Un Infierno Bonito

EL DÍA DE LOS MUERTOS
Muchos dicen que los muertos no regresan; otros aseguran que el uno y dos de septiembre, los muertos están con nosotros. Pero, ¿qué pasa con los muertos?

Esto que van a leer sucedió a principios del siglo pasado, cuando no había veredas, solamente un camino real que conducía al poblado de El Chico, Hidalgo.
Juan Ramos había tenido que sortear muchos obstáculos para llegar a Pachuca. El cansancio lo venció a la salida, y al quedarse dormido tuvo un sueño siniestro, donde manos huesudas brotaban de la tierra para detenerlo: ¡Ven. Ven!
“¡Noo! Suéltenme. ¿Qué es lo que quieren de mí?”
Juan despertó Bañado en sudor. Se levantó rápido, mirando para todos lados.
“¡Uf! Era solo un sueño. Tengo los nervios destrozados. Creo que estoy perdido. Hace horas que pasé por Pachuca, y no veo mi pueblo. Ese sueño que tuve me llenó de terror. Pero no importa. Yo llegaré aunque los muertos no quieran”.
Juan Ramos se había ido a la Unión Americana. Después de 15 años, regresaba a buscar a su madre. Y decía en voz alta: Mi viejita linda, la dejé abandonada, pobrecita.
De momento escucho un trote de caballos y el rodar de una carreta muy grande, que subía penosamente las montañas, pasando por unos desfiladeros. “Bendito Dios. Al fin veo algo”.
Juan se paró en medio del camino, abriendo los brazos, agitando las manos.
    •    Alto, por favor.

La carreta paro, y por la parte de arriba, agarrando las riendas de los caballos, vio un rostro amarillento y flaco como calavera. Sintió miedo, y más cuando escucho una voz, que le dijo:
    •    ¿Qué  anda haciendo por estos caminos? Es muy peligroso. 

La mujer que lo acompañaba, era flaca y huesuda, al igual que la muerte.
    •    Estoy perdido, busco el camino que va rumbo a El Chico, me puede orientar.

    •    Ja, ja, ja. ¿El chico? Por aquí no hay ningún poblado que se llame así, ¿verdad amá?

Al voltear la mujer, se dejó ver el rostro de calavera.
    •    Que yo sepa, no, hijo.

El cochero echó una carcajada, que lo llenó de terror. Sintió un escalofrío, que por poco cae desmayado: Ja, ja, ja, ja.
    •    ¿Dónde me lleva este camino?

    •    ¡A ninguna parte!

Juan escuchó su voz de ultratumba. Sintió que se le erizaban los cabellos.
    •    No estén bromeando. Mi pueblo tiene que estar por estos lugares, atrás del monte.

    •    Ah qué mi amigo, aquí no hay ningún pueblo, y menos que se llame así. Si quiere subir a la carreta, más adelante hay una ranchería donde lo pueden ayudar.

Cada vez Juan estaba más desconcertado, y se subió a la carreta, donde viajaba un grupo de campesinos, y los saludó:
    •    Buenos días, o tardes.

Ninguno le contestó. Todos lo miraban con rostros amarillentos de palidez de difunto.
Juan Ramos les volvió a decir:
    •    ¡Buenos días les dije! O, ¡son tardes, porque no traigo reloj!

Una mujer, con voz hueca, le contestó:
    •    Tampoco tenemos reloj; para nosotros siempre es la misma hora.

Había algo en aquella gente, aunque no sabía qué era.
    •    Disculpe una pregunta, ¿por qué vienen todos de luto?

    •    Porque hoy es Dia de los Muertos, ¿no lo sabe?

    •    ¡Día de los Muertos! Ah sí. Se me había olvidado, pero yo la conozco a usted, a usted. Son vecinos de mi mamá. ¿No me recuerdan?

    •    La mera verdad, no, joven; pero vamos a presentarnos.

Al saludarse, Juan sintió la mano helada y huesuda. Cerró los ojos y dijo en silencio:
    •    ¡Dios mío!  ¿Adónde estoy?

La carreta, al dar la vuelta se le cayó una lona, dejando al descubierto unas cajas de madera. Los ojos de Juan se desorbitaron de horror:
    •    No se han dado cuenta, en la carreta traemos dinamita.

    •    Ee dinamita para las minas. No fume, apague su cigarro.

