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Un Infierno Bonito

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“LA VIEJA BORRACHA”
En una vecindad a la que se entraba por la calle de Observatorio, en el barrio de La Palma, había llegado una pareja, Catalina Pérez y Juan García. Se sabe que tenían pocos meses de  vivir juntos, salían a pasear todos los domingos.

Juan, trabajaba en la Hacienda de Loreto y comenzaron a tener problemas, por celos. Según decían algunas personas, que salieron a madrazos, y la que pagó el pato fue la mujer, quien quedó con los ojos de cotorra y la trompa de puerco. Para reconciliarse, por la noche le llevó serenata con un mariachi, con canciones que llegan al fondo del alma.
Hicieron las noches de reconciliación. Catalina no salió ni al baño durante 15 días.
Sin embargo, un día, su señor ya no regresó. Varias personas de la vecindad se acercaron para darle la mano y la llevaron con una espiritista, que le dijo:
    •    Su esposo se la sonó porque anda con otra mujer y no aguantó que le sacara sus trapitos al Sol. Usted lo que debe de hacer es pagarle con la misma moneda; dele su merecido, hasta que se sienta bien. ¿Cuándo y dónde conoció a ese mono?

    •    Fue en Toluca, trabajaba en turismo. Me dijo que si tenía tiempo de enseñarle la ciudad.

En las salidas  tomamos confianza, pasaron 15 días. Un día me dijo que lo llevara al Nevado de Toluca, cuando le mostré la hermosura de la luna que se refleja en la nieve, se acercó mucho a mí y me dio un beso, me gustó, y quedamos en regresar. Le conté a mi madre lo que pasaba y me dijo: “Ten mucho cuidado, hay  cabrones que vienen a buscar carne y después se vuelven ojos de hormiga”.
-Seguimos saliendo, me dijo que el lugar más bello es el Nevado de Toluca; en unos días nos hicimos novios; él me dijo que escogiera el lucero más hermoso y me lo bajaba; le señalé el más bello y me dijo: “Pero primero, te bajo los calzones”. Le pregunté:
    •    ¿Dónde están las estrellas? 

Me contestó:
    •    ¿Qué no la viste?

Después dejó de ir a verme; fui al hotel donde se hospedaba y me dijeron que ya se había ido; le conté a mi madre lo que había pasado, y dándome una cachetada, me dijo:
    •    ¡Yo te lo advertí, pendeja!

    •    Vine a Pachuca a buscarlo, lo encontré  junto al Reloj, lo agarré y no le dejé ir. Me llevó a  una casa, después a veces llegaba y otras no. Bajé a buscarlo y estaba cenando con su mujer en un restaurante; le pegué con una botella en su cabeza, cayó al suelo y salí corriendo; llegué a mi casa. Una de las vecinas me dio refugio en la suya, en el barrio de La Palma, ya no supe de él.

Catalina comenzó a tomar, de día y  noche, por varios días. Salía a la calle a buscar quién le diera para comprarse una copa. Se metía a la cantina “El Relámpago”, más tardaba en entrar, que en salir volando. El cantinero la sacaba cargando y la aventaba, cayendo a media calle, dando maromas; se levantaba y otra vez quería entrar. El cantinero la volvía a aventar.
    •    ¡Cálmate, güey!

    •    Es que solo vienes a robar alcohol; además está prohibido que las viejas entren a la cantina, si pasa la policía, a mí me multan.

    •    No te pases de listo, pinche cantinero. 

    •    Salte, por favor, pinche vieja borracha. ¿Quieres que llame a la policía?

    •    Dame una copa y me voy.

    •    No te doy nada. Voy a llamar a la policía.

    •    Llámala, pendejo, no le tengo miedo, dame una botella y me voy.

    •    ¡Ya te dije que no!

El cantinero mandaba al lavavasos a hablarle por teléfono a la policía, y en menos que canta un gallo, ya la tenían en la mira, apuntándole con su acocote; la subían a la patrulla, jalándola de las greñas. Se la llevaban a la comisaría y al otro día la dejaban salir. Se la pasaba pidiendo limosna y cuando  tenía una lana, se metía a la cantina y se aventaba un tequila, mezcal, o lo que se tratara de alcohol. Si no tenía dinero, se tomaba las copas que estaban servidas en el mostrador. Los borrachos le paraban el alto.
    •    ¡Quiubole, pinche vieja! Habías de pedir para comer, y no para tu vicio.

    •    Cállense el hocico, o se los rompo.

A empujones, la sacaba el cantinero, que la conocía, cerraba las puertas; ella tocaba con una piedra y al ver que no le abrían se regresaba al barrio. Se metía a la casa de doña Manuela, que tenía un changarrito, y le pedía un peso.
    •    Te voy a dar 10, pero cómprate una torta o tortillas y comételas con queso, estás muy flaca, ya se te cuentan tus huesos.

