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Un Infierno Bonito

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“EL CALACA”
Jacinto, “El Calaca”, era un grandote flaco, con cara de calavera. Cada que salía de su trabajo, terminando de comer, se sentaba como madrota en medio de su casa, agarraba su guitarra y estaba chínguele y chínguele, tratando de afinarla.

El perro no dejaba de ladrar espantando a las gallinas, que despertaban al escuincle chillón. Eso hizo que a doña Luisa se le pararan los pelos de espinazo y explotó:
    •    ¡Oye! ¿Por qué no te vas a tocar la guitarra al cerro? Ya me sacaste de onda. Los frijoles se me cayeron; el pinche perro aullando, las gallinas cacaraqueando, y el escuincle chillón, que si no se calla le voy aventar un chanclazo.

    •    Tú que sabes de música, vieja pendeja. Estás amargada. No sé qué te pasa. Si pusieras atención a las notas que salen de la lira, tus orejas se te harían finas y no de burro como las tienes.

    •    Dime lo que quieras, pero en este momento te me vas a tocar a otro lado. Luego los pinches vecinos comienzan aventar cosas al patio para que te calles. La otra vez rompieron un vidrio de la ventana. Me tuve que aventar una madriza con doña Juana, que me dejó un ojo de cotorra por tu culpa.

    •    ¿Dónde quieres que me vaya?

    •    A la casa de tu madre. Como la vieja está choreja no te dice nada.

    •    En ese caso me voy a tocar a la casa de la tuya, a ver si a la pinche vieja con la música se le quita lo loca.

    •    Está muy bien, ve. Sirve de que te quiebra la guitarra en el hocico y así nos olvidamos de problemas.

    •    Cállate, vieja pendeja.

    •    Cállate tú, viejo cabrón.

“El Calaca” se salió con su guitarra en el hombro. En la esquina del molino del barrio de El Arbolito se sentó muy pensativo, con la mirada fija a un solo lado, y se le caía la baba. Por ahí pasó “El Pirrín”:
    •    ¿Qué te pasa, mi “Calaca” flaca, parece que quieres chillar?

    •    ¡Es que mi vieja se me puso pendeja y me corrió de la casa! No le gusta cómo toco la guitarra.

    •    No le hagas caso, mi “Calaca”. Con eso de que hay Año Internacional de la Mujer, y que ya pueden votar, se ponen al brinco. Y hay está lo cabrón. Yo se lo he dicho a mi vieja, que el día que me levante la voz, se la bajo de un madrazo en el hocico.

    •    Dichoso tú que tienes esas facultades, pero mi vieja está apoyada con mi suegra, y ésa sí me desmadra.

    •    Deja las cosas tristes y arráncate con una canción.

    •    Ya se me fueron las ganas. Se me bajó la moral hasta las patas, si me paro me tropiezo con ella.

    •    No se me achicopale, mi “Calaca”. Yo que tú iba a tu casa y le tocaba a tu vieja hasta que se le reventaran las orejas, por hojaldra.

    •    No me piques. Vamos mejor a la cantina.

Al entrar juntos a la cantina, “El Calaca” le dio un madrazo a su guitarra en la pared.
    •    ¡Ug! Te digo que ando de malas. Ya nada más falta de que me orine un perro. ¡Cantinero! Sírveme 2 cubas de marranilla. 

El cantinero le dijo:
    •    No vayas a tocar tu pinche guitarra aquí, porque se me van los clientes.

    •    A la que le voy a cantar es a tu hermana.

    •    Me prestas una semana.

Ya con unas cubas adentro, le dijo “El Pirrín”:
    •    Arráncate con la canción que dice: Me cansé de rogarle. ¿Cómo se llama?

    •    Ella.

    •    Dedícasela a tu vieja, que te está mochando tu carrera como cantante campirano.

“El Calaca” comenzó a afinar su guitarra, y uno de los parroquianos le cayó gordo y le dijo:
    •    Ya cabrón. Si vas a tocar hazlo, no que estés ram y ram y ram. ¿Qué no sabes otra cosa?

“El Pirrín”, a pesar de estar chaparro, se le enfrentó a quien le llamó la atención a su amigo.
    •    Si no te gusta lo que está haciendo mi “Calaca”, tápate las orejas. Estamos en un país libre, como dice mi presidente, democrático, y con libre expresión, porque mi “Calaca” te puede mentar la madre.

    •    A ti quién te mete, pinche chaparro.

“El Pirrín” se le puso en guardia haciéndole fintas que le aventaba un madrazo en el cuajo y le bailaba alrededor. De momento recibió un madrazo en la quijada y cayó noqueado. “El Calaca” dejó la guitarra en el mostrador; le daba los primeros auxilios a su amigo que sacó la cara por él. Le hablaba en el oído, le gritaba, pero no le contestaba. Estaba tirado con los brazos abiertos, mirando al techo con el hocico abierto. El cantinero le aventó una cubeta de agua, que “El Pirrín” se levantó hecho la chingada.
    •    Aaahhh! ¡Ay güey!

A todos los que estaban en la cantina les daba risa cómo “El Pirrín” se sacudía como perro. Se aventaron otras cubas y ya borrachos, se salieron de la cantina dando un paso para adelante y otro para atrás. Al llegar a la esquina donde se encontraron, se despidieron.
    •    Ay nos vemos, mi “Calaca”. Cuida mucho la lira.

Con la guitarra cruzada en la espalda, “El Calaca” con trabajos subía el oscuro callejón que lo conducía a su pulguero. Al entrar a la vecindad chifló como arriero. Los perros ladraron y salió su vieja a ayudarlo.
    •    Ya ni la amuelas, pinche “Calaca”. Mira nada más, cómo vienes.

    •    Tú eres la culpable. Eres una mujer ingrata que te molesta que toque mi guitarra. Antes, cuando andábamos rebanando el queso, bien que te gustaba. Para mí que ya no me quieres.

    •    No es eso, viejo. Comprende que me pongo de malas por la pobreza, el trabajo, las enfermedades. A cada rato tocan a la puerta los aboneros y luego tú con tu pinche guitarra, me sacas de quicio.

    •    Si estás enferma, dímelo derecho y me cae que consigo una lana y te llevo a ver al mejor especialista. Yo te quiero mucho y te lo voy a demostrar tocándote una canción.

    •    Déjalo así. Vamos a dormir. Mañana tienes que ir a trabajar. Te voy a hacer un café cargado para que se te baje la peda. Luego duermes con el hocico abierto y apestas re feo.

Comenzó a chillar “El Calaca” y la señora le preguntó:
    •    ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

    •    Es que en la cantina madrearon a mi amigo por defenderme; él es el único que le gusta mi música. Él sí conoce, no que tú que no sabes que la música es la vida. Y a quien no le guste es una pendeja.

La señora lo dejó y se fue a acostar. “El Calaca” estaba dándole duro con las cuerdas de su guitarra. La señora no se aguantó. Se levantó, le arrebató la guitarra y se la hizo pedazos en la cabeza. Lo jaló de las greñas, que lo tumbó de la silla y le gritó, histérica:
    •    Ya me tienes harta, cabrón. A ver si dándote en la madre entiendes. Ahora te vas a dormir a huevo, pero en el suelo. Y si abres el hocico te lo cierro dándote con la tranca, no me importa que te deje chimuelo, al fin que las calacas no tienen dientes.

Desde esa fecha vivieron felices. Y no se escuchó ninguna nota musical, no porque “El Calaca” perdiera la vocación de tocar la guitarra, sino que no tuvo dinero para comprar otra.
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