Todos, al mismo tiempo, soltaron una carcajada.
    •    No se apure, señor, nadie muere dos veces. Ja ja, ja.

    •    Tratando de calmarse, Juan Ramos les dio la espalda y escuchó el encendido de un cohetón, con un chiflido escalofriante, que le heló la sangre. Ahora qué están haciendo. Venimos a dejarles flores a nuestros muertitos; dejarles flores y quemarles cohetes. No se espante.

    •    Yo aquí me bajo.

Sin pensarlo, saltó de la carreta, y después escuchó una explosión que cimbró todo el cerro.
    •    ¡Dios mío. Se los dije!

Siguió cruzando montes y cañadas. Caminó sin rumbo fijo por varias horas, ya era de noche. La tormenta se desató con violencia. Se metió a una cueva. El sueño lo venció. Poco después pasó un campesino:
-Señor, señor, despierte, está ardiendo en calentura. Oiga cómo le castañean los dientes. Déjeme ayudarle a levantarse.
Juan le echó la mano al cuello, y le dijo temeroso:
-En la mañana me topé con una carreta llena de ánimas y me asustaron.
    •    Vienen a ver a sus muertos y a buscar a los vivos. Es primero de noviembre: “El Día de los Muertos”.

    •    Ja, ja, ja. Trataron de confundirme que no había un pueblo llamado El Chico. 

Juan se dio cuenta que caminaba sólo con el brazo levantado. Lleno de terror, corrió al ver al hombre desaparecido. Cayó como loco, parándose hasta que encontró una choza de un pastor y se metió:
    •    Por favor, ayúdeme.

    •    Pasele, buen hombre, y descanse.

El jacal tenía un solo cuarto, estaba oscuro y entre penumbras, había unas personas que dormían en un petate. Los llamó por sus nombres:
-Teodoro, Faustino, Andrés Germán, arrimense, háganse a un lado. Descanse, amigo, mis hijos han estado un poco enfermitos, tienen el sueño pesado ¿Quiere que le prenda una antorcha?
    •    Muchas gracias, señor, me iré en cuando amanezca.

Juan se acostó en medio de ellos. Dormía y a ratos dormitaba. Los hijos del pastor lo abrazaron buscando el calor humano. Juan dijo en voz baja:
– Qué hermoso tener una familia. Las yemas de los dedos de Juan sintieron algo espeluznante:
    •    ¡Qué será esto!

Preso del temor, buscó un cerillo y prendió un mechón que se encontraba cerca, y gritó horrorizado:
-¡Ayyy! ¿Qué es lo que tienen sus hijos?
    •    La viruela negra, ¿qué no le dije que estaban malitos?

De nuevo salió sin descanso. En toda su vida nunca había corrido tanto, pidiendo a Dios que lo ayudara a salir de esa horrible pesadilla que estaba viviendo. Cuando estaba amaneciendo, miró un cerro:
    •    Esa loma yo la conozco; es la que me lleva al pueblo. Bendito sea Dios.

Llegó a la cima, se hincó y besó la tierra. A lo lejos vio su pueblo. Daba gracias a Dios por encontrar su hogar. Juan Ramos sabía que para llegar al pueblo más rápido, tenía que cruzar el cementerio y cuando caminaba a medio panteón, escuchó una voz hueca a sus espaldas, que lo hizo voltear:
    •    – ¡Juan! ¡Juan!

Volteó muy despacio, latiéndole muy fuerte el corazón:
    •    Azucena, ¿eres tú?

    •    ¿Por qué tardaste tanto, mi amor? Te he estado esperando durante mucho tiempo.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando la mujer lo abrazó.
    •    Bésame Juan, como lo hacías siempre aquí en esta tumba. Dime lo que quieres.

Azucena se acostó sobre la tumba, abriendo los brazos. Juan se acercó y cuando la iba a besar, ella desapareció, cayendo su cara en una placa que decía: Aquí yace María Ramos.
    •    No puede ser, aquí está enterrada mi madre. 

Muy triste, sin saber qué hacer, lloró por mucho tiempo. Era casi mediodía cuando entró al pueblo, a ver qué pasaba:
    •    ¡Qué extraño, no hay nadie en las calles!

Al pasar por una calle para ir a su casa, vio a una anciana. Ella lo esperó y le dijo:
    •    Ave María purísima, ¿qué andas haciendo por estos lugares?

