Un Infierno Bonito

“Presentación”

Al ponerles en sus manos un libro de la vida de un minero, llamado “Un Infierno Bonito”, de Félix Castillo García, que está en la biblioteca Arturo Herrera Cabañas, esa fue la colección que reúne los trabajos de investigación científica, y la creación literaria de nuestra entidad. El autor es un pachuqueño, quien vivió en el interior de tiros, socavones y túneles, donde conoció la dureza y los peligros de la extracción de los minerales.

Todo se ha transmitido con un ritmo narrativo, que resulta aún más brillante en un escritor de extracción obrera. Sin duda alguna pocos de los testimonios de la vida de los mineros están llenos de frescura y de originalidad.
Cuenta Félix Castillo García, a sus numerosos amigos y compadres, que cuando la jaula (Calesa) de las minas asciende a la superficie, a lo lejos, los mineros sueltan un suspiro de alivio y esperanza. Dice que vio la primera luz, un 3 de mayo del año de 1941, en uno de los barrios altos de Pachuca. En el momento que tronaban los cohetes para festejar el día de la Santa Cruz.
Con muchos tropiezos en el camino y con muchos trabajos, cursó la primaria y en el año de 1958, al igual que todos los hijos de los mineros, ingresó a la mina de San Juan Pachuca, recorrió todos los túneles y caminos subterráneos, entre una mina y otra.  
Desempeñó varias labores como cochero, ayudante de ademador, rielero, muestreador de ingenieros, ayudante de motorista y perforista.
Después de varios años de trabajo, dentro de las minas, decide en el año de 1972, por los bajos sueldos, abandonar la mina, recordando los sustos y accidentes que sufrió en la mina, y es contratado como obrero en una empresa de Ciudad Sahagún (Diésel Nacional), y posteriormente continúa sus estudios.
Decidió meterse a estudiar a una academia comercial “Royal” que se encontraba en la calle de Fernando Soto, La directora catalina Martínez, al escuchar su historia le da la oportunidad de Secretario Comercial con las materias de taquigrafía, mecanografía, archivonomía, ortografía, estudiando el turno que le daban en la mina, de siete de la mañana a las cinco de la tarde, y entraba en la escuela a las seis para salir a las nueve de la noche. Y así logra por lo menos tener un diploma de escuela.
Al ver terminada su carrera, por lo que sucedía constantemente en la mina, se mete de enfermero en la Cruz Roja, y para proteger sus pulmones del polvo del humo y los gases que se producen con los años. Aficionado al montañismo, Félix escribe sobre el tema de sus escalamientos a todas las rocas del Estado, así como de estar en la cima de los volcanes, el Iztaccíhuatl, Popocatépetl, Pico de Orizaba, La Malinche, y demás… En los tiempos libres Félix, “El Gato Seco”, se ponía a escribir sus memorias.
En el año de 1987 es contratado por el Archivo General del Estado. Participa en uno de los cuentos mineros, ganando el primer lugar con una obra llamada “Los mineros toman la palabra”,  que convocó la compañía Real del Monte y Pachuca.
En ese mismo año, se inscribe en el taller de lectura con el maestro Agustín Ramos, que impartía en el archivo General de Estado, posteriormente fue invitado a leer sus cuentos en el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, ante intelectuales que confirmaron al ex minero, mediante su talento como escritor y original de lenguaje, lleno de metáforas, producto de esta nueva década.
En sus textos demuestra la manera de hablar, como el albur y otras formas del lenguaje minero, que son productos de la relajación moral. Con prácticas cotidianas, que permiten aliviar tensiones y generar solidaridades de todo tipo en un ambiente peligroso, por la profundidad del subsuelo.
Desarrolla trabajos en el ambiente enriquecido por el polvo, humos, en paredes, cielos, chiflones, rebajes, planes, así como se recuerdan los mineros, a la madre, a la hermana, a la esposa, que es una práctica que está lejos del insulto, lejos de la frase que ofende, en esta narrativa que vamos a comenzar se dibuja cómo se vive, anécdotas, leyendas y fantasías en donde la realidad es de la vida del minero, se encuentra inmersa la creación y recreación de los mineros y las minas de ese “Infierno bonito”, que salió de la cabeza del “Gato Seco”, de nombre Felix Castillo García.

“Cuando estaba en la escuela Justo Sierra, vivía con mis padres, Manuel Castillo Ortega, él era policía, y venía del altiplano, de Tlanalapa, Hidalgo. Mi madre era una señora, se llamaba Dolores García Valencia, ella era de Puebla, y vivíamos en la calle de Observatorio, en un callejón llamado Manuel Doblado, en el barrio de La Palma”.
Cuando Félix salía de la escuela, les iba a ayudar a los trabajadores de la Coca-Cola a cargar sus burros para ir a las tiendas a repartir, o a veces, cargaba los camiones que salían a los municipios, y le daban 50 centavos. Llegaba a la casa un poco tarde, le daba a la jefa lo que le habían pagado y se servía de comer sopa, frijoles, y un pedazo de carne; hacía la tarea y con lo cansado, se dormía sin despertar hasta que llegaban sus hermanos de la mina.
Se ponían a platicar de su trabajo, y hablaban de la mina,  él se la imaginaba como la de los enanos de Blanca Nieves, pensaba que sacaban piedras preciosas.
Pasó el tiempo, los años, y seguía con la idea de ser minero. Hasta que salió de la primaria y leyó en el periódico que en la mina necesitaban gente. Se fue a apuntar, pero estaba pelón para que lo contrataran porque tenía 16 años, estaba flaco. Duró unos seis meses haciéndole la lucha de entrar a la mina, hasta que lo logró con muchos trabajos; lo mandaron a la mina de San Juan Pachuca, donde encontró gente buena, maldosa, borrachos y albureros.
“Mi primer maestro, fue un hombre alto, gordo, feo, chimuelo, peleonero, maldoso… le decían “El Cavernario”; el primer día me hizo la primer maldad: me mandaron a que le fuera a ayudar a hacer un barreno, ahí conocí la máquina y las barrenas que son de distintas medidas y hexagonales”…
-¡Ponte abusado, hijo! Agarras la barrena, yo te voy a hacer señas para que la pongas, cuando la eche a trabajar, la agarras con todas tus fuerzas y no la sueltes.
Así lo hizo, hasta que ya no aguantó, cuando soltó la barrena tenía las manos despellejadas.
El barretero se enojó, le mentó la madre por encajoso y lo mandó al cuarto de primeros auxilios, donde le curaron.
“Mi madre lloró conmigo y me dijo que ya me saliera, pero le dije que yo quería ser minero y lo iba a lograr”.
Durante el tiempo iba cambiando de contrato y de compañeros, en diferentes minas, San Juan Pachuca, Paraiso, Santa Ana, El lamo, Paricutin; éstas minas estaban super calientes, tenían que trabajar con un taparrabo…
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

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