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Un Infierno Bonito

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“EL CHALE”

Cuenta la historia que Pachuca fue un pueblo minero, y las diferentes familias de la alta se avergonzaban y no salían a ninguna de las calles para no ver tanto pulcoso que estaba tirado.

Pasaron los siglos y siguió iguanas ranas. Las autoridades ya ni les hacían caso porque si se los llevaban a la comisaría no habría gente para trabajar en las minas, y por eso los dejaban. Cuando de plano encontraban a un borracho que no se podía levantar, los mismos gendarmes se lo llevaban cargando y lo abandonaban en cualquier cerro, donde se les hiciera más fácil, porque los indios estaban muy gordos, pues comían memelas y tomaban pulque a lo cabrón.
En el barrio de La Palma hay de todo: borrachos, tranzas, peleoneros, golpeadores de sus viejas; pero en esta ocasión vamos a conocer a “El Chale”, un grandote que tenía los ojos de rendija de tantas briagas que se ponía. Cuando andaba muy chupado se le brincaba la canica y descontaba a sus compañeros de parranda. Un día, “El Gallinazo” lo desmadró y “El Chale” nunca lo pudo olvidar. Lo esperó en el callejón de Manuel Doblado, donde vivían en una vecindad muy grande, que tenía más de 50 viviendas. Al verlo, “El Gallinazo” trató de darle la vuelta para evitar que se aventaran una bronca, pero “El Chale” le dijo:
    •    ¡Ora, pinche “Gallinazo”, vamos a darnos en la madre! Ese día que me abriste la cabeza me agarraste briago, pero ahora veremos de qué tigre, salen mas rayas.

    •    ¡Como quieras, pendejo, a mi no me apantallas!

    •    Se quitaron las chamarras y bailando como boxeadores profesionales, se aventaban golpes sin pegarse ninguno. Se movían a los lados haciendo fintas, meneaban la cintura y la cabeza, la movían de un lado a otro para que no se atinaran los madrazos.

    •    ¡Órale, éntrale, cabrón, no que muy bueno!

Como gallos de pelea, se enfrentaban aventándose patín y madrazo, cuando, de momento, llegó “La Güera”, la mujer del “Gallinazo”, y se le aventó al “Chale” por atrás, jalándolo de las greñas, doblándolo hacia atrás, mientras que “El Gallinazo” le dio un madrazo seco en el mero hocico, que la sangre brotó escandalosamente, y le voló unos dientes. Eso hizo enfurecer al “Chale”, que volteó a ver a “La Güera”:
    •    ¡Usted no se meta, pinche vieja babosa!

“El Chale” le plantó una cachetada, que hasta la cabeza le volteó a la señora, que se puso furiosa:
    •    ¡Ay, maldito!

La señora güera se le fue encima clavándole las uñas en la cara, sacándole los pellejos, le dio una patada en los bajos, con todas sus fuerzas,. “El Chale” puso los ojitos en blanco y se revolcó como burro contento. La gente se comenzó a juntar y entre varios cuates se llevaron a “El Chale”, que del dolor daba pasitos como viejito. Nadie quiso sobárselos. Lo metieron a la cantina,  le dieron una cuba bien cargada para que se repusiera. Lo acostaron y le pararon la patas, luego se las doblaban. Poco después se repuso y siguió la parranda por su cuenta, y cuando se había tomado varias, se armó de valor y fue a la casa del “Gallinazo”.
    •    ¡Ora sí, pinche mono cilindrero! ¡Vengo directo a ponerte en toda tu madre! Nada más dile a tu pinche vieja chaparra que no se vaya a meter porque no respondo.

“La Güera” estaba espantada. Se armó de valor y trató de calmarlo.
    •    ¡Ya, señor “Chale”, por favor, se lo pido por su jefecita linda, que no le busque ruido al chicharrón. Mi viejo está que se lo lleva la chingada, y le puede ir muy mal. Yo que usted mejor me iría a dormir la peda y mañana temprano lo esperamos. Antes de que cante el gallo ya estamos de pie.

