MIS RECUERDOS
A pesar de haber trabajado como burro en la mina, nunca pude hacer un ahorro porque el sueldo era muy miserable.
Donde quiera que me mandaban salía igual. Apenas alcanzaba para pagar la renta, y cuando se tenía algo guardado, no faltaba que alguien se enfermara. Lo único que tengo y he guardado por muchos años, son mis recuerdos, que con mucho gusto se los cuento, para que por medio de ellos, conozcan la vida de un minero, sus creencias, su fe, su forma de expresarse, porque el minero, ya cuando está viejo y silícoso, se refugia a contar pasajes de su vida, y las cicatrices que tiene en el cuerpo son experiencias. Muchas veces, son lágrimas que opacan lo que escribe.
No todos los recuerdos son alegrías. Desde antes de ser minero me gustó mucho el montañismo. Me subía a los chiflones, cielos, rebajes con facilidad, sin importarme la altura. Una vez, me mandaron con una cuadrilla a sacar unas muestras muy importantes para los ingenieros. Habíamos ido el maestro Francisco Hernández, “El Pocos”, Juan Pérez, “El Chaparro”, Bonifacio Cervantes, “El Profesor”, Lorenzo Ángeles, “El Azul”. Todos vivían en el pueblo de Cerezo. Las muestras eran de una mina abandonada que se comunicaba con la de El Bordo, Santa Ana, Sacramento, que se había quemado en el año de 1910, muriendo 87 mineros.
Según se dijo por boca de los que se salvaron y estuvieron escondidos 8 días, sin comer y sin beber, durante muchos días y sus noches, “Sálvense quién pueda, la mina se está quemando”. Así lo declaró ante las autoridades el encargado de cuadrilla, Félix García, y desde esos años a la fecha, podríamos decir que era una mina abandonada.
Cerca de ahí enterraron a los muertos, y clausuraron la mina, quedando olvidada. Se escuchó decir que iban a sacar muestras para saber si podía trabajarla la compañía Real del Monte según la ley, que tuviera de plata. Bajamos a la mina con las instrucciones del ingeniero encargado de los muestradores, que teníamos que bajar al nivel 370, o sea trescientos setenta metros de profundidad, donde hacía mucho calor. De ahí nos tenían que llevar 3 kilómetros de túneles, luego subir 80 metros de escaleras y llegar al lugar. Iba como responsable Rogelio Ramírez, conocido como “El Chato”.
Sacamos las muestras con dificultad. Las escaleras estaban podridas. En partes pusimos nuevas y logramos el objetivo. Ahora lo canijo estaba en regresar. Uno de ellos dijo que sería mejor que bajáramos todos con una distancia de 10 metros, y así lo hicimos. A mí me tocó ser el último.
Cuando iba por medio camino, escuchamos una piedra que venía rebotando en las tuberías de agua y aire. Se había desprendido una pegadura grande que al rebotar se partió, haciendo una lluvia de piedras, rompiendo todo lo que encontraban en su camino.
Metí mis manos entre los barrotes de las escaleras, agarrándome la gorra y pegándome a la pared del lado norte. Una pegadura me cayó en la cabeza, que rompió mi gorra, y luego otra que me rompió la cabeza. Sólo sentí el golpe, y algo líquido que me escurría en la cara y espalda. Gritos de uno de ellos:
• ¡Están bien!
Bajaron y me esperaron a que yo lo hiciera, porque iba escalón por escalón. Vi las luces, pero veces, la sangre me oscurecía la visión. Una voz me gritaba:
• ¡Baja poco a poco, desde aquí te echamos la luz!
• Al llegar al piso, uno de ellos se quitó su playera, y me cubrió la cabeza con el fin de que me parara la sangre que salía como chisguete. Otro compañero había ido a buscar al motorista que pasaba por esos lugares para que me llevara. Al hacerlo desengancharon las conchas para ir más rápido, y llegamos al nivel 30. Pidieron la jaula con el toque de accidente 5-5- y nivel, que nos llevó al nivel 30. Ahí había mucha gente. Estaban filmando una película de mineros. El encargado era un hombre fuerte, grandote, y me llevaba cargando en sus brazos, como niño chiquito. Sin hacer caso, pasamos por en medio de los hombres que filmaban.
Al pasar por en medio, gritó el director de la filmación:
• ¡Corte! Así no va el libreto. Deben sacarlo en una camilla, y no cargando.
Mis compañeros lo hicieron a un lado y se pidió la jaula de emergencia. Nos subimos los verdaderos mineros. Afuera nos estaban esperando los artistas, para seguir con su película. Mis compañeros, aventándolos, les dijeron que se hicieran a un lado, y corriendo conmigo.
Llegamos al cuarto de primeros auxilios. Pidieron la ambulancia, que me trasladara al Hospital de la Compañía, que se encontraba donde ahora está el DIF.
