“EL ALBAÑIL”
Jerónimo Hernández, mejor conocido como “El Jero”, era todo un maestro de la cuchara para realizar trabajo de albañilería.
Lo mismo hacía una casa que un edificio moderno; su ayudante se llamaba Esteban, y le decían “El Pato” porque siempre andaba en el agua. Los dos formaban la pareja atómica porque eran únicos para tomar pulque y trabajar dos días por semana.
La señora del Pato era prima de “La Bola” y formaban el triángulo de las trompudas. Una vez el Jero y el Pato fueron contratados por doña Tila para que levantaran una barda de ladrillos. Le dijo el Jero: “No se preocupe, señora, hoy mismo quedará su barda como el muro que quiere Trump”.
-Haz la mezcla “Patito”, para que terminemos temprano. Échale tres bultos de cemento y toda la arena que está aquí, ¡ah!, y dos bultos de cal para que no se le cuele ni un migrante. Mientras yo hago los castillos.
Los dos se pusieron a trabajar cada quien por su lado para terminar pronto. Poco después le fue a avisar el Pato: “Jero, te vengo avisar que se me pasó de agua la mezcla y quedó como tu carnala: bien aguada”. Le respondió el Jero:
-¡Cómo serás pendejo! Pero no hay pez, como hace calor se seca pronto y mientras, nos vamos a echar un pulque a la cantina “El Relámpago”.
Como la señora ya los conocía, al verlos salir les preguntó:
-¿A dónde van, maestros? ¿ya terminaron?
-Ahorita retachamos, a este pendejo se le pasó la mezcla de agua. Mientras se pone al punto vamos a almolzar y en un momento venimos y nos dice lo que quiera, pero su barda va a quedar como el Muro de Berlín.
Eran las 10 de la mañana cuando se metieron a la cantina, ahí encontraron a sus amigos, y entre brindis y brindis, se les pasó el tiempo… ya eran las siete de la noche y el Pato le dijo a las compa:
-¡Ya vámonos, Jero! Es tarde pero la mezcla va a quedar a toda madre.
Caminando de un lado a otro llegaron a donde iban a hacer el trabajo:
-Ya estamos aquí, Tilita. Puntuales como un inglés.
-¡Ni hubieran venido! La mezcla se hizo piedra…
La señora les mentó la madre y les aventó las herramientas y la puerta en la cara.
-Pinche vieja maleducada, me cae de madre que nunca vendremos a trabajar con ella de nuevo. Para la muina, vamos a echarnos un pulmón.
Llegando de vuelta a la cantina, los corrieron. Les dijeron que ya iban a cerrar y que, además, ellos no eran bienvenidos porque seguro ni llevaban dinero y sólo iban a ver quién les invitaba el trago. Se regresaron cabizbajos para las rumbo; entraron a la vecindad y cada quien se metió a su casa.
Al otro día, muy temprano, fueron a tocarle la puerta a la casa del maestro Jero. Era el nieto del dueño de la vecindad, y le preguntó a la dama que abrió:
-Perdone señora, ¿está el maestro Jero?
-Sí, joven. ¿Qué desea?
-Me mandó mi abuelito a ver si tenía tiempo de blanquearle una de las viviendas que se desocupó, le urge mucho porque mañana vienen a rentarla.
-Espereme un momento, ahorita le hablo.
Fue la señora corriendo a donde se encontraba nuestro amigo, todavía dormido…
-Viejo, viejo, despierta.
-¿Qué es lo que pasa?
-Te hablan allá afuera, quieren un trabajo.
-Diles que vengan después de comer o mas seguro mañana temprano.
La señora muy enojada le quitó las cobijas y lo jaló de las greñas, tumbándolo de la cama.
Malhumorado se levantó. Muy enojado el maestro Jero, salió y se arregló con Jorgito, el que quería el trabajo.
-Dígale a su abuelito que le voy a cobrar 150 pesos porque tengo que pagar ayudante y el material ha subido que da miedo. Y le dice que me tiene que adelantar un tostón y mañanita, cuando cante el gallo, ya tiene todo listo.
Jero fue por su ayudante, que vivía a unas puertas de la vecindad, y aceptaron la chamba. Del adelanto que les dieron compraron un garrafón de pulque porque estaban crudos y cruzaron sus vasos muy seguido.
-Pinche cantinero, le ganamos, no le echó agua al pulque y esta re bueno.
Poco después llegó Luisa “la Chilindrina”, esposa del Pato; a la casa de su prima, la señora del Jero.
-¿Qué dices manita, dónde están esos pinches borrachos?
