LAS CATEGORÍAS
(SEGUNDA PARTE)
Una vez me llevaron a la casa de una señora que vendía alcohol a escondidas. Hacían jugadas de dinero. Le decían “La Chilonga”. Me la presentaron y ya medio picado, me dio jalón. De ahí pa’l real. Fui a visitarla seguido, y me iba clavando con ella, poco a poco. Abandoné a mi vieja y a mis hijos.
Así pasó el tiempo, y vivía con esa señora. Mi vieja buscó trabajo para mantener a sus retoños, pues yo no le daba dinero. Un día llegó a mi casa un minero, que dijo que era más chingón para barrenar, que ganaba muchos pesos; era joven y bien parecido el cabrón. Le decían “El Picudo”.
La señora le coqueteó, y eso me encabrono y tuvimos un fuerte pleito. Ella me dijo que era libre y podía andar con quien le diera la gana. Me dijo que desde ese momento, me fuera a chingar a mi madre.
Le quise pegar, pero me ganó la delantera. Se me fue encima, rasguñándome la cara, y me volvió a gritar, que ella podría andar con los hombres que quisiera. Me dio una patada en los bajos, que sentí que se me cayeron. Me corrió de su casa aventándome todos mis tiliches.
Pero ya sabes, compadre, que perro que traga mierda, aunque le quemen el hocico. Busqué a unos mariachis, y le llevé gallo. Le pedí perdón de rodillas, y nos reconciliamos. Me cambiaron de turno de noche, y por ahí se escuchaban rumores de que “El Picudo” se andaba comiendo lo mío. Me hacía pendejo. No le reclamaba por miedo de perder a la señora. La verdad, la quería mucho, aunque ella me trataba de la chingada.
Una vez nos encontramos frente a frente “El Picudo” y yo, y me saludó con mucha burla. La sangre se me subió a la cabeza, me regresé, y le di un buen madrazo. Mis compañeros y los de él, nos separaron, porque es muy penado pelearse abajo de la mina. Esa semana trabajé duro, duro, doblando turnos y por destajo, para guardar mucho dinero. Me puse a jugar baraja. En albures, ya había ganado bastante. El que corría las cartas gritaba:
-¡Hagan sus apuestas, señores! Corre y va corriendo. Sale el rey y el cinco.
Grité:
• ¡50 pesos al rey!
De pronto escuché, a mis espaldas, una voz que dijo:
-Van 500 pesos al cinco.
Todos guardaron silencio. Era “El Picudo”. Andaba súper borracho. Y los que estaban ahí sabían que se iba armar un desmadre. Comenzaron a correr las cartas.
• Sota, tres, caballo. Gana el 5.
Recogió el dinero, y dijo que volvieran a correr las cartas.
• Corren cartas. Hagan sus apuestas, señores. Rey y as.
Mirándome, “El Picudo” me dijo:
-¿Apuéstale, cabrón, o tienes miedo?
• Van 3 mil 500 al rey.
• Corren cartas, señores. Caballo, sota, siete, cuatro. Gana el as.
Me cae que sentí como si me hubieran echado agua helada. Había perdido todo lo que llevaba.
Sonriendo, me dijo:
• Apuéstale, cabrón.
• No tengo dinero.
Llamó a “La Chilonga”, la abrazó y le preguntó:
• ¿Con este muerto de hambre vives? Ja, ja, ja. Regrésate a tu pinche pueblo, méndigo.
Me aventó 50 pesos en la cara. Me le fui a patadas,y golpes. Que saca una navaja cola de gallo, y que me avienta de tajazos. Que lo cruzo, que le pongo un madrazo en el hocico, que cae al suelo pegándose en la cabeza con el filo del escalón. Le salió mucha sangre y ya no se movió.
Uno de los presentes me dijo:
– Ya lo mataste. Pélate.
Agarré los billetes que estaban en la mesa y salí corriendo de ahí. Llegue a donde vivía mi vieja. Le dije que me perdonara, que estaba muy arrepentido. Para que viera, le dije que nos fuéramos a San Juan de los Lagos. No quería, pero me la llevé a huevo.
Estando ahí, le conté la verdad. Ella lloró conmigo. Me dijo que nos regresáramos a Pachuca, y así lo hicimos.
• Alquilamos una casa en el barrio de San Bartolo, junto al Panteón de Pachuca, y durante mucho tiempo no salí de la casa. Por eso no te pude ver. Al secretario del sindicato le di mil pesos para que me mandara a trabajar de nuevo a la mina. Llevaba noches sin dormir, pensando que cualquier día me iban a agarrar para meterme a la cárcel.
• Tú síguele como si nada. No se lo cuentes a nadie. Y si te agarran, ya qué.
Pasaron varios meses. Mi compadre se dedicaba al trabajo, y se le olvidó lo que pasó en Guanajuato.
Una vez nos invitó a su casa porque era día de su cumpleaños, y se puso a tomar sin medirse. Estaba súper borracho. Se le botó la canica: le pegó a mi comadre, comenzó a romper los muebles a golpes. Los niños lloraban espantados, y nadie podía controlarlo. Los vecinos llamaron a la policía, y al verlos, a mi compadre se le fue la onda, y les dijo:
• ¡Yo no lo maté, verdad de Dios, que no!
Se cayó y se pegó en la cabeza. Se lo llevaron a la cárcel. De ahí pasó a Guanajuato para que pagara su crimen. Al pasar el tiempo, todos regresamos a los laboríos. Estábamos en el nivel 370, y me preguntó “El Baldo”:
• ¿Qué pasó con tu pinche compadre?