    •    “No hay pez, Manuelita, sirve de que así sé que no me falta ninguno. Muchas gracias por echarme la mano. ¡Que Dios la bendiga!

Corría a la tienda de casa Tila, que vendía tejocote con alcohol del 99; se las tomaba y se llevaba su chupe en una botella. Subía al cerro para que nadie la molestara, y se ponía a cantar hasta que el sueño la vencía; ahí se quedaba. Tal parece que el destino la estaba poniendo en el camino donde desfila “El  Escuadrón de la Muerte”. Como vivía en la última casa, pasaba su vecina y le ayudaba; la llevaba a su casa cargando, la metía, la acostaba en un costal poniéndole encima sus tiliches, la acomodaba para que no se fuera a ahogar.
Al día siguiente iba a verla.
    •    ¿Cómo amaneciste, amiga?

    •    De la chingada, con una sed de camello en el desierto. Consígueme un traguito, por favor.

    •    Te lo traje, pero antes de que te lo tomes, quiero hablar contigo. Ya deja de tomar, manita, estás todavía joven, tienes 30 años y representas lo doble.

    •    ¡No me vengas con sermones! Sabes que el trago es el único remedio para curar mis males; ese desgraciado me destrozó el corazón y mi vida.

    •    ¡No nada más el corazón, amiga! ¿A poco nada más hay un hombre?

    •    ¡Hay muchos, pero todos son iguales! Esos pinches monos, están cortados con la misma tijera; buscan la de chingar y no les ves ni el pinche rabo.

    •    Así es, manita. Ya ves que el desgraciado de mi marido demostraba ser una persona muy decente, trabajador, educado y cariñoso, y se metió con mi comadre; los encontré en la mera movida en mi cama; ni la religión respetaron los desgraciados. Éramos compadres de grado. Bueno, lo que sea de cada quien, tu güey te vaciló y caíste en la trampa por pendeja. 

    •    Pero un día me las va a pagar.

    •    Pero, ¿cómo? Diario andas peda, te habías de arreglar, bañarte, me cae que hueles a chivo, y tu casa apesta a madres. Mírate en un espejo y tú misma te vas a espantar. Dios  sabe por qué no te mandó hijos.

    •    Si hubiera tenido hijos, lo hubiera perdonado.

    •    No lo digas, hay muchas clases de hijos; el hijo del Santo, el hijo desobediente, el hijo de la chingada. Ponte a calentar agua y báñate; te voy a traer un vestido y unos calzones, aunque ya están balaceados, pero al menos no enseñas la cola; también te voy a traer unos zapatos, porque con los que traes, sacas los dedos por los lados.

    •    Haré lo que quieras, pero tráeme una botella de alcohol. Estoy más temblorosa que un pinche perro chihuahueño.

    •    Ya dijiste, voy por la botella, para que te animes, o al menos te agarro borracha para que cumplas lo que prometiste.

Catalina, se dio un buen baño de caballo, se peinó, se puso la ropa que le dio su vecina María, que desde un principio le demostró su amistad.
La vieja borracha o la teporocha, como era conocida, fue desapareciendo, se veía muy guapa, como lo era antes. No salió de su casa durante meses. Su amiga le llevaba de desayunar, comer y cenar, y le conseguía ropa con sus patronas, a quienes le lavaba.
Cuando bajó al barrio, dejó con el hocico abierto a hombres y mujeres, que la vieron arreglada.
    •    ¡Ay, pinche teporocha! Debajo de la mugre había una vieja, con nalgas bien buenas.

Al pasar el tiempo, trabajó en una fonda, luego en un restaurante, y para más seguridad, su amiga la llevó a la doble A y la acompañó. Cuando cumplió tres años, subió a la tribuna y dijo:
    •    “Mi nombre es Catalina, soy alcohólica, me refugié en el vino, como una idiota, por una decepción amorosa, comencé a tomar hasta perderme, quedando tirada en las calles, me llevaron varias veces a la cárcel, fui golpeada, humillada, violada y me trataban peor que una perro callejero. Al llegar aquí, me encontré con verdaderos amigos que me tendieron la mano con amistad, sin dobleces, ahora tengo tres años de nacida y voy a disfrutar la vida con esfuerzo y trabajo”

Catalina, cumplió con lo prometido, y le gustó jugar a la Lotería Nacional, sacaba premios chicos, reintegros, hasta que le pegó al gordo. Se vistió como princesa, compró una casa, un restaurante en la avenida Revolución. Con el tiempo, se  casó con un licenciado muy conocido, tuvo varios hijos. Cuando la gente que la conoció la ve en su coche, se codea y dice:
    •    Ahí va la que era la “Vieja borracha”.

La ayuda que le dio su amiga María, que ahora es sua dama de compañía, la suerte y el destino, le cayeron como anillo al dedo, pues hay otras que no hacen la lucha de salir del vicio y les va como a la venada…