla. Ellos querían tomar justicia por su propia mano.
• ¡De aquí se lo llevan pero muerto! Vamos a darle un escarmiento a todos los que se roban a los niños. En este barrio se han perdido cuatro en una semana.
Como pudieron, los uniformados lo metieron a la patrulla y se lo llevaron al bote. Toda la gente corría detrás de ellos, y se les pegaron muchos curiosos. Mientras tanto, su vieja lo estaba esperando, sentada en una banca, afuera de la iglesia de la Asunción. Por ahí pasó su comadre y le preguntó:
– ¿Qué hace aquí tan pensativa, comadrita?
-¡Estoy esperando a mi señor, que venga con el niño, lo fue a rescatar de una vieja que se lo llevó!
• ¡Su hijo! Lo encontró su mamá de usted. Lo tiene en su casa. A usted es la que andan buscando. Ya doña Lala ha dado varias vueltas a la vecindad.
Por otro lado, “El Charal” estaba en medio de dos ministeriales que le ponían la perica para que confesara cuántos niños se había chingado y a qué banda de robachicos pertenecía. Lo pasaron al MP, ahí dio su declaración. Al no comprobársele nada, le dejaron salir. Llegó a su casa chillando de coraje, no le dijo nada a su vieja y se metió a dormir. Al día siguiente, cuando su mujer se iba al mandado, “El Charal” se levantó, quitó el lazo del tendedero, amarró al niño de la cintura y luego con la otra punta, amarró de la cintura a su vieja, y se quedó muy tranquilo, a seguir durmiendo.