Un Infierno Bonito

PANCHO EL BARRABÁS

“El Chaparro” y “El Chencho” iban subiendo por la calle de Galeana, en el barrio de El Arbolito, cuando vieron que estaba tirado a media calle Pancho “El Barrabas”, bien briago.



– ¡Mira a ese cabrón, lleva más de tres días de borracho!
- Vamos a levantarlo.
- ¡No le hables, es muy necio! No se va a querer ir a su casa.

- Le hablaré como si fuera policía.

- ¡Orale, cabrón, párese o me lo llevo al bote a punta de madrazos.
- ¡Eh! ¿Qué?

- Cállese el hocico, pinche borracho.

Lo levantaron y lo colocaron en la pared. “El Barrabás” caminaba con dificultad y pronunciaba palabras que no se le entendían. Cuando se le termino la pared, cayó
de cabeza y ahí lo dejaron tirado. Pasaron las horas. Se quedó sentado, haciendo esfuerzos para ponerse de pie. Llegó a su casa, para su mala suerte, ahí estaba las mamá. Había venido desde su pueblo a saludarlo y al verlo, lo regañó:

- ¡Mira cómo vienes! Tu padre murió de borracho y eres igual que él.


“El Barrabás” se recargo en la pared, abierto de piernas, para no caerse con la cabeza hacia abajo.


– Perdóneme. Jefecita. Ya no lo vuelvo a hacer.

La señora, al ver a su hijo orinado en los pantalones, le dijo a su nuera:


– Teresa, por favor, pon agua a calentar.
- Que se bañe con agua fría suegra, sirve de que así se le baja la briaga.

- Tienes razón. Ayúdalo a desvestirse, apenas se puede parar.

- Lo voy a bañar con todo y ropa.

Poco después, “El Barrabás” salió bañado y cambiado. Tomó la mano de su mamá y se la besó:
- Perdóneme, me tome unas chelas. Le juro que son de vez en cuando.
- Cállate, chismoso. Me contó tu mujer que llevas varios días toman-
do sin llegar a tu casa.

La señora no pudo aguantar las lágrimas.
-No llore, Jefecita. Le juro por Diosito que desde hoy en adelante
me voy a portar bien.
- Si de verdad quieres que te perdone y regrese al rancho tranquila, vas a ir a la iglesia y ante la Virgen de San Juan de los Lagos, pides perdón por tu vida equivocada que llevas. Juras por mi vida que vas a dejar de tomar.
- Así lo haré. Pero antes, que me sirvan de comer.
- ¡Qué comer ni que nada! Te pido que vayas ahorita. Si en el camino encuentras a tus amigotes, te los llevas para que ellos también hagan lo mismo. Mañana regreso a mi casa, y quiero que cumplas tu juramento.


“El Barrabás” salió a cumplir la voluntad de su madre, aunque iba a ser una misión imposible. Paso por la cantina “El Relámpago” sin mirar hacia adentro, para no caer en la tentación. Pero no faltó alguien que lo viera y le gritó:

- ¡Barrabás! ¡Barrabás!


El que le gritaba era “El Rafles”, un compañero de parranda
- ¡Ven. Ven!


“El Barrabás” iba a seguir su camino, pero el sujeto lo alcanzó:
- ¿Dónde vas tan aprisa?
- Voy a arreglar un asunto muy importante, que va a cambiar mi futuro, y no puedo retroceder, porque es una manda de una mujer a quien amo y le debo la vida.

- ¡Ah, chinga! No sabía que quisieras mucho a tu pinche vieja.

- No es mi vieja, güey. Es mi Jefa, que vino a verme.
- Ven, nada más nos tomamos unos pulques y nos vamos.
- ¡No me tientes, Satanás! No puedo hacerlo. Por esta vez, te fallé.
- ¡No mames, cabrón! Aquí te los tomas o te los echo en la cabeza.
“El Rafles” lo metió a huevo a la cantina, donde estaban todos sus amigos, y así, olvidándose de las palabras de su mamá, “El Barrabás” volvió a tomar. Al poco tiempo, le entró la melancolía, y comenzó a llorar. Le dijo “El Rafles”:

- No chilles, cabrón, van a pensar que te estoy pegando.
- Es que soy un desgraciado, un infeliz, un hijo de la chingada.
- Eso ya lo sabemos. ¿Por qué lloras?
- Es que mi jefecita, la pobrecita, siempre trabajó de gata, haciendo tortillas, lavando y planchando ajeno, para darme de comer. Mi padre fue un borracho. Mi jefecita, cuando era chavito, me dio consejos para que fuera un hombre de provecho. Hoy vino a verme y me encontró briago y se encabronó. Me dijo cosas que me llegaron al corazón, y me mandó a que fuera a jurar a la iglesia, que ya no voy a tomar, y me cay que lo voy a cumplir. También
me dijo que si encontraba a mis amigos, me los llevara a jurar. Al escuchar esas palabras, “El Rafles” protestó:

- ¡No la chingues! ¿Yo qué le he hecho a tu mamá, que me quiere quitar los días de felicidad?
“El Rafles” tomó del brazo al “Barrabás” y lo llevó a la puerta de la cantina.
- Ve adonde te mandó tu mamá, antes de que cierren la iglesia, porque los curas se duermen temprano como pollos.

