EL CACAMA
• Así le decían, porque de chiquito, le ganaba en la cama.
Polo era un joven con cara de indio, prieto, gordo, chaparro y necio. Le decían “el Cacama”, estaba casado con la Conchita, una señora joven del barrio. Salió mula porque no podía tener hijos, pero se levantaba a toda madre. Él trabajaba en la mina y ella siempre andaba de metiche o echando desmadre con las vecinas. Al Cacama le gustaba mucho el box y cada ocho días se iba al gimnasio a entrenar, y de ves en cuando se echaba sus copas o su pulque con sus cuates. Cuando llegaba de trabajar buscaba a su vieja y les preguntaba a sus vecinos:
-Oiga, Pachita, ¿está por ahí mi vieja?
-Si, ¡Conchita te hablan!.
Salía corriendo y se levantaba colgándose del pescuezo y le daba de besos. Casi lo doblaba.
-¡Qué bueno que ya viniste, vamonos para la casa!
La señora era muy alegre, moviéndose como bailando una cumbia le servía la comida.
-¿Cuándo me llevas a bailar viejo?
-¿Bailar? Si no soy oso.
-¡Cómo serás! Ya tiene mucho tiempo que no me llevas a una tardeada a echarnos un danzón. Vamos a bailar
-¡Ay, pinche vieja loca!
Lo jalaba de la mano…
-Estate quieta; mientras voy al baño, echa en mi petaca una toalla, voy a ir a entrenar.
-No vayas hoy, mejor llévame al cine, van a pasar una película de Pedro Infante.
-Para la otra semana.
-No seas malo, quiero ir a ver esa película.
-Ya te dije que para la próxima semana.
Pasaba por unos amigos y se iba a la Arena Afición, hacían unos rounds de sombra, de pera, de costal, brincaban la cuerda. Un día le dijo “el Muerto”, que era manager de boxeo:
-Anímate Cacama y te arreglo una pelea para el sábado, se ve que tienes punch.
-Juega el pollo.
-Vas a ganar una lana según las entradas, pero después si sales bueno te vas a llevar los puros pesos.
-¿Cómo quieres que te llamen?
-El Indio Cacama, así me conocen todos.
Llegó a su casa muy contento y a la que no le pareció fue a su señora, ese día tuvieron el primer pleito en varios años de casados.
-No chiquito, ahí si no, todos los pinches boxeadores quedan tocados de tantos madrazos, con orejas de coliflor y chatos como perros bulldog. Eso no lo voy a permitir.
-Pero si no es que lo permitas, ni te estoy pidiendo permiso, me voy a dedicar al boxeo, ya la mina me tiene hasta la madre.
-Pero que no entiendes que te puede pasar algo.
La discusión iba subiendo de tono.
-Pues si tú peleas, ¡te dejó! Me voy con mi mamá.
-¡Lárgate de una vez, nadie te detiene!
-¡A mi no me vas a correr, acuérdate que soy tu esposa y tengo derecho a meterme en tu vida!
-¿A qué? Pinche vieja hueca, ni siquiera has sido capaz de darme un hijo.
La señora se puso colorada, se le rozaron los ojos, se levantó bien encabronada y le dio una cachetada al Cacama que se le cimbró la cabeza.
-¡Cállate!
El Cacama se sobó el cachete y le dio un golpe en la mandíbula a la señora que hizo sus ojos al revés y cayó noqueada, la dejó tirada y se salió del barrio, su cabeza era una olla de grillos, no sabía qué pensar, tenía ganas de llorar, tenía coraje, estaba arrepentido. Se sentó muy triste en el molino mirando para un solo lugar; por ahí pasó las cuate “el Borrego” y le pegó en la espalda.
-¿Qué haces ahí como perro? Ujule, estás chillando. ¿Qué te pasa calabaza?
El Cacama suspiro muy profundamente.
-Nada.
-¿A quién quieres engañar? Yo te conozco mosco.
-Es que tuve un pleito con mi vieja, estábamos platicando, me agarró en un mal momento y le puse un madrazo a su tamaño.
-Así pasa luego, las pinches viejas no comprenden a uno. Vamos a la cantina a tomarnos unos tragos, muchas veces estamos acelerados y el alcohol nos controla.
Se fueron juntos, el Cacama se aventó las tres de ordenanza y regresó a su casa, en el camino iba pensando la forma de hacer las paces con su señora. Tenía instantes de arrepentimiento y otros de coraje, al entrar, Conchita estaba sentada en la orilla de la cama, tenía los ojos hinchados de tanto chillar y su cara achipotada por el golpe que le dio las esposo, parecía como si le doliera una muela. El Cacama se le acercó y la quiso abrazar, ella le aventó la mano y se levantó, se fue hacia la cocina sin darle tiempo a que le hablara. El Cacama hizo la mano para atrás y se recostó en la cama. Así pasó el tiempo, no podía dormir pensando en miles de cosas, recordando lo que había pasado, se animó y se fue a la cocina por su vieja, que todavía lloraba aspirando el moco.
-Ya vente a dormir, perdóname, me sacaste de onda.
-Nunca te voy a perdonar que me hayas pegado y más que me hayas gritado que soy estéril, eso tú ya lo sabías pero estabas de rogón a que nos casaramos.
-¡Ya, perdóname!, se me salio.
-¡Déjame sola, no estés chingando!
El Cacama se fue a recostar y le ganó el sueño, al otro día muy temprano se despertó y vio que su vieja estaba como gancho en su silla, agarró sus tacos y se fue a trabajar, mientras, la señora hizo maletas y se salió de su casa, una de sus vecinas le aconsejó.
-Piénselo bien Conchita, se pelearon por una pendejada, no vale la pena que te vayas. Habías de ver que chingas me pone mi viejo y creo que lo quiero más.
Sin entender razones la señora se salió de la vecindad, el Cacama sintió su ausencia pero su orgullo hizo que nunca la buscara, a pesar de que la quería mucho, rompió todas sus fotografías y mandó a la chingada todo lo que le recordaba a ella. Así pasaron los meses y el Cacama se dedicó a la bebida, lo corrieron del trabajo, andaba desarrapado, mugroso y se dormía a donde le agarrara la briaga. A pesar de ser joven demostraba la figura de un pobre viejo.
Pasaron los años y ahora es un teporocho que ya tiene los labios cosidos de tanto tomar marranilla. Y por ahí anda deambulando fuera de las cantinas, quedándose tirado a media calle. Es mi amigo y cada que lo veo lo saludo y me amenaza.
-Hola Gatito Seco, ¿me la curas o tomo agua?
Y este es el otro de mis personajes del barrio que por una pendejada, destrozó su vida.
Gatoseco98@yahoo.com.mx