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Un Infierno Bonito

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“EL VIRUTA”

Pancho “El Viruta”, era un jovencito de 16 años, flaco y descolorido, trabajaba con el maestro carpintero a quien le decían “El Jorobado”, que lo traía en chinga loca, cargando tablas pesadas, que se le habían hecho las piernas de charro, y por cualquier cosa lo regañaba:

    •    ¡Sácate las manos de las bolsas, cabrón! ¡Parece que estás jugando carambola de bolsillo!

Al pobre “Viruta” le escurría el sudor por la cola, al cortar gruesas vigas con un serrote sin filo o al cepillar la madera. Lo tenían trabajando de Sol a Sol y le pagaba muy poco. Muchas veces le ponía sus cocos o le daba de patadas. Le decía el carpintero que era para que se pusiera abusado.
“El Viruta” no podía abandonar el trabajo porque su padrastro “El Chayote” era compadre de grado del carpintero. La jefa del “Viruta” se llamaba Alicia, le decían “La Gata”.
Se lo habían encargado hasta que lo sacara todo un maestro. La señora había sido esposa del “Garrapata”, que se mató en la mina de San Juan. Como no tenía dinero para mantenerlo, se juntó con “El Chayote”, que era un viejo desobligado, borracho y enamorado. Seguido le ponía en la madre a su señora y siempre amenazaba al “Viruta”, diciéndole que si no se portaba a la altura lo iba a meter a un internado. Un día le fue a preguntar a su compadre:
    •    ¿Cómo se porta “El Viruta”, compadre?

    •    La verdad es un chavo muy distraído, siempre anda con el hocico abierto, y hay que andarlo arreando para que trabaje. La otra vez le llamé la atención por hacer un corte chueco, y se me puso al brinco el cabrón. Se me quedó mirando muy feo, y me mentó la madre entre dientes. Tuve que darle sus patadas para que aprenda a respetar a sus mayores, principalmente a su superior, porque aunque no lo creas compadre, es mi obligación por el compadrazgo sagrado que nos une, tengo que echarle ganas para enseñarle el arte de la carpintería, ¡si no el día que me muera no va a saber pelar un chile!

    •    ¡Hiciste muy bien, compadrito! Si lo dejas que se te aviente a las barbas, el día menos pensado te va a rajar la madre cuando estés descuidado, porque a los muchachos de ahora no hay que soltarles la rienda. Ese día que le pegaste fue de chillón con su mamá, pero lo acabé de chingar.

    •    No creas compadre, hay veces que me cae bien el muchacho, tiene su carácter, pero le faltan fuerzas. Parece de Pénjamo, el cabrón, se agacha, se va de lado. Si tú me lo autorizas, quiero darle unos vasos de pulque para que se le amacice el cuajo; está re flaco, parece charal.

    •    ¡Está muy bien lo que piensas para ayudarlo, pero si toma pulque puede agarrar callo y se vaya a tomar el mío. Mejor déjalo así!

    •    Yo siento que al muchacho le hace falta mucho cariño, pues desde que murió “El Garrapata” cualquier pendejo le pega.

    •    ¿Qué pasó compadre?

    •    No lo digo por tí, compadre, tú tienes todo el derecho de darle sus madrazos, porque lo mantienes. Padre no es el que engendra, sino el que le mantiene el pico.

    •    Él no lo entiende. A mí me odia, no me quiere. Cuando llego a la casa me mira con un odio, que quisiera fulminarme con la mirada; si sus ojos fueran pistola, ya me hubiera desmadrado.

    •    Discúlpame que te diga, compadre, pero cómo quieres que te quiera, si le pones unas chingas buenas a mi comadrita. A esos muchachos se les va grabando y cuando crecen buscarán venganza.

    •    Yo tengo todo el derecho del mundo de darle sus madrazos a mi vieja. Es que luego me saca de onda. “El Viruta” debe de tenerme  respeto y darme las gracias, porque yo lo recogí con todo y su madre. ¿Te imaginas? Ahorita sería un vago. Y gracias a ti va a tener un oficio digno.

    •    ¡Eso ni hablar, compadrito! Yo te prometo que en este mes de septiembre, que ya se acerca, le voy a dar una lanita extra para que se compre un pollito rostizado y se lo coma solo como Macario.

Horas después llegó “El Viruta” a su casa, y encontró llorando a su jefa. Tenía los ojos como de rana y estaba toda desgreñada. La mesa estaba quebrada, los trastes regados por donde quiera. Al verlo, la señora se limpió los ojos y con el rebozo trataba de taparse la cara, y disimuladamente recogía lo que estaba en el suelo. Y le preguntó:
    •    ¿Quieres de cenar, hijo?

    •    ¿Qué te pasó, mamá? ¿Por qué lloras?

    •    ¡Por nada, hijo!

    •    Se me hace que te pegó tu señor. No sabes cuánto le pido a Dios que crezca para poderte proteger. Pero en fin, quiero decirte que desde mañana, ya no voy a la carpintería.