Las enfermeras comenzaron a bañarme porque iba todo lleno de lodo. A los pocos minutos llegaron los médicos. Me cubrieron mi cabeza, que rasuraron y me cosieron, echándome unas 15 pulgadas, dando órdenes que no se dejara pasar a fuera quien fuera.
Mis compañeros estaban declarando en la mina junto con los jefes e ingenieros, así como con las autoridades, cómo había sido el accidente. Como en las minas hay muchos accidentes, no le dieron importancia. Cada quien contaba, entre ellos, lo que habían visto o les habían dicho.
Todo fue de momento y normal. Cobrar su semana y cada quien se fue por su lado. Algunos preguntando qué había pasado y otros, quién era el accidentado.
Mis compañeros, como eran del pueblo de El Cerezo, se metieron a la cantina La Veta de Santana, que se encuentra en la calle de Humboldt, en el barrio de El Arbolito, en la salida, para llegar a su pueblo. A pesar que se tenía el paso prohibido al hospital, estaba a un lado de mi cama uno de mis hermanos, llamado Luis; le decían “El Negro”. Estaba tomado y me meneo para despertarme:
• ¿Qué te pasó carnal?
• Me cayó una pegadura. Dice el doctor que con cuidados me iba a reponer. No debo hablar mucho.
• ¿ Con quiénes ibas?
• Con unos cuates del pueblo de Cerezo.
• ¿Dónde puedo encontrarlos?
• Es sábado, han de estar en la cantina “La veta de Santana”; ahí se juntan cada 8 días.
• No le vayas a decir a mi jefa que estoy en el hospital.
Llegaron unas enfermeras con dos policías, y señalando a mi hermano, dijeron, “ese es”. Lo agarraron del brazo, jalándolo, y lo iban regañando.
Por otro lado, mis compañeros estaban como siempre, echando pulque, cervezas y cubas. Ni se acordaron de mí. De momento llegó mi hermano, se metió a la cantina y desconectó la sinfonola, que tocaba una canción. Todos voltearon a ver quién fue el que les quitó la música. Uno lo agarró de las greñas y otro le dio un puñetazo, que lo tumbó. Se paró con las manos en alto y les preguntó:
• ¿Ustedes conocen a Félix Castillo, que le dicen “El Gato Seco”?
• ¡Sí!
• Él, es mi hermano, y acaba de morir.
• ¡¡Qué!! ¿Se murió?
Todos guardaron silencio. Dijo otro de ellos:
• Se llevó un buen madrazo, pero no pensamos que fuera para tanto.
– ¿Dónde vive?
– En la calle de Galeana 404, aquí abajito. Los vine a buscar porque no tenemos dinero, que
nos ayuden.
Todos echaron mano a sus bolsas para sacar algunos pesos o monedas; hasta el cantinero y el lavavasos pusieron lo suyo en la gorra de mi hermano, que se las ponía para que le echaran.
• ¡Muchas gracias! ¿Me puedo tomar una cubita?
• Tómese las que quiera. Sentimos mucho lo de su hermano. ¡A qué hora lo traen!
• Dijeron que a las 4 de la tarde.
Se pusieron de acuerdo y se bajaron al mercado Benito Juárez, a comprar flores y una corona, y darle el pésame a los familiares. Llegaron, tocaron y salió una señora. Le preguntaron:
• Buenas tardes, señora, ¿ya trajeron el cuerpo de Félix?
Mi madre, al ver que llevan flores y una corona, les preguntó:
• ¿Que lo iban a traer?
• ¿Qué no sabe, señora? Su hijo se mató en la mina.
Al escucharlos, se desmayó. Los que fueron a dar la noticia, salieron comentando:
• Pobre Gato; pero así es el trabajo de la mina.
Los vecinos auxiliaron a doña Lola, y les avisaron a sus demás hijos, lo que había pasado, y llegaron a preguntar al hospital. No los dejaban entrar, y no se movieron hasta que pasó uno de ellos a comprobar que estaba vivo. Se regresaron a su casa y avisaron a la jefa lo que les dijeron. Y todo quedó en paz.
Me dejaron salir, y en un mes me dieron de alta, para presentarme al trabajo. En el turno de noche, llegué a mi laborío. “El Loco” al verme tiro lo que tenía en la mano, y corrió y dijo:
• Pinche Gato. Tú estás muerto.
Les gritó a los demás, que salieron de donde estaban, y les contó que había visto el alma del “Gato Seco”. Al verme me dijo el encargado que le contara lo que había pasado. Y me dijo:
• Nos debes dos misas: una cuando nos dijeron que te habías muerto, y otra el día de hoy, que cumples un mes. Le dices a tu hermano que está bien que chingue, pero a su madre respete.