Un Infierno Bonito

QUISO METER PAZ Y POR POCO LE SACAN LAS TRIPAS
Marco Antonio Vargas, de 18 años, fue invitado a una pachanga en la casa de una amiga, en la comunidad de Los Reyes, perteneciente a Acaxochitlán, jurisdicción de Tulancingo, como anda queriendo pegar su chicle con la muchacha, se aventó sus tres cubetas, aunque se le quemaban las habas por más. Se hizo de la boca chiquita para que la familia viera que no era borracho.

Se la pasó bailando con su futura novia, muy decentemente, sin pegársele mucho, hasta que se animó y le cantó en la oreja, que si quería ser su novia. María del Socorro Hernández le dijo que sí. Se puso tan contento, que a escondidas se aventó otras cuantas cubas.
La muchacha lo presentó con sus padres como su novio. Desde ese momento su vida dio un giro de 90 grados. Lo traían para acá, para allá. Como andaba de traje, le dieron el título de licenciado.
Ahora sí comenzó a chupar a discreción. Todo marchaba al pie de la letra, hasta que fue a cambiarle el agua al canario, y vio que se estaban dando en la madre unos borrachos. Sin pensarlo, se metió a decirles que se calmaran o de lo contrario tenía facultades para sacarlos por escandalosos.
De momento sintió calientito abajo del ombligo. Vio con desesperación que se le estaban saliendo las tripas. Se puso la mano en la herida y no las quitó hasta que se lo llevaron al Hospital General de Tulancingo. Estaba a punto de estirar la pata, por la sangre que había perdido. Cuando despertó, vio que le habían cosido la herida, pensando que le habían dejado una tripa de fuera.
Declaró ante el agente del Ministerio Público, que vive en Pachuca, calle  Gómez Farías 506, de la colonia Centro. Una amiga, llamada María del Socorro, compañera de oficina, lo invitó a su fiesta, que era el cumpleaños de su papá. Se hicieron novios. Cuando fue al baño, se estaban dando de golpes. Se metió para calmarlos, de momento sintió dolor y le salía mucha sangre de la barriga. No supo más.
La policía tenía a un detenido el cual, en su declaración, dijo que era el ex novio de María. Al ver que le andaban comiendo el mandado, fingió una pelea con el fin de que se metiera el tercero en discordia y él iba a pagar el pato; fue una lastima que no se murió.
Por su parte, Marco Antonio pide castigo y que le pague las curaciones y lo que resulte del artero ataque. Por unas nalgas se iba a ir al Valle de las Calacas. Y eso no se vale.

POR FIN ATRAPARON A GOLPEADOR Y ESCURRIDIZO MARIDO
Isidro Hernández Montiel, de 30 años, es uno de los cientos de desobligados que les gusta el chupe de a madres, y cada que quieren agarran a su vieja como costal de entrenamiento. Lo detuvo la policía, estuvo encerrado, y con una lana salió libre, volviendo a las andadas y repitiendo lo mismo. La agraviada se fue a quejar, y de nuez lo atraparon, pero volvió a salir, pegándole con más ganas.
Pasó el tiempo, la mujer, Cristina Chapa Morales, de 25 años, perdió la fe en la autoridad. Muy resignada aguantaba los madrazos que le daba su viejo borracho. Después de muchas actas levantadas, le hizo justicia la revolución: dieron la orden de aprehensión; pero el hombre se burlaba de la policía. No lo podían agarrar.
Llegaba a su casa, le pagaba a su mujer, le daba para sus tunas y huía. La mujer estaba mensa de tanto golpe que recibía, hasta que los ministeriales del grupo de Atotonilco el Grande le pusieron un cuatro, lo vieron que se brincó la barda, rodearon la casa, y lo agarraron como el Tigre de Santa Julia.
En el forcejeo se les peló y por más que peinaron el lugar, no lo encontraron. Mientras lo andaban buscando se metió a su casa, golpeó a su vieja, se aventó el taco acostumbrado. La fémina regresó a rajar leña. Pusieron guardia permanente en la casa de ofendida, porque era mucha la burla que el hombre hacía. Pasaron los días y a la policía les estaba costando uno de gallina detenerlo, porque era muy astuto.
Parecía que andaba jugando a las escondidillas con los guardianes de la ley. Hasta que les pasaron un tip, que estaba chupando en una cantina en el centro del poblado; fue cuando le cayeron de las greñas, sin soltarlo, se lo llevaron al bote, quedando incomunicado hasta que ordenara el Juez.
Estaba encerrado a piedra y lodo, para que no se les escapara. Cristina pidió el divorcio de inmediato, y que le pasara para la pensión para su hijo Luis Alejandro, de 5 años, que traga como pelón de hospicio.
Todo quedó en un arreglo. Cuando lo sacaron del bote para llevarlo a una audiencia, se les escapó, diciendo la policía que a lo mejor era pariente de Chucho “El Roto”.
Meses después, cuando iba hacerle la visita conyugal a su señora en su casa, lo cacharon en la movida y lo trajeron a Pachuca, donde aquí se la peló. Se quedó encerrado. La mujer no quiere ni verlo ni quiere nada de él. Pide que esté bien vigilado, no se les vaya a escapar y ella paga los platos rotos.

