“El VENGADOR”
Todos los que trabajamos en la mina, en cualquiera de todas, debemos tener mucha amistad, ayudarnos unos a otros; sin embargo, no es así, porque algunos caen gordo por abusivos; sobajan y pegan a los más débiles.
Un día estábamos platicando en el túnel general de San Juan Pachuca, “El Chocolate”, “El Loco” y “El Baldo”, con el bodeguero, llamado Arturo, que tenía todos los modales de un afeminado, y nosotros le decíamos “El Terecita”. Siempre en el turno de noche me esperaba con un café o chocolate, y platicabamos delante de los cuates, que eran mal pensados, y creían que yo le andaba correteando las lombrices.
Nos encontramos en el túnel y lo detuve para sacar a los compañeros de su mente cochambrosa.
• Oye, Arturo, ¿por qué no tienes novio?
• Toco madera, porque todos los hombres son malos, vacilan con nosotros y luego se van y ya no los vemos. Todos los hombres son infieles. Por eso no los quiero, ¡por desgraciados!
En esos momentos iba pasando “El Caníbal”, un cuate con cara de chango, con muchas cicatrices y fama de ser el mero mero del barrio de El Atorón; no había quién le parara los tacos, pues era un desalmado para pelear, y pensó que se lo había dicho a él.
Le dio una cachetada que tronó como cuando matamos una mosca con un periódico. Arturo cayó al suelo parando las patas. Y le dijo:
• ¡Cállate puto!
Fue tanto mi enojo, que con mi guangoche, que dentro llevaba un frasco grande y una botella de dos litros, le pegué en la cara; le brotó la sangre de la nariz y del hocico.
Como “El Caníbal” estaba por caerse, de una vez le solté otro.
Ya en el suelo lo reté, poniéndome en guardia. Como iba saliendo, varios de sus amigos lo ayudaron a levantarse. Medio atontado, me dijo:
• Sacaste boleto, pinche Gato Seco, hijo de la chingada. Nos vemos a la salida.
Todos sabemos que pelearse dentro de la mina, está prohibido. Cuando hay una bronca como esta tienen que arreglarla a 500 metros lejos del laborío. En este caso nos íbamos a ver a la entrada de la presa de El Tulipán, que está arriba de la mina. Con su franela “El Caníbal” se limpió la sangre, y siguió su camino. La noticia corrió como el viento. Todos los mineros sabían que iba a haber una pelea a muerte.
Después de bañarnos, cada uno con sus amigos; la mayoría curiosos, iban a ver una pelea a calzón quitado. Llegando al lugar, cada quien se puso en guardia aventando madrazos a lo cabrón.
Se juntó mucha gente y comenzaron a darse hasta debajo de la lengua. Una viejita vecina del lugar, se quería meter al frente de la bola. La paró en seco uno de los mirones:
• Señora, quítese de ahí.
• ¿Qué es?
• Una riña.
• ¿Una niña?
• No señora, una disputa.
• Entonces no es tan niña.
La pelea estaba en su apogeo. Al que se caía le llovían las patadas y lo paraban de las greñas.
Ya ninguno de los peladores podía. “El Caníbal” tenía un ojo cerrado y otro a medio cerrar, con la cara muy hinchada, todo raspado del cuerpo. “El Gato Seco” estaba bañado en sangre, con toda la cara hinchada, la boca rota, y descalabrado, no le paraba la hemorragia de los labios.
Un encargado de la mina, los desapartó diciéndoles:
• Ya cálmenla por hoy. Ya estuvo bueno.
“El Caníbal” le dijo:
• Por hoy te salvó la campana, pero para la próxima que nos veamos, comienza la segunda tanda. No te vas a salvar. Te voy a quitar las otras 6 vidas que te faltan.
Llegué a mi casa y mi hermana no me dejaba entrar. Decía que ahí no vivía. Estaba desfigurado de la cara, y tuve que identificarme para poder entrar. Mi madre lloró al verme. Y me dijo:
• Fíjate al pasar las calles, los coches pasan a toda velocidad, y se llevan de corbata al que se apendeja.
