“EL CURA HUESOS”
Trinidad Vallarta Pérez, era un señor grandote, de piel blanca, muy fornido, chato, parece que había chocado de frente, pero era de tantos madrazos que recibió porque de joven fue boxeador, de los buenos, y llegó a ser campeón de peso gallo del estado; luego se fue a México y se midió con el “Púas Olivares”, quien lo noqueó en el primer asalto, dejándolo como loco.
En su casa tenía su carpintería y le daba muy duro a hacer los muebles que le pedían. Pero al ver que no le caía chamba, mejor se dedicó a curar huesos. Su compadre “El Pichanchas” como fue su entrenador, le enseñó a curar los huesos; luego agarró un curso con un curandero profesional, y en poco tiempo sabía dónde estaban y cuál era la función de los 207 huesos que tenemos en el cuerpo.
Para cobrar su trabajo en curaciones, era muy honrado con sus clientes, les hacía un estudio socioeconómico y no pasaba de los 50 pesos en aquel tiempo. Su señora era chaparrita, gordita, que parecía trompito. Se llamaba Inés, una mujer trabajadora, como hay pocas, obediente y tímida; al primer grito del señor la hacía moverse como hormiga sin control. Llegaba corriendo y se cuadraba con su viejo haciéndole un saludo militar.
Don Trini, como le decían en el barrio, tenía cara de enojado pero así era. Se parecía a su madre. No tomaba. No se juntaba con amigos y caminaba derechito como soldado. En su casa, aparte de la cocina, tenía un cuarto donde trabajaba la carpintería; en otro era su dormitorio, que lo había adaptado como sala de curaciones. Tenía un sillón, anaqueles donde guardaba los materiales de curación, alcohol, pomadas, friegas, ungüentos, vendas y todo lo necesario para curar. Sólo le faltaba el título de traumatólogo, pues era más chingón que un médico del Seguro Social. Como carpintero la hacía, pero le dejaba más lana meter un hueso zafado.
Una vez a don Nachito, el abuelito de Simón, le falló un escalón y se fue de hocico, descalabrándose y torciéndose una pata. Simón al verlo se espantó, y sin pérdida de tiempo junto con sus familiares, lo llevaron con don Trini, que lo recibió de buena manera, con alfombra roja y caravana. Simón le dijo:
-Señor Trinidad, por favor, le pido que cure a mi abuelito, se fue de cuernos y se queja mucho de una pata.
-Voy a hacer lo posible, y ojala me salga un milagro.
-¿Por qué lo dice?
-Es que está bien ruquito, y todos sus huesos están bofos. Al caminar se le sale la polilla.
Comenzó a sobarle la pata. El viejito gritaba que parece que le estaban apretando el gañote. Para callarlo, don Trini le metió un trapo en la boca y el viejo ya no gritaba; sólo hacía gestos, pujaba y sacaba la lengua. Le untó pomada y lo vendó. El viejito se recargó en su nieto y brincando como chapulín, daba un pasito con mucho cuidado.
-¿Cree que va a quedar bien?
-Claro que sí. Le molesta la polilla que tiene adentro, pero luego va a quedar al tiro, listo para correr un maratón.
Una vez tuvo un problema muy difícil: “El Cuervo”, que trabajaba como repartidor de refrescos, lo tumbó un burro, lo pisó y le quebró una pierna. Angelita, la mamá del “Mayate”, que era muy humanitaria, les aconsejó que lo llevaran con don Trini. Y entre sus amigos lo cargaron.
-Queremos que le eche un ojo, a ver si se puede componer. Lo tumbó un burro y luego lo pisó. Trae su pata colgando.
-Acuéstelo en la cama. Va ha estar medio cabrón, pero voy hacer todo lo posible por curarlo.
Cuando don Trini le tocó la pierna, “El Cuervo” dio un grito y se desmayó. El cura huesos no encontraba la forma de volverlo en sí; sólo daba vueltas como jicote. Y le preguntaron:
-¿Ya se murió?
Don Trini, desesperado, le echó una cubeta de agua, que “El Cuervo” se paró hecho la chingada. Abrió los ojos, mirando para todos lados. Y les dijo el curandero que se lo llevaran al hospital, que no podía curarlo porque tenía una fractura expuesta.
