Enrique Peña Nieto enfrenta un futuro asaz escabroso. Debe encabezar el gobierno durante dos años más en una posición de debilidad sin precedentes en la historia reciente de México, con su credibilidad por los suelos y un porcentaje de aprobación que quizá se haya reducido a un dígito.
Hay quienes argumentan que como presidente cuenta con facultades poderosísimas. Cierto, pero en la medida que el apoyo de los gobernados se reduce el poder formal se erosiona. El cumplimiento de la ley requiere de la aquiescencia de la sociedad: no hay fuerza pública que pueda aplicarla ante la rebelión de la mayoría. Y si bien no hemos llegado a ese punto, sindicatos, empresarios y actores políticos mexicanos ya huelen la sangre y escalan su disposición al desafío.
El enojo que hay en todo el mundo contra ese ente difuso llamado establishment se concreta en México en un solo rostro: el de Peña Nieto. Son los gajes del presidencialismo. La salida del gabinete de Luis Videgaray, su alter ego o, mejor dicho, su gross-ego, es oxígeno que puede agotarse pronto. ¿Seguirá Videgaray, el causante del error histórico del miércoles negro, controlando al presidente desde las sombras? La duda es pertinente, porque todo indica que EPN no acepta que la estrategia de su ex secretario fue equivocada. Y si el poder tras el trono continuara y se evidenciara, la medida se revertiría como un búmeran, porque se demostraría que EPN ha vuelto a recurrir al engaño.
Tenemos en México un gobierno de mentiras. Lo digo en doble sentido: un gobierno que nos ha mentido durante cuatro años y que hoy es casi irreal. Una cosa ha propiciado la otra. Estoy convencido de que la reprobación popular a EPN, que es resultado de corruptelas e ineptitudes, se ha exacerbado porque la suya ha sido una gestión mentirosa, y que eso ha provocado su encogimiento en la realidad. Las promesas incumplidas, la disculpa falaz, la excusa inverosímil y hasta la broma coreografiada han hecho que la gente no le crea, incluidos muchos de los que votaron por él en 2012. Hay quienes toleran la corrupción y perdonan la ineficacia, pero a nadie le gusta ser engañado.
¿Qué debería hacer EPN para recomponer su Presidencia en circunstancias tan adversas? Eso: dejar de mentir. Abandonar la parafernalia y la actuación, mostrarse con autenticidad, decir la verdad. Desde luego, tiene que hacer cambios de fondo en su política económica y en otros rubros, pero si no deja atrás ese mundo de falsedades y escenografías no recuperará credibilidad. No espero que suspenda voluntariamente su proyecto de restauración del autoritarismo —ese menguará con un Ejecutivo tan débil— ni supongo que vaya a combatir la corrupción —lo cual será posible cuando se dé el cambio de régimen—, ni digo que sea capaz de hacer lo que a mi juicio se necesita para evitar el derrumbe institucional que podría darse si, como Videgaray y él parecen asumir, gana Trump. Solo expreso mi análisis de la situación.
@abasave