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Un Infierno Bonito

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“LA MUJER DEL  MINERO”.
Todos los que la conocíamos a Concha “La Charra” sabíamos que era un desmadre, se metía a las cantinas, bailaba, cantaba y se tomaba lo que estaba servido en el mostrador.

El cantinero la sacaba y ella le mentaba la madre. En su juicio, era una de las mujeres más tranquilas y trabajadoras, tenía un puesto de antojitos mexicanos; a un lado del mercado Benito Juárez y platicaba:
    •    Todos los niños que llegan a este mundo, traen torta bajo el brazo, los míos  trajeron un sope, por eso los vendo, recuerdo que mi madre me decía, cuando era  una chamaca, 

“No le sueltes las nalgas a un minero, porque son chismosos, mujeriegos, flojos y desobligados”, siempre le hice caso a mi jefecita, que en paz descanse, de todas formas me fue de la chingada; no me fijé en un minero y de todos modos me amolaron. Tengo cuatro hijos, pero eso sí, soy muy pobre, porque cada uno tiene su padre. El minero con el que vivo ahora es un cabrón, borracho, huevón, chismoso; cuando quiere pelear, nos rajamos la madre, una vez me mandó al hospital de una madriza que me dio,  en cuanto salí lo mandé a la Clínica Minera, de un martillazo que le di en la choya y lo corrí de la casa, se fue unos días, pero luego llegó como perra flaca, estamos juntos como perros y gatos, pero esa es la ley de la vida.
Conmigo, se tiene que poner parejo con una lana, cada semana, si no me lo madreo. Trabaja en la mina del Álamo, hace unos meses se lastimó, le cayó una piedra a media madre, que por un pelito y se va con los diablos, me la pasé cuidándolo, dándole de comer en el hocico, su raza no me quiere porque soy borracha, pero eso me vale.
Mientras doña Concha, platicaba su viejo, Simón, pasaba las de Caín a 380 metros de profundidad, le escurría el sudor por todas partes, llenando las conchas a pala y como está muy caliente el túnel, las patas se le doblaban; le decía al encargado:
    •    ¡Dame chance de descansar un ratito, me cae que ya no puedo!

    •    A descansar al panteón, chíngale hasta que te seques. 

Como era un minero muy faltista, sus compañeros no lo querían y el encargado menos, como castigo lo ponía a trabajar solo, y el encargado lo vigilaba con ojo de lince; el turno se le hacía eterno, por eso cuando salía se metía a la cantina, como estaba sediento, llegaba a su casa súper borracho, recargándose en la pared, pero se topaba con el diablo, su vieja, “La Charra”.
    •    ¿Qué es de tu vida, pinche mono?

    •    Andaba con los cuates.

    •    Pues vete a dormir con ellos, porque aquí no es mesón y tampoco hay de tragar.

    •    Dame un taquito, aunque sea o alguna garnacha que te haya sobrado.

    •    No hay, entiende, todo me lo comí. Tú tienes la culpa de que no alcances de comer, sales a las 4 de la tarde y llegas a las 9 de la noche, no mames cabrón. No te quieras pasar de lanza, estás orinado y hueles a madres, a mí se me hace que te ganó en los calzones, lárgate de aquí.

    •    No seas gacha, tengo un chingo de hambre, dame un taco de frijoles,  o un sope de los que te sobraron.

    •    Tuviste muy mala suerte, todo lo vendí y además vas a dormir con el perro, en el suelo por borracho.

Simón la amenazó:
    •    Para que se te quite lo hojaldra, mañana no voy a trabajar.

    •    No vayas cabrón, comerás reata toda la semana.

    •    Me voy con mi jefecita.

    •    Eso me parece perfecto, allá que te aguante la pinche vieja.

“La Charra” lo sacó a empujones y atrancó la puerta.  Simón “El Morza”, no dejaba de tocar y empujar la puerta, le gritaba a su vieja que le abriera, haciendo mucho escándalo, espantaba a los perros y no dejaban de ladrar.
    •    Ábreme, no seas gacha, hace un chingo de frío y parece que va a llover.

    •    Eso me vale madres, sirve de que te bañas, pinche cochino, marrano.

Doña Concha lo dejaba afuera; al otro día temprano, salía a su negocio, lo encontraba enroscado con su perro. Por el frío no podía hablar, temblaba y le castañeaban los dientes; lo agarró del brazo y  lo llevó a la puerta de la vecindad, señalándole el camino a la calle.
    •    ¡Órale como dijo la venada, cada quien a la chingada!

