EL BETO.
En el barrio del Arbolito, en la calle de Reforma en una de las vecindades más jodidas por el tiempo, vivía un minero al que le decían “el Trompas”.
Se había tirado al chupe porque la huesuda se llevó a su vieja, dejándole a un mocoso de ocho años de edad. Todos los días iba por él a la cantina “el Relámpago”. Se lo llevaba a su casa, lo acostaba en el suelo poniéndole una almohada para que no se fuera ahogar y se iba.
Sus amigos lo criticaban porque dejaba solo al muchacho, le decían que le pusiera atención y lo mandara a la escuela, al Trompas le valía madre, las palabras le entraban por una oreja y le salían por la otra. Por su lado, el Beto se ganaba el pan haciendo mandados, tirando basura, cuidando a la hija de doña Pancha la portera.
Una vez cuando salía de la vecindad encontró a un señor que llevaba dos cajas de cartón amarradas con un lazo y le dijo.
-¡Oye niño! ¿Te quieres ganar unos centavos?
-Ya dijo ¿Qué tengo que hacer?
-Ayúdame con una caja, voy al centro.
Sin decir otra palabra, el Beto, haciendo gestos, se cargó en el hombro la caja que estaba pesada, bajaron por la calle de Galeana y se siguieron por Guerrero, cerca del mercado de Barreteros estaba un señor vendiendo guitarras, se detuvo y le dijo al niño que descansara.
-Perdone ¿Cuánto valen sus guitarras?
-Depende cual quiera, tengo desde 600 a mil pesos, pero son de calidad puede verlas.
El señor agarró una, la tocó apretando las cuerdas para afinarla, luego otra, también hizo lo mismo y le dijo al vendedor.
-Están muy buenas, se me hacen baratas, me quisiera llevar estas tres pero mi vieja se adelantó al banco que está enfrente del Palacio de Gobierno, somos de Tepeapulco, en estas cajas traigo herramienta para el campo que compré y me quedé sin dinero. Si usted quiere, para no echar dos viajes, me llevo las guitarras, le dejó las cajas y a mi hijo, en una media hora regreso.
-Está bien, lo espero… pero no se tarde.
El señor le dijo al Beto:
-Arrima las cajas que están estorbando hijo, me esperas, aquí te quedas con el señor hasta que venga.
-¡Sí!
El señor se metió por la calle de Salazar, y como el Beto se había cansado se sentó en una de las cajas. Pasó el tiempo, el vendedor de guitarras miraba insistentemente su reloj y le dijo al niño:
-Tiene más de dos horas que se fue tu papá, y no aparece.
-Ese no es mi papá.
-¿Cómo que no es tu papá?
-¡No! Sólo le ayudé a cargar esta caja.
El señor abrió una de las cajas, ¡estaba llena de piedras envueltas en periódico!, lo mismo que la otra. Muy enojado llamó a la policía, le contó que el chamaco y un señor le robaron tres guitarras de mil pesos cada una.
El policía agarró de la mano al Beto, que comenzó a llorar y se lo llevaron a la barandilla, era acusado de cómplice y lo iban a mandar al Tribunal para Menores. Mandaron traer a la licenciada de Servicio Social quien lo interrogó.
-¿Cómo te llamas?
-Beto.
-Beto ¿qué? Roberto, Alberto, Heriberto.
-¿Cuántos años tienes?
-Ocho años
-¿Cómo se llama tu papá?
-Igual que yo, Beto, le dicen el Trompas, trabaja en la mina de San Juan Pachuca.
-¿Dónde vives?
-En el barrio del Arbolito.
Mandaron a unos policías para que fueran a traer al papá del Beto, lo anduvieron buscando y lo encontraron en una cantina pero se negaba a acompañarlos.
-Nos tiene que acompañar por su voluntad; su hijo está detenido acusado de robar unas guitarras.
El Trompas, los acompañó y cuando lo vio entrar, el Beto corrió y se abrazó de sus piernas y llorando le dijo:
-No me dejes aquí papá, llévame contigo, te juro que no hice nada, solo le ayude a un señor que dicen que se llevó unas guitarras, no lo conozco, sólo quería ganarme cinco pesos que me prometió.
El Trompas miró a su hijo con mucha tristeza, se dio cuenta que por años lo había abandonado, que estaba solo y necesitaba ayuda. Le dijo al licenciado:
-Señor nosotros somos muy pobres, pero honrados, conozco a mi hijo, prefería morirse de hambre antes que robar, les pido que lo dejen salir.
-Se lo puede llevar, pero antes, páguele el daño al señor.
-Pero ya le dijo el niño que fue engañado, abusaron de su inocencia…
Intervino la Trabajadora Social.
-¿Por qué no lo ha mandado a la escuela?
-La verdad no tengo dinero ni para comprarle ropa, mire como trae sus chanclas, apenas gano para medio comer y pagar la renta.
-¿Cómo se llama su mamá?
-No tiene mamá, ella nos dejó para irse al cielo, cuando puedo lo cuido, no le falta la comida.
-No basta, necesita educación, cariño, cuidados y usted no puede dárselos, lo vamos a llevar a la Casa Hogar para Varones, allá va a encontrar amiguitos y sobre todo aprenderá a leer, usted puede verlo cada ocho días y jugar con el.
El Trompas lloró abrazando a su hijo.
-¡No me lo quiten, por favor! Es lo único que me queda en la vida, les juro que voy a dejar de tomar y darle lo que necesita.
Sus súplicas fueron en vano, el Beto se quedó en la Casa para Varones que se encontraba en la calle de Abasolo. Meses después encontraron muerto a Alberto Hernández, las padre; murió de tristeza al no tener a su hijo.
Una vez, cuando tenía 11 años, fue a visitarlo su padrino, les dijo a los jueces que lo dejaran salir, pero le dijeron que tenía que cumplir 15 años porque ayudaba a los señores a robar.
Así pasó el tiempo y llegó el momento de su libertad. En aquellas fechas sólo había trabajo de minero, y algunas personas de buen corazón lo ayudaron a que entrara a la mina.
Estuvo trabajando en San Juan Pachuca, ayudaba a sus padrinos con el gasto, no era vicioso, sino un joven trabajador. Después, se enamoró de Lupita, la hija de su padrino, y le dijo que quería casarse con ella.
Arreglaron todo lo del casorio y Beto era el joven más feliz del mundo porque pensaba en tener un hogar y varios niños. Pero un día 12 de octubre, al salir de la mina, se reventó el cable y murieron 19, mineros entre ellos el Beto.