“POR UN PELITO ME LLEVA EL DIABLO”
Me separaron de mis compañeros. Con la mamada de que andaba de grillo, me llevó el señor Carrillo, jefe de seguridad, y me entregó con el encargado de la mina “Arras”, que es un lugar muy caliente, igual a la mina de “Paricutín”.
Un día, cuando salí a la superficie, estaba lloviendo, al caerme agua, chillé como plancha; el salir de lo caliente a lo frío, es como un juego de la muerte.
Llegué a mi casa todo mojado, me cambié de ropa lo más pronto que pude, pero esa noche me sentí muy mal. Mi madre y mi hermana me atendieron porque dijeron que me quejaba, que estaba mal, tenía 40 grados de temperatura. Me llevaron de urgencia a la Clínica Minera, donde me quedé internado con pulmonía.
Duré varios días estuve con cuidados intensivos, oxígeno las 24 horas y médico de cabecera; suspendieron las vistas, incluyendo a mi familia, pues dijeron los médicos que de un momento a otro me podía morir.
Pasé las de Caín, pero gracias a Dios me fui reponiendo poco a poco, hasta que dejaron entrar a mi jefa, que me dijo:
• Bendito sea Dios, la libraste, ahora por lo que más quieras, debes de salirte de la mina, no sabes cómo he sufrido estos días al verte flaco, cansado y sin ilusiones.
Comenzó a llorar con ganas.
• Ya no llore jefa -le dije.
• ¿Cómo no voy a llorar? Lo hago desde que diario llegas de tu trabajo en la mina, luego no quieres comer, ya estás muy flaco y con el trabajo que tienes, un día que Dios no lo quieras, puedes pintar tu raya y te lleva la calaca.
Mi mamá lloraba a moco tendido; tuvo que ir el administrador de la clínica a sacarla, para que terminara de chillar en su casa. Se fue muy triste y llorosa; por las moscas me echó la bendición.
Eso hizo que también se me salieran las lágrimas. En esos momentos entró mi tocayo, don Félix, se había metido de contrabando, era un señor grandote, chimuelo y estaba muy feo. Por ahí me contaban que cuando nació, la partera, en lugar de darle de nalgadas, se las dio a su mamá.
• ¿Qué te pasa tocayo? ¿Por qué chillas? ¿Te duele algo?
• ¡No! Es que vino mi mamá y se preocupa mucho por mí; lloró al verme cómo me encuentro y me contagió.
• Todos tus cuates han venido, pero no los dejaron entrar, dicen que estás delicado. ¡Mira! hablando de los reyes de Roma, el pendejo que se asoma; vienen “El Chocolate” y “El Cuervo”
• Hola mi “Gato seco”, nos dijeron que ya te habías ido para Morelia -dijo “El Chocolate”.
Escuchamos un fuerte alegato entre la administradora, la señora Mendoza y un señor.
• Es el pinche “Loco” que se quiere meter a huevo, ya viene picado porque se va de lado, pero ese güey se mete a huevo.
“El Loco” se llama Antonio Hernández, siempre anda corriendo de un lado a otro, anda con los pelos parados, y a todo el que le cae gordo le dice: ¿Qué me ves? Pero no hay bronca, porque el que lo conoce sabe que está loco.
Entró corriendo y se acomodó en la cabecera de la cama, atrás de él venía la señora Mendoza, junto con el señor Figueroa, que era supervisor por parte del sindicato y le dijo:
• Sálgase, por favor, o llamo a la policía.
• ¿Por qué? Si vengo a ver a mi hijo, que está enfermo; yo soy el padre del “Gato seco”.
La señora le dijo:
• El señor Castillo está delicado, por eso tenemos prohibidas sus visitas y más si vienen en estado de ebriedad. Así que hagan favor de salirse todos.
En ese momento entró “El Baldo” y se metió en la plática:
• Señora, lo que debe hacer, es que con un palo le raje la madre, este no entiende razones, está loco.
La señora se dio cuenta que la estaban cotorreando y les dijo:
• El día de ayer se alivió una señora, por la mañana, el médico que la atendió dijo que la dejaran descansar porque el parto fue difícil; en la tarde vino su esposo medio tomado y estuvo de necio que lo dejáramos pasar; como lo conocíamos le dijimos que solo le dábamos 10 minutos, pero se había tardado; fuimos a ver al señor para decirle que se saliera. Nos dimos cuenta que debajo de la cama tenía un envase de una cerveza caguama, estaba vacía y se estaban tomando otra.
