Un Infierno Bonito

SE LLEVÓ DE CORBATA A UN MOTOCICLISTA
Modesto Romero, de 71 años, cuando conducía un auto Volkswagen, por ir comiendo camote, cuando se dio cuenta ya le había dado en la madre a Abraham Arroyo, de 34 años, con todo y su motocicleta, en una calle de Tulancingo.

El chofer escuchó un pujido y luego sintió que pasó por algo blandito, por lo que frenó, pues pensó que le había dado en la madre a un perro callejero. Se bajó del coche y vio a un señor con la cola para arriba y su máquina hecha charamusca, quien se quejaba y se movía como chinicuil.
Le preguntó: “le duele algo, joven”. El afectado automovilista estaba todo raspado, con golpes en su humanidad. Muy amable, el automovilista le ayudó a sacar el teléfono celular de la bolsa para que avisara a su familia, que lo habían desmadrado.
Cuando llegó la policía, Modesto, haciendo honor a su nombre, les dijo a las cuicos: “yo tuve la culpa, señores, no lo vi de dónde salió, estoy a su disposición, merezco la cárcel”.
Llegó la ambulancia de la Cruz Roja y cuando lo estaban revisando, les preguntó: “¿Cómo lo ven?” Le respondieron los paramédicos que no creían que tuviera fracturas.
El viejito, limpiándose el sudor y soltando el aire, dijo, en voz alta: “qué bueno, si no me lo hubieran cobrado como nuevo”.
Se lo llevaron al hospital. Los pedazos de su moto, marca Italika, último modelo, los echaron en la camioneta patrulla y se los llevaron a la delegación.
El atropellado declaró: “Iba a salir por la calle 20 de Noviembre de la colonia del mismo nombre, cuando vi al Bocho, que venía a vuelta de rueda, pero cuando pasé le aceleró y nada más vi estrellitas, me duele todo el cuerpo, sólo pido que me pague mis curaciones y lo que resulte, porque me duele una pata, y mi motocicleta, que andaba estrenado”.
Por su parte, el septuagenario dijo: “la verdad no lo vi de dónde me salió, a mi carrito, modelo 79, que compré cuando era joven, se le sumió el cofre y le quebró la calavera, pero estoy dispuesto a pagar todos los daños y curaciones”.
Uno de los oficiales le hizo señas Abraham, que aceptara, con estos fríos, tener al ruquito en las galeras, se les iba a morir. Quedaron de un acuerdo. Modesto fue llevado a su casa; le dijo a su viejita: “por poco me echo a un cristiano, saca tus ahorros y págale a los señores”.
La mujer se lo quedó mirando y le dijo: “yo por qué, que te metan a la cárcel, por baboso; ves a una chamaca y abres el hocico, ¡como si todavía pudieras¡

DESESPERADA, SE AVENTÓ AL VACÍO
Luisa Estela Fernández, de 20 años, diariamente peleaba con su viejo borracho, parecían perros y gatos, armaban mucho escándalo en el condominio que habitaban, de la colonia Juan C. Doria, en Pachuca.
Se sacaban sus trapitos al sol. Ella era la que pagaba el pato. Siempre quedaba desmadrada. Muchas veces la salvaba la campana, cuando la defendían los vecinos.
Ya era una costumbre que, todas noches, discutieran acaloradamente. Los vecinos le tapaban las orejas a sus hijos para que no fueran a repetir las mentadas que se escuchaban.
Ayer, en la madrugada, se escuchó el mismo cantar, pero ahora era en serio. Le dijo la mujer a su marido: “ya me tienes hasta la madre, es la última que te paso, desde este momento me regreso con mi jefa, y cuídate, porque un día te va a llegar una puñalada trapera”.
La respuesta fue muy violenta: “si quieres irte, hazlo, pero ahora”. Se escuchó que rompieron las cazuelas, y luego un golpe seco, acompañado de un grito.
Cuando los vecinos prendieron la luz, vieron que a la mujer la habían aventado, o ella se había echado un clavado, del cuarto piso.
Todos los habitantes del edificio, hombres, mujeres, chiquillos y chiquillas, sin importarles la hora que era, las 2 de la mañana, salieron a ver qué pasaba, encontrando a la joven mujer tirada a lo largo, con los brazos en cruz.
Llamaron de boleto a la ambulancia de la Cruz Roja. También arribaron  dos patrullas, llenas de cuicos, quienes buscaban al marido que se la sonó. Les dijeron que la víctima había caído desde el cuarto piso, dándose un ranazo.
Subieron y detuvieron al espantado esposo, que estaba escondido debajo de la cama. Lo sacaron y dijo llamarse Salvador Pérez, de 19 años. Les contó que su vieja estaba enojada y se aventó al vacío; él la quiso detener pero no pudo.
Se lo llevaron para hacer la averiguación, y a la mujer la condujeron al Hospital General, donde se encuentra muy grave. Los residentes fueron preguntados, qué era lo que sabían, o cómo ocurrió. Les dijo Juan Pérez, de 50 años, encargado del edificio, que posiblemente el hombre la cargó y la aventó porque diario se peleaban.
Había veces que la dejaba con los ojos de cotorra, marcada de la cara, tenía los labios como el memín, de las ocasiones que le daba en el hocico. Les aconsejó que lo investigaran porque a lo mejor es drogadicto; ya a él le dio en la madre. La otra vez correteó a su perro y no lo dejó hasta que lo alcanzó y lo mató a patadas.

