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UN INFIERNO BONITO

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“¡ESE CANIJO DEL HÉCTOR, ME LO MATÓ!”

 

La señora Sofía Hernández López no aguanta el dolor y la pena que recibió al saber que Héctor García Tavera se echó al plato a su hijo Félix Romero Hernández. No ha dejado de chillar desde hace más de dos semanas. Lo mató  en la colonia Jorge Obispo, que se encuentra arriba de la penitenciaría, en Pachuca.

Ella llora como la zarzamora, rodeada de sus nietas y su nuera, a quien dejaron viuda. Le siguen la corriente y con sus llantos parece una orquesta desafinada. Espantan a los perros y no dejan de ladrar, y algunos aúllan, salen sus dueños a echarles agua o a darles un palo en el hocico para que se callen.

A la señora le duele hasta el cuajo el saber que las autoridades se hacen como el tío Lolo y no agarraran al gandaya que está identificado como el asesino. Se pasea muy burlisto, diciendo que a él se la pelan.

Juntándose toda la familia del que mataron, que son muchos, caminaron por las calles, que la gente pensaba que era una marcha de manifestantes, y a quejarse amargamente, que ahora sí el capitán y el procurador no quieren echarle la mano en meter al bote al que se echó al plato a su hijo.

Pidió, echando una que otra maldición, que la muerte de su hijo no quede impune, para que su alama no ande penando y espante a los policías municipales. Dejó huérfanos a tres hijos, de 13, 11 y 4 años, y en condiciones económicas difíciles. Él trabajaba como albañil, y no le alcanzaba para el chivo, y a ella se le ha quedado la carga de darles de comer, por culpa de ese maldito matón que anda libre.

Sofía Hernández explico que su hijo Félix Romero Hernández, de 30 años, vivía en la calle de Rubí de la colonia antorchita Crisol. El que lo asesinó le dio de madrazos y le propinó cuchillada, que el pobre ya no vivió para contarlo. Eso fue la noche del 17 de mayo, del presente año.

Héctor García Tavera iba acompañado de otros güeyes que también le entraron a la bola. Después de que lo mataron, escaparon del lugar y para que no los pescara la policía, sacaron sus cosas de sus casas para pelarse de casquete. “Salí como loca a la media noche, con riesgo de que me atacara algún nagual por la retaguardia,  a buscar algún policía para que los detuviera, pero no encontré a ninguno”.

La mujer saca de sus recuerdos para echarle lumbre al diablo y que se vea la inefiencia de los uniformados. Comentó que hace unos meses en la misma colonia, hubo un crimen a balazos, pero esa vez se hizo un despliegue policiaco, que hasta los bomberos se llevaron. Y a su hijo ni lo pelaron a pesar  que lo dejaron en puros calzones, tirado con la cola para arriba.

La esposa del difunto, Karina Monroy, narró ante los reporteros, que estaban asombrados por lo que les contaban, anotaban sin dejar ni una letra suelta, y esto fue lo que dijo: “A principios del mes de mayo, Héctor García Tavera, que se siente la gran madre, acompañado de sus escoltas, unos vagos de la colonia, le pusieron una madriza a mi viejo, y lo dejaron como si lo hubiera atropellado un camión de la ruta San Antonio.

“No salió de la casa por varios días, porque le habían dejado la cara desfigurada, que se parecía al monstruo de la laguna negra. Pero el domingo 17 del mismo mes, se puso al tiro, se arregló como muñeco de pastel, y bajó a las canchas deportivas de la colonia, a ver qué pez. Ahí encontró al que lo había madreado, y se aventaron un trompo a mano limpia”.

Según cuentan los testigos y los familiares, que eso encendió los ánimos, y no dejaban de mentarse la madre, y de nuevo comenzaron los empujones, quedaron de rajarse la madre los dos solitos, sin que nadie se metiera, y se soltaron los madrazos; era una lucha de poder a poder, una pelea dándose con todo,  hasta debajo de la lengua, pero Félix recibió un golpe en un  ojo, que lo dejó como la gallinita ciega.

El otro se le fue encima, pero lo salvó la campana cuando pasó la policía a hacer su recorrido por esa calle, atrás de la penitenciaría. Se los llevaron a los dos al bote, por peleoneros, y uno de los policías les leyó la cartilla, zurrándolos que se deben ver como hermanos y no como Abel y Caín. Los dejaron  salir con la condición de no volverse a pelear.

El Ministerio Público les dio un citatorio para presentarse el 22 de mayo a las 8 de la mañana, pero ninguno se presentó. Uno escapó y al otro se lo llevaron  al panteón. La señora Karina estaba tranquila de que no se volverían a pelear porque les habían jalado las orejas las autoridades.

