Un Infierno Bonito

“LO PROMETIDO ES DEUDA”
Sabiendo que cientos de radioescuchas pidieron que escribiera algo de mi vida, pensé que no, porque se podía arrepentir la calaca y que regresaría por mis huesos, mis jefes del periódico fueron los de la idea… que escribiera toda mi vida, y se los voy a cumplir con pausas.

CAPÍTULO UNO.
Hace muchos, pero muchos años en la terminal de camiones de la Ciudad de México, de chiripada se encontraron mis padres, bajaron de un camión guajolotero… No sabían a dónde ir, es más, ni se conocían porque ellos llegaron de distintas partes.
Mi padre, Manuel Castillo Ortega, era nativo del pueblo del altiplano Tlanalapa, Texas, perdón… Tlanalapa, Hidalgo. Andaba huyendo de la justicia porque en el pueblo se echó a dos broncudos que habían matado a uno de sus hermanos, mi tío Santiago.
Le dio tiempo hacer sus maletas porque los policías eran como los de aquí de Pachuca, que siempre andan comiendo moscas; se despidió de mis abuelos, le echaron su bendición y se subió al único camión que había y se fue sin rumbo fijo.
Era un hombre grandote, bien mamado, de sombrero de charro, la casualidad lo juntó con mi madre, que era una mujer chaparrita y toda greñuda, venía de la ciudad de Puebla, llamaba la atención porque iba toda rasguñada, parece que se había dado una madriza con un gato, pero se aventó una madriza con una vecina que se creía la mamá de los pollitos, la retó, la sacó de su casa, le dio un tope en la panza, que al caer al suelo se abrió la cholla y se le salieron las ideas y se murió, por supuesto, también iba huyendo de la justicia.
Se sentaron juntos en el asiento del camión, mirándose de rabito de ojo, pero no se hablan hasta que mi jefa se levantó y se atoro su rebozo con los huaraches de mi jefe y dio el changazo, todos los pasajeros se rieron al mismo tiempo y ella saco su valor para irle a reclamar porque no encongía las patas.  Sin aguantar la risa le dijo que se fijara al caminar a la ‘india mensa’.
Ella ya ni le buscó ruido al chicharrón, caminó a prisa…
Él la alcanzó y la detuvo de una de sus trenzas y le dijo que se veía muy bonita enojada, ella le aventó un patín en medio de las piernas, que si se lo agarra me cae que se los vuela. Caminoó brincando como chapulín, ella lo alcanzó, le echó saliva en su espinilla y le dijo que la perdonara, pero estaba que se la llevaba la grosería.
Llegando a la esquina él le dijo a mi jefa:
    •    “Aquí se rompió una taza y cada quien para su casa”.

Ella se refugió en él y le dijo que no tenía casa, él le contestó: “Ni yo tampoco”.
Llegaron al Reloj monumental de Pachuca y se asombraron. No dejaban de verlo por sus cuatro lados hasta que Manuel, le dijo: “Vamos a echarnos un taco, las tripas me chillan de hambre”.
Ella  le contestó: “Ja, ja, ja, como dicen por ahí, estamos iguanas ranas”.
Los dos comieron como pelón de hospicio.
Pero llegó lo más duro, la verdad. Dijo mi jefa: “No tengo dinero. Si llegué aquí es porque me vine de mosca, ahí viene un señor. Vamos a preguntarle a donde podemos dormirnos”.
    •    Perdón señor, a donde podemos pasar la noche.

    •    Si trae dinero en cualquier hotel, si no, hay dos mesones por aquí cerca.

    •    Váyase caminando toda la calle, derecho, ahí hay una escuela grandota, que le llaman Universidad, a la próxima esquina hay un mesón. Es muy barato, les cobran 50 centavos por cada uno, y les hacen una rebaja si traen burros.

    •    Muchas gracias señor, sólo traigo una.

    •    Ella respondió, “y yo otro”.

Así lo hicieron pero ella le dijo que se acordara que cada quien iba a dormir por su lado.
    •    Mejor espalda con espalda.

    •    Me voy a dormir junto a un burro, por si te me acercas, le pico la cola y le avienta de patadas.

    •    Antes de que te vayas, ¿cómo te llamas?

    •    Dolores Garcia Valencia… soy poblana de corazón y se hacer un mole, que el que lo come se chupa los dedos.

    •    ¿Tú de dónde eres?

    •    Yo soy sin presumir, de la tierra de Dios, donde las mujeres prefieren morir vírgenes antes que parir pendejos.

Así estuvieron platicando hasta que llegó la mañana.
    •    ¡Vamos al mercado a echarnos un taco de frijoles y luego a conseguir trabajo!, pero para que lo encontremos debemos juntarnos y decir que somos casados.