REVOLTOSOS EN LA COLONIA
El sábado por la mañana, en el bulevar Minero, a unos metros de las instalaciones de la Policía Municipal, hubo una riña campal. Se dieron hasta por debajo de la lengua. Todo fue motivado porque unos se querían apropiar de unos locales del mercado 20 de Noviembre. Se aventaron una lucha a calzón quitado, todos contra todos.
Llegaron varias patrullas de la policía, del grupo antimotines, pues se estaban dando a morir. Lo mismo participaban hombres, mujeres y niños. Era un verdadero desmadre. Para que vean los turistas que en Pachuca se sigue la tradición del choque de grupos.
Como los uniformados no podían controlarlos, llamaron por radio a sus hermanos. Llegaron repartiendo macanazo limpio en la cholla. Solamente así se controlan. Pero hubo necesidad de hablarles a los de la Policía Estatal, porque la cosa estaba del cocol.
Detuvieron a los motores de la sedición para interrogarlos, a ver qué era lo que pasaba, ¿por que se peleaban? Si comían en el mismo plato; además pertenecen a la UNTA (Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas).
Uno de ellos informó que llegó un grupo como a las 7 de la mañana del sábado, para sacar de los puestos a sus compañeros, diciéndoles que traían una orden de un licenciado para echarlos fuera, por las buenas o por las malas, del mercado.
Iban aproximadamente 50 sombrerudos, dispuestos a todo. Pero no contaban con el otro grupo unido, que al ver jaloneos, tocaron la campana, que es la alarma, y se soltaron los madrazos, todos contra todos. Muchas veces se daban entre ellos mismos. Cuando ya la chusma fue controlada y  mandaron a cada chango a su mecate, se dieron cuentan que estaban dos heridos.
A José Luis García, de 43 años, le habían mochado un dedo de una mordida, y su hermano Francisco García Méndez, de 49 años, tenía las tripas de fuera. Se los llevaron al Hospital General.
Alegaban con los cuicos, que los querían subir a la patrulla por escandalosos. Los líderes buscaban a los jicotillos que lesionaron a sus compañeros.
Al final de cuentas, se fueron metiendo a su vivienda, quedando sólo los policías, que informaron que no hubo detenido, y regresaron a su congal.

PILLOS LE VIERON LA CARA
Sandra Flores, de 25 años, fue engañada como a un chino. Le tranzaron 6 mil chuchos que iba a depositar en un banco de la céntrica calle Matamoros, en Pachuca. Cayó redondita, ni siquiera supo de qué lado masca la iguana.
Dijo al MP, adscrito a Seguridad Pública y Tránsito del Estado, que como a las 11 de la mañana se metió al banco, donde había mucha gente, y se formó en la cola para depositar la cantidad mencionada. De momento se  acercó una vieja chaparra, prieta, pelo corto, blusa blanca y nagua verde, de huaraches, quien le preguntó a un mono grandote, que iba delante de ella, si conocía a un licenciado que se llama Manuel Hernández.
El tipo le contestó que no, pero qué era lo que quería, él la podía ayudar. La vieja mañosa le enseñó un cheque. El hombre le dijo: “este es de Banorte”. La mujer hizo cara de preocupación, y contestó: “!Híjole! El cheque es al portador, por 10 mil pesos”.
Les contó que venía de la sierra, no conocía a nadie, que si por favor le ayudaban. La afectada joven le dijo que sí, lo mismo que el sujeto. Salieron del banco. La vieja chaparra movió la cabeza para todos lados, y gritó: “Mi hijo, Dios mío, aquí lo dejé”.
Se le doblaron las patas y se cayó. Entre el individuo y ella la cargaron, atravesaron la calle y la sentaron afuera de la Comisión Federal de Electricidad. Y le preguntó Sandra, echándole aire con las manos: “¿Ya está bien?”.
Pero la vieja no dejaba de decir: “mi hijito, lo dejé sentado afuera del banco, y ya no está, me lo robaron”. El hombre le dijo que fueran a buscarlo, él por un lado y la Sandra por el otro, y que se quedara la señora por si regresaba.
Sandra estaba muy preocupada, tratando de ayudar, le dejó su bolsa a la mujer, mientras que recorría varios locales comerciales, preguntando que si no habían visto un niño como de 4 años. En todas partes le dijeron que no. Recorrió el reloj, le preguntó a unos policías. Le dijeron que fuera a que levantaran un acta. Les contestó que no era nada de ella, que estaba ayudando a una señora.
Cansada regresó, muy triste, para darle la noticia a la fémina, que a su hijo, parece que se la tragó la tierra, pero al llegar no encontró a la vieja ni al grandote, le habían robado su bolsa. Llorando, fue a poner su demanda, que la despojaron de su dinero. Juró jamás buscar a un niño perdido.

ENÉSIMO ATRACO EN EL OXXO
En todo el estados de Hidalgo hay miles de ratones que se meten como en su casa a las tiendas Oxxo. En esta vez le tocó a San Salvador. Se llevaron más de tres mil varos en mercancía: botellas de chupe, cigarros y otros artículos.
Solitario hampón entró a la negociación con la pistola en la mano y echando un grito: ¡Arriba las manos!; los que se encontraban, las sacaron de donde las tenían, porque estaban abrazando a las dependientes.
Esto que les cuento sucedió en la carretera federal, a la altura de Cañada Grande. El dependiente de la tienda, de 25 años, luego de pedir ayuda por medio de radio, y al ver que la policía no le contestó, pensó que estaban dormidos, y mejor fue a despertarlos.
Dijo el comandante que habría necesidad de echarse algunos, porque ya lo tiene hasta la madre, que no los dejan dormir a gusto. Después que les contaron todo lo que había pasado, peinaron la zona pero no agarraron a ninguno, pues era una noche sin luna y, por la prisa, habían olvidado su lámpara, pero dicen que harán guardias, y entonces sí se las van a pagar.

 

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