Un Infierno Bonito

“LA ESPIRITISTA”
En la mina de San Juan Pachuca, tenía un compañero de nombre David Hernández, le decían “El Chocolate”, trabajábamos en un contrato a destajo.

Nuestro barretero era Pascual Jarillo y el encargado Gustavo Martínez “El Bandolón”, siempre habíamos estados juntos, un día no fue a trabajar este último; llegó el encargado hasta donde yo estaba y me dijo:
    •    Vete a trabajar al rebaje, como no vino tu pinche maestro huevón, ahí te vas a quedar como el ayudante del “Borolas”. 

    •    ¿Por dónde me subo? Yo no he trabajado en esos lugares.

    •    ¡Por esta escalera! ¡Allá te va a estar esperando!

A pesar de que tenía años de trabajar en ese lugar, no conocía el rebaje, tenía 60 metros de escaleras, en éstos solo se barrenaba la pura veta; son altos y angostos. Me subí y cuando llegué, ví un montón de tierra floja que se había caído, no le di importancia y le grité:
    •    “Borolas”, “Borolas”… 

Caminé y estaba la máquina de barrenar con aire, lo mismo que el agua y la barrena estaba metida en uno de los barrenos. Como no lo encontré, me fui por otro lado y me bajé, encontré a Fidel y le dije.
    •    ¡”El Borolas” no está allá arriba!

    •    ¿Cómo chingados no? Ahorita que tú llegaste ahí estaba con él, me dijo que necesitaba un ayudante. 

    •    ¡A ver, vamos!

Subimos al rebaje, Fidel, el segundo encargado, iba primero, cuando llegó y vio que estaba la tierra floja, que se había caído, de momento se quitó el casco de seguridad y comenzó a aventar la tierra, haciéndola a un lado me gritó:
    •    ¡Busca una pala, rápido!

Se la dí y comenzó a aventar el montón de tierra a los lados, encontró una pierna, le ayudé con las manos y sacamos el cuerpo del “Borolas”. Con su franela le limpió la cara, me pidió que quitara la manguera del agua, y se la lavó. Al no reaccionar, muy triste me dijo, a punto de llorar.
    •    ¡Ya está muerto!  ¿Ahorita que subiste no viste el montón de tierra?

    •    ¡Sí! Pero como no trabajo en rebajes, no le di importancia.

Lo jaló y se lo puso en las piernas y le gritó por una oreja.
    •    ¡”Borolas”, despierta!

Se paró y me dijo:
    •    Ahorita regreso, tenlo como yo lo tenía, voy a avisar para que manden al cuerpo de rescate y lo bajen. ¡No te muevas de aquí!

Me quedé con el cuerpo del “Borolas”, sintiendo mucha tristeza, se me rodaron las lágrimas, en parte, me sentía culpable de no revisar el montón de tierra, pasaba el tiempo y los minutos se me hacían eternos, a pesar de que sabía que para bajar el cuerpo del “Borolas” se iban a tardar, porque estábamos a una altura de 80 metros y a unos siete kilómetros para avisar del accidente.
El encargado tenía que avisar al motorista, el motorista al calesero, el calesero a los rescatistas y ellos al jefe de seguridad y a los ingenieros de la mina.
Por fin llegaron y me dijeron que me hiciera a un lado, esperé hasta que lo bajaron y se lo llevaron.
Me detuvo el jefe de seguridad, en aquel tiempo Rafael Carrillo. “El Bandolón” fue el escandaloso que me señaló como culpable.
    •    Tú, pinche Gato, pendejo, eres el culpable de que se haya muerto el perforista “Borolas”.

    •    Yo, ¿por qué?

    •    Porque si te avisaron que te subieras, al ver el montón de tierra, en ese momento lo hubieras revisado, al no encontrar al perforista, te bajaste, el tiempo en que tardaste en bajar y luego volver a subir con el encargado, se murió.

    •    Yo no sabía lo que era un rebaje, además tú como contratista, te hubieras subido conmigo y entregarme con el perforista, diciéndole que iba a trabajar como su ayudante.

Sin embargo, ¿dónde estabas? Además contigo no tengo que darte explicaciones. Así que es mejor que te calles el hocico. ¡Tú eres el culpable de la muerte del “Borolas”!
    •    ¡Yo le dije al “Chabela” que te mandara, porque así me lo pidió el perforista! Así que tú eres el culpable.

El jefe de seguridad me dijo:
    •    ¡Vámonos a la superficie, allá nos espera el superintendente Carlos Madrazo, junto con las autoridades!

Salimos y nos dirigimos a las oficinas de los ingenieros, me preguntaron todo lo que hice desde que llegué ahí y cómo fue que lo sacamos de debajo de la tierra. Los ingenieros, como las autoridades, dijeron que todo fue un accidente.
Para mí fue un verdadero sufrimiento, ya no era el mismo de siempre, andaba distraído, por las noches cuando estaba durmiendo de momento despertaba gritando, ¡qué no fue mi culpa! Mi madre y mi hermana utilizaron sus conocimientos para que me aliviara. Cuando estaba distraído en medio del patio, a las 12 del día, mi madre se echaba alcohol en la boca y me lo rociaba en la cara, mi hermana y ella juntas me gritaban por mi nombre pidiéndome que me regresara, al mismo tiempo me envolvían en una cobija y me acostaban no dejándome parar hasta que sudara mucho.
Me daban los espíritus para tomar y parta untar. Y debajo de mi lugar en mi cama, me ponían una  cruz con cal. Si de por sí era flaco, me estaba poniendo más y también de color amarillo. Con cualquier cosa me espantaba. Un día uno de mis amigos y compañero de trabajo llamado Luis al que le decían “El Mojarra”, me dijo:
    •    Te voy a decir una cosa, pero no le digas a nadie. Mi jefa es espiritista, vive en la calle de Ocampo hasta el cerro, le dicen “La Pichona”, ya le platiqué cómo estás y ella me dijo que puede curarte, que si quieres, lo hace.