- ¿No me acompañas?
- Vete solo.

“El Barrabás” se metió a la iglesia de la Asunción. Por lo atarantado que iba, no encontraba el altar de la Virgen de San Juan de Los Lagos. Se sentó en una banca y lloró arrepentido. A los pocos minutos se quedó dormido y fue acomodándose. Comenzó a roncar, llamando la atención de los feligreses. Los ronquidos del “Barrabás” se escuchaban en toda la iglesia,
como un león bien encabronado. El sacerdote interrumpió el rosario que rezaba con las hijas de María. Llamó al sacristán y le preguntó:


– ¿Qué es eso que se escucha como rugido?
- Es un borracho que está durmiendo.
- Despiertalo y dile que se vaya a dormir a su casa.
- Ya lo hice, padre, pero me dijo de groserías y se volvió a dormir.
El sacerdote fue a la sacristía a llamar a la policía. Y se lo llevaron cargando. Al día siguiente, “El Barrabás” despertó en el calabozo.

Como había cometido faltas leves, lo pusieron a que lavara los baños, y lo dejaron salir.

Ya no quiso llegar a su casa. Sabía que estaba su mamá y lo iba a zurrar. Tenía una cruda que apenas la aguantaba. Se metió a una casa de empeño.
- ¿Qué es lo que va a empeñar, señor?, -le preguntó el valuador.
Se quitó el reloj de pulso y lo puso en el mostrador.
- Lo que le puedo prestar por él, son 10 pesos.
- ¿Qué le pasa? El reloj es fino; es más exacto que el grandote que tenemos en el centro.
- Lo menos, son 15 pesos. ¿Los quiere? O deje pasar al que sigue.


“El Barrabás” guardó la boleta de empeño, y se dirigió al popular mercado Benito Juárez. Se comió unas ricas gordas de tripas. Se metió a la cantina “El Mambo”, sacó una jarra de dos litros y se sentó a un lado, a saborearlo. Después fue por otro viaje y cuando estaba en el mingitorio, escuchó una voz que lo hizo brincar:

- ¡Manos arriba, cabrón! Un mexicano nunca mea solo.
- ¡Quihubole, pinche “Cajete!”


Pide tu jarra y ahorita cotorreamos.

- Ya no quiero pulque, me empanzono como tu hermana.

- Vamos a otro lado.


Pasaron por el Reloj; ahí estaban unos mariachis, y habló con ellos. Luego le dijo al “Cajete”:
- Le voy a llevar gallo a mi vieja, para que se contente la cabrona, porque ha de estar que se la carga el diablo.

Pasada de la medianoche, el silencio fue interrumpido por los mariachis, que cantaban: “Despierta”, “Paloma Querida”, “Ella”. Hasta que le dijo uno de los músicos:


– Ya estamos cansados, hemos tocando varias horas.
- ¿Cuánto les debo?
- Tres mil pesos.

“El Barrabás” se metió a su casa y le dijo a su señora:
– ¡Vieja. Vieja!
– ¿Qué es lo que quieres, cabrón?
– Ya se van los mariachis.
– Que se larguen, a mí qué me dices.
– Que les pagues.
– ¡Yo, por qué!
– Porque la música fue para ti, me cae que le pusieron mucho sen-
timiento.

– Que se saquen a la chingada, y te vas con ellos, porque ya no te
quiero aquí.

La señora lo sacó a empujones y como no llevaba dinero para pagarles, a él y a su amigo “El Cajete” les dieron en toda la madre. Pasó el tiempo. Un día se presentó el “Barrabás” a pedir perdón; estaba muy arrepentido. Su mujer le dijo que tenía que hablar con su mamá, porque si no a ella se la chingan por pendeja. Y le dijo la señora:

– Te voy a dar la última oportunidad. Ya me tienes hasta la coronilla. Lo hago por tu madre, que me pidió que te echara una mano, aunque por mí te hubiera echado en la fosa común. De hoy en adelante te vas a formar por la derecha. Te vas a olvidar de tus amigotes. Para ti estará prohibido que entres a una cantina, y ahora va en serio. El dia que vuelvas a tomar, te coseré el hocico.

– Está bien, suegra. Se hará como usted diga.