SE AVENTÓ A UN VOLADERO Y SE DIO EN LA MADRE
Nadie sabe, nadie supo, quién fue el jicotillo que le dio una pistola a un loco, que le fallaba la cholla. Le tenían miedo porque era muy agresivo. La gente que pasaba por su casa lo hacía corriendo, porque les aventaba de piedras.
En la comunidad de Coyula, municipio de Molango, vivía un joven de nombre Benjamín Simón Trejo, de 25 años, a quien sus padres habían corrido de su casa, pues decían que se le había metido el diablo. Un día los quería matar, desde entonces hizo su jacal y vivía solo como ermitaño. Bajaba al poblado y le daban de comer con el temor de que no los atacara. Andaba greñudo, andrajoso, parecía como el hombre de las cavernas. A veces aullaba como un perro, que al escucharlo, les daba miedo a los lugareños.
Las autoridades no se le acercaban, pues decían que no atacaba a nadie, por el contrario, les decía que no lo molestaran. El sábado, como a las 3 de la tarde, estaban en el centro de la comunidad, muy contentos, tomando pulque, los hermanos Hipólito Martínez Santillán, Pablo y Antonio, de los mismos apellidos, de 35, 50, y 55 años, cuando de momento se les presentó el loco y a boca de jarro le soltó un plomazo a cada uno, para luego meterse  al monte corriendo, con la pistola en la mano.
A los heridos se los llevaron de boleto al Hospital de Zacualtipán, donde están luchando con la pelona, a calzón quitado, para salvar el pellejo. Cuando dieron aviso a la policía y les dijeron que fue el loco quien los había herido, no lo creyeron. “De dónde sacó la pistola. Si él hubiera sido, se hubiera matado solo”.
Salió un pelotón de cuicos en su busca, avisando a sus padres que su hijo les había dado en la madre a tres hermanos, que si no sabían de dónde sacó el arma. Les dijeron que no. Y desde ese momento lo bautizaron como el “Asesino de cumbres”.
Cerca de la sierra lo tenían copado, estaban a punto de agarrarlo, cuando se aventó al vacío, una barranca como de 100 metros, que se hizo caca. Señalan que está colgando el pico.
Sospechan de un primo de él fue quien le dio la fusca al loquito. Por su parte, Juana, madre del desequilibrado, declaró que su hijo, al nacer se le cayó a la partera y se pegó en la chirimoya; creció dándole ataques de locura. Ellos le hicieron la choza y le llevaban de comer. Le echaron fuera de su casa porque un día desmadro a sus padre. Pero no saben de dónde sacó el arma.

UN BORRACHO LE PEGÓ A UN POLICÍA
Dante Hernández Rubio, de 26 años, andaba que se lo llevaba la tristeza. Se puso a chupar como recién nacido, para olvidar a la ingrata que lo había mandado a freír chongos. Anduvo de cantina en cantina, pero por lo borracho, lo echaban fuera.
Caminó como sonámbulo, hasta que su sexto sentido lo llevó a un bar llamado “El Taquito Feliz” que se encuentra en el bulevar Colosio, donde dejan entrar a todo mundo, vaya como vaya, -llevando dinero, adelante caminante-.
Cargaba una borrachera de dos días; era la madrugada del miércoles, como a las 5 de la mañana, cuando perdió el control y les aventó la bronca a unos monos, lo sacaron y afuera le echaron montón dándole una madriza, que hasta la briaga le bajaron.
Lo dejaron tirado, empinado, sin poder pararse. Se armó el desmadre porque otros querían defenderlo de los gandayas que querían patearlo. Por el escándalo, llegó una patrulla de la policía, para calmarlos. Les advertían que era mejor que se subieran a la patrulla para que no se les complicara la situación, pero nadie pelaba al ebrio, que estaba con la cola para arriba. Ellos seguían en su alegato, se negaban a acompañarlos.
De momento, sin que se la esperaran, Dante se fue parando poco a poco,  como había perdido la brújula, le soltó un descontón a un policía, que las patas paró. Sus compañeros dejaron a los que tenían agarrados. Se lanzaron con macana en mano, a zumbarle a quien el pegó a su compañero.
Lo subieron de las greñas, se lo llevaron rumbo a la barandilla. Los demás se escaparon. Cuando lo interrogaron, apenas se acordaba de su nombre. Sólo decía que entre muchos lo habían golpeado. Cuando le pusieron a la vista al popocha con un ojo de cotorra, y le dijo el agente del Ministerio Público que él le había pegado, le contestó: “No señor, yo no me meto con la autoridad, al que le di un madrazo fue al que me descontó y me sacó del bar, mis respetos para mi jefe”.
Lo metieron a la galera y se quedará hasta que arregle su situación jurídica. Cuando estaba tras las rejas se dijo inocente, gritando que a lo mejor el policía se pegó solo para perjudicarlo. Pedía que le dieran chance de hacer una llamada, pero se la negaron.

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