Un Infierno Bonito

“EL RANAS”
Un día pasé por la calle Venustiano Carranza, en el centro de Pachuca, donde se encuentra el antiguo edificio de Las Cajas Reales, que fue construido allá por el año de 1670, para resguardar los tesoros que correspondían a la corona; por ejemplo, el quinto al rey, o sea la quinta parte de ganancias de cada mina que se trabajaba en Pachuca, para mandarla a España. Pero como cerraron las minas la Compañía Real del Monte, tenía como limosneros a los trabajadores, para pagarles su liquidación.

En la cola de mineros que se aventaban, saliéndose de la fila, diciendo de maldiciones y mentadas de madre, estaba formado Juan López Pérez, mejor conocido como “La Rana”, compañero que trabajó conmigo en la mina de San Juan, en el nivel 370. Le grité:
    •    ¡Ranas!

Volteó y se salió de la formación, y estirándome la mano para chocarla, me dijo:
    •    Quihúbole, pinche “Gato Seco”. Me dijeron que ya te habías muerto. Te puse una veladora.

    •    Me hubieras puesto a tu hermana.

    •    Me la prestas una semana.

    •    La empulgas. ¿Qué estás haciendo aquí?

    •    Esperando que me paguen la parte que me falta de mi liquidación, nada más que se están haciendo pendejos. Nos citaron a las 9 de la mañana, son las 12 y no llega el pagador.

    •    ¿Cuánto te van a pagar, hijo?

    •    Una madre. Ya nos dieron 10 mil bolas y me faltan 20 mil pesos, que es la incapacidad por los pulmones que tengo hecho atole.

    •    Échame un brinco.

    •    No te pongas al brinco. Recibe lo que te den. No hay trabajo en ningún lado para un minero. Ni de pinche albañil te contratan.

    •    Por mí que trabaje su madre. Con lo que me den voy a comprar una pistola y asaltar un banco, al fin que es la moda.

    •    No mames. Mejor cómprate un pasamontañas, les dices que vienes de Chiapas, que eres el comandante “Ranas”, el hijo de la comandante Ramona, y te pagan de volada. Mejor vamos a echarnos un pulque al “Campeón”. Me cae que no te van a pagar.

    •    Les voy a decir que mañana vengo.

“El Ranas” habló con el policía industrial y lo dejó entrar, y después salió muy sonriente.
    •    Vamonos, “Gato”. Dicen que el pagador no va a venir hoy, hasta el miércoles. Por las moscas, ya le dije a uno de mis cuates que si llega me eche un grito a la cantina.

Cuando pasamos por la iglesia de la Asunción, cambie de parecer, y le dije:
    •    Mejor vamos al “Reloj de Arena”.

    •    Vamos donde quieras, cabrón. El que es perico donde quiera es verde, y el que es pendejo, donde quiera pierde.

    •    ¿Tu vieja sabe que te van a pagar?

    •    Ni madre. Si no estuviera formada conmigo.

Entramos a la cantina y al cantinero, mi amigo, le dicen “El Manzanas”, le pedí dos cubas de las que toma el patrón, para que no me fuera a dar marranilla, y dijimos salud; que en un solo trago nos la tomamos y pedimos la segunda tanda y platicamos.
    •    Pinche “Gato Seco”. Te escuchamos en el radio, eres medio mamila. Luego espantas a los chavos con unas leyendas que a mis hijos se les quedaron los pelos parados. Los cuates que compramos el periódico Plaza Juárez, sabemos que te la sacas.

    •    Bueno, siempre me la saco cuando voy al baño.

Después de unas 10 cubas, “el Ranas” comenzó a suspirar, que parecía que se le salía el alma.
    •    ¿Qué te pasa, cabrón? Estás haciendo pucheros, parece que quieres chillar. Van a pensar que te estoy pegando.

    •    Es que me pasaron una onda, que mi vieja me anda jugando chueco. Me dijeron que me engaña.

    •    Eso sí lo creo. Te engaña con un pan.

    •    Me sueltas.

    •    ¿Cómo sabes que te engaña, güey?

    •    Siempre peleábamos por cualquier cosa. Cuando llegaba chupado me mentaba la madre. Llegó a pegarme con un palo, mira qué cicatriz tengo en la cholla. Pero ahora dio el cambiazo.

    •    ¿Se pasó al PAN?

