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Trump y democracia

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Terlenka

Entre más ingenuo o desprotegido se encuentra el ciudadano o el paisano de la calle, más mal hace a su comunidad votando o eligiendo candidatos a puestos públicos

“El pueblo ha votado, muera el pueblo.” Una vez más ha venido a mi mente esta consigna, anverso del espíritu libertario de la Revolución Francesa. “La democracia ejercida por pueblos, masas o habitantes envilecidos y analfabetas es una tiranía en contra del progreso moral, de las minorías y también en contra de los mismos que votan puesto que no saben lo que hacen.
Al contrario; son víctimas de sus propias reacciones inconscientes causadas por un dolor sin diagnóstico.” ¿Tiene uno derecho a pensar lo anterior cuando ha aceptado las reglas de las democracias tullidas e incompletas? Sí; puesto que se trata —noble idea— de que haya libertad de pensamiento y expresión; aun cuando esta libertad sea sólo un mote o se consuma toda en pura buena intención. Las tiranías tendrían que ser asunto del pasado. La elección de un presidente, en el escandaloso caso Trump, o de cualquier político, por más detestable que éste sea, es legítima a causa de las reglas aceptadas, aunque haya sido consecuencia del estado de una política degradada a juego mediático y a reacción irreflexiva. El estado de ignorancia puede ser deseable y benéfico en la ciencia, la filosofía o en cualquier área del conocimiento ya que dicha ignorancia resulta en todo caso un estímulo y un aliciente para dejarla atrás y buscar un progreso en la vida social e individual: para saber lo que no se sabe, en palabras de Bernard Williams. Sin embargo, ¿por qué tengo la impresión de que la ignorancia en el ámbito político posee el efecto contrario? Entre más ingenuo o desprotegido se encuentra el ciudadano o el paisano de la calle, más mal hace a su comunidad votando o eligiendo candidatos a puestos públicos. Las respuestas son de la más distinta índole y no obstante la pluralidad de opiniones, el horizonte desde las dos primeras décadas de este siglo y en países tan diversos como México, USA o Francia se antoja inhóspito ya que tiende hacia la pantomima política, el onanismo tecnológico y comunicativo, la desgracia social y la costumbre democrática de entronizar a los peores, es decir, a quienes causarán más mal que bien en el ámbito social.
A ojos de un escéptico radical o de un pesimista consumado las pasadas elecciones en Estados Unidos debieron despertarle o un enorme bostezo o la confirmación de su fatalismo íntimo. Es muy distinto que la presidencia de Trump sea legítima y representativa, a que este adefesio moral posea ahora cierto poder e influencia mundial: (El más reciente ejemplo de un poder nocivo y semejante ha sido la guerra de Irak, inventada para el beneficio de unas cuantas empresas). No es difícil concluir que si las instituciones públicas de un país son fuertes o sólidas, el mal que puede hacer un presidente disminuye; se degrada de la misma manera que el poder de los representantes electos por la sociedad civil disminuye ante la influencia de las corporaciones económicas y la riqueza concentrada en una porción minoritaria de esa misma comunidad. Ya escribía Gore Vidal, en Soñando la guerra, que la mayoría de los miembros del Congreso en USA no representa a Estados, sino a empresas. Y añadió, refiriéndose a los ciudadanos estadounidenses: “Estamos acobardados por la desinformación de los medios de comunicación, por una visión tendenciosa del mundo y unos impuestos tremendos que financian esta permanente maquinaria bélica.” La elección en USA fue decidida por un margen de diferencia mínimo. ¿Hay una guerra civil virtual y democrática en ese país? Es probable, mas no pasará de allí. Que el ciudadano trabajador, contribuyente fiscal, concentrado sólo en sus problemas cotidianos, desinteresado de la historia y de lo que sucede fuera de su pueblo o pequeña ciudad, extremista en sus opiniones, reaccionario y sordo ante la cultura externa, aferrado a un nacionalismo bárbaro y prefabricado y presa de sus sentimientos de cursilería patriótica, amorosa o vecinal que a su vez son aprovechados por los medios de comunicación; que este hombre del siglo veintiuno haya votado por su candidato a unos debe parecerles abominable, y a otros un logro de la democracia. La filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum quien ha defendido hondamente la tradición libertaria de los Estados Unidos escribió algo que viene a cuento aquí: “El respeto mutuo impone deberes que son ellos mismos recíprocos: la obligación de todas y cada una de las personas de permitir a todas y a cada una de las personas, de la mayoría y de la minoría, un espacio para que la conciencia se despliegue, incluso de maneras extrañas y sorprendentes, siempre y cuando no violen ningún interés estatal de orden superior y respeten la igualdad de los derechos del otro.” En pocas palabras: la libertad de conciencia civil o religiosa puede ser a ojos nuestros o desde la cima de los valores privados una aberración, un despropósito o un esputo que oscurece el pensar complejo, pero si existen instituciones fuertes que cuiden de los derechos humanos entonces el daño será menor. ¿Acontecerá así en el gobierno de Trump ahora que las instituciones federales tienen que servir o pelear con las corporaciones económicas? No lo sé.
El caso mexicano es igualmente grave. Es aterrador pensar que, por ejemplo, en las próximas elecciones la señora esposa de un ex-presidente tenga oportunidad de obtener el antiguo empleo de su esposo, en vez de que lo haga alguien preparado y con conocimiento de la cultura y sociedad mexicana, y que a la vez sea consecuencia de una conversación política entre distintos con miras a reparar el Estado y la condición económica de su sociedad.
Los escépticos sabemos que lo peor está todo el tiempo tocando a la puerta. Algunos lo dejan entrar, pero lo sufren todos.
LAS TIRANÍAS TENDRÍAN QUE SER ASUNTO DEL PASADO. LA ELECCIÓN DE UN PRESIDENTE, EN EL ESCANDALOSO CASO TRUMP, O DE CUALQUIER POLÍTICO, POR MÁS DETESTABLE QUE ÉSTE SEA, ES LEGÍTIMA A CAUSA DE LAS REGLAS ACEPTADAS, AUNQUE HAYA SIDO CONSECUENCIA DEL ESTADO DE UNA POLÍTICA DEGRADADA A JUEGO MEDIÁTICO Y A REACCIÓN IRREFLEXIVA