Pero el diablo nunca duerme, y más cuando anda suelto. “Ese mismo día, a las 7 de la noche, Félix y su amigo Juan Diego Hernández Guadalupe, fueron a la tienda a comprar unas chelas, y ahí fue cuando les echó bola la pandilla que encabeza Héctor, golpeándolo sin compasión”

Juan Diego declaró que como pudo, se zafó de sus agresores y “vieja el último”, corrió como loco para ponerse a salvo, y fue a buscar a la familia de Félix antes de que lo desmadraran. Pero llegaron demasiado tarde, lo encontraron con ojos de borrego a medio morir, y vieron cómo corrió el grupo que lo había apaleado.

Comentó doña Sofía: “alcance a ver a Héctor y a otros más que salieron como alma que se lleva el diablo, mi hijo estaba casi encuerado, solamente con su calzón, le tuve que poner encima mi reboso para que no se le viera la cola; subieron los granaderos pero nada pudieron hacer para agarrarlos, aunque brincaba haciéndoles señas con las manos, por dónde se habían ido, no me hicieron caso.

“Esperé a la ambulancia, que se llevó a mi hijo y le eché la bendición porque me dijo uno de los socorristas de la  Cruz Roja, que estaba pelón para que llegara vivo al hospital, por ese acto violento el MP anotó en la  carpeta de investigación, y me dijo que ya los agentes les andaban pisando los talones, y el día menos pensado les echarán el guante”.

Pide la señora al querido capitán, que se resuelva el caso, para que al menos ella esté contenta de que a los culpables los tienen en el bote, porque siente regacho que el matón ande suelto y burlándose no sólo de la policía, sino de de ella.  

 

NADIE SABE, NADIE SUPO

Encontraron a Mariano Hernández Pérez tirado, todo desmadrado, en la banqueta afuera de su casa. Nadie sabe quién le pegó. Su esposa dijo a las autoridades que estaba golpeado afuera de su casa, en la calle de Mango de la colonia Campestre Villas del Álamo, municipio de Mineral de la Reforma.

Leonila Santiago Cruz relató que su viejo se la trajo del  municipio de Huejutla, como es agente de seguros, le gustó, la vio bonita y joven, y pensó hacerle la ronda. Se hicieron novios, como viajaba continuamente, le pidió la prueba del añejo. Para no perderlo, la muchacha se la dio. Mariano Hernández Pérez estaba muy contento, y le andaba por ir de nuevo al pueblo para ver a su novia.

Pero cuando llegó lo estaba esperando el papá de la muchacha, un indio grandote, fornido, quien se lo llevó de las greñas a su casa, y le dijo que no saldría del pueblo hasta que no se casara con su hija Leonila, que él sabía por qué. Mariano le dijo miles de pretextos al que iba a ser su suegro, pero no le  sirvieron de nada. Al siguiente domingo, sólo con la familia de ella, los matrimoniaron. Sus padres de la muchacha le echaron  la bendición y le dijeron al marido que ahora sí se la llevara.

El vendedor de seguros era muy enamorado y le gustaba gozar la vida con las mujeres, teniendo en cada pueblo un amor, pero ahora Leonila le iba a hacer mosca. Siempre llegaba a su casa como el muchacho alegre, y la que pagaba el pato era su esposa Leonila, a quien le ponía buenas friegas, que la hacía brincar. Con el tiempo la cambió, le quitó sus huaraches, le compró zapatillas, también le tiró sus naguas para comprarle una falda pegada; la mandó con la estilita a que le arreglara las greñas.

La llevaba a reuniones, sus amigos la chuleaban porque era muy bonita; él la humillaba, no la bajaba de una india pata rajada, y le daba sus madrazos. Esa fue la vida de aquella mujer sufrida; no faltaba el día en que no le gritara, y le daba sus cachetadas. La tenía de criada, y de pilón se la sanaba. La gente de la colonia, al verlo, lo señalaba, principalmente las señoras, y no lo bajan de un desgraciado méndigo.

La mujer comenzó a recibir consejos de las vecinas, que no se dejara golpear, le decían la turista porque usaba gafas oscuras para que no se le notaran los ojos de cotorra. Ella le tenía tanto miedo, que cuando llegaba borracho, se ponía a temblar, se escondía debajo de la cama, pero él la sacaba jalándola de las patas, y nada más porque sí, le pegaba.

Su vecina de junto le dijo que ella la acompañaba a que pusiera la demanda ante las autoridades, o que lo dejara, que se fuera para su pueblo. Ella les contestaba que no podía hacerlo porque ya estaba amenazada, y en su comunidad no la recibiría su padre. Se lo advirtió, que saliendo de su casa, ya no regresara.