Cuando se arreglaron las cosas, con explicaciones, me di un baño con agua caliente, me acosté, y no dejaban de ponerme lienzos de agua caliente, y pomada en los raspones. Me curaron la cabeza pelándome alrededor de la herida, poniéndome parches.
Esa tarde me quedé dormido. Al día siguiente no fui a trabajar; fui a los baños públicos y me quedé horas en el vapor.
Lo que me valió era que me había peleado en viernes; sábado y domingo, como no trabajamos, hice los mismo. Me sentí como nuevo cuando se me bajó la hinchazón. El lunes nos encontramos el “Caníbal” y yo al salir de mi casa, y nos dimos otros golpes. Sólo que sonó el silbato y corrimos antes de que nos dejaran fuera de la mina.
Cada que nos veíamos, donde fuera y con quien fuera, nos aventábamos una madriza. Era seguido. Una vez sufrí un accidente en la mina: me machuqué la mano derecha; me llevaron al hospital de la mina y me dijeron que me había fracturado los huesos de la mano. Me dieron un mes de incapacidad, diciéndome el doctor que me iba a enyesar la mano, pero de todos modos me pusieron una venda del pescuezo al pecho, para que ahí la metiera, para que la sostuviera, que no la dejara que se me moviera.
No salía a la calle con el temor de encontrarme con “El Caníbal” pero nos encontramos. Yo le iba a explicar que tenía una mano enyesada, pero de pronto, como por reflejo, le puse un madrazo bien acomodado. Cayó como fulminado por un rayo. Con el miedo de que lo había matado, entre la gente vi cuando se lo llevaron al Hospital General; fui a investigar, me dijeron que le pusieron un nocaut técnico, que por poco le vuelan la mandíbula.
Pasaron los días, y yo tenía que ir a trabajar. En el camino que encuentro al “Caníbal”; esta vez no corrió a alcanzarme. Se quedó parado. Llegué hasta donde estaba y le dije:
• Ahora, ¿qué dices, cabrón?
Se juntaron varios que iban con él, y le dijeron:
• Te detenemos tu guangoche. Él no les hizo caso y se dirigió conmigo:
• Perdóname todos los insultos que te hice, si tú lo quieres, le pido perdón al “Teresita” por haberle pegado. Ya no quiero pelear contigo, reconozco que me ganaste.
Me dio la mano, por orgullo, no se la tomé. Me di la vuelta para irme con mis compañeros, y escuché todo lo que le dijeron:
• ¿Qué pasó contigo, carnal, por qué le sacaste al parche, si eres el mero cañón del barrio? De una vez lo hubieras terminado.
• No, ni madres, tiene una pegada, que me fracturó la quijada. Nos encontramos fuera de la iglesia de la Asunción, yo lo provoqué y él me respondió con un madrazo, que vi estrellitas. Me llevaron al hospital y ahí me operaron, para poner la quijada en su lugar. Me preguntó el médico que qué me había pasado, y le conté que tenía broncas con un cuate, que me madrugó al tirarme un golpe con el puño cerrado. Me volvió a preguntar si tenía en la mano algún fierro a piedra; le dije que no, que siempre que nos encontramos nos damos a mano limpia. Me contestó:
• Pues de hoy en adelante, ya no le busque ruido al chicharrón, y si lo ve córtele la vuelta, porque si usted está seguro de que le pegó con el puño, es que pega como patada de mula; otro pelito más y le hubiera volado la mandíbula.
• Por eso mejor ahí la dejamos, porque más vale que digan aquí corrió, que aquí quedó. De hoy en adelante todos van a respetar al “Gato Seco” porque él es el campeón.
Desde ese momento todo cambió en mi vida social y de trabajo; fui respetado y ahora me dicen “El Gato Seco Vengador”.