Home Un Infierno Bonito Un Infierno Bonito

Un Infierno Bonito

0

EN EL PERSONA DEL BARRIO DE HOY:

“EL CANTINERO”

Ángel González, mejor conocido en el bajo mundo como “El Naco”, era un cantinero de las muchas tabernas que había en los barrios. Esta vez nos vamos a dirigir al barrio de La Palma. Le echaba agua al pulque, a los barriles les metía su muñeca (en una media o calcetín le echaba caca de cristiano para que fermentara). Cuando veía a sus clientes borrachos les cobraba doble. La cantina se llamaba “El Relámpago”.
“El Naco” era un grandote, flaco, usaba un pinche sombrerote que parecía mariachi. Sus clientes no le protestaban, pues cuando gritaba le tenían miedo. Por ahí se escuchaba el rumor de que en su pueblo se había echado a tres al plato por ponerse con él.
Muchas veces se jugaba las tandas con sus amigos. Cuando las ganaba las servía. Cuando las perdía se los llevaba a la cantina de enfrente donde vendían más barato. Muchos mineros viejos se iban a tardear, compraban su litro de pulque y se lo tomaban a traguitos. Al Naco le caía como mentada de madre.
Puso un timbre y cada 15 minutos lo hacía sonar. Su ayudante recogía todo lo que estaba servido. Todos protestaban.
    •    ¡Quihúbole, cabrón! ¿Qué?

    •    ¡Qué de qué!

    •    ¿Por qué recoges el pulque? Todavía no me lo acabo.

    •    Lo que pasa es que sus viejas los corren de su casa y vienen a hacerse pendejos aquí. Mira aquel cabrón, tiene dos horas y todavía no se acaba un litro de pulque.

Desde aquel día comenzó a caerles a los clientes como patada de mula abajo del ombligo. Comenzó una guerra a discreción, y cada quien buscaba la forma de vengarse. Esperaban que se apendejara y se le iban sin pagar, pero cuando los agarraba se las dejaba ir a lo doble. Tenía a su servicio a un lavavasos que le decían “El Cácaro”, que era como su secretario particular. También era mañoso para chupar gratis. Con el pretexto que limpiaba la mesa, en el menor descuido se tomaba lo que estaba servido. Como lo conocían, cuando alguien iba a mear se llevaba su vaso.
La cantina siempre estaba llena, principalmente sábados y domingos, por los mineros que bajaban de los terreros y laboríos de San Juan Pachuca y San Rafael. También le llegaban pandillas de los barrios cercanos, que se daban en la madre. Le hacían destrozos en su cantina. Era cuando se quejaba que trabajaba con números rojos y se reponía cobrándoles doble.
El cantinero encontró la fórmula del asunto. Cuando llegaban los broncudos les servía pulque con polilla. Les agarraba chorrillo y se salían. También tenía métodos de seguridad para cuando se armaran los madrazos.  Abajo del mostrador guardaba un garrote hecho de encino, y echaba por delante a su secretario con un amansa locos, que les abría el coco. El cantinero, a pesar de que tenía la cara de pendejo, era un auténtico costal de mañas. A los que estaban tomando en el mostrador en un pestañeo, les quitaba el vaso o la jarra de pulque y lo aventaba en el barril. Cuando se lo iban a tomar y miraban que estaba vacío, se quedaban mirando sorprendidos al cantinero, que les decía:
–  Ya te lo chingaste. ¿Qué quieres? Es del bueno, lo traen de Apan. Ese pulque es la crema y nata. Nomás te pones el vaso en el hocico y se te resbala.
Les hablaba con tanta sinceridad que le creían.
    •    Ya mejor me voy a dormir porque estoy borracho.

    •    Ten cuidado al bajar los escalones, no te vayas a ir de madre. Estoy pensando mandar hacer un pasillo para que puedan entrar con confianza los de la tercera edad.

Pero había algunos que le echaban bronca.
    •    Quihúbole con mi pulque, cabrón.

    •    Ya te lo tomaste.

    •    Ni madres, me acabas de servir dos litros, le he dado unos tragos y ya se acabó.

    •    Con ese hocico de pelícano que tienes, con dos tragos te lo acabaste.

    •    Pues no te pago, para que se te quite lo encajoso. Y hazle como quieras. No te tengo miedo. A mí me la pelas.

    •    Ni le busques ruido al chicharrón, güey. Como que estás metiendo la pata a una tumba. Si no me pagas, de aquí puedes salir muerto. A mí me vale madre que me metan al bote. Pero tengo escoltas que meten la mano por mí.