Ese día fue un fracaso para el curandero. Y algunos pensaron y otros corrieron la voz, que era balín, que valía madre como cura huesos. Pero otros le tenían fe. Como la Chucha, la ponedora del barrio, que lo fue a ver para que le curara la cintura, que según ella la tenía abierta.
Al entrar doña Inés a la sala de curación, vio que don Trini no le sobaba la cintura, sino más abajito, y se armó una fuerte discusión. Doña Inés le dijo:
-Lárguese de mi casa, vieja, descarada. No se conforma con andar con todos los del barrio, sino que ahora se quiere meter con mi esposo. Don Trini le puso el dedo en los labios a su mujer:
-Shit. ¡Cállate! Y vete a tu trabajo.
La señora, por primera vez en su vida, le rebuznó:
-¿Por qué me callas?
Don Trini la agarró de las manos, levantándoselas, le dio una vuelta como si fueran a bailar, le puso una patada en las nalgas y la echó para afuera. Cerró la puerta, hasta que terminó su trabajo. Su señora se le puso al brinco:
-¡Viejo cochino, mañoso! Abusas de la situación. Viene a que le sobes la cintura y yo te vi que le sobabas las nalgas.
-¡Tú qué sabes de curaciones, vieja babosa! Apúrate a hacer la comida. Ya no tardan en venir los muchachos de la escuela y parecen pirañas para comer.
-No me la cambies, cabrón. ¿A eso le llamas curar?
Don Trini, como estaba grandote, la levantó de los cabellos, parándola de puntitas, y le puso sus cachetadas guajoloteras.
-¡A mí no me rebuznes, pinche vieja! Te voy a comprar unos anteojos para que veas mejor, y no estés levantándome falsos.
Como buen boxeador, le aventó un gancho derecho a la mandíbula. La mujer cayó al suelo, levantando las patas. Quedó tirada, sangrando de la nariz. Y desde esa fecha en adelante, la señora ya no chisto nada. Acató las órdenes y normas de don Trini.
Cuando curaba algún cliente, fuera dama o caballero, ella tenía que salirse de la casa y no entrar hasta que no terminara. Sin embargo, doña Inés se encargó de difundir que su viejo era un mano larga con las señoras que entraban a curación; que les metía la mano a donde no debía. La noticia corrió de boca en boca, desconfiando del famoso curandero.
Cuando alguien tenía a su mujer con problema de los huesos, las acompañaban y no los dejaban un momento solos, pues su misma vieja les decía que era un lujurioso. Una vez don Luis llevó a su señora Francisca, a que le curaran un tobillo. A la señora le pasó lo que al zancudo: una pata se le torció y la otra se le hizo nudo. Y le dijo:
-Señor Trinidad, fíjese que mi vieja pisó una caca de perro, se resbaló y se le zafó el tobillo. Mire, tiene la pata de bolillo. Échele una curadita.
-Está bien. En un momento la dejamos como nueva. Pásele señora.
Don Luis iba a entrar y don Trini lo lo paró en seco.
-Usted se queda aquí.
-Es que yo quiero ver cómo la cura. Seguido se le hacen sus patas de hilacho. Y para la otra yo la curo.
Don Trini lo echó para afuera y cerró la puerta. Luis había escuchado lo que se decía del curandero, y se quedó muy cerquita de la puerta, poniendo la oreja a ver qué decían.
-Se lo voy a meter. Le va a doler un poco
-¡Ayy! Despacio. No sea bruto.
-No se mueva tanto, porque se va a volver a chispar.
-Ya, por favor, ¡No!
-Aguántese otro poquito. Ya mero acabo.
-¡Ay! Más despacio.
-Ahora voltiese un poco.
-¡Ya no!
-No sea chillona. Aguántese.
-Es usted muy tosco. Quite su mano, que me lastima.
Don Luis no se aguantó y abrió la puerta de un caballazo, y encontró a don Trini sobando el tobillo a doña Pancha, que los espantó:
-¿Qué le pasa? ¿Por qué entra en esa forma?
-Discúlpeme. Pensé otra cosa.
-La señora necesita reposo. Le voy a vendar el pie. Y tenga cuidado.
Todo apenado, don Luis le dijo:
-Muchas gracias. ¿Cuánto le debo?
-Nada. Pueden irse.
Y desde entonces, todos pensaron que la chismosa era su vieja, porque don Trini era un curandero profesional. Luis les había contado lo que pasó. Y supieron que todo era un mal entendido de la vieja doña Inés.