    •    No mames, se ha vuelto muy obediente y muy cariñosa, me lava y me plancha la ropa. Tú que la conoces que era bien huevona, ya ves que antes parecía changa de no peinarse; ahora vela, cabrón, la desconoces. Anda a la moda: con un pantalón bien ajustado, enseñando el ombligo, y como está panzona parece que tiene un tumor. Como siempre llegaba pedo, nunca miraba a mis hijos, pero anoche me los quedé mirando, a todos los formé para verlos bien, todos tienen los ojos saltones, igual que mi jefa, y en el hocico se parecen a mí; pero me di cuenta que el más chiquito tiene el pelo medio güero y quebrado. He notado que mi vieja lo quiere mucho, le da sus besos y lo acaricia; sin embargo a los demás les pone sus cocos, que tienen toda cabeza chipotuda. Le pregunté el por qué el niño es güero, si los demás están prietos como pinacates. Me dijo que había agüeleado, que su padre de ella tenía tipo gringo. Me la quiso hacer de tos. Yo conocí al viejo chaparro, que parecía mojón.

    •    Ya deja de pensar en eso. Si tu vieja se porta bien es porque te quiere.

    •    Pero chingar. Cuando me paguen me voy a dedicar tiempo completo a espiarla. Y cuando los caiga en la maroma me los ejecuto a los dos.

    •    Ya no pienses en cosas malas. Y digamos salud.

    •    No son malas. Pienso en lo que voy a hacer cuando encuentre al que se anda apachurrando a mi vieja. ¡Lo voy a destripar!

    •    ¿Le has contado a alguien lo que me dices?

    •    Sólo a mi jefa.

    •    Hay va estar lo cabrón. Perdóname, pero tu jefa es muy chismosa. Parece que desde niña le cayó afloja todo. Ya ves a cuántos ha metido en problemas en el barrio.

    •    Ya no. Mi jefe se lo quitó a madrazos. Una vez la mandó al hospital, y desde entonces se queda callada.

En ese momento llegó “El Cotorro” y le dijo:
    •    Córrele, pinche “Ranas”, ya están pagando.

    •    Ahorita vengo, Gato. No te vayas a ir.

El Cotorro también trabajó conmigo en la mina. Recuerdo cuando lo agarró la corriente, y me dijo:
    •    ¿Qué milagro que te dejó salir tu vieja? Supe que ya te andaba cargando la calaca, que estuviste en el seguro con la cola para arriba. Así como te veo todo menso, como que te vas este año.

    •    Pero con tu madre. Tú que vives en la misma vecindad que “El “Ranas”, ¿qué sabes de que su vieja le anda bailando el venado?

    •    Eso lo sabemos todos los del barrio. A mí se me hace que el pinche  “Ranas” no lo quiere saber. Pobre señora, me cae que le ha aguantado mucho. Cada madriza que le acomodaba, que siempre andaba como turista con gafas, para que no se le vieran los ojos de cotorra. Siempre le dio vida de perro. La sacaba a medianoche, con todos sus hijos. Que se fuera de su casa. No le daba de comer. A leguas se notaba que la señora ni a calzones llegaba. Traía unas chanclas viejas, que se le salían los dedos de las patas. Pero ahora algo ha de tramar.

    •    ¿Sabes con quién anda?

    •    Con José “El Diablo”. Ya ves que está bien mamado y grandote el güey. Por eso “El Ranas” se hace de la vista gorda.

    •    Cállate, porque ya llegó “El Ranas”.

Juan estaba muy contento. Llevaba un montón de dinero. Yo le dije que lo guardara, o mejor se fuera a su casa, porque se lo podían robar. Me despedí de ellos, y me mentaron la madre, diciéndome de cosas:
    •    Te vas porque te pega tu pinche vieja. Me hubieras dicho para irle a pedir permiso.

A los pocos días, encontré al “Cotorro”, y me contó lo que le sucedió al “Ranas”:
     –     Ese día que nos dejaste, “El Ranas” estaba necio de seguir chupando. Ya era tarde. Casi nos sacaron a empujones de la cantina. Me contó el pendejo, que le dieron un cheque por 20 mil pesos, pero lo cobró. Ya ves que no llevaba dinero en efectivo. Lo dejé en la puerta de su casa; pero estaba hasta la madre. Salió su vieja por él, y me dio las gracias por haberlo acompañado. Por la mañana, lo encontré chillando. Su vieja se llevó su dinero y al niño chiquito. ¡Le dejó a sus 10 hijos de “El Ranas”.

 

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