Simón se  fue de la casa, la señora no lo buscó. Ella también se aventaba sus parrandas con sus cuates, había veces que no llegaba a su casa.
Pero no fallaba, estaba en su trabajo vendiendo sopes; algunos maloras le decían la “45” porque tenía sus cuatro cargadores. Por ahí le contaron que su marido andaba en el “escuadrón de la muerte”; veces se lo llevaban al bote porque estaba tirado de borracho en la calle. Simón le decía  que le diera un rincón; la señora estaba montada en su macho y decía que ella no iba a doblar las manos, nunca lo iba a recibir.
Un día, Simón llegó de donde andaba, se le concedió volver a la casa de “La Charra” cambiado,  bañado y olía a perfume. La mujer se sorprendió, mirándolo de arriba abajo, le dijo:
    •    ¡Ah chinga, chinga, chinga! ¿Dónde hubo palo encebado?

    •    Vengo a pedirte perdón.

    •    Que te perdone un carnicero; eres falso y mentiroso; igualito a tu madre.

    •    Estoy en un grupo de Alcohólicos Anónimos.

    •    Salte de ahí, los vas a echar a perder.

    •    ¿Por qué no me crees?

    •    Porque perro que traga mierda, aunque le rompan el hocico. La verdad estaba muy preocupada, pensé que te ibas a acabar todo el pulque y no me ibas a dejar ni un vasito.

    •    Para que me creas, te digo que mañana entro a trabajar a la mina de San Juan, los secretarios del sindicato se portaron bien conmigo.

    •    Eso es un milagro, porque esos bueyes se parecen a las prostitutas: sólo se mueven cuando tienen el cliente encima.

    •    Te vengo a decir que ya no salgas a vender tus gordas, te voy a mantener, se lo juré a la Virgen de San Juan de los Lagos y no le voy a fallar. Vamos a vivir como una verdadera pareja y te voy a traer vestida como muñeca.

    •    Te voy a dar otra oportunidad, pero a la primera que falles te rompo cuanta madre tengas.

Simón trabajó  como burro, no faltaba a su trabajo, Con el tiempo se vio el progreso; arreglaron la vivienda, andaban bien vestidos. “La Charra” por primera vez, uso zapatilla de tacón alto, tiró su morral y se colgaba en el hombro una hermosa bolsa. Salían a pasear al parque y cada 8 días se la llevaba al cine.
Un día se pusieron a platicar:
    •    Mira vieja, saqué un chingo de dinero, por mi semana y vacaciones, quiero pedirte que nos vayamos  de viaje a San Juan de los Lagos, para darle las gracias, que me alejó del vicio y tengo una nueva vida. ¡Yo te amo y quiero que seamos muy felices!

    •    Me parece muy bien, es para mi un sueño, conocer esos lugares sagrados, y también quiero pedirle a la virgen que me perdone por las madrizas que te arrimaba.

    •    Olvídalo, eso fue ayer, ¿qué te parece si mañana nos vamos temprano?

    •    Ya dijiste, mientras preparo el itacate, duérmete, parece que estás cansado, tienes los ojos como de calaca, de lo flaco que estás.

Al día siguiente, se llevaron unas cajas amarradas con mecates, con su ropa, para cambiarse, porque se iban a quedar unas semanas. Llegaron a San Juan de los Lagos, en la madrugada alcanzaron la primera misa, fueron a almorzar y a conseguir un hotel; regresaron a dormir, luego visitaron “El Pocito”, lugar donde había estado la virgen. Se retrataron montados a caballo y todo era felicidad; después de visitar todo, regresaron a la terminal, esperando el autobús que iba a Pachuca; cuando llegaron a León, Guanajuato, la señora lo movió y le dijo en la oreja:
    •    Viejo, ¿no quieres hacer de la chis?

    •    Como no le contestaba, se dio cuenta que Simón estaba muerto, se le salieron las lágrimas; lo acomodó y lo cubrió con una colcha que habían comprado; por primera vez en su vida la señora no dejaba de llorar en silencio. Se dio cuenta que sí le tenía amor a su viejo.

Cuando llegaron a Pachuca y estaban en la  Central de Autobuses, la señora gritaba como loca:
    •    ¡Mi señor está muerto! ¡Ayúdenme por favor!

Llegaron las autoridades del Ministerio Público, que dieron fe del cadáver, después se lo entregaron para que le diera sepultura. Entre los vecinos y conocidos pagaron los funerales, le llevaron muchas flores y lo acompañaron hasta su última morada, el panteón municipal.
Cuando estaba con todos los vecinos y amigos, les contó su amarga experiencia:
    •    Me cae que sentí re feo cuando vi que Simón se había pelado para el otro lado, que había dejado este valle de lágrimas, pero me controlé y pensé rápido que si les hubiera dicho que Simón estaba muerto, me hubieran bajado en León, Guanajuato, por eso me quede callada y me puse abusada, para traerlo a Pachuca.