El cantinero le hacía señas al “Cácaro” para que cerrara la puerta de la cantina, mientras se brincaba el mostrador con un palo en la mano.
    •    ¿Con qué no pagas?

    •    Ya no la hagas de tos. Hay está el dinero. Pero acuérdate, cabrón, que eres un pinche indio refugiado. Y en una de estas, se te puede aparecer Juan Diego.

    •    A mí no me apantalles, pendejo. Y es mejor que te calles, no grites porque le das en la madre a mi prestigio. En este lugar lo mismo le vendo pulque a un albañil que a un pinche Senador de la República. No le eches lumbre al diablo porque me desprestigias. De cuates, te iba a devolver lo que me pagaste, pero como estas de chillón, no te doy nada. Y sácate a la chingada de aquí. Quedas expulsado. ¡Ábrele Cácaro!

El cantinero lo agarró de su chamarra, le dio una patada en las nalgas, sacándolo de la cantina. Como había un escalón grande, fue a dar a media calle y le decía:
    •    ¡Quedas expulsado de por vida en esta cantina! Por tu santa madre te pido de que no regreses, porque me cae de madre que no respondo. Si por hay andan diciendo que he matado a tres, tú serás el cuarto.

Se paraba en medio de todos y les preguntaba:
    •    ¿Hay otro inconforme?

Todos se quedaban callados porque sabían que el Naco cargaba un cuchillo grande de los que usan los carniceros para matar a los puercos.
El negocio del cantinero cada día iba creciendo, debido a que alteraba las bebidas. Le llegaban protestas pero sabía cómo explicarles.
    •    ¡Oye, pinche cantinero, el pulque está como tu hermana, bien aguado! Me he tomado tres jarras de a dos litros y no me ha atarantado; parece que estoy tomando agua, cada rato voy a miar.

    •    No mames, pinche “Garrapata”, el pulque que vendo es el mejor, me lo traen de los llanos de Apan. Lo que pasa es que eres muy buen tomador. Si vas cada rato a cambiarle agua al canario has de estar mal de la vejiga. Te aconsejo que vayas a ver a un médico para que te haga el estudio de la próstata. Aunque es muy bueno que cada rato vayas a hacer de la chis, porque si te tapas te puedes quedar como tu vieja de panzona. Este pulque es diurético.

    •    Ya no la hagas de pedo, güey. Lo que pasa es que ya no voy a venir.

    •    Ya no vengas, cabrón. Aquí es como las llamadas a misa, el que quiere ir va y si no, no.

Uno de los que estaban tomando, apodado “El Concho”, era uno de los peleoneros más bravos del barrio. Cuando había madrazos se volvía loco. No paraba de darles de madrazos. Sólo los dejaba hasta que estaban desmayados. Le gritaban sus amigos que ya lo había matado y se echaba a correr. Se lo quedó mirando muy feo y le dijo a su compadre el Garrapata:
    •    Vámonos a otra parte. Ya me cayó gordo este pendejo.

“El Cácaro”, al ver que se levantaron, corrió a cerrar la puerta de la cantina con candado por dentro para que nadie saliera. Era la orden de su patrón. Y le dijo “El Naco”:
    •    Calmado, pinche Concho. Tú serás el raja madres del barrio, pero de aquí no sales hasta que pagues.

    •    Cómo te voy a pagar, si estoy en mi juicio, igual que cuando entré. En lugar de pulque parece que he estado tomando agua.

El cantinero le tronó los dedos a su secretario, que se paró en la puerta con un garrote, y le dijo el tabernero:
    •    Apuntale, Cácaro, se tomó 10 litros de pulque, más la propina, el derecho a mesa. Llegaron desde las cuatro de la tarde, son las once de la noche, se han pasado 7 horas haciéndose pendejos con unas jarritas de pulque. Son 100 pesos. Al Garrapata cóbrale 50. Que paguen y se larguen.

El Concho metió la mano a la bolsa, y le dijo:
    •    Te voy a pagar, y me cae que te voy a dejar una buena propina.

Le dio un descontón, que se fue de nalgas, parando las patas. Los que estaban adentro le echaron bolita. El Cácaro se quiso escapar, pero no pudo abrir la puerta. Los golpearon hasta que quedaron sin sentido. Todos se sirvieron, haciendo justicia con su propia mano. Salieron hasta la madruga, bien borrachos. Llegó la ambulancia y se los llevaron al hospital. La cantina no se abrió durante un mes. Después regresó “El Naco”. Se portó muy buena gente. No le echó agua al pulque ni les cobró de más. El cantinero recibió una buena lección.