Pasaron los días. “El Barrabás” trabajaba como albañil, llegaba temprano a su casa y no lo dejaban salir. En aquellos tiempos, en el barrio de El Arbolito, los hermanos Pichardo comenzaban a organizar el Viacrucis viviente; era el año 1969. Para ello reclutaban gente del rumbo. El que hacía el papel de Cristo era algún familiar de ellos; los apóstoles eran de conducta recomendable, que no tomaran, y los demás eran los soldados romanos, así como el papel de la Virgen María y las mujeres de Jerusalén.

En todo el barrio corrió esa noticia, que llegó a los oídos de doña Gela, quien le dijo a “Barrabás”:

– Ve a apuntarte para que participes en ese cuadro religioso.

“El Barrabás” buscó a los organizadores y le dijo a uno de ellos:

– Dame chanse de entrar al Viacrucis, puedo hacer el papel de Barrabás.

Pichardo no encontraba las palabras para decirle que ya tenía a “Barrabás”, y estaba más bonito que él:

– Hijole, mano, ya estamos completos, solamente nos falta Gestas.

– ¿Quién es ese güey?

– Gestas fue un ladrón que crucificaron junto con Dimas y Jesús. Sí queres ese papel, es tuyo.
– ¿Qué es lo que tengo que hacer?
– Cargas un madero atravesado en los hombros y el soldado te va a ir pegando todo el trayecto; llegando al cerro te amarramos aun lado de Jesús y cuando esté crucificado, le
dices, muy burlón, a Jesús:
– Si verdaderamente eres el hijo de Dios, ¿por qué no te salvas y nos salvas a nosotros?
– Le entro; pero te quiero pedir un favor, que le digas al soldado que
me va a ir pegando, que lo haga fuerte, sin consideración, porque me he portado mal.
– Como tú digas; eso se verá más real.

“Barrabás” se confesó y durante varias semanas anduvo en los ensayos. Así llegó la Semana Mayor. El Viernes Santo, después de la cena y aprehensión a Jesús, “Barrabás”
se despidió de todos:
– Nos vemos.
– Te espero a las 8 de la mañana, te vienes cambiado, con la ropa que te di. No me vallas a fallar.

– Cómo crees. No se te vaya olvidar que le digas al soldado que me pegue fuerte.

En el camino a su casa, “El Barrabás” encontró a su amigo “El Cajete”, afuera de la cantina:
– Hola, pinche, Barrabás, te invito una cerveza.
– Me vas a perdonar, carnal, pero no puedo, ya me confesé y mañana tengo que presentarme en el Viacrucis.

– Me la debes, cabrón, el día que le llevamos serenata a tu vieja los
mariachis me sumieron las costillas a patadas y estuve en el hospital.
– Ya ni me lo recuerdes, yo estuve en el bote.
– Tomate un chela y ya.

– Te lo agradezco, pero estoy amenazado por mi suegra.

– Qué le tienes miedo a esa pinche vieja chaparra.
De tanto estarle rogando, “El Barrabás” cayó en la tentación, y se metieron a la cantina. Al día siguiente el organizador, al ver que no llegaba “Barrabás”, se puso muy
nervioso:
– Vayan a su casa a buscarlo.
Sin pensarlo, tuvieron que improvisar a otro Gestas. Mientras tanto, doña Teresa, la mujer del “Barrabás”, muy contenta, arreglaba a sus hijos para que fueran a ver a su papá. Doña Gela le dijo:
– ¿No vino a dormir tu marido?
– No mamá, bien sabes que la mayoría de los que participan se quedan a dormir en la iglesia.

– Cómo serás pendeja. Me acaban de decir que anda de borracho.
La señora del “Barrabás” y sus hijos, junto con su suegra, subieron al cerro a esperar el Viacrucis. El que pasaba las de Caín era el que estaba en su lugar, de Gestas, porque todo el camino le iban pegando, hasta que explotó:

– ¡Ya no me pegues tan duro, cabrón!

Le dijo el soldado:
– A mí me dieron órdenes que te pegara fuerte, hasta le puse alam-
bre en la punta. La señora Teresa se puso muy triste al no ver a su marido en el cuadro del Viacrucis. Quedó defraudada. La dos mujeres y los niños esperaron hasta el último,
y regresaron a su casa. Al abrir la puerta vieron que “Barrabás” dormía profundamente. Le dijo doña Gela a su hija:
– Échale sus cosas en un costal.
– La suegra del “Barrabás” salió al patio, llenó una cubeta de agua y se la aventó de lleno a sus yerno, que se levantó de un solo movimiento, sacudiéndose como perro mojado. La señora Gela le dio de cachetadas y lo correteó a escobazos hasta afuera de la vecindad.

– Ya no vuelvas, maldito borracho, hay te van tus tiliches.

“El Barrabás” se echó el costal al hombro y se fue a buscar a sus amigos. Se supo que andaba en el escuadrón de la muerte. Pasaron los meses y no se supo de él. Cuando fue a buscarlo su mamá, le dijeron que tenía meses de muerto. Así acabaron, tristemente, los días de Pancho “El Barrabás”.

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