    •    ¡No! No hijo. ¡Por favor, no me busques problemas con tu padre!

    •    ¡Ese señor no es mi padre!

    •    ¡Pero como si lo fuera. Ha visto mucho por nosotros!

    •    ¿Golpeándonos? ¿Dejándote sin comer? ¿Eso es ver? Hace unas horas el maestro carpintero me iba a pagar, y le dijo tu señor que no lo hiciera, que después. Mejor que le disparara unos pulques, y se metieron a la cantina. Me dejó cuidando la carpintería, pero como es noche, yo me vine.

    •    ¿La dejaste abierta?

    •    Medio la empareje. El carpintero tiene la llave.

    •    Vamos a decirle que la vaya a cerrar. En el barrio hay mucho ratón, y no le vayan a robar la herramienta. Para qué quieres que a mí se me aparezca el diablo encuerado, y a ti tu padre te mate a madrazos. ¡Vamos a cerrar!

    •    ¡Ya te dije miles de veces, que el viejo ese no es mi padre. Y yo no voy!

La señora salió corriendo y se dirigió a la cantina. Se asomó muy misteriosa y salió “El Chayote”:
    •    ¿Qué chingados se te perdió aquí?

    •    Vengo a decirte que le digas a mi compadre, que vaya a cerrar su changarro. Pancho ya se fue a la casa y se quedó sola la carpintería.

    •    ¿Cómo que ya se fue?

    •    ¡Pues me dijo que desde la una de la tarde se salieron, son las 9 de la noche y se fue a cenar. No había comido!

    •    Un trabajador nunca debe abandonar la chamba, es más, debería estar en la puerta como policía, cuidando el patrimonio de mi compadrito, que también es el futuro para tu hijo, con las enseñanzas que le da; regrésate de volada y dile que se vaya a la carpintería. Dentro de unas horas estaremos relevándolo. Yo no puedo distraer a mi compadre, que se está echando unas cruzadas con unos güeyes que dicen que son diputados. Ve y dile al chamaco que se regrese de volada, porque si no voy y lo traigo a golpes.

La señora se dio la media vuelta y dejó hablando solo a su marido. Sabía que él no entendía razones. Pasó por la carpintería y al ver que todo estaba bien, se fue a ver a su hijo y le suplicó:
    •    Por favor, hijo! Por lo que más quieras, ve a la carpintería. Yo no puedo ir porque le tengo que dar de mamar a tu hermanito.

    •    Ya te dije que yo no regreso. Si se roban las cosas a mí qué me importa, para qué anda el maestro de borracho.

    •    ¡Es mejor que vayas, va a venir aquel y te vaya a pegar por desobediente. Ahórrame esas penas. Mañana buscaré la forma de convencerlo para que ya no vayas a trabajar. Ya ves que ese señor no entiende razones andando en la borrachera. Igualito a Gabino Barreda, Cuando se entere de que no quieres trabajar con su compadre se va a poner como loco, aventando madrazos por todas partes.

    •    ¡Entiéndalo, madre. No voy a ir!

La señora, al saber la bronca que se iba aventar con su borracho viejo, agarró el cinturón amenazando al “Viruta” con que le iba a pegar; pero al verla se salió corriendo. A los pocos minutos llegó “El Chayote”, buscando hasta por debajo de la cama a Pancho. Le Preguntó a su vieja:
    •    ¿Dónde está ese pinche muchacho? Se acaba de ganar una chinga con este alambre de luz.

    •    ¿Quién sabe? Se fue de la casa.

    •    ¡Lo que pasa es que tu eres una pinche madre alcahueta y tapadera, pero los madrazos que le iba a dar a él, te los voy a dar a ti.

Dicho y hecho. “El Chayote” agarró a su vieja de las greñas y la aventó contra la pared. Su cabeza sonó a bote viejo. La levantó a patadas y comenzó a golpearla con el puño cerrado. Sus gritos de la señora se escuchaban en todo el barrio, que espantaban a los perros, que no dejaban de ladrar.
Los vecinos se metieron a quitárselo de encima. La mujer estaba con la lengua de fuera, le estaba apachurrando el gañote y tenía los ojos saltones. Le dijeron que se calmara o le hablaban a los cuicos para que se lo llevaran al bote y lo bañaran con agua fría para que se le bajara la peda. Era mejor que se sentara con su vieja a dialogar.
Todo quedó en calma. El silencio era interrumpido por los ronquidos del “Chayote”, que dormía con el hocico abierto. Era un poquito más de la medianoche, la puerta se abrió con mucho cuidado, con el reflejo de la luna, se vislumbra que era “El Viruta”, que llevaba un garrote en la mano, y se lo zorrajó muchas veces en la cabezota a su padrastro, que no le dio tiempo de gritar. Llamaron a la Cruz Roja y se llevaron al “Chayote” porque pensaron que le había caído un rayo. Al pasar el tiempo, salió del hospital y quedó idiota. “El Viruta” se fue del barrio y nunca más supieron de él.