-¡Cállese, pinche vieja oxigenada! Después de desmadrar a su viejo, sigue usted. Si no la desmadré hace un rato fue porque corrió. Siquiera me hubiera sobado las bolas, no que me dejó morir de dolor. Llame a su güey y que le forme el testamento porque le llegó el día. Vengo a matarlo.
“El Gallinazo” salió de su casa caminando como soldado, y le dijo a su vieja:
    •    Hazte a un lado, vieja. Quítate de aquí, no vaya a sacar la espada y te la clave en el corazón, porque ahorita mismo van a volar pedazos de “Chale”. Le voy a demostrar a este pendejo que se dice el “Mata siete”, quién es el rey de la selva.

“El Chale” le dijo:
    •    ¡Va parejo, cabrón! Tú y yo solos, que no se meta tu vieja greñuda porque no respondo. Este es pleito de hombres. ¿Estás de acuerdo?

    •    ¡Ya dijiste, mendigo borracho! Ya te traigo apuntado en mi lista negra, y hoy mismo estarás con los diablos.

Nuevamente los dos se trenzaron como cangrejos. No se soltaban. Se daban madrazos secos en la cara. Luego se abrazaron tratando de tirarse al suelo. “El Chale” logró agarrar de las greñas al “Gallinazo”; él hizo lo mismo, y los dos rodaron por el suelo, tratando cada quien de levantarse. Se tiraban con el puño cerrado, hasta que “El Chale” logró darle uno al  “Gallinazo” en el ojo y un cabezazo que lo dejó quieto. Aprovechó para darle de patadas en la cara y donde le cayeran. Ya no sentía lo duro sino lo tupido. Estaba muy golpeado y le salía sangre por todos lados, y le dijo:
– ¡Pídeme perdón, cabrón, porque soy tu padre, y desde hoy en adelante te voy a madrear cada que te vea!
El Gallinazo quería vender cara su alma, y como podía, aventaba campanazos, sin atinarle ninguno. “El Chale” lo levantó de la camisa y le dio otros madrazos en el hocico. “El Gallinazo” estaba sangrando, tenía un ojo cerrado y el otro a medio abrir. Le dio un aventón y cayó como costal de papas. “La Güera” no daba crédito a lo que veía. No creía lo que estaba mirando. De momento tembló como si quisiera hacer de la chis. Se puso colorada, y en vez de auxiliar a su viejo, lo jaló a un lado de una pata y se le enfrentó al “Chale”:
    •    ¡Ahora va conmigo, güey! Con él agarraste pichón porque estaba encamorrado, pero conmigo te la vas a pelar. Qué esperas que no te encueras, cabrón. ¡Aviéntate!

    •    ¡Cálmese, señora! Se lo juro que soy muy macho, por eso no peleo con viejas, ni a la mía le pego, mucho menos a usted. Hace rato no quise lastimarla, me cay. Pero usted se lo buscó metiéndose entre las patas de los caballos.

    •    ¡Muy valiente! Demuéstremelo delante de todos los vecinos que están presentes. Es usted un pinche viejo hocicón, ¿o no? Atórele. Vamos aventarnos un callito, y si quiere a calzón quitado. A mí se me hace que para orinar se sienta.

    •    ¡Hay sí me rajo! Y digan lo que digan los demás, con viejas aunque sean machorras, no le entro, porque mi jefecita es mujer y a todas las del sexo femenino las respeto. Juré nunca ponerle la mano encima.

“El Chale” se dio la vuelta. La señora lo alcanzó y le dio una cachetada que por poco lo tumba.
    •    ¡Por qué no le entra conmigo! A mi viejo lo agarró descuidado, pero le voy a enseñar que aquí en Pachuca hace aire y los pendejos como usted nada más son habladores. O si quiere lo espero y vaya por su pinche vieja o su hermana y su jefa, para todos tengo.

