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Un Infierno Bonito

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EN EL PERSONAJE DE BARRIO DE  HOY:                                     

   “SUPERMAN”

    •    ¡Es una bala!

    •    ¡Es un avión!

    •    ¡Cállate, es “Superman”!

Leopoldo Martínez Hernández, “El Pilón”, era un chavo de 18 años de edad, que trabajaba en la Hacienda de Loreto de la Compañía Real del Monte y Pachuca. Vivía en una vecindad en la calle de Bravo, en el barrio de La Palma. Llevaba dos años de novio  con  “La Nena”, la hija de “El Guajolote, un minero de San Juan, muy echador y hablador. La chamaca estaba re buenota. Usaba unas falditas cortas que cuando se agachaba, se le veían las muelas. La relación entre la familia de “El Pilón” y la de “El Guajolote” era muy buena, y como novio oficial, ya entraba a su casa, y daban la confianza a los enamorados. Cada que salían a divertirse, “El Guajolote” andaba muy abusado para que “El Pilón” no se fuera a comer la torta antes del recreo.
Un día, “El Pilón” habló con sus papás y les dijo:
    •    Ya revisé mi alcancía y tengo dinero para que me case con mi novia. Tengo para comprar el vestido, para la fiesta, el adorno de la iglesia, y salir de luna de miel, aunque sea cerca de aquí.

Le dijo su mamá:
    •    Échale muy bien a las cuentas, no te vayan a fallar. Si no te esperas un poco más, al fin que todavía están jóvenes. Lo que nos dices a mí me gusta, porque luego el novio busca padrinos de iglesia, vestido, de vino, de música. Ya sólo falta que busquen padrinos de calzones.

    •    Sí jefa. Ya todo está planeado. Ya hablé con Laura para que les diga a sus padres cuándo vamos a pedirla.

    •    Vamos a dejarla para este fin de semana, para que me compre un vestido y tu padre unos zapatos nuevos, porque los que trae ya andan haciendo tierra. ¿Tú qué opinas Lorenzo?

    •    A mí me parece a toda madre. Como quieras quiero, y como te acomodes puedo.

    •    No seas mamón.

 Llegó  el día y la hora. Don Lorenzo y doña Carmela, los papás de “El “Pilón”, fueron a pedir la mano de “La Nena” y fijar la fecha de la boda. “El Guajolote” y su vieja los recibieron con alfombra roja y caravana, y los invitaron a comer. El papá del novio era corto de palabras, pero se entendía a toda madre con “El Guajolote”, que entre cruzada y cruzada se pasaron la tarde muy contentos. Don Lorenzo tomó la palabra y dijo:
    •    Ustedes mejor que nadie conocen  a mi hijo, es un muchacho que no toma, no fuma, no es faltista en su trabajo, no tiene amigos, y de su trabajo a la casa. Por lo tanto, les venimos a pedir la mano de su hija. Para que sellemos la amistad, comprometiéndonos a echarles la mano cuando lo necesiten, porque luego el noviciado es lo difícil. 

“El Guajolote” le contestó:
    •    Lo conozco muy bien, y mi vieja y yo estamos de acuerdo de que se casen como Dios manda. Si dicen que dentro de un mes, me parece bien. Yo no he perdido a una hija, sino por el contrario, que he ganado a un hijo. Además, quiero que también ustedes sepan que mi hija es muy decente. Le he dado buena educación. Ya ven a las jovencitas de ahora, donde uno pone el ojo, otro cabrón ya puso otra cosa.

“El Guajolote” hubiera querido que se casaran ese mismo día. Una boca menos para él era ganancia.
Doña Juana, la vieja de “El Guajolote”, levantó la mano para pedir la palabra, y le preguntó a “El Pilón”:
    •    ¿Ya tienen dónde van a vivir?

    •    Claro que sí, señora. Renté un cuarto en la vecindad del señor Molina, y compré unos muebles a su gusto de su hija. Ya tengo lo de la boda.

“El Pilón” se iba a hacer cargo de toda la fiesta. “El Guajolote” era muy echador, y al escuchar a don Lorenzo que les ofreció  a los novios lo que les hiciera falta, no se quiso quedar atrás, y dijo:
    •    A mí me gustaría pagarles el viaje de luna de miel a la Unión Americana, pero a lo mejor tienen problemas porque no saben hablar inglés. En Chicago y Nueva York es la cosa más bonita. Hay puras gringas grandotas, güeras, con ojos azules. O si quieren ir a España, también tengo familia.

Su señora le dio un pellizco y le dijo en la oreja:
    •    ¡Cállate, pinche chismoso!

Cerca de la medianoche la familia de “El Pilón” se despidió con el compromiso a cuestas, de que en 30 días se casarían por la iglesia. Ese era el deseo de “El Guajolote”, que su hija saliera de blanco, pues todas sus demás hijas le habían fallado y salieron panzonas.
Por su parte, “El Pilón” era el hombre más feliz del mundo, pues en unos cuantos días ya iba a tener vieja y a hacer muchos chavos. Pero este güey  no sabía que hacerlos es fácil, lo cabrón está para mantenerlos. La noticia se corrió de boca en boca. Ya tenían muchos invitados. En el trabajo le dijo su maestro “El Charro”, un pinche naco de Pachuquilla:
    •    ¿Así que te vas a casar, “Piloncito”? Me cae de madre que no sabes en lo que te metes. Las  mujeres son como las chamarras de cuero: muy bonitas y muy caras, luego se hacen feas y duran un chingo. Ahorita ves a tu novia y le dices qué cara tan mona; al rato vas a decir qué mono tan caro. Pero allá tú, pendejo, si te casas. Yo cuando conocí a mi vieja la vi  tan bonita, que ya me andaba por casarme, pero a los pocos días, parecía chango, la cabrona. No se peinaba y me exigía el gasto. Y luego los pinches escuincles, cagones y chillones. No me dejaban dormir. Que se enfermaban de una cosa, de otra. Me cae que me daban ganas de apretarles el pescuezo.

