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Un Infierno Bonito

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“EL TEJAMANIL”
Fidel Hernández era un grandote muy broncudo, pero lo que tenía de grandote lo tenía de güey, pues su vieja le ponía el cuerno con su mejor amigo, quien era el encargado de la mina.

Le daba trabajos descansados a Fidel, y muchos sabíamos por qué, pero nadie se atrevía a decirle nada por miedo a que nos agarrara a madrazos o nos picara, ya que “El Tejamanil” andaba armado con un cuchillo.
El responsable del contrato, cuando quería estar con la vieja de Fidel, lo cambiaba de noche, pero a veces se la pelaba, pues “El Tejamanil” no iba a trabajar.
Cada uno de los mineros tenía su trabajo, solamente se veían a la hora de la salida o en el túnel. Al bajar a la mina llegaban al despacho, que es era donde paraba la jaula, y todos iban al comedor, donde calientan sus tortillas. Un día no dijo “El Pelón”:
    •    ¡Ya conseguí el permiso para que el sábado hagamos un enchilón en la mina, así es que pónganse de acuerdo de lo que van a traer.

Dijo “El Tejamanil”
    •    ¡Yo traigo el pomo!

Dijo el encargado:
    •    Mejor yo me encargo de traer todo lo del taco placero y luego ustedes me pagan.

Al salir entregábamos la lámpara, las herramientas y nos íbamos a bañar. El Tejamanil tenía un niño de 3 años, y vivía en uno de los callejones del barrio El Atorón, y “El Pelón”, a unas cuadras, en el mismo lugar.
En un turno de noche, “El Tejamanil” se puso muy enfermo de diarrea y vómito. El sotaminero le dio permiso de que se fuera a su casa, como a las 10 de la noche. Mientras tanto El Pelón, confiado en que estaba trabajando, se metió con su vieja. Cuando tocó la puerta los dos cabrones brincaron. La mujer contestó:
    •    ¿Quién?

    •    ¡Yo!

    •    ¡Espérame, ahorita te abro!

La señora le dijo al Pelón, en voz baja:
    •    ¡Métete debajo de la cama! 

El Pelón metió toda su ropa. La mujer, muy tranquila, abrió la puerta.
    •    ¿Por qué le pusiste seguro a la puerta?

    •    Como llegas después de las dos de la mañana, me vayan a dar un susto.

La casa donde vivía El Tejamanil tenía una sola puerta, cocina y dos cuartos corridos.
    •    ¡No prendas la luz! Se vaya a despertar el niño y luego no se quiere dormir.

El Tejamanil arrimó una silla para poner su ropa y comenzó a desvestirse.
    •    ¿A poco ya te vas a dormir?

    •    ¡Si! es que vengo bien madreado. Me dio chorrillo. Quién sabe qué me hizo mal.

    •    ¡Tengo mucha hambre! Me habías de ir a comprar unas chalupas.

    •    ¡Ni madre! Tengo calentura. Me siento muy mal. Además, dónde quieres que las compre, todo está cerrado.

    •    ¡Ve al centro!

    •    ¡No mames! Ni que estuvieras panzona. Traeme la bacinica. No puedo salir al baño.

    •    ¿Aquí adentro vas a hacer?

    •    ¡Pos dónde pendeja! Ya te dije que tengo calentura, y con el aire que está haciendo me vaya a dar neumonía. Atranca la puerta y apaga la luz.

    •    Por qué no vamos a platicar a la cocina, mientras me agarra el sueño, cuando tocaste se me fue.

    •    ¡Estás loca! Vengo bien malo. Lo que debes hacer es acostarte. Tápate chinga. Andas en puros calzones. Te vaya a dar un aire.

La señora se puso el vestido y se fue a la cocina. Mientras tanto, el pobre Pelón pasaba las de Caín. Como el colchón estaba chipotudo y el tambor de la cama, pando, le apachurraba la barriga. “El Pelón” estaba encuerado, en el vil suelo. Por debajo de la puerta entraba un chingo de frío. La mancornadora se hacía guaje, esperando que El Tejamanil se durmiera, para sacar a su quelite antes de que quedara tieso. Lavaba los trastes, y se puso a barrer. Eso hizo enojar a Fidel:
    •    ¡Vieja! Con una chingada, vente a dormir.

    •    Estoy adelantando el quehacer para mañana, pues voy a ver a mi mamá que está enferma.

    •    Me cae que si no te conociera, que eres una vieja huevona, te lo creía. Vente a dormir, o te traigo a madrazos.

A la mujer no le quedó más remedio que acostarse, muy preocupada, por El Pelón. No pudo dormir. El Tejamanil se levantó a hacer del baño en la bacinica, y la metía debajo de la cama, poniéndosela casi en la cara al Pelón, que no se podía mover. Por la madrugada, El Tejamanil quiso acariciar a su señora.
– ¡Estate quieto, hombre! ¿No que estás malo?
– ¡Estoy malo de la panza, no de otra cosa!
En cada movimiento apachurraban al Pelón, que le daban ganas de gritar. A las siete de la mañana, la señora fue a la mina a sacar un papel para luego, a las 9, llevarlo al dispensario médico. Regresó corriendo, y le dijo a Fidel:
    •    ¡Que te presentes con el médico ahorita! ¡Apúrate!

Con toda la calma del mundo, El Tejamanil se vistió y salió de su casa. Su mujer lo acompañó unas cuadras, para ver que no se fuera a regresar. Entró corriendo a su casa, se asomó debajo de la cama y le dijo al Pelón:
    •    ¡Ya puedes salir!

El pinche pelón estaba tieso. La fémina lo jaló de las patas para sacarlo. No hablaba. Le castañeaban los dientes, y nada más la miraba. Rápidamente, la mujer le ayudó a ponerse los calzones, el pantalón y su camisa. Como pudo, lo paró y lo sacó de su casa, todo tullido, más frío que un muerto. Se lo llevaron al Hospital General, por una pulmonía fulminante. Se alivio de chingadera. Y se le quitó lo cabrón. Se aprendió el noveno mandamiento.
gatoseco98@yahoo.com.mx