La señora le boxeó, le hizo la finta de tirarle arriba y le pegó un gancho al hígado, que “El Chale” se dobló.
    •    Usted lo quiso, señora. Y delante de todos que que están de testigos, la señora no ha dejado de ofenderme y todos tenemos un límite. Estoy listo para lo que quiera, señora.

“El Chale” levantó el brazo como matador de toros, y con el puño cerrado le tiró pegándole en medio de los dos ojos. La señora se fue para atrás cayendo sentada. El cuerpo le ganó y dio la maroma levantando las patas, que se le vieron los calzones. Fue tan  grande su coraje de la Güera, que agarró una piedra de tamaño regular, le dio muchas vueltas en forma de círculo a su brazo, y se la aventó con todas sus fuerzas, con muy mal tino, que se fue a estrellar a la cabeza de su viejo “El Gallinazo”, que en esos momentos se levantaba, volviendo a caer noqueado. “El Chale” se alejó del lugar. “La Güera” fue a auxiliar a su marido:
    •    ¡Viejo! Háblame por favor. Te partí la madre sin querer, pero tú tienes la culpa. Si estás tirado para qué te paras.

“El Gallinazo” se quejaba muy débilmente.
    •    ¡Ayyyyyyy! Me muero. Ya estoy mirando a la muerte que se me acerca.

    •    No la chingues, es tu mamá, que viene a ver cómo estás.

Corrió a pedir auxilio a los vecinos, y entre varios lo metieron a su casa; dándole remedios caseros, trataban de volverlo en sí. “La Güera” se paseaba nerviosa como león enjaulado, y decía en voz alta:
    •    ¡Pinche “Chale”! Pero me cae que me las va a pagar. Para la próxima no le voy a dar chance de defenderse. Le voy a llegar a la mala.

Luchita, su comadre trataba de calmarla, sobándole el lomo, porque La Güera estaba que echaba chispas. No dejaba ni un momento de mentarle la madre al Chale.
    •    ¡Ya comadrita, por favor se lo pido, ya! Contrólese. Mi compadre se salvó. Está platicando con mi viejo. Vamos a olvidar el pasado y las rencillas y vamos a vivir una vida tranquila.

    •    ¡Es que no es justo, comadrita! “El Chale” nos agarró descuidados. Usted vio cómo madreó a mi viejo, que por un pelito de rana lo mata. Por eso tuve que entrarle al quite para que viera que no está solo.

    •    Sí comadrita; pero también vi que usted le sonó la pedrada en la cabeza a mi compadre.

    •    Pero fue sin querer, por darle al violín, le di al violón.

“El Gallinazo”, con muchos trabajos, se levantó y fue a platicar con su vieja:
    •    ¡Ay, vieja! Al sentir el piedrazo a media madre, sentí que se me cayó la barda. Vi muchas estrellitas, y luego todo negro.

    •    Perdóname viejo, se me pasó la mano. Es que se lo tiré como pícher. Pero vamos hacer un plan para rajarle la madre al “Chale”.

    •    Nada más que me reponga hablamos cómo le vamos hacer, porque esto no se queda así.

Pasaron los días, las semanas y durante un mes, “El Gallinazo” no salió de su casa. Estuvo entrenando y haciendo ejercicios para tener condición física. Cuando se alivió lo primero que hizo fue ir a buscar a “El Chale” a la cantina, pero regresó todo golpeado. Y le dijo a su vieja:
    •    ¡Me volvió a madrear!

Al pasar el tiempo, “El Gallinazo” y su vieja hicieron compadre a “El Chale”. Comprendieron que si no puedes madrear al enemigo, únete a él. Y desde esa fecha en adelante, “El Chale” y “El Gallinazo” formaron la pareja atómica. En el barrio no había quién les rompiera la madre.