    •    ¡Ya dijiste, se lo agradeceré!

    •    Voy a comprar unas cosas que me encargó  para tu curación, un ramo de pirul preparado con claveles rojos y blancos, una piedra de alumbre, dos velas negras, un huevo de gallina negra, loción de 7 machos. Mañana vamos a verla, ¿qué te parece?

    •    Ya dijiste, mañana le caemos como aboneros en quincena.

Llegamos con su jefa del “Mojarra” y luego, luego, puso manos a la obra. Me dijo:
    •    Párese en el centro de la casa. 

Rezó un Padre Nuestro y me echó loción en mi cabeza, en los brazos y luego con el ramo me limpió todo el cuerpo y rezaba una oración desconocida, me pegó fuerte y me preguntó cómo se llamaba el muerto, yo le dije que Samuel y era conocido como “El Borolas”
    •    Sal de este cuerpo, deja al hermano en paz,  regresa donde debes estar. ¡Salte te digo, te lo ordeno en el nombre del Espíritu Santo!

Comenzó a golpearme duro con el ramo, que si no es por el “Mojarra” que me tenía agarrado, me hubiera tirado, después pidió que le diera el huevo, lo echó en un vaso y con la clara se formó una muerte. Luego echó la piedra de alumbre al brasero que tenía los carbones al rojo vivo. Lo sacó con tenazas y lo puso a que se enfriara y se iba formando una calavera, cuando se enfrió desaparecio y quedo limpia la piedra de alumbre.
La señora no dejaba de rezar, primero fuerte y luego solo meneaba los labios, sudorosa y cansada, poco a poco se puso de rodillas, pintó una rueda con un gis en el suelo y pegó una vela de cada lado. Las encendió y se quedó sin moverse, rezando en silencio.
La vela blanca era la mía y la vela negra era la del “Borolas”. Esperamos sin parpadear hasta que se terminaron, el pabilo de la vela blanca que era la mía cayó dentro del círculo y la otra afuera.
La señora me dijo.
    •    Tú te quedas, él se va, ya no te molestará más. Como me dijiste que lo tuviste por un tiempo en tus brazos, te quería llevar con él, pero ya se fue a donde debe de estar, vas a vivir en paz.

Pasaron los días y todo había quedado olvidado, volví a ser el mismo de siempre y desde ese día creí en el espiritismo. La señora me dijo que tenía un protector y que siempre andaría conmigo. Una vez, me cayó una piedra grande en la cabeza, me abrió el cráneo y me salvé. Ya les contaré otras cosas que me han sucedido, como la operación del cáncer en el colón últimamente, que los médicos que me operaron ya me daban por muerto y sigo vivo.
Regresando a lo mismo, “El Bandolón” me caía como patada de mula y seguido peleábamos, una vez le dije al “Chocolate”:
    •    ¡Mira al “Bandolón”!, está platicando con los ingenieros Madrazo y Franco, que son los meros, meros, de la compañía.

    •    ¿Qué le estarán diciendo?

    •    ¡Vamos a acercarnos!

El ingeniero Carlos Madrazo enseñándole un montón de carga de una alcancía, le dijo:
    •    ¡Mira Gustavo esta carga que cayó, ya la analizamos y tiene mucha ley de plata, te la encargamos, que ninguno de los trabajadores se acerque a ella, cuando salgamos te mandamos a los muestreadores y sus ayudantes.

    •    ¡Si señor!

    •    ¡Te encomendamos que no te muevas de aquí!

“El Bandolón se paró como soldado, no dejando pasar a los compañeros, le dije al “Chocolate” que buscara la forma de quitarlo de ahí y me contestó que como era un barbero con los ingenieros no se iba a quitar.
    •    Dile que le vas a dar unos tacos que te sobraron con una botella de pulque.

Así lo hizo y caminó unos pasos, alejándose unos metros, llegué con una pala y quite el montón de piedras que le habían dicho que nadie tocara. Rápido la revolví echándola para un lado y otro, aL verme, corrió y me dio un aventón que caí de nalgas, me tiró una patada, pero no me la dio. Muy enojado me dijo:
    •    ¡Pinche seco desgraciado! Ahora, ¿qué les voy a decir a los ingenieros? Me van a chingar por tu culpa.

    •    ¡Cuando se murió el “Borolas”, tú me estabas chingado y me echabas la culpa de su muerte!

“El Bandolón” no dejaba de mentarme la madre, llegaron los muestreadores y al ver que la tierra con piedras estaba revuelta y regada no sacaron la muestra a la salida, los ingenieros mandaron llamar al “Bandolón” y le pusieron un castigo de 4 días por no obedecer una orden.

 

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