DON GENARO
Han pasado muchos años en que nosotros añoramos aquellos tiempos, recordando lo que fue Pachuca, aquel pueblo cohetero, burrero, bicicletero; convertido en la actualidad en una pequeña metrópoli llena de agujeros y de basura, donde caminamos como hormigas sin control al pasar una calle atascada de tanto automóvil que circula por los avenidas y boulevares.
Mi compadre “el Gallo” y yo fuimos a visitar a don Genaro, un pinche viejito que fue nuestro maestro dentro de la mina, quien además es conocedor de muchas historias, que cuando nos la cuenta nos quedamos con el hocico abierto.
Don Genaro vive en la entrada del pueblo de San Miguel Cerezo, que se llega subiendo por el barrio del Arbolito, aunque ahora han hecho una carretera por el barrio de Camelia y llega hasta la Estanzuela pero pasa por el pueblo. En las primeras casas, cubierto con un jorongo que le tapa la nariz y la boca, sentado en una silla que él mismo fabricó como mecedora; allí se encontraba don Genaro, mirando el camino real, estaba descuidado, distraído pues, cuando le llegamos por poco echa la maroma del susto.
-¡Ora cabrones, por la retaguardia no se vale!
-¡Pinche viejo, está usted comiendo camote!
-¡Estaba pensando en sus hermanas!
-¡No nos eche de habladas!
-Recordaba lo que es la vida para nosotros los viejos, que ya no servimos para nada.
-¿Cómo no? todavía jala la yunta.
-¡Los voy a jalar de las orejas!
-¡Se las mochamos para que le queden parejas! Venimos a verlo no sea que se lo lleve el diablo y nosotros sin enterarnos.
-No me lo van a creer, pero en estos momentos estaba pensando en ustedes, en todos mis compañeritos que tragaron mucho polvo junto conmigo en las minas, y somos compañeros del mismo dolor, porque de esta vida nadie se escapa.
En eso, comenzó a contarnos una de sus tantas historias:
-Allá en esa casita que apenas se distingue vivía mi compadre José, que tenía una cantina en el pueblo que le producía muchas ganancias, pero se las gastaba en vino, barajas y viejas. Eso sí, mi compadre era muy viajero. Cierta noche andaba como de costumbre de parranda con sus amigotes, ya le había puesto de madrazos a mi comadrita, sus amigos le gorreaban el chupe, y en eso, le llevó serenata a una de sus amantes, era una vieja que estaba bien buena.
Contrató a unos guitarristas del pueblo y llevaban cada quien una botella de vino en la mano dando unos gritos de contentos. Llegaron a la ventana de la dama y mi compadre como todo enamorado y borracho, le cantaba a grito abierto. Cantaba muy feo, espantaba a todos los perros del pueblo, pero con muchas ganas eso sí, sus compañeros le hacían segunda, le cantaron canciones que le llegaban al corazón a la ingrata.
Habían cantado varias canciones cuando vieron a unos metros a una mujer elegantemente vestida y muy guapa, enseñando media pierna y además usaba un perfume que olía muy suave, mi compadre les dijo a Juan y a Nicolás, sus cuates…
-Estamos perdiendo el tiempo cantándole a esta pinche vieja y miren que hermosa mujer tenemos enfrente, ¡vamos a saludarla a ver si da jalón!
Los amigos no se hicieron del rogar, por el contrario, lo animaron y se acercaron a la dama, que al verla los impresionó, al saludarla se dieron cuenta de sus manos muy blancas y sus dedos largos y delgados, la invitaron a seguir la parranda y ella aceptó sin titubear y muy sonriente.
Mi compadre les pagó a los músicos y la mujer les dijo que la siguieran, iban detrás de ella como perros falderos, esperando pasársela a toda madre. La mujer con voz muy sensual les dijo:
-Ahora yo los invito, los voy a llevar a donde ustedes se van a divertir.
Habían caminado más de una hora, hasta la borrachera se les estaba bajando y no llegaban, la mujer caminaba tan de prisa que no dejaba que la alcanzaran. De momento sintieron escalofrío; la briaga se les había bajado… en eso que le dice mi compadre:
-¿Pero qué te veo? Usted está vestida de rojo, hace un rato estaba de Azul.
-¡Si me ves de rojo es porque en unos días tus manos se mancharán de sangre! Tu amigo Juan, me ve vestida de negro porque su muerte está próxima, y Nicolás me ve de blanco porque él tiene mucha luz que ilumina su camino, tendrá un final feliz.
Al escuchar sus palabras, se dieron cuenta que la mujer no caminaba, si no que flotaba. Mi compadre quiso abrazarla y la mujer desapareció, ese cuate se fue de hocico. Al ver eso se desmayaron de miedo y cuando despertaron ya era de día y estaban en el panteón, sobre una tumba que decía “La señorita Teresa falleció el 8 de octubre de 1940”.
A los tres se les pararon los pelos, salieron del panteón hechos la madre y no pararon hasta llegar a la cantina de mi compadre, se tomaron unas copas sin dejar de comentar lo que les pasó, que para ellos fue una pesadilla por andar de borrachos. En eso se les acercó Aniceto López, el Juez del pueblo y les preguntó:
-¿Qué les pasó que están pálidos como muertos?
-¡Cállate, cabrón! Seguimos a una vieja, estaba muy hermosa, no sabemos de donde salió y nos llevó por un camino, cuando traté de abrazarla ¡Chin! Que desaparece, sentí las patas de plomo y por primera vez en mi vida me dio miedo.
Dijo Nicolás:
-Yo nada más sentí que las patas se me doblaron y di el madrazo.
Dijo Juan:
-La verdad yo pensé que la vieja nos iba a dar algo, pues nos invitó con mucha intención. Y de vez en cuando enseñaba la nalga.
Mi compadre comento.
-Yo que conozco a las viejas, de momento me dio una sensación que no era normal, pues si hubiera sido una ponedora nos hubiera llegado de a como. Cuando pasábamos bajo la luz de la luna parecía una radiografía, pero yo pensaba que era por la pinche borrachera que traía, pero cuando la abrace y desapareció todo me dio vueltas y valí madre.
Aniceto les preguntó:
-¿Qué señas tiene esa mujer?
-Era alta con el pelo largo, no le ví las patas porque usaba vestido hasta abajo, y caminaba muy chistoso, como si flotara.
El Juez les dijo:
-Es una alma en pena, mi jefe me cuenta que hace muchos años esa muchacha se mató por culpa de su novio, porque el güey la embarazó y no quiso casarse con ella, entonces la damita se aventó de cabeza al despeñadero y desde entonces se dedica a molestar a los trasnochadores que se encuentra en su camino.
Y efectivamente, lo que dijo la mujer se cumplió. Un día que mi compadre estaba en su cantina llegaron unos bravucones, sacó su pistola y mató a uno de ellos y se lo llevaron a la cárcel y nunca supimos de él. Al mes siguiente, Juan se cayó del caballo partiéndose la madre y murió al instante. Y Nicolás, encontró en el patio de su casa unas ollas con monedas de oro, puso un negocio en Pachuca y vivió muy bien. Ya murió, pero sus hijos son ricachones. ¿Cómo ven?..
Pasaron las horas y era de noche, mi compadre el Gallo le dijo a don Genaro:
-¡Ya nos vamos, me dio miedo lo que nos contó! No vaya a ser que en el camino nos salga la mujer.
Que nos responde:
-¡Quédense otro rato! Ella no se le aparece a los pendejos.