Se aventaron dos cajetes de frijoles y él juntó lo que traía, fueron a alquilar una casa por el barrio de la ‘cuesta china’, subiendo toda la calle de Ocampo casi al llegar a la carretera del Real del Monte. Ella consiguió un trabajo de criada y él como chalán de albañil, pasó el tiempo y compraron unos petates y costales para taparse, pasaron varios meses, y ella resultó panzona, naciendo una niña muy chillona,  como les dijeron que ahí vivió Venustiano Carranza le pusieron como nombre Carranza Castillo. Don Manuel a doble turno, arreglando una casa vieja pero no se atrevía a bajar pensando que lo andaban buscando.

CAPÍTULO DOS.
Ellos eran muy felices, o si no, al menos comían algo… pero tuvieron otro niño chillón y, como ella le dijo que estaba Chicho así le dijeron. Pero la situación se estaba poniendo color de hormiga, no les alcanzaba para comer, la señora andaba descalza y el señor con el pantalón roto de la cola.
Uno de sus compadres lo llevó a una cantina llamada “La Conchita” y le dijo:
-”Mira, compadre… métete a trabajar a la mina, son buenas chingas pero ganas bien. Mañana vamos a ver al encargado de la Mina llamada “El Lobo” y veras como en unos meses vas andar de tacuche y tu vieja con zapato de tacón alto, y tus hijos ya no estarán encuerados. Tómate este jarro de pulque es del bueno”.
Como ya tenia mucho tiempo sin tomarlo, se animó y llegó con su vieja, le contó todo en grande y ella se ilusionó. “No lo pienses, Manuel. Ve a trabajar en la mina”. Le puso unos tacos y le dio la bendición, le vio partir y desde lejos le dijo adiós. Lo presentaron con el encargado que le prestó unas botas mineras, lo bajaron a una profundidad que a pesar de que le dieron su lámpara estaba oscuro, y lo mandaron con los peones a levantar la carga. El lugar era muy caliente, y cada que se sentaba, el encargado de la mina lo paraba a jalones, y le decía que ahí no se iba uno a sentar…
Entró a la mina a las siete de la mañana, y lo sacaron a la cinco de la tarde, a pura mentada de madre y diciéndole hasta de lo que se iba a morir, “indio huevón”, y le dieron de patadas.
Como vivía cerca de su casa, le avisaron a doña Lola que su señor estaba tirado en la calle de Ocampo. Encargó a sus hijos, y fue a levantarlo; apenas podía con él.

-“¿Qué te pasó?”-, “Me echaron afuera de la mina porque no aguanté el trabajo, me golpearon y me dieron de patadas, y me sacaron jalando y ni me pagaron el tiempo que trabajé”.
Que le dice mi jefa: “¡Desgraciados! Vamos para la casa, te voy a bañar con lejía y curar”. A don Manuel no le cayó bien la mina y cada que pasaba por una, con la mano le mentaba la madre. De la madriza que había llevado debajo de la mina empujando las conchas (que son carros de mina) y llenándolos de metal duro, necesitó de una semana para reponerse mientras su vieja cuidaba los niños, para irse a trabajar de criada.

CAPÍTULO 3
Se cambiaron de casa y ahora vivían detrás de las cajas reales, descargando camiones de legumbres y fruta, y con esa se la iban pasando… la señora le dio una buena noticia:
-”¡Vamos a ser papás!, ¿no te da gusto?”.
-Pu’s si pero, ¿con qué lo vamos a mantener? Ya ni chichis tienes.
-Dios dirá…
Nació el niño, y como tenía los ojos grandes le pusieron “el ojón”. La mayor, Carranza, los cuidaba mientras ellos iban a trabajar. La señora trabajaba en una tortillería en el mercado de Barreteros, los niños a veces se ponían debajo de una mesa, y en un descuido de la dueña les aventaban una tortilla como platillo volador. Una se comían y las demás las guardaban para la cena; diario se llevaban un morralito lleno de tres kilos, y ellos estaban como conchitas.

CAPÍTULO 4
Ya iban para arriba a pugidos, cuando la señora le dijo: “espérame, estoy esperando otro nene”.
El señor le dijo: “yo creo me voy a dar moche, porque pareces coneja”, y nacio un negrito que asi lo dejaron. Como fuera, iban los grandes a la nocturna en la escuela, el negro fue la suerte de don Manuel. Un día que lo llevaba por los portales, pasaron dos hombres corriendo, pues habían robado el dinero de un cieguito.
Dejó al niño tirado y corrió como y los alcanzó en la calle de Mina, ahí llegaron unos gendarmes con su acocote, le apuntaron y le gritaron: “¡Suéltelos!” Don Manuel los tenía agarrados de los pelos.
Dijo el comandante: “Tiene instinto de policía, vamos a la jefatura”. -Sí, pero primero voy por mi negrito que dejé en la banqueta-.

CONTINUARÁ…

Related posts