• No he sabido nada de él. ¿Por qué me lo preguntas?
• Me acordé de él, porque al pinche “Pinacate” se lo llevaron a la cárcel.
• Qué coincidencia. En la tarde vendré a las oficinas para pedir mis vacaciones, y voy a ir a buscarlo a Guanajuato.
• Ten cuidado, “Gato Seco”. Si vas a Guanajuato te pueden agarrar como momia. Bueno, allá tienes a tu familia.
Les menté la madre, y me fui a la ciudad de Guanajuato, para ver qué pez con mi compadre Ángel. Llegué al penal de estado. Ahí, me mandaron a la procuraduría, buscaron en los archivos, y me dieron razón:
• Ángel López, preso 170089, falleció en el penal, hace un año.
Mi sorpresa fue tan grande, que por más preguntas que les hice, su respuesta fue la misma. Salí desconsolado, sin saber a dónde buscar a mi comadre. Lo primero que hice fue ir a buscar en los barrios mineros y preguntar por la familia de Pachuca. Me pasé todo el día sin resultado. Al otro día fui a un barrio contrario. Platiqué con un policía, diciéndole cuál era la búsqueda de mi familiar, explicándole lo que me habían dicho en el penal. Dijo que estaba pelón el caso porque a muchos que no los reclaman, luego los echan a la tumba común como desconocidos.
Me aconsejó que fuera a una radiodifusora a pedir ayuda.
Mandaron este spot: “El señor Félix Castillo García, de la ciudad de Pachuca, busca con urgencia a la señora María Pérez López, radicada en esta ciudad. Para cualquier información al respecto, reportarse a esta a esta radiodifusora”.
Ahí estuve unas horas. En eso llego una niña de 11 años. Me preguntó:
• ¿Usted es el señor Félix Castillo?
• Sí.
• Padrino, soy yo, Martha.
Era una niña muy vivaracha. Me abrazó y me dijo:
• Vamos a la casa. Mi mamá lo está esperando.
Cuando llegamos, a mi comadre le dio gusto verme, y me dijo:
• ¡Compadre, pásele! ¿Cómo ha estado?
Después de una plática, le pregunté:
• ¿ Por qué no me ha escrito? Vengo del penal donde me informaron que mi compadre había muerto. A ver, dígame qué pasó.
Mi comadre comenzó a llorar:
• A los 6 meses que Ángel estuvo en la cárcel, me mandó a decir que vendiera todo lo que teníamos y me viniera para Guanajuato. Al pasar el tiempo conseguí trabajo con mi hija en una casa de una familia bondadosa. Ángel trabajaba en el penal haciendo canastas y cuadros, bolsas, que nosotros vendíamos. Logramos juntar dinero y alquilar una vivienda. Le tuvimos confianza al dueño, que es un licenciado muy famoso. Le contamos todo y nos había dicho que él iba a hacer lo posible para sacarlo, pero eso iba hacer con tiempo, que no me preocupara. Para nosotras fue una esperanza, y creció el deseo de regresar a Pachuca.
Una vez que fuimos a visitarlo al penal, unos señores nos amenazaron con golpearnos y nos insultaron. Nos dijeron que mientras ellos vivieran, Ángel jamás saldría de la cárcel. Después nos enteramos que eran los hermanos del difunto.
Conforme el licenciado iba arreglando su libertad, se complicaron las cosas. Hablaban por teléfono a la casa del licenciado para advertirle que si lo ayudaba a salir, su familia la iba a pagar caro. Una vez, al licenciado le echaron un coche encima, pero no se acobardó, por el contrario. Le echó más ganas, y demostró ante la corte, que el homicidio fue en defensa propia. Que “El Picudo” atacó a Ángel con una navaja.
Por fin salió de la cárcel. Había durado dos años; fue una gran alegría. Pero él ya no quiso regresar a Pachuca. Decía que ya había pagado lo que había hecho, e iba a comenzar una nueva vida.
Anduvo navegando en los trabajos. Por sus antecedentes, ni el sindicato minero lo aceptó. Al pasar los días, llegaban a la casa anónimos, diciéndole que iba a morir. Una vez, quisieron llevarse a Martha, y otra, nos agredieron. Eso lo enfureció, y ahora él los buscaba. Lo convencí que nos fuéramos para León, Guanajuato. Consiguió trabajo en una línea de autobuses, como chofer, y dábamos gracias a Dios, porque pensamos que ahora sí íbamos a vivir en paz. Nuestra vida había cambiado.
Una vez se subió al camión uno de los hermanos del difunto, y al pagarle el pasaje, lo reconoció. Sacó una pistola y le disparó a quemarropa. Estuvo en el hospital en calidad de detenido, y después lo pasaron a la cárcel. Por ahí supimos que la familia del difunto había dado mucho dinero para remover el caso de asesinato. Y al que lo hirió jamás lo detuvieron. Dejé en León a mis hijos y regresé a Guanajuato para ver al licenciado. Le conté lo que había pasado. Entramos al penal. El licenciado había logrado la libertad de Ángel, y que al otro día salía.
Muy temprano llegamos a la cárcel. El licenciado entregó la boleta de libertad, y nos llamaron a la dirección donde nos dijeron que Ángel había muerto de una pulmonía, en la madrugada. Que nos entregarían el cadáver en el hospital. Me puse como loca. No lo podía creer. Pero lo mataron.
Me despedí de mi comadre y regresé, triste, a Pachuca. Cuando entré a trabajar a la mina, me preguntaron mis cuates:
• ¿Y tú compadre? ¿Lo trajiste?
• ¡No! Él ya está muerto.