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Un Infierno Bonito

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“EL CHABELO”
José María Isabel “El Chabelo” vivía en la calle de Reforma en el barrio El Arbolito, en una de las vecindades viejas.

Por aquellos tiempos la mayoría de vecinos no contaban con luz eléctrica, se alumbraban con velas, se tenían que dormir como pollos, temprano, porque se escuchaba decir que en la vecindad espantaban a la medianoche. Se aparecía una sombra por los patios de la vecindad, los perros ladraban, el viento soplaba muy fuerte, haciendo que los vecinos pidieran a Dios que se llevara a la alma en pena y que los dejara en paz.
A las 8 de la noche todo era silencio. Todos estaban planchando oreja para que no los fueran a espantar. Al Chabelo le valía madre. Decía que no le tenía miedo a su suegra, mucho menos al pinche diablo. Con trabajos subía por el angosto callejón, le chiflaba a su vieja para que fuera a echarle la luz, como en el patio había agujeros se fuera a ir de hocico. La señora, adormilada, llegaba con una lámpara de carburo:
– Ya ni la chingas, Chabelo, pareces arriero. Ya espantaste a los perros. Los vecinos te han de estar mentando la madre.
– Es para que me eches la luz. La otra vez me fui de hocico y quedé chimuelo.
– Es la última vez que vengo a ayudarte. Me cae que mañana me tapo las orejas para no escucharte.
– ¡La última! ¿Qué piensas morirte? No mames, pinche vieja, la vida sabiéndola llevar es muy padrota. Acompáñame al baño.
A la señora le castañeaban los dientes con el frío. Iba solamente en fondo y su rebozo. Temblaba como perro.
– Apúrate viejo, ya te tardaste.
– Oh, chinga, parece que me estás tomando el tiempo. Déjame hacer a   gusto.
– Es que vi una sombra. Los perros no dejan de ladrar. Yo mejor me voy, te espero en la casa.
La señora Serafina lo dejó sentado. Se fue a su casa, no aguantaba el frío. Se metió en medio de sus hijos para calentarse. Le estaba agarrando el sueño, cuando tocó el Chabelo:
    •    ¡Abre, cabrona!

La señora, espantada, se tapaba la cara. Su viejo abrió la puerta a patadas:
    •    ¿Por qué me dejaste? Debería darte en la madre por desertora. Te hubieras venido dejándome la lámpara.

    •    Es que con la luz de la luna vi una calavera, levantó los brazos para agarrarme, me eché a correr y me siguió, por eso atranqué.

    •    Son tus pecadotes. Si los muertos regresaran tu jefa vendría a chingar. Nunca le caí bien. Dame de cenar.

    •    Es medianoche, sírvete tú. Escucha los perros, están aullando. A mí se me hace que ven a un ser del otro mundo.

    •    ¿A poco tienes miedo?

    •    Tú no tienes porque andas borracho. Me cae que vi la Calaca.

    •    No mames, vieja cobarde. Yo pensaba que eras una mujer con muchos calzones.

    •    No tengo porque no me compras.

    •    Bueno, ya estuvo suave. Te levantas o te paro a madrazos, y te llevo de las greñas a recorrer la vecindad para que veas que no hay nadie.

    •    Ve tú, luego me cuentas. Los perros no dejan de ladrar.

    •    Los perros ladran de hambre. Si fuera un espanto como dices, estuvieran chillando.

    •    A lo mejor es un ladrón.

    •    Ya me calentaste, primero que viste una Calaca, ora que es un caco. No chingues, no trates de confundirme.

    •    Por favor acuéstate, es muy noche. Mañana no te vas a querer parar para irte a trabajar.

    •    Que trabajen los burros. Ya me acordé que me dejaste morir solo en el baño, qué tal si hubiera sido un cabrón y me agarra como al Tigre de Santa julia.

El Chabelo prendió varias velas para ver mejor. Le preguntó a su vieja:
    •    ¿Dónde está una botella de caña que dejé ayer aquí?

    •    Te la escondí en el trastero, la dejas por donde quiera. Se la quité a uno de tus hijos que le iba a dar un pegue.

El Chabelo cuando andaba borracho era como Gabino Barrera, que no entendía razones. Se quería llevar a su vieja a la de a huevo para demostrarle que no espantaban en la vecindad. Se tomó unos tragotes de caña, y le insistía que lo acompañara. La señora se levantó echando chispas, pero no le dijo nada; sabía que era más necio que su madre.
    •    Esta bien, vamos para que no estés molestando; pero si nos muerde un pero tú tienes la culpa.

Bostezando, abriendo la boca como caimán, la señora caminaba al parejo de su viejo para no caerse por la oscuridad, pues a su lámpara se le estaba terminando el carburo y alumbraba muy poco.
    •    Ya Chabelo, estoy completamente convencida que no vi ninguna Calaca; fue cosa de mi imaginación.

    •    De todos modos te voy a llevar hasta el último rincón de la vecindad. Llévate tú la lámpara por si nos sale un fantasma, tenga las manos desocupadas y pueda darle en la madre.

La señora Serafina temblaba de pies a cabeza, eso molestó a su señor, que le dijo:
    •    No tiembles, acuérdate que vienes conmigo. ¿Tienes miedo?

    •    Lo que tengo es mucho frío, casi me vine encuerada, por necio no me diste tiempo de ponerme el vestido.

    •    Vámonos. Mañana les cuentas a los vecinos que son puros chismes de lo de los espantos.

La señora se tropezó y cayó pesadamente, torciéndose una pata. Dio un grito que acabó de espantar a los perros.
    •    Cómo serás pendeja. De qué te sirven los ojos de pescado que tienes en los dedos de las patas. De pilón le diste en la madre a la lámpara y nos quedamos a oscuras.

    •    No puedo caminar.

El Chabelo la cargó de burrito, en el lomo. Se iba de lado, de lo borracho, se tropezaba por la oscuridad. La tiró, que cayó sobre ella, que hasta los ojos sacó. La señora le mentó la madre y tentaleando, llegó a su casa. El Chabelo le gritaba muy fuerte, parece que estaba pariendo chayotes, y la señora le contestó:
    •    Voy a buscar la lámpara, no te vayas a dormir.

La señora no encontró los cerillos. Como hacía frío agarró una sábana y se la enredó. Se paró en la puerta a esperar a su Chabelo. En esos momentos regresaba. Al verla con la sábana pensó que era un fantasma. Del miedo se desmayó. Así se quedó por horas, hasta que amaneció. Entró a su casa y encontró a su vieja durmiendo. La despertó. Le dijo que había visto un fantasma. Ya se le había bajado la borrachera. Desde ese día llegaba temprano, y todos los vecinos dormían en paz.