“El Pilón” no le hizo caso, por el contrario. Sin que se diera cuenta, le mentó la madre. A él qué le importaba. Llegó lo esperado, y se casó. Hizo una fiesta de pelos. A todos los invitó, y salieron muy contentos. Siguió la pachanga. Y ellos se fueron de luna de miel a Guadalajara. Y regresó a los 3 días, más feliz que un rabo de perro. Al poco tiempo se dio cuenta que “La Nena” resultó una caja de Pandora, quien le dijo:
    •    Desde hoy en adelante, vas a lavar tu ropa; la traes muy sucia, parece que te vas a revolcar en el lodo. Tus calzones, todos flameados, y tus calcetines que se paran solos. De por hay le das una talladita a la mía. Y mientras voy a ver a mi mamá, lavas los trastes, porque luego se juntan las moscas.

“El Pilón” le hacía caso a su vieja porque la quería mucho. Y se ponía a lavar, a ir por el mandado, sin importarle la crítica de los vecinos. Sudaba la gota gorda moviéndose de un lado a otro, dejando todo limpio para que cuando llegara su mujer estuviera todo como el maestro limpio. Cuando iba a terminar de lavar llegaba “La Nena” y le decía, haciéndole una caricia:
    •    Te traje de una vez la mía y una ropita de mi jefa. Pobrecita, ya ves que está malita. Sirve de que no te enfrías. Y cuando termines vas por el pan y la leche, el queso para mañana tus tacos. Voy a la casa de la vecina a que me cuente cómo va la telenovela, que ya va a terminar.

Para “El Pilón”, su vida se le iba convirtiendo en un mundo de perros, ladridos por todas partes. Llegaba bien madreado de trabajar, y cuando quería echar su coyotito, su vieja le decía:
    •    Dale una barridita a la casa. Va a venir mi mamá, y no quiero que la encuentre sucia y tirada. Levantas la ropa.

“El Pilón” era obediente en parte, porque la quería, y para que no se dieran cuenta sus papás de él, que su vieja le resultó huevona y fodonga, igual que su madre. Una vez que “El Pilón” llegó de malas, se acostó un rato, pero le dijo su vieja:
    •    Barres la casa, es que invite a mi vecina a tomar un café.

La sangre se le subió a la cabeza. Estaba a punto de reventar. No se aguantó, y le contestó:
    •    ¡Bárrela tú. Yo no soy tu gato!

    •    ¿Qué me dijiste, pendejo?

    •    Que ahorita lo hago en un rato.

“El Pilón” comenzó a darse cuenta que el matrimonio es una guerra donde uno duerme con el enemigo. Un día, en su trabajo, estaba muy pensativo, hasta con el hocico abierto, cuando llegó su maestro y le pegó en la cabeza.
    •    ¡Despierta, cabrón!

    •    ¡Ayy! Hasta me espantó, se me fue la leche.

    •    No me jales.

    •    De las patas.

    •    ¿Qué  pasó, ya se te quitó lo feliz?

Casi a punto de llorar, “El Pilón” le contó a su maestro lo que le pasaba en su casa con su vieja. Lo regañó, poniéndolo como lazo de cochino.
    •    Yo te lo dije, güey, que te ibas a convertir en Superman. Se me hace que dejas los calzones oxidados. ¡Échale un calambrito a tu vieja, para que sepa que tú no eres Supermandilón. A la salida vamos a chupar en la cantina de “El Bigotes”, y luego nos vamos al Sabor de la Noche; allá  hay unas viejotas a toda madre. Bailan en traje de rana. Lo que te faltó fue divertirte. Y por eso te ven la cara de pendejo.

A la salida, “El Pilón” y sus compañeros se fueron donde les dijo su pinche maestro sonsacador. Estaba muy contento. Y le dijo su maestro:
    •    Ahora que llegues a tu casa, tu vieja te va a recibir con una sonrisa como la de las papas Sabritas, porque se va a dar cuenta que eres hombre feliz.

A la medianoche que llegó a su casa, se le apareció el diablo encuerado. Su vieja lo esperaba en la puerta, muy enojada:
    •    ¿Dónde fuiste, cabrón?

    •    Me fui con unos amigos y mi maestro del trabajo, a echarnos unas copas.

Como respuesta, recibió una bofetada que lo tumbó, cayendo, levantando las patas. Lo jaló de las greñas, y le dijo en su cara:
    •    ¡De hoy en adelante, me vuelves a llegar tarde y tomado, a ti, a tus amigos y a tu pinche maestro San Camilo, les voy a romper toda la madre! ¡Te vas a dormir en el suelo, por amiguero!

“El Pilón” siguió la vida de “Superman”, siendo el gato de la casa. Y cada que protestaba le rompían el hocico. La gente del barrio lo criticaba, principalmente los hombres. Todos lo conocían como Superman, pero era un mal ejemplo para todos, porque sus viejas querían mandarlos como lo hacían con él. Y había muchas madreadas.