Un Infierno Bonito

“EL CHAPULÍN”
Serían como las 9 de la mañana cuando una niña tocaba con una piedra el portón de la mina de San Juan Pachuca. El velador salió a abrir y al verla le preguntó:

–        ¿Qué quieres niña?
–         Vengo a buscar a mi papá, mi mamá se está muriendo y lo necesitan en la casa.
–         ¿Cómo se llama tu papá?
–         Pedro Torres Hernández, aquí trabaja.
–         Aquí trabajan muchos. ¿Cómo le dicen?
–         “El Chapulín”.
–         ¡Ya sé quién es! Pero no sé dónde o con quién ande trabajando. Pásate al fondo del patio, hay unas ventanas verdes, ahí tocas y preguntas por él.
La niña se metió corriendo atravesando el patio, al pasar cerca de donde está el tiro por donde bajan los mineros, fue detenida por uno de los encargados. La menor trataba de soltarse:
–         ¡Suélteme! ¡Déjeme! Necesito hablar con mi papá, mi mamá está muy enferma.
Los gritos que daba la pequeña llegaron al cuarto de primeros auxilios, donde estaba el jefe de seguridad, Rafael Carrillo, que en esos momentos se cambiaba de ropa para bajar a la mina. Salió a asomarse y vio que la niña hacía fuerzas para zafarse de la mano del minero que la tenía agarrada, y les dijo:
-¿Qué es este escándalo, de qué se trata?
-Es que esta niña se quería pasar debajo de la jaula donde están descargando los del manteo, y le vaya a caer una piedra. Por eso la detuve para llevarla con usted, para que le diga qué es lo que quiere.
En un descuido, la menor se le zafó de la mano y quiso correr, pero el jefe de seguridad le dijo:
–        ¿Qué es lo que quieres, niña?
Sintió confianza con el señor Carrillo. Estaba temblando y se limpiaba la nariz con la manga de su suéter:
–        ¿Dime qué es lo que quieres? Es muy peligroso pasar y estar aquí.
–         ¿Mi mamá está muy enferma, dice mi abuelita que se va a morir, y me mandó a que viniera a buscar a mi papá.
–         ¿Cuántos años tienes?
–         Siete.
–         Vete a tu casa, es muy peligroso estar aquí, te vaya a atropellar algún carro o te vaya a caer una piedra. Yo me encargo de avisarle, anda, vete a tu casa.
La niña dio la media vuelta y se salió corriendo por donde había entrado.
El señor Carrillo se encaminó al brocal del tiro de la mina, tocó la campana para que subiera la jaula, que es el elevador  donde suben y bajan los mineros:
–        Dígame, señor, ¿qué se le ofrece?
–        Baja al nivel 30 y le dices al motorista del acarreo general que le avise al calesero del nivel 170 que le diga al “Chapulín” que lo necesitan en su casa.
Los niveles determinan los metros de profundidad que tiene la mina. “El “Chapulín” se encontraba trabajando a 7 kilómetros de distancia, a una profundidad de 500 metros. Así que tardarían horas en buscarlo para avisarle lo que estaba sucediendo en su casa. Y luego, además, tendrían que buscarlo adonde estaba trabajando, para darle la noticia.
Por fin, casi al mediodía, lo encontraron que estaba barrenando en un chiflón.
Uno de los compañeros le cerró al aire, y le gritó:
-“Chapulín”, que te necesitan en tu casa.
Dijo con voz angustiada:
–       ¡Mi vieja!
Sin ninguna precaución, se bajó por un lazo y corrió por los túneles, subiendo y bajando escaleras, hasta que llegó al despacho de la mina de San Juan, que era el nivel 30.
Tocó la campana varias veces, pero al ver que no bajaba decidió salir por el túnel que conduce a la Hacienda de Loreto, que es de la misma compañía, pero diferente dependencia. Ahí tuvo dificultades con los veladores para dejarlo salir:
–         Aquí no puedes salir, compañero, vete al nivel 30.
–         Pero es que no baja la jaula, y a mi me urge llegar a mi casa, mi señora está muy grave.
–         Eso no me interesa, regrésate por donde viniste, porque de aquí no sales.
–         Verdad de Dios, compañero, es importante llegar a mi casa
–         Chinga, que eres necio, no puedes salir, entiéndelo.
–         En un descuido de los veladores, “El Chapulín” les dio un aventón y salió corriendo rumbo a la mina; la gente que vive por esos lugares se quedaba mirando a un hombre semi-desnudo, lleno de lodo, con lámpara y casco de minero, que corría a todo lo que daba, detrás de él tres personas gritándole que se detuviera. Cuando llegó a la puerta de la mina de San Juan, tocó desesperado.
Cuando le iban a abrir, empujó la puerta con todas sus fuerzas, que tumbó al velador, y se metió corriendo, más adelante lo agarraron, pero el jefe de seguridad les dijo que lo dejaran:
–         Báñate y cámbiate y vete a tu casa, te necesitan aquí tengo tu salida.
“El Chapulín” entregó el equipo, subió, medio que se quitó el lodo, se cambió de ropa y así como entró, salió corriendo.
Llegó al barrio de El Arbolito”; le dijo su mamá:
–         Se llevaron a tu señora a la Clínica Minera.
Pedro “El Chapulín” bajo corriendo, cuando llegó a la clínica, uno de los médicos le dijo:
–         Lo siento mucho, acaba de morir, se hizo lo que se pudo, pero ya venía muy grave.
–         “El Chapulín” se sentó en una banca y comenzó a llorar amargamente:
–         Déjenme verla, por favor
–         Pásele.
Se recargó en el pecho de la mujer muerta, la beso y le dijo en el oído:
–         Me hubieras espera, vieja.
Poco después entró la enfermera:
–         ¡Ya, señor, haga favor de salirse!
–         Déjeme otro ratito.
–         Lo que debe hacer es arreglar el funeral.
“El Chapulín” se levantó lentamente, caminó hacia atrás sin dejar de mirar el cuerpo de su mujer.  Salió caminando a paso lento, era mucha su pena, su dolor, pero más la preocupación,  no tenía dinero para enterrarla. Sin dejar de llorar, caminó por las calles de la ciudad. Con la mirada perdida, llegó al sindicato minero:
–         Señorita, ¿me puede pasar con el secretario general?
–         ¿Qué es lo que desea, señor?
En breves palabras, “El Chapulín” le explicó a la secretaria el problema, y ella se lo contó al representante del gremio.
–         Señor, allá afuera está un señor que dice que se le murió la mujer, y pide hablar con usted para solicitarle un préstamo.
–         Dígale que no estoy, que salimos a una junta a la ciudad de México.
Pedro salió del sindicato muy triste. Llegó a su casa y le platicó a su mamá la situación:
–         No te preocupes, hijo, hay tengo unos centavos guardados, de los que dejó tu padre. Tómalos.
“El Chapulín” fue a arreglar el funeral, mientras los vecinos del barrio cooperaban para las flores, el café y el pan para la velación. Doña Magos, la esposa de Juan, fue la encargada de rezar los rosarios. Todo era tristeza en la casa de Pedro. La gente que los acompañaba hablaba en voz baja, y sólo se acercaban para tomar café y comerse un pan. Así pasaron las horas. Por la mañana la gente se había ido a descansar y solamente con el cuerpo de la difunta, estaban sus familiares.
Como a las 9 de la mañana, Julita, su mamá, se acercó a “El Chapulín”:
–        Ve a la iglesia, hijo, le dices al señor cura que si te hace el favor de venir a rezarle a tu mujer.
“El Chapulín” salió de su casa y llegó al templo, ahí, en los pasillos, encontró al sacerdote, a quien, amablemente, le besó la mano:
–         Padrecito, mi esposa murió ayer.
–         Debemos ser fuertes, hijo, son pruebas que nos pone Dios.
–         Quisiera pedirle de favor que fuera a mi casa a rezarle.
–         ¿Donde vives?
–         En el barrio de El Arbolito.
–         ¿Traes coche?
–         No, padre.
–         ¿Eres casado por la iglesia?
–         No.
–         Entonces, cómo quieres que vaya a una casa de pecadores, que no están casados por la ley de Dios. Vete, y no me quites el tiempo.
El sacerdote dejó parado a “El Chapulín” y se metió a la sacristía. Muy triste se regresó a su casa, se sentó junto al ataúd y soltó el llanto. Poco después entró su mamá:
–         ¿Qué pasó, hijo, dónde está el sacerdote?
–         No quiso venir, el cabrón.
Esa  tarde enterraron a Chabela, bajo un fuerte aguacero. Los acompañantes buscaron refugio entre las capillas del panteón. “El Chapulín”, su mamá y su hija permanecieron bajo el agua, mirando cómo los enterradores hacían su trabajo. El agua se llevaba la lágrimas que les escurrían por sus mejillas. Pedro se quitó su chamarra, cubrió a su hija y le dijo:
–         Llévate a tu abuelita a la salida del panteón, se pueden cubrir para que ya no se mojen, ahí me esperan.
Pedro “El Chapulín” no se movió de ahí, en medio de la lluvia. Cuando terminaron de enterrarla, llegó su mamá y su hija, y lo tomaron de la mano, jalándolo adonde ya no se mojara.
–         Estás empapado, hijo, a ver si no te hace daño.
Regresaron a su casa. Cerca de la medianoche, la mamá de Pedro escuchó llantos, murmullos que salían de su cuarto. Se levantó a ver.
–         ¡Virgencita santa! Estás ardiendo en calentura. Sandra, ve y prende un bracero, voy a ver a mi comadre Juanita, para que me regale una hierbita y bajarle la fiebre.
La señora le hizo un té a su hijo, pero al ver que no le bajaba la fiebre, pidió ayuda los vecinos para llevarlo a la Clínica Minera. Como a las dos de la tarde, “El Chapulín” murió de pulmonía.
Pasó el tiempo, y Sandra, la hija de “El Chapulín”, aquella niña que años atrás lo había ido a buscar a la mina, se casó con Víctor “El Chilaquil”. Y tuvieron varios hijos; al mayor le pusieron Pedro, y como se parecía a su abuelo, en el barrio le pusieron “El Chapulín”.
 
 
 
 
 
 
 
 

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