-Están trabajando en la otra casa, ¿no quieres un taco de frijoles?
-Te lo acepto porque me chillan las tripas de hambre.
Mientras trabajaban, las dos señoras se quedaron platicando sus cosas. La señora Luisa dice:
-Vamos a asomarnos si ya terminaron de trabajar.
-Vamos, pues.
Cuando las señoras se asomaron, encontraron al Jero y al Pato sentados a medio cuarto como si estuvieran haciendo yoga.
-¡Ya ni la chingan! Son las cuatro de la tarde y todavía no comienzan.
-Acuérdate, Jerónimo, que te dijo Jorgito que querían la casa para mañana temprano.
-Ya vieja no me presiones. La casa está toda madreada, tanto que el trabajo pensamos entregárselo en un mes.
-Vamos a ayudarlos Luisa.
Con la mezcla taparon los hoyos y el Jero le dijo al Pato:
-Ve a traer lo mismo que hace rato, que te lo den del bueno.
Entre los cuatro terminaron la casa a la media noche. Por la mañana el dueño de la vecindad llegó a revisar el trabajo, y por un pelito se infarta de coraje.
-¿Pero qué pasó aquí?
-Su casa quedó como nueva, ya nada lo esperábamos por la paga-, dijo el Jero.
-¡Hijos de la chingada! Lo que pasa es que los voy a demandar y tengan la seguridad que no les voy a pagar nada. Yo mandé a decirles claramente que la aplanaran.
-Es que nosotros entendimos que le echaramos tirol, por eso quedó chipotuda,
-Pues parece que la resanaron con las patas. ¡Larguense, quítense de mi vista antes de que les rompa la madre! Los voy a mandar a la cárcel por los daños que causaron en propiedad ajena.
El dueño de la vecindad no les pagó, al contrario, contrató a otro albañil para que reparara las cochinadas que habían hecho. Al otro dia el Jero llegó borracho y su señora se enojó.
-Ya ni la chingas, son las seis de la mañana y apenas vienes, yo tengo que ir a vender los tamales. Me esperas porque quiero hablar contigo.
-Entonces voy otro rato a la cantina y pasas por mi y platicamos.
El Jero ya iba para afuera cuando la señora con todas sus fuerzas lo jalo de la chamarra, y le gritó en la oreja.
-¡Tenemos que hablar es muy importante!
El Jero se la mentó, ya iba para afuera y como estaba muy borracho, se cayó en la cama. La señora salió corriendo al patio, quitó el tendedero y lo amarró de los pies y las manos y luego, en todo el cuerpo a modo de que no se desatara. Como no pensó tardarse mucho, le puso una mordaza en el hocico para que no gritara.
La señora se cargó su bote de tamales, pues se ponía a venderlos en la esquina de la escuela Justo Sierra. Una hora después, le fueron a avisar:
-¡Señora! A su hija la atropelló un carro.
La señora dejó todo y corrió rumbo al Hospital General y le dijeron que por la gravedad de las lesiones, a la niña tendrían que llevarla a México y esperaban a alguien que la acompañara. Sin decir nada, se subió a la ambulancia y arrancó a la Ciudad de México. Por la angustia, se había olvidado que dejó amarrado al Jero.
La señora Bola tuvo que quedarse tres días en la capital mientras que la niña salía de su gravedad, a la mañana siguiente la pequeña mejoró de salud y se regresaron a Pachuca, a su casa.
Ahí estaba el Jero, sucio, orinado… sólo meneaba sus ojitos como ratón. La señora muy preocupada, lo levantó, lo bañó y fue a comprar pollo para darle de comer. Le hizo un buen caldo y le dio de cucharadas. El Jero estaba tan débil que no hablaba, se quiso parar solo y se dió un fuerte madrazo, se trató de parar y caminaba como gorila con los brazos abajo, mirando al suelo como si le pesaran las nalgas.
Pasaron días y el Jero no salía de su casa. Un día el Pato lo fue a ver.
-¿Qué pasó mi buen Jero?, ¿andabas de vacaciones? Ven, te invito un pulque para que nos pongamos al tanto.
El Jero miró para todos lados, para ver si no estaba su esposa cerca, y le dijo en voz baja: “Ya no voy a tomar. Tengo que buscar trabajo. Mi pinche vieja, me quería matar, me dejó varios días amarrado y me cae que vi a la muerte muy cerca”.
Desde entonces y hasta la fecha, ha sido muy trabajador; dejó de tomar con el miedo a que mañana o pasado lo amarraran de nuevo.