Nos dio mucho coraje y lo sacamos a empujones; nos mentó la madre, nos amenazó. A la señora la pusimos como pañal de recién nacido y le dijimos, que el señor, ya no iba a poder entrar, y si a ella le encontrábamos algo de tomar, la sacábamos de inmediato.
“El Loco” le contestó:
• A él porque estaba borracho, pero a mí no me sacan.
El señor Figueroa le dijo:
• Mire compañero, no me provoque, porque yo le puede demostrar que sí lo saco.
Don Félix, riéndose, le dijo:
• Yo le aconsejo que no le busque ruido al chicharrón, señor, porque este pinche loco es bravo, ya encabronado de una mordida le puede arrancar una pata.
Para no hacer la mosca chillar, le dije a la señora:
• Por favor señora, permítales unos momentos.
• Nada más porque se trata de usted.
A todos les dijo:
• Si ustedes estiman al señor Castillo, déjenlo descansar, recuerden que hace apenas unos días, estuvo muy grave.
• Sí señora, lo sabemos.
Los encargados de la clínica se salieron. Me dijo don Félix:
• Yo te veo muy mal, tocayo, es mejor que te despidas de la mina.
Dijo “El Chocolate”:
• No le hagas caso, este pinche viejo está loco. Te estamos arreglando para que regreses con nosotros.
Le contestó “El Loco”:
• Por ahí andan diciendo que le sacaste a las chingas, por eso te hiciste el malo.
“El Baldo” le pegó en la cabeza y le dijo:
• Cállate pinche loco baboso, en lugar de venirle a contar chismes, ve a decirles a las enfermeras que le pongan una botella de tequila a modo de que le caiga en el hocico en lugar de suero.
Llegó la señora Mendoza:
• Ya señores, por favor.
Uno de ellos dijo en voz baja:
• ¡Ah, cómo chinga esta pinche vieja!
Se despidieron muy contentos y yo me quedé muy triste.
A los quince días me dieron de alta y me regresé a trabajar en la mina. Mi barretero se llamaba Enrique Carrillo, era el contratista más chingón de esa mina.
• Me da mucho gusto que hayas llegado, te vas a barrenar el chiflón.
• ¿A quién me vas a dar de ayudante?
• Al “Garrapata”
• Mejor dame al “Pájaro”.
• Me agarras, ahorita te lo mando.
Estaba esperando a mi ayudante, sentado en la tubería del aire, cuando llegó el ingeniero Juárez y me dijo.
• ¿Ya se te acabaron las vacaciones? ¡Ahora a chingarle!
Me levanté y caminé unos pasos sin contestarle. Él me siguió.
• Vas a barrenar aquí el chiflón porque yo digo, o te vas a la chingada.
No lo pelé y seguí caminando. Se rió y jalándome de un brazo, me dijo:
• Así me gustan, que me tengas miedo, cabrón.
La sangre se me subió a la cabeza, y le contesté muy agresivo:
• Para demostrarle que usted es un pendejo, lo voy a esperar a la salida y le voy a rajar la madre.
• Ja, ja, ja. Conmigo no te la echas, pinche agitador pendejo.
• ¡Chingue a su madre!
Le di un empujón, que por poco se cae. Se alejó hablando solo y me dejó temblando de coraje. Llegó el barretero, que llevaba a mi ayudante.
• Ahora sí gatito, te traje al “Pájaro”.
• Ya no trabajo
• ¿Por qué? Si ya habíamos quedado.
• Me arrepentí.
• No chingues.
Llegó el pailero que le dicen el “Chicas”, y me dijo:
• Ya te levantaron una acta, te voy a firmar tu tarjeta, para que te saquen de la mina y te presentes con el ingeniero Ortega.
El barretero trataba de defenderme:
• Pinche “Chicas”, ¿por qué le dices al Gato, que se negrea trabajando?
Cuando salí, me presenté con el ingeniero Ortega, el jefe de la mina y me dijo:
• Félix Castillo, la verdad, entrega tu equipo, desde este momento ya no tienes trabajo aquí. Preséntate en Las Cajas con el señor Islas.
Salí de la mina mirando por última vez, todo lo que tenía lámina. Se terminaba mi carrera como minero. Aunque algunos dicen que me habían sacado del infierno a la gloria. Me mandaron a trabajar a la Hacienda de Loreto. En el taller de pintura, todo cambió. Mis compañeros eran albañiles, mecánicos, carpinteros, pero no conocía a nadie. Con el tiempo volví a agarrar la onda y seguí demostrando que era amigo de los amigos. Hasta que me fui a Sahagún a la fábrica de camiones “Dina”. De la mina se me quedaron los recuerdos.