El sábado pasado, cerca de la una de la mañana, Mariano no aparecía, y ella estaba con el Jesús en la boca, porque entre más noche llegara, más golpes recibiría. Al asomarse por la ventaba, lo vio que venia agarrándose de la pared, y casi al abrir la puerta, se fue de hocico y se quedó tirado. Eran las dos de la madrugada. Leonila salió a ayudarle, pero al ver que estaba ahogado de borracho, no pudo pararlo.

Se le prendió el foco, acordándose de todo lo que le hacía, y lo primero que hizo fue darle una patada con todo sus fuerzas, en el hocico, en la cara y donde le cayeran. Se metió a su casa y salió con un  garrote, le pegó en la cholla y en todo el cuerpo. De esta manera descargó, golpe por golpe, todo el odio que tenía acumulado en contra de su mal marido.  Se metió a su casa, cerró la puerta, apagó la luz, y se quedó asomándose por la ventana.

Poco después pasó una camioneta patrulla, se bajaron los uniformados, lo vieron y llamaron a la Cruz Roja; se lo llevaron al Hospital General de Pachuca. Salieron todos los vecinos; ella se puso una bata y también salió a ver qué decían. Algunos hablaban de que encontraron a un  hombre muy golpeado, se lo llevaron inconsciente.

Pero estuvieron como el monje loco, nadie sabe, nadie supo quién era. Dijo la señora que ha de haber sido un borracho que no era de esa colonia, y todos se regresaron dormir. Por la mañana, después de las 8, salió a ver las manchas de sangre, sacó su escoba y comenzó a lavar la banqueta. Le preguntó su vecina: “¿Doña Leonila, no ha llegado su esposo, a  lo mejor fue al que golpearon?” Le contestó: “no creo, mi señor me dijo que iba a salir de viaje”.

Los comentarios se soltaron: “Pobre hombre, lo han de haber asaltado, quedó todo desmadrado, no le vi la cara porque estaba bañado en sangre”. Pasaron las horas, cuando por la tarde, llegó un coche y se bajaron unos señores de traje; uno de ellos tocó la puerta de la casa de Leonila, se identificó como agente investigador, y le dijo: “Señora, hay un hombre muy herido en el Hospital General, y con trabajos pudo darnos esta dirección, creo que se llama Mariano”.

Al escuchar ese nombre, la señora fingió un desmayo, se dejó caer, que hasta su cabeza sonó en el suelo como bote viejo. Rápidamente los agentes la cargaron, la metieron a su casa, la acostaron en un sillón, llamaron a la ambulancia, y dijeron los socorristas que era un desmayo acompañado con un shock, de la impresión.

Después de volverla en sí, comenzó a llorar, pero con ganas, que hasta las lágrimas se bebía. Le pidieron que fuera con  ellos para identificar a la persona. Al llegar al hospital vio a su viejo cómo estaba, tenía los ojos cerrados, la trompa de puerco, descalabrado, y una factura en la pierna izquierda y otra en el brazo. Al ver que se le pasó la mano, comenzó a llorar, y fue calmada por los policías, preguntándole: “¿Lo conoce?”.

Ella respondió: “Sí, es mi esposo”. Dijo uno de ellos, “pobre cuate, se lo han de haber sonado entre más de 10, porque no le dejaron ni un hueso sano, ya lo revisamos, y no le falta nada de sus pertenecías: anillo, esclava, reloj y su cartera; está descartado que fue un asalto, para nosotros, que fue una venganza pasional”.

Como lo pasaron a terapia intensiva, Leonila les avisó a sus padres que vinieran. Al llegar dijeron: “Pobre del yerno, por un pelito lo mandan con los diablos, y tú por qué estás marcada de la cara, tienes como golpes, rasguños”. Ella respondió: “es que no faltan pleitos con las vecinas, y sale una con golpes”. “Ten cuidado -le dijo su padre-, al verte que tienes muchos rasguños, pensamos que te habías dado una madriza con algún gato”.

Pasaron los días, y Mariano salió del hospital, pero de los madrazos, quedó menso, y se volvió obediente. Leonila dijo a sus padres que se lo llevaran para su pueblo, allá en el rancho podría cuidar a los borregos. Dijo que se le hacía gacho dejarlo. La mamá de la señora, como es muy católica, le dijo: “No hija, el casamiento es para toda la vida, nos lo vamos a llevar y allá que trabaje, puede arrear la yunta, desgranar el maíz, darle de comer a los animales, pobrecito, le tocó mala suerte, pero puede ser muy útil”.

Y partieron los padres, la hija y el yerno rumbo a la Huasteca Hidalguense. Al pobre Mariano le salió la gata respondona; por eso hay que tener cuidado.

gatoseco98@yahoo.com.mx