    •    Soy yo, madrina, Juan, su ahijado. ¿Qué no se acuerda de mí?

    •    Para qué regresaste, si mi comadrita hace mucho tiempo que murió de tristeza esperándote.

    •    Cállese, madrina, no me atormente más ¿Por qué no hay gente en el pueblo?

    •    Están todos en la iglesia, es la hora de rezar porque tienen que regresar de donde vinieron.

    •    Me voy, madrina, a la casa donde vivíamos, al rato vengo a verla.

    •    Yo te recomiendo que no vayas con lágrimas.

Juan llegó muy triste a su casa de su madre, que estaba apunto de derrumbarse. Se sentó en un banco y lloró amargamente. De pronto, una voz lo hizo reaccionar:
    •    Juan, hijo mío.

    •    Mamá, madrecita linda. Ja, ja. Mi madrina me engañó diciéndome que usted había muerto. Ah qué mi madrina, me pegó un buen susto.

    •    Hijo de mi vida, me da mucho gusto verte, pero es mejor que te vayas. Tienes que regresar de donde vienes. Ve a donde estabas.

    •    Madre, por favor, perdóneme. Nunca pude escribirle, pero ahora vengo a quedarme con usted. Jamás nos separarán. 

    •    Yo no tengo por qué perdonarte.

    •    Cómo no, de haberla abandonado.

    •    Tú no me pediste que te trajera al mundo. Así es la vida. Los hijos cuando crecen se van. Seca tus lágrimas y quédate en paz.

Ante los ojos de Juan, su madre fue desapareciendo, escuchando su voz:
    •    Vete hijo, regresa de donde viniste, todavía es tiempo.

    •    No te vayas, madre. Dime que me perdonas. No te vayas.

La mujer desapareció y Juan se dirigió a la iglesia del pueblo. Vio mucha gente en la iglesia, rezando; otros llegaban a hacer fila en el confesionario. Los pasos de Juan resonaban en el piso de la iglesia. Volteaban a verlo, y al reconocerlo, murmuraban entre ellos:
    •    Es Juan Ramos, el hijo de Maria. A qué vendrá.

    •    Quién sabe, pero se irá con nosotros.

Juan esperó su turno para confesarse, y quedó muy asombrado de cómo se había llenado la iglesia. No les quitaba la vista, y al mirarlos lo hacía con miedo. Esperó pacientemente su turno, y cuando le tocó se puso de rodillas. En el confesionario le dijo el padre:
    •    Ave Maria purísima. 

    •    Sin pecado concebida.

    •    Dime tus pecados, hijo. 

    •    Juan se le quedó mirando fijamente, sin quitarle la vista al sacerdote, y le dijo serio:

    •    Antes de confesarme, padre, quiero que me explique qué es lo que ha pasado en el pueblo.

    •    ¿Quién eres tú? Soy Juan Ramos, el hijo de María, pasé 15 años en el norte y ahora que regreso me encuentro con un pueblo raro, nada parece real.

    •    Así que estuviste mucho tiempo en el norte.

    •    Sí

    •    Entonces no sabes nada de la inundación.

    •    Inundación. ¿Cuál inundación?

    •    Hace 10 años cayó una fuerte tormenta que duró más de un día y se llevó muchos árboles tapando los caminos y las calles; cuando estábamos durmiendo se desbordó el río y todo desapareció.

    •    Quiere decir que…

    •    Que el pueblo no existe, ¡estamos todos muertos! 

    •    El padre se bajó la capucha dejando ver su rostro cadavérico.

    •    No lo puedo creer.

Juan se levantó violentamente, lleno de terror. El sacerdote se acercó a él y le dijo:
    •    Ayer, primero de noviembre, venimos por ser el Dia de los Muertos, a recibir la ofrenda, pero hoy regresamos y vas a irte con nosotros.

Juan  vio que todos se le acercaban y comenzaron a rodearlo; eran esqueletos, y estiraban los brazos y lo llamaban con el dedo:
-Ven, Juan, acompáñanos.
Juan Ramos llegó al límite de su resistencia y cayó muerto. De pronto vio una carreta que se detuvo junto a él. Su madre le dijo:
-Súbete, hijo, tengo apartado tu lugar. Viajaremos juntos. Regresaremos el próximo año, y no nos separaremos.

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